30 diciembre 2017

LAS MALAS ARTES DEL CAPITALISMO: LA RECLUSIÓN DE LA MUJER EN EL ÁMBITO DOMÉSTICO COMO FORMA DE ASEGURAR LA ACUMULACIÓN



Carlos Rodrigo Zapata C. (*)


Comprender el lugar que ocuparon las mujeres en el proceso de formación y desarrollo del capitalismo es sin duda un asunto de gran trascendencia, ya que nos permite identificar una diversidad de vacíos que se han registrado en el estudio de este modo de producción que al presente ya se ha extendido por sobre todas las sociedades del orbe.

Los temas que destaca Adriana Montenegro en su artículo MUJERES Y CAPITALISMO[i] permiten identificar justamente algunos vacíos que al presente siguen pasando de largo, como por ejemplo el hecho que en ningún momento se intentó incluir explícitamente a la mujer en el concepto de homo oeconomicus o que la revolución francesa que proclamaba los derechos del hombre, realmente solo pensaba en el hombre, y no en los derechos de la mujer.

En este marco resulta crucial comprender la función que se les asignó a las mujeres en las primeras etapas de formación del capitalismo y hasta el presente. Podríamos decir que las mujeres fueron destinadas al frente de la reproducción y el cuidado familiar o como dice Montenegro, siguiendo a Federici, “en el proceso de acumulación originaria del capital, el Estado necesitaba disciplinar a las mujeres para asegurarse de que cumplan su papel reproductor, y además, completar el círculo con la devaluación de su trabajo” y agrega: “si el capitalista hubiese tenido que pagar en algún momento por el trabajo reproductivo que le permite contar con mano de obra (entiéndase reproductivo en un sentido amplio, que implica no solamente la reproducción biológica sino el cuidado y trabajo que requiere la conservación del capital humano), la plusvalía sería inviable”.


Lugar de las mujeres en la función de producción capitalista

En efecto, si seguimos críticamente las reflexiones de Marx sobre la acumulación y la generación de plusvalía, no podemos más que estar de acuerdo con este enfoque. La clave de la acumulación radica en la plusvalía relativa, que depende esencialmente de dos factores: del incremento incesante de la capacidad productiva (Marx la llama “la fuerza productiva del trabajo”) y de los costos de reproducción de la fuerza de trabajo (que corresponden al “valor de la fuerza de trabajo… determinado por los valores de las mercancías”, según Marx). 

Al colocar Marx a los hombres (con trabajo remunerado) tanto en el frente de la producción como en el de la reproducción, no repara que en los largos siglos que tomó el capitalismo en cristalizar y llegar a su fase industrial no existían las capacidades productivas que permitan reducir los costos de reproducción significativamente, ya que éstas se fueron desarrollando muy lenta y desigualmente.[ii]

Por esta razón queda claro que Marx no explica cómo podía ser posible la plusvalía relativa en el periodo anterior a la maquinización de la producción, mucho más en una etapa en que dicho desarrollo aún estaba en ciernes, razón por la que las que en realidad fueron colocadas en el frente de la reproducción y los cuidados fueron las mujeres (sin remuneración), conformando de ese modo en conjunto la función real de producción del orden capitalista: los hombres en el frente de la producción y las mujeres en el frente de la reproducción.

Es necesario observar que este modo de incluir a la mujer en el proceso de acumulación capitalista tenía varias razones. La principal radica a nuestro juicio en satisfacer una condición imprescindible para el proceso de acumulación global, especialmente en sus primeras etapas. Consistía en contar con el pleno concurso de la mujer en el frente de la reproducción como apoyo al frente de la producción, sin que ello genere costos adicionales al capitalista. Otra razón clave radicaba en lograr de este modo y al mismo tiempo que la mujer permanezca recluida en el ámbito doméstico y no se presente al mercado de trabajo en busca de empleo.

Esta combinación de razones es crucial en las fases iniciales de estructuración del capitalismo, ya que de este modo la mujer prestaba valiosos servicios en el proceso de acumulación capitalista por activa y por pasiva, ya que a su aporte activo y denodado en las tareas de cuidado y reproducción en el ámbito doméstico, se agregaba el hecho de no ofrecer su fuerza de trabajo en el mercado laboral. 

Esta función pasiva también fue vital para hacer viable el proceso de acumulación capitalista, ya que de no haber ocurrido de ese modo, múltiples inconvenientes y conflictos podrían haber surgido. 

Para comprender la importancia de este otro aporte de la mujer es crucial tomar en cuenta que el proceso de formación del capitalismo demoró siglos desde su emergencia a fines del siglo XV, según consigna Marx, hasta llegar a su fase de industrialización a fines del siglo XVIII, período sin el cual el propio modo de producción capitalista no habría podido continuar su existencia, presa de sus propias contradicciones.


La ‘proto industrialización’, el eslabón crítico en el proceso de formación del modo de producción capitalista

Esos tres siglos que separan sus orígenes del momento de la revolución industrial han sido estudiados por historiadores, economistas y muchos otros cientistas sociales bajo el concepto de la ‘proto industrialización’, es decir, el proceso centenario que transformó la pequeña producción artesanal y campesina en talleres de producción y luego en pequeñas fábricas organizadas en base a los conceptos de la división del trabajo y la especialización. 

No es este el lugar para detallar dicho proceso, pero su estudio y comprensión es sin duda clave para comprender el proceso de formación del capitalismo, el lugar que se le asignó a la mujer en dicho proceso e incluso para entender porqué el capitalismo en América Latina nunca tuvo la capacidad de desatar las fuerzas productivas que si logró desplegar en su lugar de nacimiento, principalmente Inglaterra, Flandes, Holanda y luego en muchas otras partes del mundo.[iii]

El punto que si es necesario destacar tiene que ver con dos procesos paralelos: el proceso que desembocó en la conformación de la fábrica y el desarrollo técnico que hizo posible la revolución industrial, sin el cual el mismo capitalismo nunca habría tenido las condiciones necesarias y suficientes para proseguir su camino, y la paulatina separación del trabajador de los medios de producción, llamado acumulación originaria en la terminología de Marx. 

Como consecuencia de dichos procesos, históricamente se fue desarrollando un peligroso contrapunto entre la separación de los trabajadores de sus medios de producción y el lento surgimiento de la industria como un nuevo sector capaz de generar nuevas oportunidades de empleo para la creciente masa de la fuerza de trabajo empobrecida.

Mientras más demoraba en surgir ese nuevo sector y más crecían los contingentes humanos atrapados por ese proceso de separación de los medios de producción, más crecía la presión sobre los mercados de trabajo, cada vez más de carácter urbano, producto  de las crecientes migraciones que se fueron dando desde el campo a los villorrios y ciudades emergentes.
Victorian Poorhouse
En este punto es cuando intervienen las autoridades. Por decretos reales se dispuso particularmente en Inglaterra múltiples formas de contener y controlar esa fuerza de trabajo ansiosa y urgida de encontrar medios de vida, en este caso, empleo que le permita ganarse el sustento mínimo. Las leyes de pobres, las disposiciones que obligaban a aceptar un trabajo, el que sea, bajo sanciones de todo tipo, la prohibición de mendigar, las disposiciones contra el vagabundaje, los feroces castigos, las despiadadas sanciones, incluso el castigo con la muerte a los reincidentes, son algunas de las disposiciones que se dictaron y aplicaron especialmente en los siglos XVI y XVII, como ha reseñado Marx en su famoso capítulo sobre la acumulación originaria.[iv]

De estos modos se procuraba controlar los desbordes que ya se habían puesto de manifiesto de diversas formas.

Cuánto tiempo más habría soportado la gente desplazada, depauperada y desposeída ese estado de cosas, es muy difícil saber. El hecho es que en este estado de cosas, lograr controlar a la mitad de la fuerza de trabajo que también se hallaba en esa misma situación, resultaba fundamental para evitar que las cosas se desborden. Por ello, el control de las mujeres, mantenerlas recluidas en sus ámbitos domésticos, era una tarea de primera importancia por lo que resultaban cruciales todas las formas que se emplearon para ejercer presión sobre ellas, de devaluar su trabajo, de reducir su ámbito laboral a tareas domesticas y de cuidado, como subraya Montenegro. En este marco, también es oportuno destacar la función clave que jugó la caza de brujas, acción con la que se “trató de destruir el control que las mujeres habían ejercido sobre su función reproductiva y que sirvió para allanar el camino al desarrollo de un régi­men patriarcal más opresivo”.[v]
 
En este contexto se puede apreciar la trascendencia estratégica que tuvieron las movidas desplegadas contra las mujeres para someterlas a determinados ámbitos y mantenerlas vinculadas a determinadas tareas, puesto que ese mismo tipo de estrategias se usó para evitar la concentración de desocupados en busca de empleos, como vimos al referirnos a las medidas aplicadas para mantener “despejados” los mercados de trabajo.
Ninos-trabajadores-de-una-fabrica-en-la-Inglaterra-victoriana

Esta estrategia de mantener a las mujeres apartadas del mercado de trabajo y evitar la concentración de los desposeídos en los mercados urabanos,  también se empleo en otros casos. Es el caso de las cooperativas de producción que se impulsaron en Europa en el siglo XIX y que fueron consideradas la solución a la “cuestión social”, expresión con la que se trataba el problema de desempleo y depauperación como consecuencia del proceso de separación de los trabajadores de sus condiciones de producción, ahora adicionalmente acentuado por la revolución industrial. Ferdinand Lasalle, uno de los impulsores de la social democracia alemana, planteó la tesis hacia 1860 que la creación de cooperativas de producción era una forma de retiro o repliegue de trabajadores del mercado de trabajo, lo cual permitiría que suban los salarios de los trabajadores en el sector capitalista, aunque también podríamos decir que era una forma de reducir la presión sobre el mercado de trabajo, siempre que se logren conformar dichas cooperativas. Apenas unas tres décadas después de esos planteamientos, el movimiento obrero consideró que las cooperativas de producción habían traicionado sus principios, ya que seguían prolongando la jornada de trabajo en circunstancias en que los trabajadores en empresas capitalistas ya la habían reducido.


Epílogo

Estas notas apuntan a brindar algunos elementos adicionales al marco de circunstancias en que se produjo el proceso de sometimiento de la mujer y de reclusión de la misma en el ámbito doméstico encargada de las tareas de reproducción y cuidado.

Son múltiples las consecuencias que dicha reclusión ha ocasionado sobre la vida de las mujeres, al punto que cabe preguntarse como lo hace vigorosamente Montenegro en uno de los subtítulos de su artículo: “¿Dónde estábamos nosotras mientras la historia sucedía?”. 

Hoy en día han empezado a cambiar diversas condiciones en torno a la mujer, aunque no en la medida ni con la rapidez que debería acontecer. Todo dependerá, como siempre, de las formas de organización y lucha que asuman las mujeres y todos quienes pretendemos un mundo más justo y más humano para todos.
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(*) Economista, especialista en planificación regional. Catedrático de "Desarrollo del Capitalismo", Carrera de Sociología, UMSA.




[i] Ver, Adriana Montenegro. MUJERES Y CAPITALISMO, http://yapukamani.blogspot.com/2017/12/mujeres-y-capitalismo.html
[ii]  Ver K. Marx, El Capital, Tomo I, capítulo X, La plusvalía relativa: “El total de los medios de vida necesarios está formado por diversas mercancías, producto de distintas industrias, y el valor de cada una de estas mercancías no es nunca más que una parte alícuota del valor de la fuerza de trabajo. Este valor disminuye al disminuir el tiempo de trabajo necesario para su reproducción, y la disminución total de éste equivale a la suma de las disminuciones experimentadas por todas aquellas ramas de producción. Para los efectos de nuestro análisis, este resultado general es considerado como si fuese resultado inmediato y fin inmediato en cada caso concreto. Cuando, por ejemplo, un determinado capitalista abarata las camisas intensificando la capacidad productiva del trabajo, no es necesario que su intención sea, ni mucho menos, disminuir proporcionalmente el valor de la fuerza de trabajo y, por tanto, el tiempo de trabajo necesario, pero sólo contribuyendo de algún modo a este resultado contribuirá a elevar la cuota general de plusvalía”.
[iii]  En el capítulo XII del Tomo I de El Capital, Marx se refiere a la División del Trabajo y Manufactura.
[iv]  Ver: K. Marx, El Capital, Tomo I, capítulo XXIV LA LLAMADA ACUMULACION ORIGINARIA.
[v]  S. Federeci, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva. Traficantes de Sueños. p. 26.



12 diciembre 2017

MUJERES Y CAPITALISMO


Adriana Montenegro Oporto (*)


La mayor parte de lo que conocemos como historia y teoría económica, al tomar como base de su análisis al homo economicus, ignora (aunque podría intentar no hacerlo explícitamente) las particulares condiciones y contribuciones económicas de las mujeres. Cuando éstas son incorporadas al análisis, su incorporación suele hacerse desde una perspectiva estereotipada de la naturaleza de sus relaciones sociales y económicas: Son tratadas como esposas y madres dentro de una familia nuclear considerada una institución armoniosa; como trabajadoras menos productivas que los hombres en el trabajo de mercado y como dependientes económicamente de sus maridos (Carrasco, 2006). Si bien estos son roles tradicionalmente asumidos por las mujeres, no son los únicos, y no podemos ignorar, por ejemplo, la importancia de las grandes masas de trabajadoras textiles que participaron en la Revolución Industrial o la Revolución Rusa, o el papel fundamental que tuvieron las mujeres de los mercados parisinos cuando realizaron sobre Versalles la “marcha por el pan” durante la Revolución Francesa, sólo por mencionar algunos acontecimientos. 
 La marcha sobre Versalles por la escasez del pan.

Proponernos analizar el papel de la mujeres en el desarrollo del capitalismo es una manera de cuestionar el sesgo androcéntrico de la economía que se evidencia por un lado, en su virtual desaparición en toda la historiografía relacionada al tema, y por el otro, en las representaciones teóricas centradas en el mercado, donde se omite la importancia de las actividades no remuneradas o sin valoración mercantil, orientadas fundamentalmente al cuidado y reproducción de la vida humana, y realizadas a lo largo de la historia mayoritariamente por las mujeres.


¿Dónde estábamos nosotras mientras la historia sucedía?

Como sabemos, los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX señalan la transición de la edad moderna a la contemporánea, caracterizada por el desarrollo científico y técnico, y fundamentada sobre tres pilares: el racionalismo, el empirismo y el utilitarismo. Un nuevo mundo, anunciado teóricamente por los filósofos de la Ilustración, fue posible gracias a dos procesos revolucionarios: Por un lado, las revoluciones políticas que derribaron el absolutismo y sentaron un embrión de democracia y la revolución industrial que transformaría los métodos tradicionales de producción en formas de producción masiva (Varela, 2008).

Las revoluciones fueron posibles porque, además de una serie de razones económicas objetivas -malas cosechas, hambrunas, fluctuaciones demográficas y económicas, alza de los precios-, comenzaba una nueva forma de pensar.  Por primera vez en la historia se defienden los principios de igualdad y ciudadanía, cristalizados el 28 de agosto de 1789, cuando se proclama en Francia la Declaración de los Derechos del Hombre, aunque tal como anota Ana De Miguel, cuando escribieron “hombre” no querían decir ser humano o persona, se referían exclusivamente a los varones, puesto que ninguno de esos derechos fue reconocido para las mujeres: “Las mujeres de la Revolución Francesa observaron con estupor cómo el nuevo Estado revolucionario no encontraba contradicción alguna en pregonar a los cuatro vientos la igualdad universal y dejar sin derechos políticos a todas las mujeres”.

Esta situación fue notada por pensadoras como Olimpia de Gouges y Mary Wollstonecraft, pero también por muchas otras mujeres que en aquella época comenzaban a vivir de forma distinta, cuestionando su reclusión obligatoria en la esfera doméstica.  Ellas exigieron el derecho a la educación, al trabajo, al voto, además de la protección de sus intereses dentro del matrimonio y respecto a los hijos. A todas estas mujeres, que integraron lo que se conoce como Primera Ola del Feminismo, les esperaría la muerte por sus vindicaciones, y unos años más tarde, el Código de Napoleón, imitado después por toda Europa, exigiría en su artículo 321 la obediencia de la mujer al marido, quedando consagrada la minoría de edad perpetua de las mujeres en lo civil y económico: “Eran consideradas hijas o madres en poder de sus padres, esposos e incluso hijos.  No tenían derecho a administrar su propiedad, fijar o abandonar su domicilio, ejercer la patria potestad, mantener una profesión o emplearse sin permiso, […] (tampoco podían) rechazar a su padre o marido violentos” (Valcárcel, 2001).

Spinning Jenny - invented in 1764 by James Hargreaves
Sin embargo, cabe señalar que en la heterogeneidad de condiciones entre las mujeres, no todas enfrentaron el mismo tipo de problemas. Mientras las mujeres burguesas eran, mediante estas leyes, confinadas a sus hogares, la situación de las mujeres campesinas era muy diferente: para ellas, quedarse en casa no era una posibilidad, el hambre las expulsaba de sus hogares en busca de trabajo, por muy precario que éste fuera. Dos hitos tecnológicos de la Revolución Industrial son fundamentales para entender la incorporación femenina al campo laboral: La invención de la máquina a vapor, que al intensificar la producción hizo que se requieran mayor número de obreros, convirtiendo a la mujer en un instrumento útil para el trabajo; y la invención de la máquina de hilar llamada “Spinning Jenny”, capaz de montar hasta 80 hilos y que podía ser puesta en marcha por una sola persona. En este contexto de crecimiento industrial, las campesinas pobres se dirigieron a las ciudades para emplearse como obreras desde una tempranísima edad. Sin embargo, a pesar de estar integradas al mercado, no lo estuvieron en igualdad de condiciones, sus salarios fueron siempre menores que los de los trabajadores varones, y estuvieron casi completamente concentradas en la industria textil y la de servicios domésticos, que eran entendidas como prolongaciones de sus típicas labores “naturales”.


La exclusión económica de las mujeres como base fundamental para el despegue del capitalismo

Entendemos que ningún proceso histórico surge de la nada, y que generalmente podemos encontrar justificaciones materiales para los hechos sociales e ideológicos. Por esto cabe preguntarnos de dónde salieron las medidas que excluyeron a las mujeres de la historia y el desarrollo económicos, y por qué las reproducimos. Foucault (1976) analiza los discursos sobre la diferenciación sexual en las sociedades modernas a partir del siglo XVII, donde sitúa el comienzo de las represiones propias de la sociedad burguesa en cuanto a la diferenciación sexual y que se aceleraron en el siglo XVIII con una “explosión discursiva en torno y a propósito del sexo”. Esto sucede debido a que el naciente Estado, en medio del auge industrial, comenzó a entender a la población (fuerza de trabajo) como riqueza, y por lo tanto, se dio a la tarea de “expulsar de la realidad las formas de sexualidad no sometidas a la economía estricta de la reproducción: decir no a las actividades infecundas, proscribir los placeres vecinos, reducir o excluir las prácticas que no tienen la generación como fin”, y para esto utilizaría sus dispositivos institucionales (pedagogía, religión, psiquiatría, etc) y emplearía estrategias discursivas para implantar la noción de la familia nuclear, clasificando ciertas prácticas sexuales como anómalas, controlando la procreación y sexualizando el cuerpo femenino para  “asegurar la población, reproducir la fuerza de trabajo, mantener la forma de las relaciones sociales y en síntesis, montar una sexualidad económicamente útil y políticamente conservadora”. Por lo tanto, la sexualidad, comúnmente pensada como un asunto natural y privado, empezó a construirse culturalmente de acuerdo a los objetivos políticos de la clase dominante.

Pensar la importancia que el disciplinamiento sexual y reproductivo - aspecto ignorado por los economistas e historiadores clásicos – tuvo para el desarrollo del capitalismo, es ya una ruptura considerable en los esquemas del análisis, pues cuando el trabajo se entiende como la principal fuente de riqueza, el control sobre las decisiones de las mujeres adquiere un nuevo significado. Este es un aspecto del capitalismo que ni siquiera Marx pudo reconocer a cabalidad, puesto que la producción se identifica generalmente con la industrialización, con las máquinas y la industria a gran escala, mientras que la procreación y el trabajo doméstico, parecerían ser el opuesto de la actividad industrial.

Federici (2004) analiza el objetivo de reproducción social como fundamental para la creación del discurso de género, pues en el proceso de acumulación originaria del capital, el Estado necesitaba disciplinar a las mujeres para asegurarse de que cumplan su papel reproductor, y además, completar el círculo con la devaluación de su trabajo; en este sentido, el género “se crea” para asegurar la supervivencia y hegemonía de clase, desprendiendo el Estado, con este fin, su aparato institucional cristalizado en la creación de normativas legales como la prohibición de que una mujer viva sola o que realice actividades económicas por su cuenta . Se generó, por otra parte, un amplio debate tanto en el ámbito culto como en el popular acerca de la naturaleza de las virtudes y los vicios femeninos, presentándose la delicadeza, debilidad, dependencia, irracionalidad, etc. como atributos de la feminidad, así como la realización de las labores domésticas y de cuidado como habilidades inherentes a la misma.

La misma autora, una de las intelectuales que más ha trabajado sobre el rol de las mujeres en el proceso de formación capitalista, remarca que sin la degradación del trabajo femenino, la acumulación originaria habría sido imposible: si el capitalista hubiese tenido que pagar en algún momento por el trabajo reproductivo que le permite contar con mano de obra (entiéndase reproductivo en un sentido amplio, que implica no solamente la reproducción biológica sino el cuidado y trabajo que requiere la conservación del capital humano), la plusvalía sería inviable. Una revisión de las condiciones en que se realiza este tipo de trabajo hoy en día, nos permitiría afirmar que la misma observación está aún vigente.



Bibliografía
CARRASCO, Cristina. La economía feminista: Una apuesta por otra economía. Estudios sobre género y economía, María Jesús Vara (coord.), Ed.
Akal, Madrid, 2006.

DE MIGUEL, Ana.  Feminismos, en Amorós, Celia (dir.).  10 palabras claves sobre mujer, Editorial Verbo Divino, Estella, 4ª ed., 2002.
FEDERICI, Silvia. Caliban and the Witch: Women, the Body and Primitive Accumulation. Autonomedia, 2014.
FOUCAULT, Michel. Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber. Siglo veintiuno editores, 1977.
LAURETIS, Teresa de. Technologies of gender: Essays on theory, film and fiction. Indiana University Press, 1987.

VALCÁRCEL, Amelia.  La memoria colectiva y los retos del feminismo. Serie “Mujer y desarrollo” CEPAL/ECLAC. Santiago de Chile, marzo de 2001.

VARELA, Nuria. Feminismo para principiantes. Ediciones B. Barcelona – España, octubre de 2008.


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(*) Adriana Montenegro Oporto es economista y al presente se halla cursando la carrera de sociología. Es militante feminista y se está especializando en temas de género. La Paz.