16 enero 2010

Hacia un sistema de partidos democrático revolucionarios




Carlos Rodrigo Zapata C.

Luis H. Antezana J., nuestro muy apreciado Cachín, en un ensayo luminoso sobre los procesos ideológicos en Bolivia, concluyó en 1979 que no podía haber ningún partido político en Bolivia que pueda cautivar a las masas si es que no tocaba los extremos del espectro político ideológico boliviano entonces vigente, dados por un ideologuema enigmático que él llamó ‘NR’, es decir, ‘Nacionalismo Revolucionario’. No cabe duda que dichos ejes impregnaron la conciencia colectiva nacional de tal modo que en Bolivia era muy difícil, hasta hace muy poco, perfilar colectividades políticas que no se adscriban a dichos marcos referenciales.

Da la impresión que en los últimos años el tema de la nación ha ido perdiendo fuerza, como si la cuestión nacional ya no pudiera mantenerse en el primer orden de las prioridades, aunque no tanto porque a los bolivianos ya no les interesen asuntos como el de la unidad nacional o la construcción de la nación, sino porque consideran que ello mismo pasa por otros procesos, otros factores que el país requiere apropiarse con fuerza y convicción. Por ello, si alguno de los componentes del ‘NR’ ha perdido brillantez y capacidad de tracción es ‘N’, simplemente porque hasta el presente no se vislumbra un proyecto nacional, una visión de país, una justificación suficiente como para poner justamente a ‘N’ en la base de una nueva colectividad política. En cambio ‘R’ ha recobrado nuevo brillo, no sólo por la quiebra estrepitosa del neoliberalismo y el incumplimiento de todas las promesas que se hicieron en torno a otros discursos reformistas, sino y principalmente por todo el proceso de cambio que se viene impulsando en nuestro país. 

Ello significa que nos hallamos en pleno proceso de transición de un espectro político ideológico a otro, donde una parte del discurso ideológico va quedando en el camino, mientras otra goza de nueva vida y energía, como si esta tierra estuviera especialmente acondicionada para mantener y hacer resurgir a ‘R’ en cada etapa de nuestra azarosa vida nacional.

Si auscultamos con cuidado los sístoles y diástoles de nuestra sociedad, podremos darnos cuenta que a más tardar desde el tiempo de las dictaduras y golpes de Estado en Bolivia, el país ha empezado a seguir otras pulsaciones, a sacar cara por otros discursos, a asumir en carne propia la defensa de otras causas que antes no estaban presentes de esa manera y con esa intensidad en nuestros mapas ideológicos y doctrinarios. Me estoy refiriendo a la democracia, uno de los grandes discursos articuladores y constructores de civilidad, capaz de inducir el cambio sin violencia y de coadyuvar a construir escenarios de convivencia pese a las divergencias.

En Bolivia la lucha por la democracia fue básicamente la lucha por la recuperación de las libertades y por la vigencia del estado de derecho, perdidos particularmente en el interregno de los gobiernos de facto. Desde entonces, la democracia se ha incorporado al herramental necesario para construir la nación, y para hacer posible la convivencia de k’aras y t’aras, de opresores y oprimidos, 

Dada la diversidad cultural del país, requerimos encontrar y aplicar ideologuemas de corte más transversal que los actuales, que puedan ser asumidos por muy diversos sectores sociales y que adherirse a ellos no signifique renunciar a lo que es caro para uno. ¿Qué es transversal? Es aquello que sea que nos toque tangencial o profundamente, constituye un complemento indispensable para nuestro modo de ser, estar y hacer en el mundo. Veamos un par de ejemplos.
El retorno al Tahuantinsuyo, como pretenden algunos sectores sociales, es una demanda legítima para unos y un grave retroceso para otros. Ello significa que ese discurso no puede ocupar el lugar de “N” porque produce reacciones adversas en una parte significativa del cuerpo social boliviano. Tampoco podría actuar como discurso transversal, como algo complementario, pues, o estás con ese tipo de cambio o no estás con él, pues copa todo el horizonte de expectativas y quehaceres, e impone modos de ser, estar y hacer que pueden no ser compatibles con tu modo de pensar. El caso de la “nación camba” o el separatismo, proclamado unas veces a “sotto voce”, otras más estentóreamente, es anti “N” y anti discurso transversal, porque implica la negación de la nación y exige un cambio de rumbo absoluto de muchos de los modos de existencia y convivencia actuales. Aceptar ese discurso equivale a renunciar a todas las nervaduras que nos atan a nuestra Patria boliviana.
Es en este contexto que aparece el discurso democrático con una fuerza aglutinadora inmensa, porque no nos fuerza a dejar el tacú por el ayllu, ni a teñirnos de blanco ni a hablar inglés, y más bien nos impele a seguir ocupándonos de lo que nos interesa, pero también a seguir construyendo la nación, evitando al mismo tiempo absurdas y vanas confrontaciones. Su carácter transversal, de donde surge su fuerza innata, se halla justamente en que la democracia es portadora de la libertad y la igualdad, requisitos indispensables para construir sociedades abiertas, capaces de convivir en paz, pero por sobre todo sin tener que asumir las imposiciones ideológicas del adversario político, ni sus quimeras y fantasías como si fueran propias.

La democracia aparece así como el gran dirimidor del “empate catastrófico” (A. García Linera), en particular, porque los cambios profundos que debe encarar el país son posibles en el marco democrático y respetando el estado de derecho, no porque los bolivianos seamos capaces de torcer las leyes de la historia, que nos dicen que los cambios profundos siempre vienen acompañados de violencia, sino porque las diferencias en nuestro país son tan abismales que la renuncia a parte de los privilegios de los de “arriba” permitirá dar un giro profundo en la suerte de los de “abajo”. 

En este marco, es posible advertir la emergencia de un nuevo sistema de partidos políticos en Bolivia que se halle íntimamente consustanciado con la “D” de Democrático y la “R” de Revolucionario. Los nuevos partidos políticos que surjan en Bolivia se adscribirán a estos dos componentes, consolidando de este modo el proceso de transición histórica en marcha: el paso del ‘NR’ a ‘DR’, conformando partidos democrático-revolucionarios. 

El surgimiento de una nueva pléyade de partidos políticos en Bolivia, adscritos al cambio y a la democracia, es una necesidad urgente, no sólo porque un sistema democrático abierto y veraz es inimaginable sin partidos políticos, sino porque la sociedad toda puede quedarse atorada, incapaz de canalizar sus demandas de cambio, si no encuentra las vías que requiera en cada coyuntura histórica para avanzar sin comprometer su futuro, ni renunciar a él. 

(*) El autor es economista, analista político. El presente artículo fue publicado originalmente en El Diario, el 20 de marzo de 2007.