Carlos Rodrigo Zapata C.
“¡Bolivia, un solo territorio para todos!”, exclamó Osito -un compañero
de trabajo- cuando nos dimos cuenta que cada sector –petrolero, minero,
agrario, caminos, servicios básicos, ferrocarriles- tenía su propio
mapa, su propia Bolivia, donde planeaban sus acciones e intervenciones
sin ninguna articulación ni coordinación entre ellos, como si Bolivia
fuera una simple suma de layers o capas que se pueden superponer sin que
eso genere un gran caos, una desarticulación estructural o diversas
formas de bloqueo mutuo.
Estábamos en las primeras jornadas o
etapas de poner en marcha ese extraordinario instrumento llamado
Ordenamiento Territorial, que sin haber llegado a aplicarse plenamente y
dar sus frutos, ya a los pocos años fue tirado al canasto por el
régimen que no entendió nada de planificación territorial y se dedicó a
explotar, depredar y degradar los recursos naturales, renovables y no
renovables, con una violencia tal que en los últimos 14 años hemos
perdido cientos de miles de hectáreas en áreas protegidas ya existentes,
así como más de 10 millones de hectáreas de bosques y praderas
naturales, sea por ampliación de la frontera agrícola, por explotación
ilegal de millones de metros cúbicos de madera, por incendios forestales
accidentales o intencionales, por diversos otros desastres, por
desertificación, etc.
Por supuesto que este grito de guerra,
“BOLIVIA, UN SOLO TERRITORIO PARA TODOS” no solo vale para el tema de la
planificación territorial, sino es una metáfora que nos advierte del
peligro que acecha al país cuando las fuerzas centrífugas tienden a
crecer y multiplicarse más aceleradamente que las fuerzas centrípetas,
que son las que ayudan a fortalecer los lazos y vínculos al interior de
la nación boliviana, pero sobre todo es una idea síntesis que nos
convoca a cerrar filas, a no dejar cabos sueltos, a articular y
coordinar nuestras acciones e intervenciones, a no creer que las cosas
se hacen solas.
Con mucha facilidad se atiza odios en nuestro
medio, se recurre al racismo o se promueven esquemas de corte
divisionista, faccionalista y separatista. Se apela mucho más a las
diferencias que a las coincidencias porque esa es la materia prima que
suele usarse para mantener en funcionamiento estructuras de poder
anquilosadas y carcomidas por el tiempo.
Bolivia es una realidad
multifacética, ni tan mayúscula como se trata de presentarla, ni tan
tenue como para ignorar las historias que aquí han acaecido. Bolivia es
una realidad predominantemente mestiza que aún no ha logrado codificar
su propio lenguaje, sus propios valores y principios, sus derroteros.
Anda en ello, aunque ya desde hace siglos.
¿Cómo podemos pasar de
la intención a la acción, de la propuesta a su concreción? Nadie
propone cómo debe fraguar nuestra diversidad en unidad, cómo debe
construirse y hacerse realidad plena. Nada sucede tan espontáneamente
que debamos seguir esperando otros siglos para que las cargas se
arreglen solas en el camino. Eso nunca sucederá así.
La filósofa
Adela Cortina formuló hace ya años una propuesta muy simple pero
práctica para ayudar a las sociedades pluriculturales a fortalecerse,
sin que ello signifique ahogar la diversidad de las culturas que las
conforman. Según su punto de vista, las culturas tienden a coincidir en
torno a determinados valores básicos y cruciales para todas ellas, por
lo que el corazón de nuestras acciones y políticas debe consistir
justamente en promover dichos valores comunes como el punto de partida
del encuentro entre la diversidad cultural. Según su apreciación, los
valores que usualmente son comunes a todas ellas son: libertad,
igualdad, diálogo, respeto y participación. Destacarlos, difundirlos y
practicarlos, desde la perspectiva de cada una de las culturas que
animan nuestro acontecer nacional, es una de las claves.
Por otra
parte, en lugar de tratar de alentar y resaltar las diferencias, es
mucho más importante fortalecer los puntos comunes para el futuro del
país y la humanidad. Esta directriz debería ser absolutamente clara para
nosotros los bolivianos que vivimos y sufrimos a diario lo que
significa la heterogeneidad cultural, una diversidad de expresiones que
no logran articularse ni encontrarse, lo que nos lleva a que una buena
parte de nuestros esfuerzos los tengamos que destinar a ponernos de
acuerdo, a negociar, a cambiar las reglas de juego recién acordadas,
etc., -bucle- y vuelta a empezar. Los costos de transacción que nos
impone la heterogeneidad cultural es un factor que se constituye en un
obstáculo estructural a nuestro propio desarrollo y prosperidad.
En suma, debemos trasladar la idea fuerza “Bolivia, un solo territorio
para todos”, a todos los ámbitos de nuestra vida, no solo al de los
procesos relacionados con el uso sostenible y la ocupación equilibrada
del territorio o a la diversidad cultural, sino a la comprensión común y
compartida de nuestra problemática, a la construcción de visiones, a
los proyectos de corto, mediano y largo plazo que consideramos
indispensables para encarar el futuro ansiado, para los que requerimos
precisar y sentar las bases y condiciones que nos permitan hacerlos
realidad. Sin ese esfuerzo común y compartido en todas las esferas de
acción de la bolivianidad, no podremos ir muy lejos.
Siempre
estaremos a expensas de unos vividores y pseudo dirigentes que se
aprovechan de nuestra ingenuidad y de nuestras urgencias y carencias,
siempre estaremos tratando de comprar presente a cambio de futuro, como
viene sucediendo cada vez con mayor violencia en nuestro país, tal como
la depredación ambiental, la entrega del país al narcotráfico y a la ley
de la selva, nos lo demuestran a diario.
Ojalá que las próximas
elecciones no consistan en un mero trámite de votar porque eso no cambia
nada. Ojalá que los partidos no crean que ya hicieron la tarea y que
ahora solo toca votar. No, para nada. Es hora que el electorado exija
respuestas claras de cara a su futuro. ¿Qué es todo lo que tenemos qué
hacer, durante cuánto tiempo, para llegar a qué futuro posible que se
proponga? Eso necesitamos saber todos.
Esto último me recuerda a
agricultores del municipio de San Pedro de Buenavista, en el
departamento de Potosí, que viven en un lugar muy hermoso, pero expuesto
a toda clase de eventos que afectan la estructura de sus suelos, por
las riadas, las cárcavas, los deslizamientos. La misión que se han
asignado es “fabricarse” una hectárea de tierra continua que ellos
puedan trabajar permanentemente. Dedican mucho tiempo a todas las tareas
que requieren para cumplir su sueño, pues como ellos suelen decir, “1
ha es para nosotros como 100 ha”, con lo que quieren decir que su futuro
cambiaría para siempre si lo consiguen. También dicen, no estamos
trabajando para nosotros, sino para nuestros hijos o nuestros nietos,
así de arduos son los esfuerzos que deben realizar para alcanzar su
meta.
Esta lección nos enseña que nada surge por generación
espontánea. Siempre hay un proceso de acumulación, más o menos largo, de
energías, comprensiones y decisiones, para hacer posible lo que uno se
propone, individual o colectivamente.
Ya es tiempo que tengamos
una visión común y compartida que nos ayude a coordinar nuestros
esfuerzos y multiplicar nuestros resultados. La única manera de salir de
la combinación letal que Bolivia padece –heterogeneidad estructural
paralizante, las secuelas del nefasto régimen anterior y la pandemia
actual- radica en ello, ya que de otro modo muy pronto volveremos a las
viejas mañas y avenidas que nos permiten capear precariamente los
temporales, parar la olla y seguir sin norte, lo cuál solo puede
conducir a nuestra propia destrucción como nación, más tempano que
tarde.
Requerimos un relato que nos incluya a todos, irremediable
e irrefrenablemente para la satisfacción de nuestras necesidades y la
consecución de nuestros sueños. Esa es la condición para poder cooperar
entre todos, este es el desafío. Sin ello, nuestras rencillas y
diferencias y seguirán prevaleciendo.