12 diciembre 2018

FIN DE LA HISTORIA QUE NOS CONTÁBAMOS



Carlos Rodrigo Zapata C. 



Síntesis

Por lo que se puede apreciar, un fin de época viene acompañado del derrumbe simultáneo de una inmensa gama de vigencias y certezas que considerábamos imperecederas y sacrosantas. La sola idea que esos soportes profundos de nuestras creencias y convicciones ya no tengan la capacidad de soportar la trama de relaciones que se ha extendido y generalizado por el mundo, nos deja sin aliento, como si de pronto hubiéramos perdido hasta el piso bajo los pies. 

Pues, por lo que podemos apreciar, éste es el escenario que mejor describe la idea de fin de la historia, de aquella historia que hasta aquí solíamos contarnos, lo cual por cierto está a años luz del fin de LA historia que pretendía hacernos creer un profesor de Harvard.

Como si se tratara de fichas de dominó, la caída de una derriba a la otra y ésta sepulta a la siguiente y así sucesivamente. Esta caída en serie se ha concentrado primero en cuestionar profundamente las referencias que considerábamos resistentes a todo; luego se ha ocupado de golpear duramente nuestras fes relativamente bien instaladas en nuestra psique, para finalmente dedicarse a destruir las columnas vertebrales mismas de todo nuestro sistema de creencias. 

Esto es en pocas palabras lo que viene aconteciendo en el mundo. La crisis del liberalismo está en el mero centro de esta debacle global. Ello se debe a sus múltiples falencias e incapacidades para hacer frente a los problemas y desafíos de nuestro tiempo. Luego sigue la institucionalidad global, incapaz de organizar las capacidades planetarias para enfrentar los graves problemas que nos acosan. Estas falencias colosales han permitido a su vez que salga a relucir una de las fallas de construcción más severas que arrastra la humanidad desde hace mucho: las limitaciones y la creciente incapacidad de los Estados-Nación para enfrentar y resolver los problemas globales. Y son justamente dichos problemas que no pueden ser resultos por las partes del sistema, sino sólo por el conjunto de ellas, los que nos han pasado el certificado de caducidad de nuestra época, especialmente el calentamiento global, las nuevas tecnologías, la amenaza nuclear y una gama inmensa de otros problemas que nos muestran que estamos muy lejos de poder enfrentar este cúmulo de problemas con los medios que tenemos a nuestra disposición. 

Como si todo ello no fuera real o tan solo un escenario más de algún video juego, los electores norteamericanos han tenido el atrevimiento de elegir como presidente de su país a un Sr. Trump, el ser más desfasado del planeta, para conducir los destinos de su país y arrastrar a la humanidad a situaciones cada vez más inmanejables e incontrolables. La elección de Trump no es otra cosa que la prueba que estamos perdidos y extraviados en el mundo actual. 

El presente artículo es un intento de tratar de comprender la dimensión del desastre ante el que nos hallamos, sin tener los medios indispensables para hacer frente a los colosales problemas globales que hemos porducido, sabiendo que el tiempo para enfrentar nuestro destino se nos escurre como agua entre los dedos.


Fin de la historia

Cuando uno se ubica a un lado u otro de un determinado espectro, dichas posiciones tienen algún sentido. Pero, ¿qué ocurre cuando dicho espectro se esfuma, desaparece o pierde su "vigencia", como diría Ortega y Gasset? Pues los posicionamientos en relación a dicho espectro pierden su sentido.

La historia que ha llegado a su fin es aquella que nos habían contado ya hace mucho y tratado de convencer de su pertinencia: la idea del liberalismo, que en su forma exacerbada se implantó en la teoría económica y en la idea del libre mercado, y en su forma más ilusoria, en la democracia. No es el fin de la historia que nos contó un profesor de Harvard, en medio de la euforia por el derrumbe de la cortina de hierro, la quiebra de la comunidad de naciones socialistas y la expansión universal del capitalismo.



De pronto nos hemos quedado sin discurso, sin referencia, sin habla… Es como si el encanto, la magia, el poder de esa idea liberal, (auto)ordenadora del mundo, se hubiera resquebrajado en tal grado que ya no puede pretender responder a ningún desafío planetario.

Las fuerzas que han conducido a ese extremo son varias, y todas se han presentado en la conciencia colectiva más o menos simultáneamente. Posiblemente el detonador final haya sido la elección de D. Trump en los EE.UU. 

Identifiquemos las fuerzas más evidentes. 

Lo primero es la emergencia de China en el horizonte global, tarea que ha sido asumida sin atenerse a los cánones liberales, sino más bien, alejándose de ellos, o haciéndoles el quite, centrándose en una conducción vertical negociada internamente con grandes capitalistas, poniendo en evidencia pretensiones imperiales. El hecho es que China ha tenido avances colosales que han mostrado la eficacia de métodos distintos a los que se emplean en el marco liberal. El esquema liberal resulta insignificante para acometer ese tipo de tareas. 

Lo segundo es que las grandes crisis, las grandes cuestiones que acosan al planeta, no se pueden resolver en el plano liberal, sino que más bien tienden a exacerbarse. Basta pensar en la pobreza, reducida significativamente en  los últimos años gracias fundamentalmente a los avances en la China, o en la profunda incapacidad liberal de enfrentar el desastre ambiental que se expresa de modo cada vez más patético en el calentamiento global o en la crisis económica global que ha sido más bien generada y detonada en el corazón mismo de la liberalización del mundo económico. Las respuestas a los grandes desafíos definitivamente no se pueden esperar de las fuerzas del mercado ni de esquemas liberales. Eso es harina de otro costal.

Siguiendo al Prof. Yuval Harari, sin duda uno de los gurús de nuestro tiempo, podríamos agregar varios otros factores como la amenaza nuclear o la que proviene de las tecnologías disruptivas y su incorporación en las armas inteligentes. ¿El liberalismo podrá poner orden en el uso de dichas tecnologías o podrá detener el armamentismo nuclear? Nada indica que ello pueda ser posible.

Si a lo anterior sumamos la gama de problemas que el Estado-Nación se muestra cada vez más incapaz de resolver, podemos decir que la solución encontrada hace ya casi 4 siglos, cuando se acordó la Paz de Westefalia (1648), consistente en reconocer y respetar las soberanías nacionales, hace agua por todos sus costados, pues lo que entonces significó un paso crucial para conquistar la paz, hoy los Estados-Nación no sólo se han convertido en generadores de incontables problemas, sino que además se muestran como entidades incapaces de abordar y enfrentar múltiples problemas y desafíos. 

La cantidad de problemas que no pueden resolver por sí mismos es grande y creciente. Adjunto un recuento efectuado hace ya casi dos décadas atrás sobre las limitaciones a que estaban expuestos los Estados-Nación, situación que no ha hecho más que agravarse en el transcurso del tiempo. 

Si además tenemos el atrevimiento de juntar "liberalismo" con "Estado-Nación", estamos diciendo que la humanidad ha perdido su capacidad de encarar un sinnúmero de problemas, simplemente porque los problemas de hoy estamos intentando enfrentar y resolver con esquemas de ayer y de anteayer. La humanidad está definitivamente desfasada.

Como si todo lo anterior no fuera motivo suficiente de muy honda preocupación, es imprescindible señalar que los problemas fundamentales que acosan a la humanidad son temas de alcance global, por lo que su solución se halla fuera del alcance de los Estados-Nación. Los países están impedidos de resolver por sí mismos estos desafíos, por lo que se requiere soluciones conjuntas globales, para las que el liberalismo tampoco tiene la fuerza de tracción ni la capacidad  para resolver todos estos problemas globales.

El problema es que el énfasis que ha puesto el liberalismo desde la caída del muro de Berlín en el capitalismo y la economía de mercado nos dejó sin discurso alternativo, sin otras opciones, de modo que la caída del liberalismo equivale al fin de todas las orientaciones, de todos los nortes que tenía en mente la especie humana, de todas las historias y cuentos que nos contábamos y que nos ayudaban a ordenarnos y a organizarnos en el mundo. 

Este vacío en el que hemos caído es el más peligroso de cuantos acontecieron en la historia humana, pues nos hallamos no sólo faltos de respuestas de todo tipo sino que además nos hallamos inmensamente confrontados con desafíos que superan ampliamente la institucionalidad prevaleciente, nuestras propias capacidades instaladas y las posibilidades de enfrentarlos de modo relativamente ordenado en los plazos perentorios a los que nos hallamos expuestos.

La elección de Trump en los Estados Unidos de Norteamérica fue sin ninguna duda el clarinazo final que nos obligó de despertar de esta fantasía absurda que asumíamos como expresión de orden o civilización humana. Todos los mecanismos que nos habíamos inventado -leyes, democracia, elecciones, liberalismo, etc.- para organizar nuestras vidas, con más empeño y devoción en unas partes, con menos fe en otras, se convirtieron en el hazmerreír del planeta, pero a la vez en la mejor demostración que los instrumentos de que nos valemos son una verdadera payasada universal. La mejor evidencia de semejante estupidez planetaria es el Sr. Trump retirándose del acuerdo de Paris para enfrentar el cambio climático, con el argumento que no es evidente que el calentamiento global sea obra humana y que además es un cuento inventado para hacer quedar mal a los EEUU o debilitarlos. Si todo ello hubiera ocurrido en un manicomio declarado como tal, quien sabe si podría ser aceptado, pero todo ello está ocurriendo en los principales escenarios del planeta tierra, el hogar de los seres humanos y de muchas otras especies. 

Este fin de la historia, es decir, este fin del relato que dábamos por cierto e irremplazable, nos está llevando a un vació global y colectivo de consecuencias inimaginables. (1) Los postulantes a imperios proliferan, las tendencias a hacer lo que le da la gana a cada aspirante a potencia se multiplican, la violación cada vez más flagrante y sañuda de los marcos civilizatorios globales todavía vigentes se hace cada día más evidente, el abuso y la explotación de los eslabones débiles del sistema de naciones, acuerdos y convenciones se extiende como reguero de pólvora. Los problemas saltan y se multiplican  en tiempo real y a ojos vista en todo el planeta, pero seguimos usando mecanismos tan vetustos y caducos como los del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, donde 5 potencias tienen derecho a veto que lo usan a su regalada discreción. 

Posiblemente la debilidad congénita del sistema de Naciones Unidas sea justamente el mascarón de proa de esta nave sin rumbo, llena de parafernalia civilizatoria y de instituciones colectivas que no llevan a nada. Pero no es la única evidencia de este deambular sin rumbo. 

Otra muestra reciente de este descalabro colectivo lo estamos viendo en las últimas semanas con la publicación del último informe de la IPCC que nos alienta a producir biocombustibles porque es una forma de combatir el calentamiento global, pese a los múltiples problemas ambientales que ello trae consigo. Ya no se opta por soluciones plenas, menos por soluciones conjuntas o dialogadas, sino por trasladar los problemas del ámbito global a los ámbitos nacionales o locales, o tratar de intercambiar graves y gravísimos problemas por otros algo menores, como formas de salida caótica y desesperada ante semejante crisis y desbande universal.

Sin duda alguna que las orientaciones que ofrecían la izquierda y la derecha han quedado desfasadas, desarraigadas, huérfanas de toda brújula, como marineros en medio de un océano tormentoso sin estrellas. Que a dicha orfandad se haya sumado esta súbita pérdida colectiva de creencia en sus posibles bondades o beneficios, no hace más que refrendar un proceso de desencantamiento generalizado, cada vez más angustioso.

¿Qué hacer, cómo hacer, de qué valernos para no perder todas la bridas de esta manada desbocada? El problema es que nuestro tiempo de reacción se ha reducido a un extremo intolerable, pues nos hallamos ya a poca distancia del abismo colectivo.

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 (1). Yuval Noah Harari. ¿Por qué los humanos gobiernan la Tierra. TEDGlobal London
https://www.ted.com/talks/yuval_noah_harari_what_explains_the_rise_of_humans?language=es