Carlos Rodrigo Zapata C.
Es inconcebible, pero
los motivos y ocasiones en que se saca a relucir el tema de guerra civil en
Bolivia son muy diversos e inauditos.
En los últimos tiempos he escuchado o leído que se recurre a
ese grito de guerra cuando se habla de erradicar cultivos de coca, confiscar
chutos o derrocar al gobierno de facto que se habría instalado en Bolivia.
Los temas son muy distintos, pero la solución planteada es
la misma.
La pregunta es, ¿todos y cada uno de esos temas justifican
pensar en ir a una guerra civil? Muchos observadores seguramente estarán de
acuerdo en decir que no, que es un extremo, una locura o una insensatez. Yo
también.
Pese a este punto de vista, es imprescindible analizar las
razones o sinrazones que es posible identificar para proponer reacciones tan extremas.
¿Estamos realmente ante un caso extremo que demanda y exige una respuesta igualmente
en extremo cuidadosa?
Pareciera que sí, pero mejor veamos estos temas con algún
detenimiento.
El caso de
los chutos ya lo he analizado brevemente en otra parte, de modo que
ahora solo sintetizo mis propias conclusiones, y si se desea profundizar más,
sugiero ver la siguiente nota. [https://www.facebook.com/CRZC1/posts/10219667573982575]
¿Por qué la defensa de los chutos podría justificar ir a una
guerra civil? Pues porque en no pocos casos ya casi se ha convertido en la
diferencia entre la vida y la muerte para sus poseedores. Me explico. Si comparamos
las oportunidades de vida que tiene la población rural y de pequeñas ciudades
con y sin chutos es como la diferencia entre el cielo y el infierno. Los chutos
les han traído a los pobladores del campo y pequeñas urbes algo así como un
regalo divino. No son exageraciones. Significan libertad, independencia, autonomía.
Significan atreverse a emprendimientos
antes impensables, desplazarse a decenas y centenas de kilómetros de su pequeño
terruño o hábitat local, ya no como si se tratara de algo excepcional. Significa
dejar de esperar servicios inexistentes o dejar de depender de intermediarios explotadores y de
favores imposibles. Significa sentirse dueños y ciudadanos de un mundo que
nunca antes los había tomado verdaderamente en serio.
Ahora un dueño de chuto
puede ir a los mercados, comprar y vender, o buscar el mejor mercado o feria
para sus productos, el día que quiera, a la hora que quiera. Puede ir a conocer
otros lugares, visitarse con más frecuencia con sus parientes y amigos, salir
de excursión con la familia, placeres que antes solo tenían como excepción.
Ahora el chuto, ese vehículo usado que seguramente ingresó de contrabando y circula
sin papeles ni autorizaciones, se ha convertido en el corazón de muchas familias,
porque significa un patrimonio, pero fundamentalmente acceso que a todo un mundo
nuevo. Ese artefacto llegó incluso a familias pobres, pero se ha convertido en
la estrella que ilumina el horizonte de muchas de ellas.
Dicho en breve, el chuto llegó para quedarse, por lo que en
adelante, una política pública nacional tendrá que ocuparse de su mantenimiento
y reposición. Si no queremos que las bandas de chuteros tomen las aduanas por
asalto, abran las fronteras a tiros para que ingresen caravanas de vehículos de
contrabando, con todas las secuelas de violencia, muerte y desorden que ello significa,
debe diseñarse una política integral al respecto.
El costo para el país de mantener
un parque automotriz de las dimensiones que ha alcanzado el actual – se aproxima
a los 2 millones de unidades en un país que no produce ni tornillos para unir
sus partes- es monstruoso para nuestra magra economía. Antes, mientras había
lluvia de divisas gracias a los altos precios internacionales y el extractivismo
y la depredación de los recursos estaba a la orden del día, todo era posible o imaginable.
Ahora esas fuentes destructivas o fortuitas de crecimiento ya no son imaginables.
¿Qué haremos, cómo haremos? ¿Todos esos aspirantes a
conducir los destinos de la nación, han pensado siquiera en este temita? Les
sugiero que lo hagan, es urgente.
El tema de
la coca es una cuestión demasiado seria y compleja para tratarse de
paso. Por ello, estas notas apuntas únicamente a llamar la atención sobre un problema
extremadamente complejo que debe ser visto, analizado y estudiado en toda su
extensión.
Creo que nunca el destino nacional había estado tan atado a
un producto como es la coca. Ni la plata, ni el estaño, ni los hidrocarburos,
los principales eslabones de nuestra historia de dependencia de los mercados
internacionales y a la vez fuentes centrales de sustento del país desde los tiempos
coloniales, han tenido la trascendencia que tiene la hoja de coca, pues dichos
productos afectaron primordialmente a capas sociales relativamente reducidas.
En cambio ahora la hoja de coca afecta a amplios sectores de la población,
mucho mayores de lo que quisiéramos creer, si consideramos vínculos directos e
indirectos.
La razón de ello es muy simple, pero a la vez muy compleja y
problemática: cultivar hoja de coca en el Chapare es comprarse un pasaporte
para salir de la pobreza –esto es, superar las extremas carencias a las que
suele estar expuesta la población pobre por generaciones- en pocos años, sin
esperar más las promesas de políticos ni las obras de gobiernos. Eso se debe
sin duda alguna al hecho que dicha coca va al narcotráfico, una situación notablemente
distinta si la comparamos con lo que acontece en Los Yungas, donde la hoja de
coca va a los mercados oficiales y a los consumidores tradicionales de hoja de
coca para fines alimenticios, rituales y medicinales.
Si no hubiera ese vínculo de la hoja de coca con el
narcotráfico, el precio de la hoja de coca jamás de los jamases hubiera llegado
a los precios actuales, ni en el Chapare, ni en Los Yungas que se benefician indirectamente
de ello. Basta comparar el precio antes de Evo y después de Evo. Se duplicaron
en ese tiempo, gracias a la legalización de los cultivos de la hoja de coca, la
ampliación de los cultivos y obviamente a la permisividad o fomento a las
operaciones ligadas a la producción de pasta base y clorhidrato de cocaína. En
los largos años del régimen del MAS está claro que la presencia del
narcotráfico se fortaleció en nuestro país de manera muy significativa.
Fábrica de cocaina; Chapare |
Pero vamos al fondo del asunto. ¿Por qué eso es posible? Por
la miseria de estructuras productivas que hemos construido, por la falta de
oportunidades de empleo, por el muy bajo nivel de formación técnica de nuestra
población, muy en particular en el campo y las pequeñas ciudades, por la completa
falta de toda clase de bienes y servicios públicos, especialmente aquellos
ligados a la producción, a su transformación y valoración, a la innovación, el
contacto con mercados, etc. Es decir, la coca es un paliativo multifacético, es
el cherry en la torta del extractivismo. Es extracción pura y dura, pero renovable.
Ni el oro asegura ingresos tan estables y permanentes como la hoja de coca.
Lo
único que se requiere es control del territorio para que los narcos lleguen en
sus avionetas o en sus grandes aviones cuando se les antoja a recoger sus mercancías
y traigan algunos insumos y algunas innovaciones de vez en cuando a fin de
reducir costos –el precio de la hoja de coca ya ha subido demasiado, han debido
haber escuchado los productores de hoja de coca decir ya muchas veces a los
narcos. Mientras no les toquen a sus narcos, el mundo estará en orden, porque
esos son sus verdaderos patrones. Los demás, sean las poderosas federaciones
del trópico, los alcaldes, gobernadores o el mismo presidente, están después.
De modo que no es tanto el tema de erradicar cultivos o no,
porque basta con que nos pongamos de acuerdo para no comprar la hoja de coca –por
ejemplo, impedir el ingreso de los narcos- como para que se caiga el negocio.
El tema que en realidad y en el fondo se está exigiendo es proteger la libertad
de los narcos para entrar y salir, sin controles para continuar con su negocio,
que es a la vez el sustento de decenas de miles de familias boliviana. Eso fue
así desde los tiempos en que los cultivadores de hoja de coca del Chapare se oponían
a la erradicación en los años 80, como hoy podemos verlo con meridianamente
claridad, y no como hace 14 años cuando elegíamos candorosamente al gran
usurpador de nuestros derechos y libertades.
De modo que traduciendo y sintetizando todo lo señalado, lo
que nos están diciendo los cocaleros es libre albedrío para los narcos y
oposición a la erradicación. Es el paquete completo. Ello incluye ceder una buena
porción del territorio para el negocio de los narcos y toda su cadena de valor
a cambio de que se nos permita vivir en paz. Esa es más o menos la solución que
se va imponiendo en México y Colombia, en parte a tiros, en parte en base a componendas
corruptas y pactos de convivencia condicionada. Nada que se aproxime a la paz,
es solo un estado de guerra latente que explota de vez en cuando… cada semana.
Hasta ahí no se dice nada sobre las autodefensas ciudadanas mexicanas y los ejércitos
paramilitares colombianos al servicios de grandes terratenientes, tampoco sobre
todos los servicios de extorsión que se han impuesto ni sobre el creciente dominio
de todos los recursos extraíbles incluyendo el oro, el carbón, la madera, etc.,
según de qué país se trate, que los narcos, sus organizaciones y auxiliares han
copado.
En suma, nos están diciendo que recuperar la soberanía
nacional –hacer que el voto soberano realmente valga y no solo cuente- pasa por
permitir la convivencia con una república narco-cocalera, con todas las
secuelas y consecuencias que ello implica. Es una forma de chantaje que se basa
en principio en las necesidades más elementales de subsistencia, de las que rápidamente
se prenden quienes no encuentran otras oportunidades o se quieren hacer las
cosas fáciles, así como los angurrientos que quieren acumular a como de lugar y
los que no tienen ningún sentimiento patrio por lo que para ellos solo cuenta acumular
riquezas y poder. Es la lógica narco en su plenitud.
Derrotar
el supuesto golpe de Estado sería otro escenario que justificaría una guerra civil, pero
esta amenaza es a su vez un eslabón inseparable de la defensa intransigente de
la hoja de coca. La razón de ello es que no puede existir una república narco cocalera
sin un régimen que sea funcional y compatible con ese designio impuesto al país.
Por ello, recuperar el poder a como dé lugar es cuestión de vida o muerte para
sus beneficiarios e instigadores y por ello mismo, vender la idea del "golpe de Estado" y
presentar a Bolivia como si súbitamente hubiera sido tomada por fuerzas fascistas
y racistas, es parte de la movida de estos promotores de la república narco
cocalera para legitimar con toda la anticipación del mundo cualquier clase de
reacción contra el nuevo “régimen” y justificar cualquier ataque.
Así como el extractivismo solo surge cuando se da una serie
de condiciones indispensables para su aparición, como ser pronunciada carencia
de oportunidades de empleo y producción, una oligarquía rentista insensible, un
sistema de corrupción e impunidad instalado y un régimen prebendal funcionando,
todo ello todavía no es suficiente para asegurar las condiciones de reproducción
de dicha república. Para ello se requiere adicionalmente un régimen autocrático/autoritario
al servicio de ese sistema de demolición de las bases de sustento de una
sociedad, basado en el extractivismo y el narcotráfico.
El mantenimiento de toda la maquinaria que se ha instalado
durante 14 años es lo que se halla detrás de esa amenaza de guerra civil, todo con
tal de derrotar el “golpe de Estado” de la Presidente Añez, que seguramente
nunca se imaginó realmente en la circunstancia de tener que asumir la primera magistratura
de la nación. La cuestión es que sea que dure meses más o menos, es la receptora
de la papa más caliente que alguna vez ha caído en manos de algún jefe de Estado
en nuestro país. Por ello, por la extrema gravedad que todo ello representa, no
será bueno escoger lo que conviene hacer o no en función de la duración temporal
del mandato. El futuro del país no se construye solo ocasionalmente. Se
construye a diario, con o sin nuestro beneplácito, nos guste o no la dirección
que sigue.
Por si todavía no nos habíamos enterado, el país todo se
halla caminando con su testamento bajo el brazo. De pronto tenemos que asumir y
convencernos que nuestra soberanía ya se fue entregando por retazos desde hace
años y que ahora los nuevos propietarios de dicha soberanía vendida y entregada
están reclamando sus derechos adquiridos. No es broma cuando algún dirigente
cocalero del Chapare lanza sus amenazas. Ellos juran que actúan en defensa de
sus gremios, cuando en realidad están cuidando los intereses de sus patrones de
verdad.
Es en estas circunstancias que tendremos elecciones. Y de
pronto todos quieren lanzarse a la piscina, creo que con la excepción de los
que habrían sacado menos del 1% en las pasadas elecciones fraudulentas, y eso.
Si en lugar de elecciones se trata de un nuevo concurso de egos,
eso no será más que el último eslabón que les falta a quienes buscan consolidar
su plan de dar licencia indefinida al narcotráfico para que opere a sus anchas
en el país, por ser la única fuente segura de ingresos y empleo para sectores antiguamente
marginados, quienes hace dos y tres décadas prefirieron comprarse ese pasaporte
para salir de la pobreza, pero también eligieron pasar de la marginalidad, el olvido
y la nueva acumulación a la complicidad delincuencial. Tan oprobiosa es la
pobreza y el desprecio que hasta eso fue preferible en su momento.
Si no despertamos ahora y no nos comportamos seriamente, un
próximo presidente de Bolivia, no necesariamente el siguiente ni uno muy distante, será seguramente
algún descendiente del Chapo o alguien muy próximo a ese linaje. Démonos por informados
y enterados.
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Para tomarle el pulso plenamente a las circunstancias que
atraviesa el país, recomiendo ver este diálogo de la fecha, especialmente la primera
parte que se refiere a la temática aquí tratada. El tiempo apremia.
Lucha Libre| Zulema Alanes - Sonia Montaño Radio Cabildeo
Digital / www.cabildeodigital.com