Carlos Rodrigo Zapata C. (*)
Las informaciones que circulan desde hace semanas
apuntan a un crecimiento absolutamente desmesurado de los precios de las materias primas en los mercados internacionales, especialmente de loshidrocarburos.
Las principales razones se centran en un
pronunciado rezago en las tareas de exploración que habría llevado a una caída
histórica en las reservs probadas a las que pueden echar mano las empresas petroleras.
La consecuencia de ello sería inevitablemente el crecimiento acelerado de los
precios de los hidrocarburos, hablándose ya de un precio del barril de petróleo
de 150 dólares, superior al máximo histórico alcanzado el 2008 durante el
pasado súper ciclo de los precios de la materias primas.
La pregunta es: ¿a qué se debe que los grandes
consorcios petroleros no se hayan ocupado de la exploración? Todo indica que
las razones se centran en varios factores:
1) Pesimismo en relación al futuro inmediato en
lo referente a la demanda de petróleo debido a un ritmo de crecimiento moderado
a lento.
2) La masiva irrupción del fracking que ha
mostrado una capacidad de respuesta muy dinámica cuando sus costos directos de
producción (en torno a los 65 dólares por barril) son superados por el precio
de mercado.
3) El crecimiento de las energías limpias y la
caída pronunciada de sus precios, situación que habría generado algunos
desincentivos para seguir invirtiendo en exploración petrolera en los mismos
niveles del pasado.
4) La preferencia por premiar a los accionistas
de las empresas petroleras con altos retornos, con tal de evitar la caída en el
valor de las acciones y dar la impresión de debilidad prematura del sector, lo
que podría ocasionar una menor disponibilidad futura de recursos para
inversión.
A estos factores aún habría que sumar otros más
complejos que también contribuirían a generar un nuevo súper ciclo de los precios de las materias primas que puede ocasionar graves distorsiones en las
relaciones económicas internacionales.
Entre dichos otros factores es oportuno destacar
el tema del 'carbon budget', es decir, la cantidad de CO2 que la atmósfera todavía
podría soportar sin producir incrementos de temperatura que puedan resultar
devastadores para la población planetaria, por ejemplo, superiores a 2 grados
centígrados.
En este marco se sostiene ya desde hace años que
para evitar esos incrementos de temperatura es indispensable reducir la emisión
de CO2 o evitar incrementos adicionales, y que ello debería llegar al extremo
de dejar bajo tierra una buena proporción de las reservas ya probadas de
hidrocarburos (eso que intentó Correa a media fuerza con el yacimiento Yasuní
en Ecuador), además de abstenerse de nuevas exploraciones y descubrimientos de
yacimientos (eso que se propone hacer Bolivia, nada menos que en áreas protegidas!),
ya que ello incentivaría a seguir por la senda de la economía hipercarbonizada,
lo que podría a su vez desincentivar los esfuerzos para desarrollar las
energías limpias. Da la impresión que se tenía la certeza que la transición de
la era de los hidrocarburos a la de las energías limpias sería más acelerada de
lo que en los hechos se está dando. Y ese rezago también podría estar en la
base de este nuevo súper ciclo.
La peor noticia en este contexto es que la
explotación de los yacimientos de esquisto ya representa una violación del
pedido clamoroso de abstenerse de desarrollar nuevos yacimientos. Los niveles
increíbles de explotación alcanzados en EEUU mediante el fracking (más de
120.000 pozos en 4 años, entre 2008 y 2012) permitieron a ese país solucionar
ampliamente las consecuencias de la crisis del 2008 y convertirlo en exportador
de hidrocarburos, al haber logrado su autoabastecimiento interno en este
producto. Semejante impulso ocasionó que el precio de los hidrocarburos caiga
significativamente hacia 2013, tanto que buena parte de las empresas dedicadas
al fracking tuvieron que salir del mercado. Dado el escenario que se está
configurando, podemos también prever que el fracking prepara su retorno, esta
vez a escala planetaria.
La pregunta del trillón es clara: ¿podrá el
fracking impedir ese crecimiento generalizado de los precios del petróleo y las
materias primas, o acomodará su ritmo de producción y de incursión en la
economía a los ritmos de incremento de los precios internacionales?
De cualquier forma, se podría decir que nos
hallamos entre Escila y Caribdis, los monstros marinos apostados a ambos lados
de un canal, pues tendríamos a la vuelta de la esquina o un nuevo súper ciclo
de los precios de las materias primas (situación que favorece a países
productores de materias primas, pero alienta el extractivismo y destruye sus
sistemas de gobernanza democráticos, como vamos viendo en gran parte de América
Latina) o el fracking con todas sus secuelas sobre degradación, polución
ambiental y calentamiento global, o ambos monstros al mismo tiempo.
La lección más importante que se debe extraer ya
ahora, es que no puede simplemente exigirse una reducción del uso de
hidrocarburos sin que se haya previsto su adecuada substitución por energías
limpias. Ello significa que el esfuerzo mundial debe centrarse en el fomento de
las energías limpias y en el diseño de una política de transición de la
economía adicta al carbono a otra basada en energías limpias. Los ODS acordados
por 190 países en París el 2015 constituyen un sendero aún demasiado grueso
como para avanzar sostenible y responsablemente en la tarea de contención del
calentamiento global. Mientras no contemos con un sendero minuciosamente
diseñado para transitar de un mundo al otro, el remedio puede resultar mucho más
peligroso que la enfermedad.
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(*) Economista, especialista en planificación
territorial, catedrático de Desarrollo del Capitalismo.
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