12 diciembre 2020

“¿Hacia el apocalipsis democrático?” Unos comentarios

 

Carlos Rodrigo Zapata C.

No hay duda que los grandes problemas de este mundo se nos están colando por medio de la democracia, un colador que ya no cuela nada, porque cualquier cosa se nos está metiendo por ese medio al corazón de las sociedades.

Este es un tema que me tiene desvelado desde hace mucho, inquieto y angustiado porque siento, veo y percibo que la democracia, esa gran ilusión para organizar las sociedades de acuerdo a la voluntad de las mayorías, hace aguas por doquier, como si se tratara de la carcasa vieja y oxidada de un barco que aún pretende seguir cruzando mares y océanos, pero ya no controla nada.

Me he permitido una licencia: publicar  mis comentarios espontáneos a un artículo que considero muy revelador del estado en que se encuentran nuestras reflexiones sobre la democracia. He leído con mucho interés y atención un artículo de Ana Palacio, ¿Hacia el apocalipsis democrático?, quien fue Ministra de Relaciones Exteriores de España y es una excelente comentarista de asuntos de interés internacional.

Los publico tal como quedaron al final de mi lectura, con resaltados y todo, porque siento que son muchos más elocuentes que intentar convertir todo ello en un comentario más estructurado. Esa “conversación” que intento con el artículo de Palacio muestra no solo la situación de emergencia en que nos hallamos, sino también los aspectos de los que nos aferramos y los fallos que no tomamos en cuenta.

Vengo preparando una reflexión más formal y reflexionada sobre el mismo asunto, en el que las conclusiones de lo observado y visto por años salen a relucir, pero veo que lo esencial de ella ya está en gran parte adelantado en este “diálogo” –para doña Ana, sin derecho a réplica, por supuesto– al que he sometido ese texto.

Sin una democracia que funcione de verdad estamos perdidos en este mundo. Esa es la urgencia de comprender qué pasa con la democracia y por dónde va. No son buenas noticias.

[Todos los textos en negrita en el artículo de Palacio son de mi autoría y todos los resaltados con color gris son mis notas. Incluyo el link de la publicación original. Gracias por su atención.]

 

 

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¿Hacia el apocalipsis democrático?

 

Aug 31, 2020 Ana Palacio

MADRID – En 1947, dos años después de la aniquilación atómica de Hiroshima y Nagasaki, el Boletín de Científicos Atómicos ideó y presentó al mundo el "Reloj del Apocalipsis" para avivar las conciencias sobre la posibilidad cierta de que la proliferación de armas nucleares condujera a la destrucción catastrófica del planeta. Hoy vale la pena que nos preguntemos si habría que crear un reloj semejante que llamará nuestra atención respecto del peligro de colapso que se cierne sobre la democracia liberal. En ese "Reloj del Apocalipsis Democrático", nos acercamos dramáticamente a la medianoche.

Los individuos actúan de manera racional, en su propio interés, y ello redunda tanto en la prosperidad personal como en la colectiva. Esta premisa fundante de democracia liberal, se ve erosionada en su práctica totalidad durante los últimos años. En particular, el estancamiento generalizado del ingreso y el rápido aumento de la desigualdad, especialmente desde la crisis financiera de 2008, difícilmente son resultados que una mayoría de individuos racionales elegirían.

 

[O sea, las cosas suceden porque las elegimos y además democráticamente, Si no las elegimos, y menos democráticamente, entonces ello solo puede deberse a que nos son impuestas, lo que no suena muy democrático, o porque elegimos mal,  lo cual no es muy racional. Eso significa que el paradigma liberal democrático aún debe sortear dos escollos: la imposición y la irracionalidad. Dado que por definición esos comportamientos no son compatibles con democracia, entonces querría decir que simplemente no nos movemos en ambientes democráticos. También podría ser que le estemos pidiendo peras al olmo de la democracia. O aún peor, sabiduría, saber elegir, y que ello sea el comportamiento mayoritario en cada decisión. Eso parece imposible de cumplir o inimaginable que suceda, como un cuento chino, de esos que seguramente abundan en la enciclopedia de Borges, de cuyo nombre no se podía acordar.

Entonces, ¿dónde estamos? En una quimera absurda que sirve para distraer a incautos, haciéndoles creer que vivimos en un orden ordenado y que no tienen por qué preocuparse, que hasta en las mejores familias, soluciones y paradigmas hay excepciones. Cuento chino al cuadrado.

La democracia no puede funcionar simplemente porque son demasiadas voces para demasiadas opciones y los compromisos brillan por su ausencia o por su incapacidad de tender puentes en medio de esos archipiélagos de demandas y expectativas. ¿Por qué los compromisos son cada vez más difíciles de alcanzar y cumplir? Porque las fuerzas que alienta el cadáver insepulto de la democracia tienen un fin: apoderarse del Estado, y ese tema no puede ser objeto de diálogo y consenso.

¿Pero, dónde quedamos si no hay democracia, si no sirve, si no puede cumplir lo que alguna vez prometió en una asamblea griega? Necesitamos una democracia para el siglo XXI y los venideros. No puede tener trazas asambleistitas, no puede depender de electorados caprichosos, veleidosos, cambiantes, desinformados, apáticos e irresponsables. Simplemente la realidad ha superado a todos y que nadie pretenda decir que está informado, y que nadie se queje si los electores no actúan racionalmente.

De este modo volvemos al principio solo que por el deshecho o la chakanchana, es decir, la ruta que todos quisieran usar por ser más corta, pero que todos evitan por ser mucho más escabrosa. Al retornar por esa vía descubrimos simplemente eso: estamos intentando valernos de una institución que hace más de 2 milenios significaba una ayuda para los griegos del ágora, pero ahora se ha convertido en un grave inconveniente, en un estorbo, porque son justamente las fuerzas más retrogradas, regresivas y antidemocráticas las que más la defienden porque saben que explotada hábilmente pueden sacar todo el provecho que se les antoja: pasar como grandes luchadores por la democracia, cuestionar a quienes no son tan entusiastas luchadores y al final se legitima, porque la legitimidad hoy como ayer depende de la cantidad de adeptos, pero también de la vigencia de las instituciones Y mientras no sea enterrada la democracia seguirá teniendo vigencia y sus defensores tenderán a ganar las partidas. Estamos en el punto más peligroso de la historia. Las instituciones caducas que siguen vigentes –eso ya es un pleonasmo, una contradictio in adyecto, peor que un oxímoron– son la avanzadilla o cabeza de puente más útil para los enemigos del orden en las sociedades.  De  modo que mientras este cadáver insepulto siga circulando por el mundo, se estará dando rienda suelta a los enemigos de las sociedades. Este es el fundamento de las aberraciones que ocurren hoy en día. Los populismos son la mejor expresión del modo en que se están aprovechando de instituciones caducas que siguen rigiendo y gobernando, dizque, el orden establecido. Es la mejor forma de dejar todo en manos de los enemigos de la convivencia pacífica, del progreso, de auscultar nuevas vías y salidas, de priorizar el cambio, de enfrentar los graves problemas, etc. En suma, los cadáveres insepultos son la explicación de tantas distorsiones a ojos vista. ]

 

Además, la menguante confianza en las instituciones ha socavado las condiciones necesarias de cualquier decisión informada. Los medios tradicionales, durante mucho tiempo depositarios de la confianza pública como guardianes de la información— han sido cooptados cuando no arrinconados ignorados por las fuentes de contenidos en línea, cuyo modelo de negocios las orienta a atraer lectores aprovechándose de sus creencias e intereses, a menudo mediante la difusión de información falsa o engañosa.

En este contexto, los líderes políticos que intentan actuar como fuerzas moderadoras suelen perder frente a quienes apelan al tribalismo y al catastrofismo.

 

[No, definitivamente no es ese el asunto. Es tan solo un síntoma, pero ¿de qué? De esas instituciones en decadencia como la misma democracia, instrumento con el que antes se gestionaban las decisiones de unos miles de personas y ahora se pretende que las mismas reglas de antaño nos sigan ayudando a gestionar las nuestras actuales sin reparar en el principio de posibilidad que esto pueda ser así. La caducidad de las instituciones en términos reales y objetivos aún no guarda relación con su vigencia formal y legal, hueco por el que se han metido los sectores que más desprecian el orden y la armonía de relaciones de convivencia. No nos damos cuenta porque seguimos machacando en los viejos pruritos de antaño, porque nadie cuestiona la tal democracia y todos insisten en mantenerla. Pero ya no sopla y es ese quiebre, esa falta de sintonía la que está abriendo baches y grietas que están siendo aprovechadas por las corrientes más nefastas que existen en todas las sociedades, que cada vez se multiplican y proliferan, y se espera que hasta esos rebalses de todo orden pueden a ser adecuadamente gestionados por la democracia, en base a racionalidad y creer que un pueblo tiene lo que elige. Estamos en el siglo 21 y no en el ágora griego.]

Todo esto ha promovido un egoísmo estrecho, de cortas miras—en términos generales contraproducente—que torna casi imposibles los compromisos necesarios para crear coaliciones amplias.

El resultado no es sino una polarización política cada vez más profunda, la pérdida de la confianza en el Estado de Derecho y una decadencia institucional generalizada. La crisis de la COVID-19 ha acelerado estas tendencias. Esto es, la pandemia está teniendo consecuencias devastadoras para la ya menguada y vapuleada reputación de las democracias liberales como bastiones de relativa prosperidad, previsibilidad y seguridad.

Los desafíos son bien conocidos. Sin embargo, hasta las discusiones sobre la degradación de la democracia se han polarizado profundamente. En Estados Unidos, tanto republicanos como demócratas dedicaron gran parte de las convenciones para la nominación de sus candidatos presidenciales a sugerir que sus opositores están decididos a destruir la democracia del país.

De hecho, una retórica cuasi apocalíptica vibra en ambas campañas presidenciales y ambos bandos han travestido al lenguaje de la democracia liberal —la libertad y el Estado de Derecho— en arma arrojadiza para retratar a sus oponentes como una amenaza existencial al modo de vida americano. Esto refleja una tendencia más amplia que vincula la defensa de la democracia con los procesos electorales. Y este enfoque se traduce en una ética de suma cero, que simplemente profundiza las brechas existentes que vienen debilitando la democracia.

Las advertencias ominosas—incluso las que se basan en la realidad—nunca serán suficientes para salvar a la democracia liberal; para ello es necesaria una estrategia de largo plazo que restaure los cimientos del sistema: los resultados de un buen gobierno basado en decisiones racionales e informadas.

 

[y dale que dale con el bastón… claramente no es por ahí. Tenemos que cambiar radicalmente la manera de priorizar urgencias y requerimientos así como elegir a quienes se ocuparán de ello. Requerimos un sistema de registro y seguimiento que permita reunir lo más conveniente de ambos. Los sistemas de información, búsqueda, análisis, big data, etc. se han sofisticado tanto que podemos imaginarnos una utopía digital democrática que nos permita seleccionar de modo fino lo que requerimos  estructuralmente en cada época y lugar, así como a los/las mejores para resolver esos problemas o enfrentar los retos que significan. Dejar todo al voto ciudadano parece ya un cuento de otra época, desfasado de nuestras urgencias y necesidades. El ejemplo más rotundo y categórico que mostrará la completa inutilidad de la democracia a la usanza antigua –con elecciones periódicas, voto, ciudadano, partidos, programas, etc.- será Bolivia, donde se seguirán todos los rituales decorativos al pie de la letra, pero producirán el resultado más adverso a los intereses de los ciudadanos, mejor, a los verdaderos intereses de los ciudadanos.]

 

La educación y la movilización son fundamentales para esa estrategia. Los eventos recientes—desde una amplia disposición para seguir las pautas de salud pública hasta las protestas generalizadas contra el racismo sistémico—sugieren un fermento de toma de conciencia, desazón y voluntad de actuar, pero no habrá cauce constructivo para estas inquietudes mientras no aparezcan líderes políticos que solucionen las fallas sistémicas, comenzando con las que alimentan la desigualdad.

 

[Todo eso suena a pátina vieja que el tiempo pasado ya depositó a raudales. El lenguaje delata la antigüedad de estos razonamientos, los hechos delatan su inoperancia. Jamás habrá líderes que solucionen fallas sistémicas. Eso se soluciona porque hay una acumulación tan feroz de demandas y exigencias que cualquiera que las tome en cuenta podrá resolverlas. Pero, imaginarlas, pergeñarlas, eso no es tarea para ningún titán que además no existen.

 

La clave del éxito—y de la capacidad de recuperación democrática—es promover una mayor conexión entre el gobierno y la sociedad. Eso, a su vez, requiere el entendimiento del concepto de ciudadanía.

Como señaló Giuseppe Mazzini, en su reflexión de construcción del estado italiano en el siglo XIX, la única vía para que la democracia liberal arraigue y florezca es encauzarla en deberes, no solo en derechos. Los ciudadanos deben estar conectados entre sí por una causa mayor. Para Mazzini, quien ayudó a lograr la unificación y la independencia italianas, esa causa era el derecho de la nación a la autodeterminación. El presidente estadounidense Woodrow Wilson se inspiró en esta visión, cuando -tras el horror de la Primera Guerra Mundial- sentó las bases del orden mundial liberal que nos encuadra.

Hoy este planteamiento ha de trascender el nacionalismo, que de hecho, adolece de desviaciones peligrosas: proliferan los políticos en la actualidad que recurren al nacionalismo étnico para dividir a la población. Lo que precisamos es fomentar el sentimiento y el entendimiento de los vínculos de responsabilidad recíproca. Tal es la base para que una sociedad democrática liberal funcione—por no hablar de que florezca—.

En la práctica, este es un enfoque que precisa esfuerzo cotidiano deliberado. Implica construir una comunidad, compromiso con el servicio y rigor en general. No será fácil y ciertamente no se logrará en una elección, ni siquiera la elección presidencial estadounidense de noviembre; pero esa no es excusa para no intentarlo y sucumbir a las fuerzas centrífugas que nos separan.

Es célebre la afirmación de Winston Churchill: la democracia liberal es la peor forma de gobierno, exceptuadas todas las demás. Sí, tal vez no sea perfecta, pero indudablemente vale la pena salvarla. Y el tiempo apremia.

 

Traducción al español por www.Ant-Translation.com

 

 


Ana Palacio

Writing for PS since 2011
111 Commentaries

Ana Palacio, a former minister of foreign affairs of Spain and former senior vice president and general counsel of the World Bank Group, is a visiting lecturer at Georgetown University.
https://www.project-syndicate.org/commentary/collapse-of-liberal-democracy-citizenship-by-ana-palacio-2020-08/spanish?barrier=accesspaylog