04 mayo 2014

DEBACLE ECOLÓGICA, PROPIEDAD PRIVADA Y CORRUPCIÓN


Carlos Rodrigo Zapata C.

 (*) Publicado en: Periódico Ultima Hora, La Paz, Bolivia, 12 de junio de 1992.

Las últimas víctimas de un prolongado proceso civilizatorio basado en la consigna de conquistar la naturaleza ya se encuentran en el patíbulo. Esta vez los afectados no son pueblos, culturas, razas u olvidadas minorías, esta vez son los fundamentos de la vida humana los que nos aprestamos a someter definitivamente. El aire, el agua, los bosques y selvas y las tierras cultivables son las víctimas, condenadas sin tribunal y a punto de ser ejecutadas sin apelación.

“The point of non return” parece haber sido alcanzado, ese umbral más allá del cual la especie humana y las otras especies vivientes tienen poca o ninguna chance más de supervivencia. La devastación de estos recursos a escala mundial no tiene freno ni medida, tampoco parece suficiente la diaria amenaza de la supervivencia planetaria  para emprender acciones a escala mundial para hacer frente a este desastre, ni qué hablar de la capacidad humana de diálogo y concertación para encontrar soluciones.

La a toda luces ilimitada capacidad humana  de liquidación de los fundamentos de su propia vida está estrechamente ligada a la idea que los recursos naturales  son bienes libres por existir en abundancia, idea no revisada hasta el presente.

Ya desde los albores de la civilización humana, todas las generaciones no han hecho otra cosa que procurar sacar el máximo provecho de los recursos naturales sin considerar los daños y perjuicios que puedan causarles a su propia capacidad de regeneración. Importa que el agua utilizada sea pura y cristalina, mas no los residuos y deshechos que contenga una vez  aprovechada; el aire debe ser purificado y en lo posible liberado de todo germen cuando ingresa en un proceso productivo, pero liberado a “su” suerte con todas las emanaciones nocivas y residuos venenosos que haya adquirido en ese proceso, y así sucesivamente con los otros candidatos al patíbulo.

Disputamos la propiedad de los recursos naturales como medio de generación de “riqueza”, pero no nos responsabilizamos por “su” destino como si fuera algo externo a la especie humana, como si la capacidad de regeneración de la naturaleza fuera ilimitada. Por ello no llama la atención que los predios de las grandes fábricas químicas, centrales de energía y otros centros que contribuyen a la devastación de los fundamentos de la vida humana se hallen extremadamente protegidos y resguardados, pero los mares, lagos, ríos, atmósfera y otros lugares del planeta más bien parezcan tierra de nadie, huecos negros donde se acumulan los desechos industriales. Aquí nadie es ni se siente propietario, pues estos huecos negros son funcionales a la propiedad privada.

¿Qué sería de gran parte de esa industria que se pavonea de sus más sofisticados productos si no existieran esos huecos negros? La paradoja de la institución de la propiedad privada que nos plantea la devastación del planeta es simple: para reafirmarla y sustentarla, es necesario al mismo tiempo negarla. Para satisfacer las disposiciones de las autoridades ecológicas en los países más industrializados, las empresas no dudan en intentar despachar sus cargas de residuos letales químicos, atómicos y otros a cualquier lugar “apartado” del globo. Aquí si que no es posible descubrir la idea intensamente difundida por los movimientos ecologistas de que todos nos hallamos en el mismo bote, próximo a naufragar. Los países del Tercer Mundo son otro de esos huecos negros necesarios para la pervivencia de la institución de la propiedad privada.

Todo ese tráfico de cargas ecológicas sólo es posible gracias  a convenios internacionales que dejan las puertas abiertas a estos atentados contra la existencia humana (como el Convenio de Basilea de 1989 contra el tráfico de residuos industriales nocivos, en el que no se aceptó la oposición de los países del Tercer Mundo, que pedían una prohibición expresa de ese tráfico y se impuso la sustentada por los países industrializados de firmar convenios bilaterales, caso por caso, para prohibir dicho tráfico) y a intermediarios vinculados con grandes industrias, empeñados en corromper a autoridades donde sea posible a fin de satisfacer las normas industriales en sus propios países. No pocas industrias deben hacer millonarias inversiones para reconvertir sus plantas industriales y hacerlas compatibles con  el medio ambiente. Un medio de evitar o postergar dichas inversiones consiste en despachar sus desechos industriales a cualquiera de los huecos negros que se han formado en el planeta, muchos de los cuales existen gracias a gigantescas maniobras de corrupción. Los medios para ello vienen justamente del rédito que obtienen estas industrias por posponer sus millonarias inversiones  de reconversión industrial. Esas industrias atentatorias contra la ecología, que requieren de los huecos negros para reafirmar su propiedad, son a su vez centros de la corrupción a escala mundial.

Por ello, la Cumbre ecológica de Río, más que el intento por presentar soluciones de emergencia a una naturaleza en crisis, es y debe ser un profundo examen de conciencia de la cultura y civilización humanas aferradas a los mitos del progreso material y el crecimiento económico.

(*) Publicado en: Periódico Ultima Hora, La Paz, Bolivia, 12 de junio de 1992.