El Comité Editorial (CE) del New York Times (NYT) se ha pronunciado
sobre la actual relación entre los Estados Unidos (EEUU) y América Latina (AL) y
suena como si una división de política exterior del gobierno norteamericano lo
estuviera haciendo.
Una primera impresión que puede destacarse es que los medios
de comunicación norteamericanos que llegan a ocuparse de asuntos latinoamericanos,
no han desarrollado un lenguaje y un estilo propios que los diferencien de la
jerga de aparatos de propaganda, seguridad e intervención del gobierno
norteamericano.
Más allá de esta primera impresión, es menester señalar que
en líneas generales es difícil no estar de acuerdo con el diagnóstico que el
Comité esboza sobre la situación imperante en AL.
Además de los puntos que
menciona como causales de la crisis en marcha en la región - corrupción
generalizada, el desaceleración de la economía china, malas decisiones de
política económica y no creación der economías diversificadas-, también
debía destacar la pronunciada caída de los precios de las materias primas y el
exacerbado extractivismo dominante en la región.
Donde empiezo a percibir notables diferencias de criterios es
en lo relacionado con el caso del Brasil, ya que el CE se pasa de largo la crisis política
reinante en ese país, aludiendo simplemente a “movimientos financieros poco
claros” (“alleged financial trickery”), sin hacer ninguna referencia a toda la
confabulación legislativa-judicial en marcha para evitar que se conozca los
casos de corrupción en Petrobras y que involucran a decenas de parlamentarios
brasileros.
En el caso de Bolivia, me
puedo imaginar que el NYT ya habrá recibido un mail del Ministerio de Economía haciéndole
notar su error, ya que Bolivia será el país que más crece en la región, aunque
con algunas excepciones, pese a lo que digan todos los observadores del mundo,
ya que aquí se crece a punta de decretos, puesto que el común de los ciudadanos ni lo
percibe.
Pero vamos más allá. Algunas de las frases del Comité Editorial
suenan particularmente groseras. Por ejemplo cuando se dice: “Aún así,
el futuro de América Latina no puede depender de Estados Unidos”,
luego de señalar algunas áreas en las que los Estados Unidos podrían colaborar
a los países latinoamericanos, aprovechando justamente la crisis en marcha para
algunos y la que se avecina para otros. Por lo que sabemos, el futuro de
América Latina nunca dependió de los Estados Unidos y, muy por el contrario, en
muchas ocasiones la potencia del Norte se ocupó de complicarnos y bloquearnos nuestro
futuro. Cuba es un botón de muestra, las decenas de intervenciones
norteamericanas para perpetuar el atraso y la dependencia, otros.
Otra frase que no puede pasar desapercibida es esa en la que el
CE dice que para Washington “sería tonto no aprovechar la oportunidad” de
firmar los tratados de libre comercio, aunque en los EEUU se habría perdido un
tanto “las ansias” de hacerlo. Lo que el CE denota con esta formulación es que
ellos no tienen en cuenta los intereses latinoamericanos, sino solo los norteamericanos,
lo que es muy lamentable, ya que supuestamente se trata de uno de los gremios
con mayor influencia en la formación de la opinión pública a nivel nacional e internacional. Este estilo
de asumir las cosas es el que ha llevado en AL y buena parte del mundo, a ver a
los EEUU como una potencia imperialista, incapaz de tratar a sus contrapartes
como partes, donde todo acuerdo debe ser de mutuo beneficio.
Por otra parte, el CE aprovecha la oportunidad para destacar
algunas áreas de intervención, como si se tratara realmente de un grupo de advisers que tiene la misión de
recomendar líneas de acción al gobierno. Menciona ayudar a sus vecinos a ser
más competitivos y estables, mostrar el nuevo escenario de seguridad en
Colombia como evidencia de la importancia de la seguridad para el crecimiento, “hacer más para que Centroamérica y el Caribe
encuentren fuentes de energía más sostenibles” y también sugieren iniciativas
anticorrupción “por las que claman ciudadanos de todo el continente”. [al final de esta nota se reproduce el artículo del NYT in extenso y se incluye el link de su versión en inglés]
Vista nuestra problemática desde la óptica del CE del NYT, da
la impresión que no nos desarrollamos porque no queremos, por lo que se
requiere algún tipo de apoyo y aliciente para hacerlo. En este marco, resulta
muy curioso que el CE destaque el caso de Colombia y la relación que ellos ven
entre seguridad y crecimiento para recomendarla a toda la región, como si los
indicadores de violencia colombiana fueran semejantes para toda la región y esa
relación fuera igualmente crítica para toda ella.
Resulta por demás sorprendente que un gremio de tan alta
significación presente esta chapuza de recomendaciones y que lo haga como si se
tratara de un gremio policial internacional. Si tuviéramos que juzgar por ello,
tendríamos que decir que los EEUU se hallan a años luz de entender la problemática
regional y a muchos más de querer abordarla apropiadamente.
Si bien los puntos que menciona el CE no son irrelevantes para la
región, resulta que hay otros muchos que son críticos, sea por las trabas que
representan o por las dinámicas que podrían desatar, y que podrían haber
merecido al menos alguna mención. Como ejemplo habría que destacar la extrema pobreza
y la miseria aún reinantes en la región, los problemas ambientales, los
impactos derivados del calentamiento global y el cambio climático, el
narcotráfico, los efectos derivados de los paraísos fiscales y el lavado de
dinero en la perpetuación de estos carteles del terror, etc. Pero como “el futuro
de América Latina no puede depender de Estados Unidos” entonces qué más
da abordar unos y otros tópicos.
Muy decepcionante el estilo del NYT de abordar el tema de la
relación de EEUU y AL. Si ese mismo fuera el modo de sintonizar la relación por
parte del gobierno norteamericano, es claro que no podría esperarse ninguna
cooperación fructífera entre ambas zonas de la región mientras perdure ese
estilo.
El mundo ya no está para confrontaciones ni para rivalidades
tan pronunciadas. Parar el saqueo planetario exige mucha cooperación
internacional que debe empezar por dónde más nos aprieta: por sintonizar la
problemática reinante.
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Opinión |Editorial
Un nuevo capítulo en la relación de Estados Unidos y América Latina
Por
En 2004, el Presidente venezolano Hugo Chávez y el
líder cubano, Fidel Castro, lanzaron la Alternativa Bolivariana para las
Américas, una alianza regional de líderes de izquierda diseñada para
subvertir el acuerdo de libre comercio hemisférico que Estados Unidos
había buscado durante más de una década.
En los años que siguieron, la esperanza de
Washington de lograr un acuerdo con 34 países se desvaneció y su
influencia en la región disminuyó a medida que los votantes de la región
depositaron su confianza en políticos populistas que prometieron
compartir la bonanza generada por el alza de precios de las materias
primas y desbancar a las élites políticas enconadas en el poder. Las
exportaciones de la región a China crecieron más de un 25 por ciento entre 2000
y 2013 y permitieron a Brasil, Argentina, Venezuela y Bolivia
financiar generosos programas sociales que sacaron a millones de personas
de la pobreza.
Pero la muralla de gobiernos de izquierda de
América Latina amenaza con resquebrajarse debido a casos de corrupción
generalizada, el desaceleramiento de la economía china y malas decisiones de
política económica. En general, estos líderes no lograron crear economías
diversificadas capaces de soportar los ciclos económicos, con sus altos y sus
bajos. Los sistema de bienestar social y pensiones que conquistaron la
lealtad de los votantes no han resultado sostenibles. Los líderes de
Venezuela, Ecuador, Bolivia, incumplieron ciertas tradiciones democráticas al
expandir sus mandatos o eliminar los límites de estos y crearon redes de
clientelismo para cooptar a algunas instituciones públicas independientes.
La región vive su segundo año consecutivo de
contracción económica. Y mientras las tesorerías han quedado vacías, los
votantes en Argentina, Bolivia y Venezuela han repudiado a los líderes
populistas en las urnas. Los legisladores brasileños le quitaron la
inmunidad a la Presidenta Dilma Rousseff para juzgarla por movimientos
financieros poco claros. En Venezuela, el sucesor de Hugo Chávez, Nicolás
Maduro, lucha por su supervivencia. Y el año pasado en Ecuador el Presidente
Rafael Correa, de izquierda, decidió no buscar un cuarto mandato en medio de
una creciente crisis económica. Cuba, por su parte, trata de crear una relación
constructiva con Estados Unidos.
Este nuevo entorno político ha abierto la
puerta a una nueva generación de líderes que buscan un rumbo nuevo para América
Latina. Eso le ofrece a Estados Unidos la posibilidad de comenzar de nuevo su
relación con sus vecinos, en especial con algunos que a lo largo de la historia
han acusado a Washington de imperialista o negligente, o ambos.
Por ejemplo, los nuevos gobiernos en Argentina
y Brasil podrían ser más receptivos a aumentar su cooperación con Estados
Unidos, mucho más de lo que lo han sido desde el inicio de siglo. Aunque
Washington ya no tiene ansías de firmar nuevos acuerdos comerciales –una
especie de pararrayos en la carrera presidencial de 2016– sería tonto no
aprovechar la oportunidad.
Estados Unidos puede ayudar a sus vecinos a
ser más competitivos y estables al promover la inversión en tecnología, la
innovación y la educación de calidad. Y puede mostrar el nuevo escenario
de seguridad en Colombia, una de las economías que más crece en la región, como
evidencia del potencial que tienen las alianzas a mediano y largo plazo en el
ámbito de seguridad. Washington puede hacer más para que Centroamérica y el
Caribe encuentren fuentes de energía más sostenibles, en especial cuando ya no
pueden contar con el petróleo subsidiado por Venezuela. Y también pueden apoyar
las iniciativas anticorrupción por las que claman ciudadanos de todo el
continente.
Aún así, el futuro
de América Latina no puede depender de Estados Unidos. A fin de cuentas,
para construir un futuro más prometedor la región necesita líderes que
puedan rendir cuentas ante sus ciudadanos, que estén dispuestos a invertir en
prosperidad a largo plazo y no en su propias carreras políticas y que
estén dispuestos a reconocer los errores colosales de sus antecesores.