11 septiembre 2014

¡Ya ni el futuro es lo que solía ser!


Carlos-Rodrigo Zapata C.*


Una de las constantes más comunes del tiempo actual es, sin duda, el cambio, y no sólo eso, sino  la velocidad del cambio. La percepción común entre los adultos, que el tiempo pasa cada vez más de prisa, se ha extendido a los jóvenes e incluso a los niños.

Los nuevos sistemas de comunicación junto a las tecnologías de computación y procesamiento de datos, le han dado el soporte técnico a este nuevo vértigo humano. Sin embargo, la velocidad de circulación de información, ideas, productos y novedades se basa en un proceso mucho más amplio y profundo que incorpora gradualmente a toda la humanidad: la globalización. La globalización impone la liberalización económica, la apertura de fronteras, soberanías compartidas, pactos de integración y de defensa, áreas monetarias, así como el fin de ideas autárquicas, de gobiernos independientes, de sociedades cerradas.


Desde nuestra perspectiva boliviana, la globalización puede ser caracterizada como un ataque frontal a todas las normas, pautas de convivencia, instituciones y reglas que presiden el desenvolvimiento de sociedades tradicionales, poco expuestas al contacto externo, mucho más si son mediterráneas y, encima de ello, enclaustradas. 


La pregunta que tenemos que respondernos los bolivianos en todos los ámbitos de la vida social, sea individual, familiar, local o nacional es, cómo pensamos asumir los retos de la globalización que no son otros que los retos del cambio permanente. Una sociedad que no se aviene a vivir con el cambio, esto es, a hacer suyas continuamente nuevas pautas de vida coherentes con ese proceso de cambios a nivel global, es una sociedad que se queda irremisiblemente en el pasado.


De ahí que es indispensable prestar suma atención a todas aquellas reglas necesarias para incorporarnos exitosamente a los siglos 19, 20 y 21 (tarea aún pendiente en nuestro medio, por las Bolivias existentes en nuestro país y por la estrechez de miras predominante). Ello exige incluir en nuestro catecismo diario no menos de tres principios básicos: 1) aceptar que el cambio constante y veloz preside los actos del mundo; 2) lo que cuenta son los procesos y no los proyectos “llave en mano”, concluidos y finiquitados para siempre; 3) los principios anteriores exigen a su vez, la predisposición al cambio continuo y permanente.


Cómo lucimos ante estos principios básicos para sobrevivir a la globalización?. Nuestra pétrea sociedad, anquilosada y apartada del mundanal ruido, ve, si llega a ver, azorada y sorprendida, los cambios que acaecen en el mundo. Da la impresión que podemos prohibir los cambios o “hacerles el quite” -¡somos tan pequeños!- o decretar simplemente que nuestro país no es tierra de embates económicos ni de crisis. Las declaraciones de autoridades que nos “liberan” de impactos de diversos cambios, o insisten en recorrer los mismos trechos y “deshechos”, hablan por sí mismas.


Aceptar la idea que nuestros proyectos y concepciones son procesos en construcción y deconstrucción permanente, que deben ser ajustados continuamente, no al calor de egos resentidos y disputas políticas triviales, sino en función de nuestras visiones comunes de futuro, de los cambios que acaecen en nuestro país y el mundo y de los recursos que podemos movilizar adecuadamente, es un desafío que nuestra sociedad aún no se ha planteado. Los cerrojos aplicados al proceso de capitalización documentan monumentalmente aquello.


Pero, y cómo andamos con nuestra predisposición a cambiar, a cambiar continuamente?.  Posiblemente aquí radica el problema fundamental en nuestro desencuentro con el mundo. Una sociedad que no cambia, perece, lo mismo que una sociedad que lo hace a ritmos muy lentos. Bolivia ha quedado desfasada de los ritmos de cambio del mundo. Bolivia vive en el pasado del mundo actual, simplemente porque nuestro secular encierro, sólo acentuado por nuestra condición mediterránea impuesta por nuestros vecinos del Pacífico, nos ha conducido a vivir de espaldas al mundo, encuevados. 


Si “el futuro no es lo que solía ser” (Valéry), para nosotros vale ese aserto por partida doble: el futuro se ha hecho cada vez más impredecible (¿alguna vez lo fue?), no sólo por la velocidad de los cambios, sino también porque cada vez se nos escurre más de entre las manos.

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* Economista, consultor en análisis territorial. La Paz, Bolivia, 2001.