Los hechos seguirán retumbando aún en el infinito
Carlos Rodrigo Zapata C.
Si así fuera, si alguien se alegra y festeja el resultado anunciado, sería el colmo del desconocimiento de lo que sucede en nuestra sociedad. Creo que este resultado, en vista al contexto en que se ha producido, marcará por años nuestros debates y reflexiones, y deberá marcar también nuestras acciones y políticas.
Partiendo del simple hecho que lo acontecido en los 14 años pasados sigue ahí, porque los hechos seguirán retumbando aún en el infinito, sin importar cuántos Lanchipas o sepultureros tengamos contratados, la pregunta clara y simple es: ¿cómo así tuvimos la osadía de pasar por alto una multitud tan grande de agresiones y violaciones a las bases fundamentales de nuestra convivencia pacífica? ¿Hemos enloquecido o todo eso que acabo de llamar las bases fundamentales de nuestra convivencia pacífica no es más que paja o asuntos de secundaria importancia para las mayorías nacionales? ¿Les lavaron la cabeza, los mantuvieron tan en la ignorancia o presas de un aparato tan efectivo de propaganda que les hicieron creer las fantasías más grotescas que podamos imaginar? ¿Cómo se explica este resultado?
Desde mi punto de vista este resultado no se explica a partir de una estructura de valores lógico-racionales o de una escala de valores dónde la ética y la moral tengan marcada relevancia. Hace falta mucha falta de auto respeto como para apoyar una opción que ha dado reiteradas muestras de despreciar todo principio de orden civilizado para nuestra sociedad. ¿Qué ha pasado, a qué se debe semejante resultado? Ya hoy mismo la comunidad internacional respetable tiene que estarse preguntando, qué cuernos pasó en Bolivia. ¿Tan infame es la opción de los partidos de la oposición que han terminado induciendo al electorado a votar por el MAS? Más allá de su mala gestión, estrellarse contra los 11 meses del gobierno de Añez –en medio del acoso masista y la pandemia– no es más que un burdo pretexto para tratar de encubrir 14 años de desastroso pasado.
Antes de intentar dar ninguna respuesta es indispensable mostrar las razones de por qué debemos considerar el resultado anunciado como una catástrofe para nuestra sociedad, como un parteaguas que dividirá todos nuestros futuros entre un antes y un después de este resultado. Los 14 años quedarán como una suerte de depósito y monumento de todas las cosas que ocurrieron y que no tomamos en cuenta, y las generaciones futuras se seguirán preguntando, ¿a qué se debió, cómo ocurrió semejante debacle en nuestras narices?
¿Cuáles son algunas de las razones para esta mezcla de alarma, pena y decepción?
El historial de los 14 años está sembrado de mentiras, embustes y falacias, empezando por la “nacionalización”, siguiendo por el “modelo” económico, continuando con las extraordinarias cifras de “crecimiento” y con los cuentos de superación del atraso y la miseria. No hay ni existe ámbito de la vida de nuestra sociedad que no haya sido objeto de falsedades, violaciones, desprecio. Las organizaciones sociales usadas y destruidas interiormente, la justicia convertida en un monigote mucho peor aún que el que usualmente ha prevalecido o un régimen rindiendo pleitesía a otros regímenes tiránicos que son la expresión más pura del desprecio a la vida, los derechos y el respeto.
Una de las grandes falacias es hablar de crecimiento cuando éste se ha basado en el agotamiento y depredación de los bienes de la naturaleza y en la mayor alza de los precios internacionales de las materias primas que hemos tenido en la historia y todo ello usando una contabilidad arcaica y ajena a todo sentido común que ignora la destrucción del patrimonio natural. Otra es haber ignorado al sector informal, refugio de millones de pobres que en su gran mayoría solo pueden sobrevivir violando leyes, vinculándose a actividades ilegales o delictivas o a prebendas que les llega del poder, que no ha recibido ninguna ayuda ni apoyo real y efectivo para cambiar sus condiciones de vida. Ambos factores pintan de cuerpo entero la suma de patrañas y engaños que han proliferado en el régimen masista.
Todos los discursos emprendidos fueron otro gran engaño. Sea que tenían que ver con la Madre Tierra o los derechos de los pueblos indígenas o las autonomías, todos no fueron más que poses y discursos que condujeron exactamente al contrario de las declaraciones: extractivismo y depredación a ultranza, apoyadas y socapadas por leyes, hipocresía y omisiones de todo tipo; defenestración de las autoridades elegidas por las mismas organizaciones sociales y sustituidas por gente sumisa al poder; un centralismo secante que no le dio reales oportunidades a las autonomías, etc.
A la falacia económica, social, política y ambiental se sumó –bueno, en realidad por ahí empezó esta fábrica de falacias– el delito de origen, la historia que nos contaron de los pobres cocaleros perseguidos que sólo querían ganarse su derecho al sustento, cuando en realidad ya entonces se estaba mezclando aviesamente la hoja sagrada de coca, venerada históricamente por los pueblos andinos por sus múltiples bondades y virtudes, con la hoja destinada a la producción de droga.
Todo lo que vino después fue mantener y perfeccionar –porque ya existía– esa alianza estructural de apoyo a la producción de hoja de coca y a todos los ingredientes indispensable para hacer posible el negocio del narcotráfico, ya que no tiene ningún sentido producir miles de toneladas de hoja coca no apta para la masticación, sin tener asegurada la salida de esa producción. Todos estos compromisos impidieron que el MAS pueda desarrollarse como una fuerza democrática, capaz de entablar diálogos y consensos, porque esa su base es innegociable, por lo que la senda chapareña determinó el horizonte real de alcances y posibilidades que tenía el régimen masista.
Las denuncias de corrupción, sobreprecios, malas prácticas y pésimas decisiones, y el despilfarro de la mayor oportunidad histórica que hemos tenido para sentar bases reales para salir de la miseria histórica, muestran que lo que se tenía en mente era el enriquecimiento ilícito, la acumulación desmedida, el uso del Estado como mera herramienta para todo ello, sin asco ni remilgos de ninguna especie, mostrando que el régimen no representaba a ninguna “reserva moral”, sino que era un alumno aventajado de todas las calamidades que en estas materias siempre han sucedido en nuestra patria. Las organizaciones sociales que quedaron descuartizadas en el camino y rechazaron todo vínculo con el régimen, dieron clara muestra de su porte y estatura moral, aquella que nace de su profundo vínculo con sus ancestros y la Madre Tierra.
Alabar a un líder que ha caído tan bajo como el usurpador que no ha dudado en violar todas las reglas de la convivencia para perpetuarse en el poder –como ser, la constitución en varias ocasiones, el referendo del 21F, su postulación totalmente amañada y secundada por una banda de maleantes– y que además ha hecho gala de una inmensa falta de respeto a niñas, protagonizando uno de los capítulos más vergonzosos de irrespeto en los anales de nuestra historia, bueno, todo ello viene a ser como el cherry y parte de la torta apestosa que nos ha servido el MAS en sus 14 años. El simple recuento de las aberraciones cometidas es muy largo. Habría que hablar de las persecuciones despiadadas relacionadas con el Hotel Las Américas y el Porvenir, los incendios en la Chiquitania, los bloqueos que ocasionaron una matanza de pacientes por falta de oxígeno, etcétera.
Este cuadro sigue siendo incompleto y la verdad es aún mucho más siniestra, pero me imagino que quien tome en cuenta estos elementos podrá comprender que resulta completamente inexplicable que un partido que luego de cometer todo lo señalado y que además haya intentado asegurar su perpetuación en el poder mediante un fraude electoral, pueda ser nuevamente elegido para dirigir los destinos de la patria por otros 5 años con la mayoría absoluta de votos del electorado. Bolivia no es un pueblo que disfruta del castigo y la humillación.
¿A dónde hemos ido a parar, cómo se le ha podido renovar el mandato para conducir los destinos del país a una banda que se ha ocupado de destruir mucho de nuestro tejido legal e institucional y de confianza mutua?
Silencio inexplicable.
¿Será que en nuestra miseria vale todo con tal de recibir un favor, un regalo, una prebenda? ¿O será que nada de lo señalado lo sabíamos a ciencia cierta y que todo eso nos parecía solo una montaña de mentiras para desprestigiar al gran líder y su maravilloso gobierno? ¿Será que desconocemos profundamente nuestro país y que todos los enfoques y teorías que podamos usar para comprenderlo no sirven para nada? Seguro que podrían seguir más preguntas, muchas más.
Minutos después del anuncio de los resultados (aún no oficiales) de las elecciones 2020, ya se escucharon unas primeras reacciones, que dicho resultado demuestra que el 2019 no hubo ningún fraude y que todo sólo fue un golpe de Estado, o que el voto ciudadano comprueba que el MAS siempre estuvo en la senda elegida por el pueblo, etc.
Las primeras palabras de Arce, el triunfador de la noche, fueron más bien mesuradas, casi como si comprendiera que no tiene derecho a alegrarse y festejar porque alguna conciencia debe tener de las innumerables fechorías, errores y agresiones cometidas en 14 años de poder omnímodo, que llegó a acaparar dos tercios de las cámaras. Casi fue el único acto decente en medio de tanta indecencia. No obstante, me pregunto, a qué hora se desplazará a Yacuiba a recibir a su mandamás.
En conclusión, a estas horas observo que este descalabro histórico ya nos dejó una primera lección: un desastre es la actualización súbita de una extensa cadena de errores, aberraciones y omisiones construida a través del tiempo que estalla ante nuestros ojos, simplemente porque no teníamos conciencia de su existencia o nos negábamos a tomarla en cuenta.
Los desastres, como el que acaba de acontecer en nuestra dolida y maltratada patria, tienen esa virtud macabra: hacernos notar todo lo que pasamos por alto y de paso nos recuerda que antes de ser hijos de la sensatez, el equilibrio, la previsión y el cambio permanente, somos hijos de la insensatez, la irresponsabilidad, la dejadez y el estancamiento. Este desastre nos trae ese mensaje.
¿Seremos capaces de reconocer esa cadena de errores, aberraciones y omisiones, y de proponernos resolver todas y cada una de las condiciones que la mantienen como una amenaza que pende sobre nuestras cabezas, en pocas palabras, nos atreveremos a saltar sobre nuestras propias sombras? Todo indica que las mayores falencias que tenemos se hallan en un gran desconocimiento de las condiciones reales que presiden el acontecer diario de las grandes mayorías del país y en el hecho que los fundamentos éticos y morales en nuestra sociedad hacen aguas por todas partes.
Estamos conminados a superar esos déficits en plazos perentorios, bajo sanción de quedar incapacitados de entablar diálogos fructíferos y construir consensos de provecho mutuo como fundamentos de toda convivencia pacífica. Ojalá lo logremos a tiempo, antes de sufrir descalabros irreversibles.
IMAGEN: Templo de Iñak Uyu. Isla de La Luna, lugar sagrado. Lago Titikaka