Carlos Rodrigo Zapata C.
Da la impresión que Shakespeare se habría muerto de envidia al
contemplar todos los acontecimientos, diálogos, escenas, personajes y
desenlaces que se pueden apreciar a diario en el continuo atardecer brasileño.
Los episodios más estremecedores de toda esta tragicomedia
–especialmente, el descubrimiento de las operaciones Lava Jato y Odebrecht, la
destitución de Dilma, el encarcelamiento de Lula y el atentado contra
Bolsonaro- parecen fabricados en un taller de las ya famosas telenovelas
brasileñas, elucubrados con extraordinario detalle y precisión, de modo que nada
quede librado al azar y no haya ni un solo espectador que no quede atrapado en
las redes de cada capítulo.
Convertir una tendencia favorable al PT, el partido de los trabajadores,
del hambre cero, de las esperanzas de millones de pobres y marginados
brasileños, en su contrario, en algo despreciable y descartable en poco tiempo,
sólo se le podía ocurrir a algún constructor de fantasías, pero pretender
aterrizar semejante proyecto en una sociedad de 200 millones de personas, no
parecía tener la menor oportunidad.
La trama que el mundo ha podido seguir paso a paso, capítulo a capítulo,
parece clara y evidente: se trató en primer lugar de mostrar el lado feo del
PT, sus debilidades, sus contradicciones, su corrupción, para luego asestar golpes
duros, demoledores, de modo que no quede piedra sobre piedra.
La primera parte de la obra fue develar todos los tejemanejes del Lava Jato
y Odebrecht, es decir, de los escándalos de corrupción más sonados en la
historia del Brasil e incluso de América Latina. Allí se tuvo cuidado en
mostrar los vínculos de una pléyade inmensa de corruptos en todas las esferas
de gobierno y de la empresa privada con miembros del PT y funcionarios de
gobierno.
Luego vino rápidamente el impeachment contra Dilma con el viejo afán de
pescar en río revuelto. Para ello recurrieron a esa vieja imagen, profundamente
incrustada en el subconsciente colectivo, que asocia a la mujer con debilidad,
y la expulsaron del poder en cuestión de pocos meses.
Con ese trasfondo y una
vez que muchas de las resistencias y defensas ya habían cedido al fuego de la
artillería pesada, se ocuparon de Lula que fue acusado de corrupción y arrojado
a la cárcel, pese al inmenso apoyo del que aún gozaba y a ser candidato por su
partido. No hubo ningún tipo de contemplaciones. Había sido descubierto un gran
contubernio con las mafias de empresas constructoras que desfalcaron a
Petrobras, aplicando la misma tecnología que empleó Odebrecht para regar coimas
y dinero por toda Latinoamérica a cambio de concesiones fraudulentas de grandes obras, y había que proceder de
inmediato y condenarlo.
Luego vino la segunda parte de la obra, aquella llena de incógnitas y que
presagia desesperanza sobre el futuro. Ahí entra en escena un personaje de segunda
línea que pretende ganar el centro del escenario desde su aparición. Su nombre:
Jair Messias Bolsonaro, una mezcla de aires brasileños, europeos y bíblicos.
Causa desazón en el público que percibe en el improvisado personaje un afán de
arribismo muy por encima de sus posibilidades. No obstante, el personaje confía
en él, recita su papel como de memoria, habla hasta por los codos, se empeña y
esmera en llegar a los oídos, a las conciencias del público, pero nada.
A pocas
semanas de la contienda electoral, logra pasar del 6 al 13%, mucho para un
improvisado, demasiado poco para derrotar a la mayor maquinaria política que
alguna vez surgió en “o pais mais grande do mundo”. ¿Qué
hacer, cómo animar la confrontación electoral, cómo movilizar a los electores,
cómo centrar su atención en dicho personaje? Por cierto que esas reflexiones
surgieron una vez que los sectores fundamentales de poder fijaron su atención
en él. A 4 semanas de la elección sufre un atentado en plena plaza pública,
ante la mirada de cientos de personas y muchas cámaras que registraron el
suceso que manda al candidato a la clínica con una herida
"superficial", según declaración inicial de su hijo, o con una “situación
extremadamente delicada”, según los médicos que lo intervinieron. Pocos
días antes de la votación pudo salir de ella y convocar una vez más al electorado
a votar por él.
En el momento que Bolsonaro sufrió ese ataque, cambió su suerte y logró resolver
la pregunta que rondaba en todos los pasadizos del poder en el Brasil: ¿logrará
capturar la adhesión ciudadana, será la jugada clave para vincular al electorado
con su causa? Si lo fue, ya que en la primera vuelta le ganó a su principal
rival, el representante del PT que substituyó a Lula, por 46 a 29, es decir por 16
puntos porcentuales, una ventaja casi insuperable. Entre tanto a días ya de la
segunda vuelta, hay quienes sostienen que obtendrá 60% del voto ciudadano.
Esta es la corta historia de la forma en que se logró enterrar y
sepultar a uno de los movimientos políticos más prometedores de la historia de
América Latina en cuestión de aprox. 4 años, gracias a sus garrafales errores, pero también
gracias a una dirección impecable de esta obra, que también se ocupó de encumbrar
a su contrario, una suerte de líder fascista, apoyado por las clases que
controlan todos los poderes en el Brasil.
Toda esta gran jugada funcionó. Es imaginable que fue estudiada desde
todos los ángulos y se ensayaron innumerables variantes, con y sin coros, luces,
decorados, de modo que la obra no deje ninguna sensación de ser fingida o
artificial, sino diáfana, coherente, pese a que debía combinar algunos
elementos auténticos, con otros fingidos o fraguados, y con otros destapados
cuando resultó conveniente hacerlo. Posiblemente, el elemento que más desconcertó
a todo el escenario, fue la “independencia de la justicia” brasileña, corporizada
para todo efecto por el juez Moro que pasó a convertirse en símbolo no solo de
independencia, sino de probidad y justicia. Fue implacable el juez, quien
mediante la “delación premiada” mandó a prisión a personajes de la industria brasileña, luego de probarles sus fechorías y condenarles sin
contemplación. Ese mismo proceder utilizó con Dilma y Lula, de modo que no era
el poder político el que actuaba directamente, sino la justicia impoluta del
juez Moro el que dictaba sus sentencias. ¿Quién podía poner en duda todo ello?
No obstante, puede también apreciarse que el poder político usó a la
justicia para sus fines: derrocar judicialmente al PT, en el poder desde hacía
casi 14 años, combinando la imagen del juez Moro con la mayoría de votos que el
poder político tradicional había logrado en ambas cámaras, fue sin duda una de
las jugadas maestras. Que había errores de gestión, iguales que los que habían
cometido los antecesores de Dilma, los hubo, lo cual bastó para que esas
fuerzas se coaligaran y judicialmente destituyeran a Dilma. De este modo se
había logrado la cuadratura del círculo: destruir la imagen del PT de la mano
de la justicia, usando al mismo tiempo el propio poder que ya había acumulado
la oposición al PT en el seno del poder legislativo. Más impresionó en estos episodios el manto de
la justicia que el de la manipulación. Simplemente todo se dio por bien hecho y
el resultado quedó consumado a vista de quien quisiera verlo.
Luego el capítulo
Lula resultó relativamente fácil y simple, resultado que permitió concentrar
toda la atención en un posible salvador. La aparición de Bolsonaro y el
atentado en ese ambiente se encargaron de todo lo demás. El 28 de octubre el
Brasil elegirá a un presidente que se
hallará, según todos los anales de la política brasileña y latinoamericana, mucho
más cerca de las expresiones fascistas que emergieron en Europa en el
siglo XX, las nunca antes se dieron en la región.
La única pregunta que aún queda por despejar es la del atentado. Nadie pone
en duda que hubo un atentado, pero la pregunta es qué clase de atentado. Todo
el gran despliegue realizado por años no podía quedar a medio camino. El
atentado resulta tan coherente y consistente con todo este marco que plantea toda suerte de
preguntas que surgen al calor de las innumerables tramoyas monstruosas que
ya vivimos los seres humanos a través de la historia y que se emplearon para justificar y legitimar toda clase de atropellos y desmanes, por lo que uno más ya no
tendría que sorprendernos tanto.
Al fin y al cabo lo que estaba en juego era el poder total en un Brasil donde la desesperación por el poder en las clases dominantes ya había llegado a su climax, por lo que se valieron de una representación
estelar de gran despliegue, donde cada espacio de la sociedad se convirtió en escenario: hundir por mucho tiempo (¡la historia continua!) al movimiento
social más extenso de la historia latinoamericana y recuperar el poder para las
clases sociales más retrógradas y retardatarias de la región. Una operación de
suyo nada simple que requería un equipo de cirujanos de altísimo nivel.
Dios quiera apiadarse del Brasil y de todo el continente.