08 febrero 2017

¿DESCOLONIZANDO A LOS DESCOLONIZADORES? UNA HISTORIA SIN FIN


Carlos Rodrigo Zapata Cusicanqui


Una práctica frecuente en casos de guerras culturales es reducir a escombros todo símbolo afín al adversario, como forma de borrar todo recuerdo por las afrentas sufridas. 

Los recientes casos de Irak y Siria nos han dado una muestra de los extremos destructivos a los que se puede llegar, cuando con saña, alevosía y profundo desconocimiento de su significado para la historia de la cultura humana, los seguidores del Estado Islámico se dieron a la tarea de destruir a mansalva cuanto edificio histórico, monumento o reliquia encontraban a su paso.

Por lo que se puede apreciar, no se ve que esta sea la forma adecuada de hacerse cargo del futuro liquidando hasta las piedras que recuerden el pasado oprobioso, una forma posiblemente demasiado hormonal y hasta infantil de hacerse cargo del porvenir. 

También en nuestro país surgen críticas contra quienes pretenden, por ejemplo, preservar el patrimonio arquitectónico ("mantener los edificios coloniales en el centro de la ciudad de La Paz"), pues son vistos como “colonialistas” o como venidos de la “genealogía histórica de Pizarro y Almagro”, como recién se expresaba un columnista. [Pablo Mamani Ramírez. En Bolivia no gobiernan los indios - ver link al final] 

Vistas así las cosas, particularmente la Villa Imperial de Potosí y la Culta Charcas debían ya haber sido reducidas a escombros por ser la expresión más viva del avasallamiento colonialista en nuestro terruño. Otra manifestación reciente en esta dirección, aunque no menos destructiva, es la de empezar a criticar los himnos de algunos departamentos, como si ello significara cambiar en su esencia las bases de formas colonialistas que aún perviven en nuestro medio. 

Da la impresión que la cuestión del colonialismo/descolonización es un asunto que aún está lejos de resolverse, y que en muchos casos no parece diferenciarse de las prácticas y argumentos que usaba la Inquisición para combatir la herejía. En qué consiste realmente el colonialismo, en qué temas debe aplicarse la descolonización, cómo se hace eso, por qué razones, son algunos de los temas que no terminan de precisarse, como si lo importante fuera tener a mano un arma arrojadiza que se puede usar a discreción el rato que se nos antoja, sin tener que entrar en mayores explicaciones y precisiones de por qué nos parece oportuno mantenerla y conservarla en calidad de arma y no de instrumento, guía, forma de facilitar el encuentro, el diálogo, la convivencia pacífica.

Menos mal que los vecinos de Potosí y Sucre optaron por preservar cuanto fue posible el patrimonio arquitectónico de esas urbes, pese a que fueron construidas con la sangre, sudor y lágrimas de la población indígena en condiciones de esclavitud, pues todo ello representa un tramo de la historia que no hay porqué ignorar, desechar o enterrar, pues nada de ello permitirá hacer desaparecer las afrentas sufridas. 

El futuro no se puede construir ignorando el pasado, pero tampoco tratando de retrotraer todo lo acontecido a un punto en el pasado sin pena ni dolor, pues al final de cuentas también muchos de nuestros saberes, prácticas y estilos de vida nos llegaron por esa vía, la que en su momento impuso el cruel invasor. 

Superar el pasado no es hacer desaparecer todo vestigio del mismo, tampoco es desconocerlo. Es negarlo dialécticamente, lo que implica negarlo doblemente: una vez, para cuestionar ese pasado y una segunda, partiendo de ese rechazo claro y llano, construir la respuesta, la solución que debe reemplazar las viejas prácticas por otras nuevas y superiores que expresen y reflejen adecuadamente nuestro propio modo de ser, sentir, pensar y actuar. 





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