Carlos Rodrigo Zapata (*)
En tiempos en los que más se siente
el fracaso del Estado, suele ofrecerse el mercado como solución milagrosa, como
si fuera una suerte de antídoto automático.
Con ello se trata de encubrir frecuentemente que el mercado tiene tantas fallas como un Estado mal entendido y peor llevado que no entiende sus deberes ni reconoce sus potencialidades.
Los desastres que han surgido en
el mundo son con gran certeza una combinación de lo peor de ambos esquemas. Lo
mejor de ambos parece emerger cuando ninguno tiene la supremacía, pero se
complementan y facilitan, sin anularse y sin pretender hegemonizar la marcha de
los asuntos de la sociedad.
En una entrevista realizada a
Thomas Piketty, el autor de “El Capital en el Siglo XXI”, le preguntaron sobre la
situación internacional predominante y qué propone a nivel mundial. Su respuesta
fue concluyente:
"Es necesario regular el
capitalismo. Necesitamos instituciones democráticas fuertes para regular la
deriva de desigualdades, para controlar la potencia de los mercados, del
capital, al servicio del interés general. Es un error creer que a eso se llega
de forma natural. Hay una especie de fe en la autorregulación de los mercados
que es excesiva. En 1914, durante la primera mundialización, hubo una
sacralización del libre mercado y la propiedad privada que creó fuertes
desigualdades, tensiones sociales, aumento del nacionalismo y, de alguna
manera, contribuyó al estallido de la I Guerra Mundial".
En efecto, la idea que todas las
decisiones se pueden dejar a disposición de las libres fuerzas del mercado ha
conducido a los mayores excesos en el siglo XX, a tan grandes excesos como a
los que han conducido los Estados tiránicos y dictatoriales o aquellos que usan
unos remedos de democracia con el único fin de mantener en el poder a pequeños
grupos de interés.
El mismo Piketty, famoso por sus
principales libros, incluida su "Breve Historia de la Igualdad", está
convencido que es indispensable regular el capitalismo, ya que su alma está
centrada en obtener beneficios a cualquier precio. Así como la vida es el mundo
de los humanos, el lucro sin medida es el mundo del capitalismo, y no podemos
permitir que avasalle nuestro mundo por satisfacer el suyo, como también ocurre
en Bolivia con los extractivismos desquiciados.
Ese pecado mortal está pagando
hoy en día la humanidad, especialmente desde el fin de la segunda guerra
mundial y con mayor énfasis todavía desde la caída de la cortina de hierro
(1989 -1990), desde que se les dio nuevamente rienda suelta a las libres y antojadizas
fuerzas del mercado. La debacle climática y ecológica y la desigualdad
económica y social se hallan en el corazón de ese pecado.
Es indispensable identificar el
conjunto de tareas que mejor puede cumplir y desempeñar el Estado de modo tal
que se abstenga de desorganizar, destruir, paralizar las fuerzas productivas nacionales
y locales. Ello significa que es crucial asignarle una misión fundamental que
le permita desplegar lo mejor de sí en beneficio de la colectividad, sin ahogar
el mercado, pero tampoco dejándolo tan libre como para que destruya los
fundamentos de la vida.
La pregunta es, y ¿cuál es la
misión que debe seguir el Estado? En un mundo en que una pequeña fracción de la
sociedad acapara la casi totalidad de la riqueza y los recursos y además no
tiene la capacidad de generar todos los puestos de trabajo que requiere la sociedad
ni gestionar los recursos de modo sostenible, los pobres y la gran mayoría de
la sociedad que no es propietaria de los medios de producción tiene que
ingeniárselas y rebuscarse la vida para subsistir dignamente. Eso es lo que
hace la gente en el sector informal: inventarse a diario cómo va a subsistir,
cómo le va a hacer para rebuscarse la vida, lo que logra con un inmenso costo
social y ambiental que en buena parte se traslada al futuro, y en la gran
mayoría de los casos con grados de pobreza y miseria muy penosos.
Sin el apoyo del Estado ni siquiera
eso sería posible. Hasta el presente el Estado, muy particularmente en Bolivia,
ha apoyado al sector informal en interés propio, recurriendo principalmente a
la omisión activa. La omisión activa significa que el Estado muchas veces
simplemente cierra los ojos y deja que sucedan u ocurran muchas cosas. Por
ejemplo, el contrabando, el narcotráfico o la explotación ilegal y depredatoria
de oro no sucederían si el Estado no cerrara los ojos intencionalmente ante
todo ello. El hecho es que lo hace, aunque pretende dar la apariencia de luchar
contra esos flagelos destructores de nuestros recursos e institucionalidades, pues siempre se limita a actuaciones marginales. El Estado actúa de este modo como
medio o instrumento para lograr el apoyo político de los diversos actores a los
que ayuda, a fin de que una pequeña minoría se perpetúe en el poder. Esta forma
de actuación del Estado no ayuda a construir instituciones serias y duraderas, a
hacer prevalecer la ley, a lograr que las autoridades sean respetadas. Esta es
una manera de ayudar a la gente momentáneamente, pero su ayuda es de naturaleza
destructiva de las bases y condiciones que requiere la sociedad para prevalecer
a mediano y largo plazo. Lo único que logra de este modo es acrecentar los problemas
estructurales, perpetuando las estructuras del rezago y la depredación.
¿Hay alguna otra misión que es
posible imaginar para el Estado que no sea fomentar la desinstitucionalización,
ni obstruir la iniciativa individual, ni alentar el clientelismo y las
prebendas como sucede hoy en día, ni actuar de modo destructivo y acaparador y,
además, sea capaz de ayudar constructivamente a la gente a realizar sus proyectos
de vida? Si, si lo hay.
Es el Estado centrado en la
ejecución de misiones de gran alcance y proyección. Esta vertiente ha sido
particularmente impulsada por la economista Mariana Mazzucato, de origen
italo-norteamericano. Ella está convencida que el Estado tiene los medios para
encarar misiones de gran alcance y que las empresas privadas en muchos casos
sólo se ocupan de aprovechar y explotar las innovaciones tecnológicas que ha
desarrollado el Estado mediante sus proyectos y empresas. Este enfoque de las
misiones económicas impulsadas por el Estado supone y exige un Estado realmente
fuerte, con múltiples capacidades, consciente de la misión que le corresponde
desempeñar, situación que desgraciadamente estamos lejos de satisfacer.
¿Hay otra manera de imaginar un Estado
capaz de encarar misiones de gran alcance y proyección en los marcos de las grandes
limitaciones en que vivimos? Si, también ello es posible e imaginable. Estamos hablando
de un Estado que no aliente la depredación ni la desinstitucionalización, ni
recurra en sus actuaciones al prebendalismo y el clientelismo, y tampoco
destruya las bases del futuro por lograr éxitos a cualquier precio en el corto
plazo y que, además, no obstruya ni bloquee la iniciativa productiva y creativa
empresarial de los bolivianos, sino más bien la fomente.
En pocas palabras estamos
hablando de un Estado capaz de centrarse en la misión primigenia que siempre
tuvo desde sus orígenes y es la de FACILITAR LA PROVISIÓN DE BIENES Y SERVICIOS
PÚBLICOS Y COLECTIVOS (BPs).
¿Qué son los BPs? Son todas
aquellas infraestructuras, facilidades y servicios que son indispensables para
hacer posible el desarrollo económico gracias a la más amplia y decidida
participación de toda la sociedad. Los BPs son el instrumento que permite
complementar los escasos recursos que dispone la gente o que puede agenciarse
mediante familiares, amigos y entidades financieras para la realización de sus proyectos
y emprendimientos, de modo tal que les permitan emplear todos sus recursos.
Imaginemos por un momento un
Estado plenamente centrado en esta misión. Sería un Estado que ayuda y colabora
a que los diversos sectores económicos, regiones, municipios e incluso instituciones
a que accedan a los BPs que requieren para superar las respectivas restricciones
u obstáculos que les impiden avanzar para hacer realidad sus proyectos. El Estado
en algunos casos, especialmente cuando se trata de bienes y servicios públicos,
debe proveerlos, centrando buena parte de sus esfuerzos y recursos en esa
misión. Pero en muchos otros debe facilitar la provisión de bienes y servicios
colectivos, hacer posible que pequeños grupos de emprendedores puedan acceder a
los medios complementarios que les permitan prosperar, incrementar sus
rendimientos, mejorar las calidades de sus productos o incursionar en nuevas
áreas. En estos casos el Estado debe complementar los esfuerzos de los
emprendedores, ya que el producto de su esfuerzo y trabajo repercutirá especialmente
en beneficio de cada grupo.
Un Estado centrado en esta misión
requiere un funcionariado plenamente imbuido de las tareas que debe cumplir.
Los servidores públicos deberán especializarse en todo lo relacionado con la
temática de los BPs. No sólo en ello, sino en comprender dónde y cuándo son imprescindibles
para hacer posible el pleno empleo de todos los recursos de modo sostenible en
toda circunstancia, deberán especializarse en comprender los requerimientos de
los diversos sectores y ramas de la producción, entendiendo claramente los
ámbitos o marcos socio-geográficos en que se encuentran los emprendedores. Deberán
especializarse en las matrices productivas de las regiones y municipios a fin
de convertirse en interlocutores válidos capaces de entender las necesidades, oportunidades
y potencialidades de todo ámbito. Deberán especializarse en los procesos requeridos
para hacer posible la cooperación en cada caso para facilitar los bienes y
servicios colectivos que deberán ser financiados en parte por los mismos
interesados y en parte por el Estado, sea por la vía municipal, departamental o
central. De este modo el funcionario no sólo se convertirá en un servidor
público, sino en un responsable directo del proceso de desarrollo nacional y
local. Su misión ya no será la de bloquear y trancar, creyendo que un sello le
da poder omnímodo para tiranizar al público, sino la de facilitar todo proceso, ya que su
propio futuro y reconocimiento estará íntimamente vinculado a su aporte y
creatividad.
Necesitamos del Estado, pero no
del ogro despiadado y destructivo que tenemos actualmente, capturado por la corrupción,
el clientelismo, el chantaje, la mala atención, el desgano y el desaliento.
Necesitamos un Estado que respete al ciudadano que se halle profundamente
convencido de su misión, que no busque asumir tareas y funciones que orgánica y
estructuralmente no le competen ni puede hacerlas bien.
En suma, necesitamos un Estado
que defienda y proteja al ciudadano, muchas veces hasta de sí mismo, de sus
impulsos algunas veces irresponsables y depredatorios, razón por la que caen en
comportamientos cuestionables y condenables por no tener las vías y los medios adecuados
para resolver sus necesidades y urgencias de modo no sólo más efectivo y
eficiente, sino civilizado, esto es, haciendo lo posible y lo imposible por
construir instituciones respetables, dignas, capaces de facilitarnos la vida y
no de trabarla.
La misión vital que tiene la sociedad
boliviana es construir cuidadosa y meticulosamente esta misión del Estado,
centrada en facilitar BPs, evitando caer en posturas ideológicas extremas que buscan
implementar el absolutismo de mercado o destruir el capitalismo mañana al
amanecer. Ni son posibles ni admisibles. Sustituir el capitalismo tomará
tiempo, pues hay que construir lo que debe venir en su lugar. Impedir el
libertinaje de las fuerzas de mercado es una cuestión de sentido común, mucho
más cuando vemos los daños posiblemente ya irreparables que ha causado.
El futuro es posible, pero hay
que construirlo desde el presente. Ello exige que seamos ser celosos vigías del
futuro.
___________________
(*) Economista, Especialista en
Planificación Territorial, Diplomado en Sistemas de Información Geográfica,
Percepción Remota y Sistemas de Posicionamiento Global, doctorante en economía,
Catedrático de Desarrollo del Capitalismo. Analista político, social y
ambiental.