Carlos
Rodrigo Zapata C.
Luis H. Antezana J.,
nuestro muy apreciado Cachín, en un ensayo luminoso sobre los procesos
ideológicos en Bolivia, concluyó en 1979 que no podía haber ningún partido
político en Bolivia que pueda cautivar a las masas si es que no tocaba los
extremos del espectro político ideológico boliviano entonces vigente, dados por
un ideologuema enigmático que él llamó ‘NR’, es decir, ‘Nacionalismo
Revolucionario’. No cabe duda que dichos ejes impregnaron la conciencia
colectiva nacional de tal modo que en Bolivia era muy difícil, hasta hace muy
poco, perfilar colectividades políticas que no se adscriban a dichos marcos
referenciales.
Da la impresión que en los
últimos años el tema de la nación ha ido perdiendo fuerza, como si la cuestión
nacional ya no pudiera mantenerse en el primer orden de las prioridades, aunque
no tanto porque a los bolivianos ya no les interesen asuntos como el de la
unidad nacional o la construcción de la nación, sino porque consideran que ello
mismo pasa por otros procesos, otros factores que el país requiere apropiarse
con fuerza y convicción. Por ello, si alguno de los componentes del ‘NR’ ha
perdido brillantez y capacidad de tracción es ‘N’, simplemente porque hasta el
presente no se vislumbra un proyecto nacional, una visión de país, una
justificación suficiente como para poner justamente a ‘N’ en la base de una
nueva colectividad política. En cambio ‘R’ ha recobrado nuevo brillo, no sólo
por la quiebra estrepitosa del neoliberalismo y el incumplimiento de todas las
promesas que se hicieron en torno a otros discursos reformistas, sino y
principalmente por todo el proceso de cambio que se viene impulsando en nuestro
país.
Ello significa que nos
hallamos en pleno proceso de transición de un espectro político ideológico a
otro, donde una parte del discurso ideológico va quedando en el camino,
mientras otra goza de nueva vida y energía, como si esta tierra estuviera
especialmente acondicionada para mantener y hacer resurgir a ‘R’ en cada etapa
de nuestra azarosa vida nacional.
Si auscultamos con cuidado
los sístoles y diástoles de nuestra sociedad, podremos darnos cuenta que a más
tardar desde el tiempo de las dictaduras y golpes de Estado en Bolivia, el país
ha empezado a seguir otras pulsaciones, a sacar cara por otros discursos, a
asumir en carne propia la defensa de otras causas que antes no estaban
presentes de esa manera y con esa intensidad en nuestros mapas ideológicos y
doctrinarios. Me estoy refiriendo a la democracia, uno de los grandes discursos
articuladores y constructores de civilidad, capaz de inducir el cambio sin
violencia y de coadyuvar a construir escenarios de convivencia pese a las divergencias.
En Bolivia la lucha por la
democracia fue básicamente la lucha por la recuperación de las libertades y por
la vigencia del estado de derecho, perdidos particularmente en el interregno de
los gobiernos de facto. Desde entonces, la democracia se ha incorporado al
herramental necesario para construir la nación, y para hacer posible la
convivencia de k’aras y t’aras, de opresores y oprimidos,
Dada la diversidad cultural
del país, requerimos encontrar y aplicar ideologuemas de corte más transversal
que los actuales, que puedan ser asumidos por muy diversos sectores sociales y
que adherirse a ellos no signifique renunciar a lo que es caro para uno. ¿Qué
es transversal? Es aquello que sea que nos toque tangencial o profundamente,
constituye un complemento indispensable para nuestro modo de ser, estar y hacer
en el mundo. Veamos un par de ejemplos.
El retorno al
Tahuantinsuyo, como pretenden algunos sectores sociales, es una demanda
legítima para unos y un grave retroceso para otros. Ello significa que ese discurso
no puede ocupar el lugar de “N” porque produce reacciones adversas en una parte
significativa del cuerpo social boliviano. Tampoco podría actuar como discurso
transversal, como algo complementario, pues, o estás con ese tipo de cambio o
no estás con él, pues copa todo el horizonte de expectativas y quehaceres, e
impone modos de ser, estar y hacer que pueden no ser compatibles con tu modo de
pensar. El caso de la “nación camba” o el separatismo, proclamado unas veces a
“sotto voce”, otras más estentóreamente, es anti “N” y anti discurso
transversal, porque implica la negación de la nación y exige un cambio de rumbo
absoluto de muchos de los modos de existencia y convivencia actuales. Aceptar
ese discurso equivale a renunciar a todas las nervaduras que nos atan a nuestra
Patria boliviana.
Es en este contexto que
aparece el discurso democrático con una fuerza aglutinadora inmensa, porque no
nos fuerza a dejar el tacú por el ayllu, ni a teñirnos de blanco ni a hablar
inglés, y más bien nos impele a seguir ocupándonos de lo que nos interesa, pero
también a seguir construyendo la nación, evitando al mismo tiempo absurdas y
vanas confrontaciones. Su carácter transversal, de donde surge su fuerza
innata, se halla justamente en que la democracia es portadora de la libertad y
la igualdad, requisitos indispensables para construir sociedades abiertas,
capaces de convivir en paz, pero por sobre todo sin tener que asumir las
imposiciones ideológicas del adversario político, ni sus quimeras y fantasías
como si fueran propias.
La democracia aparece así
como el gran dirimidor del “empate catastrófico” (A. García Linera), en
particular, porque los cambios profundos que debe encarar el país son posibles
en el marco democrático y respetando el estado de derecho, no porque los
bolivianos seamos capaces de torcer las leyes de la historia, que nos dicen que
los cambios profundos siempre vienen acompañados de violencia, sino porque las
diferencias en nuestro país son tan abismales que la renuncia a parte de los
privilegios de los de “arriba” permitirá dar un giro profundo en la suerte de
los de “abajo”.
En este marco, es posible
advertir la emergencia de un nuevo sistema de partidos políticos en Bolivia que
se halle íntimamente consustanciado con la “D” de Democrático y la “R” de
Revolucionario. Los nuevos partidos políticos que surjan en Bolivia se
adscribirán a estos dos componentes, consolidando de este modo el proceso de
transición histórica en marcha: el paso del ‘NR’ a ‘DR’, conformando partidos
democrático-revolucionarios.
El surgimiento de una nueva
pléyade de partidos políticos en Bolivia, adscritos al cambio y a la
democracia, es una necesidad urgente, no sólo porque un sistema democrático
abierto y veraz es inimaginable sin partidos políticos, sino porque la sociedad
toda puede quedarse atorada, incapaz de canalizar sus demandas de cambio, si no
encuentra las vías que requiera en cada coyuntura histórica para avanzar sin
comprometer su futuro, ni renunciar a él.
(*) El autor es economista,
analista político. El presente artículo fue publicado originalmente en El Diario, el 20 de marzo de 2007.
,