09 diciembre 2016

APRENDIENDO CON CORREA. Complejidad económica y falta de discurso.



Carlos Rodrigo Zapata C. (*)

El Presidente Rafael Correa del Ecuador está de despedida, tratando de dar ánimos a sus colegas que si han decidido seguir prorrogándose más allá de lo que las Constituciones y los Referendos lo permiten, y las buenas maneras lo aconsejan. 

Dice que las fuerzas de izquierda o progresistas de América Latina viven hoy “momentos difíciles”, pero “no terribles”, y que los “reveses electorales” experimentados por esas formaciones en los últimos tiempos son “retrocesos temporales”. Lindo sería que así fuera, pues ello significaría que algo está quedando, que hay instituciones, leyes, prácticas, modelos que nos servirán a futuro y que ello mismo podría reducir los retrocesos. Pero poco de todo ello es posible percibir, y mientras más larga y difícil sea la separación del poder de estos regímenes, menor será la cosecha que pueda obtenerse de cara al futuro. 

También dice que se aleja de esos afanes continuistas porque “nadie debe ser imprescindible” y porque “los procesos deben superar a las personas”. Loables palabras que cuestionan a sus colegas continuistas, a los que supuestamente trata de animar.

Curiosamente no menciona ninguna razón, causa o motivo por los que se da ese “retroceso”, que desde ya es calificado de “temporal”, como si en el libreto regional tocara retroceso, siguiendo un calendario implacable del que no podemos huir.
 
No suenan ni quedan bien esos gestos grandilocuentes en un gobernante, menos a la hora de su partida. La razón de ello es que consuela falsamente a sus colegas, no da razones de la debacle que ya viven los gobiernos del “socialismo del siglo XXI” y sus argumentos de retirada no condicen con el perfil de líder que pretendía ser (aparecía hasta como sucesor de Chávez), sino con los de un funcionario de un estado burgués al que le toca irse a casa luego de cumplir su mandato, muy al estilo de un Obama.

O sea, su retirada rezuma y traspira a huida antes que a respeto al orden constitucional. Por cierto la pregunta es, ¿por qué? Podríamos decir, porque tiene el derecho, porque le da la gana, porque no le da el forro, porque no tiene más discurso. Pero decir eso del campeón de la verborrea ya casi puede parecer una irreverencia o una herejía. Pero es una posible explicación de esta huida. Y de todas, es la que me parece que más aporta a explicar esta salida intempestiva. Es el tema de la economía, para no dar más vueltas.

Correa ha comprendido que en la región ha sido posible una oleada de gobiernos de “izquierda” gracias al extractivismo, a los altísimos precios de las materias primas, al ímpetu chino que revolucionó los mercados de las materias primas, pero también gracias a las secantes políticas neoliberales que preexistieron en la región y condujeron a acrecentar el hambre y la miseria. Pero también ha entendido que ese verano ya pasó y que ahora la región vuelve a confrontarse con ella misma, con sus viejas estructuras, con sus viejísimos problemas, solo que ahora ya no hay plata, pues el cuerno de la abundancia se secó. Y como si se tratara de un maleficio matemático, a medida que se acabó la plata, fueron saliendo de funciones los famosos gobiernos de “izquierda”, pese a que aún hay por ahí más de un reticente que quiere seguir bailando cuando la fiesta ya terminó.


Pero sigamos con el amigo Correa, que dicho sea de paso, considero que es el más talentoso de los presidentes de esta oleada neoprogresista que se expandió por buena parte de la región, pero que pese a sus capacidades nos está pintando de cuerpo entero una realidad insoslayable e inobjetable en nuestra región: no tenemos norte, no sabemos a dónde ir, no hay un discurso de izquierda consolidado, no sabemos lo que es derrotar el estancamiento, la miseria, el atraso, la dependencia, el subdesarrollo, porque estos siguen siendo poderosos descriptores de la triste y penosa realidad latinoamericana, les guste o no a todos los especialistas en cantos de sirena. Con ello quiero decir: si Correa huye, no lo hace porque sea un inútil, que si los hay en la región y muy problemáticos, sino porque se le acabó el discurso, porque ya no encuentra de qué asirse, porque ya no puede oírse más de tanto repetirse.

Pero sigamos un trecho más. Correa es el primero en huir porque junto al fin de esta lluvia de maná que atizó las imaginaciones más afiebradas -de redención ciudadana y de enriquecimiento inaudito- le ha tocado un Ecuador condenado a ser eficiente, ordenado, innovador, estable, próspero, etc., todo debido a que tiene su economía completamente dolarizada, al punto que la moneda de circulación oficial en su país es el dólar norteamericano, el símbolo mismo del imperialismo. 

¿Cuál es el problema? Que no tiene juego de cintura, que no tiene medios e instrumentos suficientes para capear temporales, contar con un aparato que le permita reaccionar con cierta independencia y autonomía en caso de crisis, simplemente porque perdió la soberanía monetaria, la madre tradicional de todas las medidas de ajuste en nuestras economías, lo que no le permite casi ningún margen de reacción.  Basta pensar en todos  los ajustes de cinturón que ya no son posibles en Ecuador, llámense, devaluación, inflación, emisión inorgánica, etc., en suma, en todas las formas propias de la competitividad espuria basadas en la reducción del ingreso real que tradicionalmente se usan en la región para enfrentar las crisis y que ahora no es posible emplear en el Ecuador. Esta es una buena noticia, si la vemos desde el punto de vista de impedir el empleo de estas medidas empobrecedoras en toda circunstancia, y es mala si la vemos desde el punto de vista de limitar los recursos para poder enfrentar crisis pasajeras. 

Esta es la misma situación que tienen los países europeos pertenecientes a la zona del euro: o son eficientes o austericidio, lo que significa recortes, desempleo, reducción o suspensión de servicios sociales, recortes en el estado de bienestar y un largo etc. El drama de Grecia solo anticipa la suerte de Ecuador, si es que no se produce una verdadera revolución tanto en lo social como  en lo económico, al punto que deberán resolver en una o máximo en dos generaciones lo que probablemente logren hacer otras economías latinoamericanas en muchas más generaciones. La dimensión del desafío es inmensa.

En el caso de la Eurozona, los países están burlando la restricción monetaria (la pérdida de soberanía monetaria) mediante el endeudamiento, que en los principales países (Alemania, Francia, Italia, España) ya sobrepasa el billón de dólares (el millón de millones), a la vez que están burlando el endeudamiento con los billones que está gastando el Banco Central Europeo con su política de “facilitación cuantitativa” (QE, por su sigla en inglés) que permite recomprar la deuda de los países y de este modo permitir que el juegue continúe aunque nadie pague su deuda. Un mecanismo semejante no existe en Ecuador, excepto que miren sus ingresos rentísticos (principalmente derivados de la exportación de hidrocarburos) como su fondo de reserva a ser empleado exclusivamente en inversión y gastos sociales básicos. Pero todo ello exige ya hoy el nuevo hombre latinoamericano, aún no visto en ninguna parte plenamente….

En suma, ya era tiempo de retirarse, pues el desafío es simplemente imposible de asumir, mucho menos si no tenemos un discurso de cambio real y verdadero y ya se dilapidaron los recursos que nos trajo la lluvia de maná.

Aún hay un tema o asunto que es menester comentar, aunque sea brevemente. Es el tema de los gobiernos de “izquierda”. ¿Quién en su sano juicio podría despreciar o rechazar a gobiernos de izquierda (esta vez, sin comillas) en un mundo plagado de injusticias, discriminaciones y atropellos, repleto de desigualdades y de pobreza? Creo que nadie, siempre y cuando podamos decir de modo claro, categórico y fehaciente que izquierda es sinónimo de luchar contra esos flagelos. El problema mayor surge al elegir los medios y los modos de hacerlo, pues en la región se han empleado medios tan ajenos a la suerte de la gente en su día a día que no era posible  percibir la diferencia respecto de otros gobiernos del pasado. 

¿Por qué sucede eso? Porque no tenemos discurso, porque solemos prendernos de discursos tan vetustos  y oxidados como el usado por Stalin y la electrificación del agro y la industrialización forzosa (aunque con algunas variantes) u otros que declaran que no se puede combatir la pobreza sin afectar un poco el medio ambiente o que está bien que los niños trabajen o que traten a los discapacitados como seres no existentes, etc. o que pretendan destinar verdaderas fortunas en proyectos puntuales de muy dudosos beneficios, existiendo tantas y tantas necesidades y tantas formas de sentar bases para diversificar la matriz productiva, substituir formas indignas e indignantes de ganarse el sustento diario por empleo digno, habilitando a la gente a construir su futuro como fruto de su trabajo y dedicación, y no como producto del modo obsecuente en que se someten a los designios del poder o tienen que dedicarse a actividades reñidas con las leyes y la sostenibilidad. ¿Qué significa ello? Que se eligen vías ajenas y extrañas a la suerte de la gente, vías que muchas veces no conducen más que a callejones sin salida, grandes quiebras y frustraciones, pues todos los huevos se pusieron en una sola canasta que se creía infalible, indispensable, incuestionable.

¿Cuál es el resultado de ese modo nefasto y arbitrario, y a la vez supuestamente iluminado de proceder? Que ni se alcanza meta o resultado alguno que pueda ser reconocible por todos y perdurable para mejorar las oportunidades de la gente, pero tampoco es posible asociar la idea de izquierda con el respeto a la suerte de la gente. Por este camino no es posible arreglar ninguna carga.

En conclusión, el amigo Correa se va porque no tiene discurso y en el periodo que le tocó, tampoco logró articularlo. Tampoco tiene plata (o la que tenía, la dilapidó) y encima su país está preso de la dolarización. Además no tiene detrás de él una Eurozona que le obliga ser próspero o a ejercer la austeridad, pero si no le alcanza, le facilite medios para que siga intentándolo. 

Por todo lo dicho, es muy lamentable que el amigo Correa se marche, porque muestra que aún no hemos logrado identificar los nortes ni hilvanar el discurso o definir las rutas que debemos recorrer y emplear para superar nuestro inmenso atraso en la región. 

Ojalá la experiencia de un Correa que parece ser el que más la luchó para hacer de su gestión algo memorable, pueda servirnos para reflexionar muy profundamente en la suerte y el destino de nuestra patria grande.


(*) Economista, planificador regional y analista politico.