Carlos-Rodrigo Zapata C.*
Una de
las constantes más comunes del tiempo actual es, sin duda, el cambio, y no sólo
eso, sino la velocidad del cambio. La
percepción común entre los adultos, que el tiempo pasa cada vez más de prisa,
se ha extendido a los jóvenes e incluso a los niños.
Los
nuevos sistemas de comunicación junto a las tecnologías de computación y
procesamiento de datos, le han dado el soporte técnico a este nuevo vértigo
humano. Sin embargo, la velocidad de circulación de información, ideas,
productos y novedades se basa en un proceso mucho más amplio y profundo que
incorpora gradualmente a toda la humanidad: la globalización. La globalización
impone la liberalización económica, la apertura de fronteras, soberanías
compartidas, pactos de integración y de defensa, áreas monetarias, así como el
fin de ideas autárquicas, de gobiernos independientes, de sociedades cerradas.
Desde
nuestra perspectiva boliviana, la globalización puede ser caracterizada como un ataque
frontal a todas las normas, pautas de convivencia, instituciones y reglas que
presiden el desenvolvimiento de sociedades tradicionales, poco expuestas al
contacto externo, mucho más si son mediterráneas y, encima de ello,
enclaustradas.
La
pregunta que tenemos que respondernos los bolivianos en todos los ámbitos de la
vida social, sea individual, familiar, local o nacional es, cómo pensamos
asumir los retos de la globalización que no son otros que los retos del cambio
permanente. Una sociedad que no se aviene a vivir con el cambio, esto es, a
hacer suyas continuamente nuevas pautas de vida coherentes con ese proceso de
cambios a nivel global, es una sociedad que se queda irremisiblemente en el
pasado.
De
ahí que es indispensable prestar suma atención a todas aquellas reglas
necesarias para incorporarnos exitosamente a los siglos 19, 20 y 21 (tarea aún
pendiente en nuestro medio, por las Bolivias existentes en nuestro país y por
la estrechez de miras predominante). Ello exige incluir en nuestro catecismo
diario no menos de tres principios básicos: 1) aceptar que el cambio constante
y veloz preside los actos del mundo; 2) lo que cuenta son los procesos y no los
proyectos “llave en mano”, concluidos y finiquitados para siempre; 3) los
principios anteriores exigen a su vez, la predisposición al cambio continuo y
permanente.
Cómo
lucimos ante estos principios básicos para sobrevivir a la globalización?.
Nuestra pétrea sociedad, anquilosada y apartada del mundanal ruido, ve, si
llega a ver, azorada y sorprendida, los cambios que acaecen en el mundo. Da la
impresión que podemos prohibir los cambios o “hacerles el quite” -¡somos tan
pequeños!- o decretar simplemente que nuestro país no es tierra de embates
económicos ni de crisis. Las declaraciones de autoridades que nos “liberan” de
impactos de diversos cambios, o insisten en recorrer los mismos trechos y
“deshechos”, hablan por sí mismas.
Aceptar
la idea que nuestros proyectos y concepciones son procesos en construcción y
deconstrucción permanente, que deben ser ajustados continuamente, no al calor
de egos resentidos y disputas políticas triviales, sino en función de nuestras
visiones comunes de futuro, de los cambios que acaecen en nuestro país y el
mundo y de los recursos que podemos movilizar adecuadamente, es un desafío que
nuestra sociedad aún no se ha planteado. Los cerrojos aplicados al proceso de
capitalización documentan monumentalmente aquello.
Pero,
y cómo andamos con nuestra predisposición a cambiar, a cambiar
continuamente?. Posiblemente aquí radica
el problema fundamental en nuestro desencuentro con el mundo. Una sociedad que
no cambia, perece, lo mismo que una sociedad que lo hace a ritmos muy lentos.
Bolivia ha quedado desfasada de los ritmos de cambio del mundo. Bolivia vive en
el pasado del mundo actual, simplemente porque nuestro secular encierro, sólo
acentuado por nuestra condición mediterránea impuesta por nuestros vecinos del
Pacífico, nos ha conducido a vivir de espaldas al mundo, encuevados.
Si
“el futuro no es lo que solía ser” (Valéry), para nosotros vale ese aserto por
partida doble: el futuro se ha hecho cada vez más impredecible (¿alguna vez lo
fue?), no sólo por la velocidad de los cambios, sino también porque cada vez se
nos escurre más de entre las manos.
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* Economista, consultor en análisis territorial. La
Paz, Bolivia, 2001.