Carlos Rodrigo Zapata C.
Una de las características del tiempo actual es la incertidumbre creciente
en todos los órdenes de la vida humana, la que actúa como una fuerza que socava
la confianza en nuestras propias energías y en nuestras instituciones, pero al
mismo tiempo también nos obliga a introducir profundas transformaciones en
nuestros comportamientos.
¿De dónde viene esa sensación de creciente incertidumbre? Principalmente de
la multiplicidad de cambios que acaecen en todas las escalas y dimensiones en
que se gesta la vida humana, así como de la velocidad de ese proceso de cambio
que arrasa a su paso con todo aquello que no se ajusta a su dinámica. A mayor
cambio mayor incertidumbre, simplemente porque las viejas respuestas responden
cada vez menos a las nuevas cuestiones, motivo por el que cada vez nos sentimos
más huérfanos de auxilio, como si todas nuestras previsiones, alarmas y
sistemas de alerta hubieran dejado de funcionar simultáneamente y fueran
incapaces de advertirnos de los peligros y vulnerabilidades que por doquier se
ciernen en nuestro entorno.
Pero la creciente incertidumbre no sólo es producto de la dinámica y la
velocidad del cambio, sino del hecho de que nuestras instituciones y nuestras
prácticas han sido construidas sobre la base de la previsibilidad, la
estabilidad, razón por la que tienden a ser poco permeables al cambio, a
anquilosarse y esclerotizarse. Dicho en breve, estamos tratando de afrontar el
presente y el futuro con instrumentos que ya no responden a la dinámica real de
nuestra vida, acosada por la incertidumbre.
¿Qué hacer? La única forma es identificar todos aquellos medios que sean
capaces de ayudarnos a introducir el futuro en nuestras construcciones actuales,
en una palabra, que nos permitan lidiar con las incertidumbres y anticiparnos al futuro. Veamos a continuación
algunas formas de hacerlo.
Educación
Edgar Morin, filósofo y pensador francés, centra su reflexión sobre la
incertidumbre en la educación. “La educación es la fuerza del futuro, porque
ella constituye uno de los instrumentos más poderosos para realizar el cambio”.
La educación debe ayudarnos a “aprender a navegar en un océano de
incertidumbres a través de archipiélagos de certeza”.
Reforma institucional
Otra forma de enfrentar la incertidumbre es desarrollar nuestra disposición
a reformar las instituciones, cuantas veces sea necesario. Oliver Williamson,
uno de los economistas más connotados (y entretanto Premio Nobel de Economía),
nos dice que la limitada capacidad humana para resolver problemas complejos no
nos permite tomar en cuenta los eventos futuros de una vez y para siempre,
simplemente porque no podemos conocerlos. Ello exige que nos deshagamos de la
idea de formular soluciones definitivas a nuestros problemas y que las
reemplacemos por una organización interna que permite adaptaciones secuenciales
a las circunstancias cambiantes. De este modo, “en lugar de tratar de anticipar
todas las contingencias posibles desde el principio, se permite que el futuro
ocurra”. Así, gracias a nuestra capacidad de adaptación, conseguimos superar
nuestras limitaciones y la misma incertidumbre.
Moral
Enfrentar la incertidumbre exige como premisa básica y fundamental una
actitud y una disposición al cambio. Pero no a cualquier cambio, sino a uno que
responda a las coyunturas y circunstancias cambiantes, pero que lo haga sobre
la base de valores, principios y comportamientos éticamente aceptables, puesto
que la moral – en palabras de la filósofa Adela Cortina- “es una forma de
anticipar el futuro”, por lo que la moral necesariamente también debe estar en
el centro de las preocupaciones del cambio institucional y de la construcción
de una “ética ciudadana” como bases para enfrentar la incertidumbre.
Estrategia
Morin nos dice que la estrategia es una de las formas de enfrentar la
incertidumbre. “La estrategia elabora un escenario de acción examinando las
certezas y las incertidumbres de la situación”. El escenario puede y debe ser
modificado según las informaciones recogidas, los contratiempos y oportunidades
encontradas en el curso del camino. “Para todo aquello que se efectúe en un
entorno inestable e incierto, se impone la estrategia; ésta debe privilegiar
tanto la prudencia como la audacia y si es posible las dos a la vez. La
estrategia puede y debe efectuar compromisos con frecuencia”.
Sostenibilidad
¿Qué duda puede caber en torno a que una de las formas más directas de hacer
frente a la incertidumbre es ocuparnos de todo aquello que debe perdurar a
través del tiempo, que es indispensable para la vida humana en el planeta? Si
la conservación de los elementos naturales en su estado más puro –menos
contaminado, menos intervenido, menos afectado- es una condición básica para
ello, entonces es indispensable ocuparse de proteger y cuidar estos elementos y
los recursos relacionados, procurando actividades inocuas para los mismos. El
cambio climático, la muestra más nefasta de ignorar esta regla básica, está
generando más desastres e incertidumbres que muchas guerras juntas. Morin dice
que “debemos asegurarnos de que la noción de “durabilidad” sea la base de
nuestra manera de vivir, de dirigir nuestras naciones y nuestras comunidades y
de interactuar a escala global”.
Visión
Podemos sostener con Federico Mayor que “la independencia personal y colectiva
dependerá de la capacidad de mirar hacia adelante, de tener constante “memoria
del futuro”, de ser vigías capaces de anticipar y de concebir nuevas ideas
frente a los nuevos desafíos”. ¿Qué significa ello? Que otro modo de hacer
frente a la incertidumbre es construyendo visiones compartidas de futuro tan
claras y ajustadas a las mega tendencias en curso, que la incertidumbre quede
en el marco de leyes de movimiento más previsibles. Si nos ajustamos a dichas
visiones y actuamos desde nuestro escenario futuro como vigías del presente,
sin duda que ello también contribuirá a mantener la incertidumbre en el marco
de límites más manejables.
Gestión de riesgos
Qué duda cabe que sin una política y una práctica adecuadas para hacer frente
a los riesgos de desastres, sean naturales, ocasionados por la acción humana,
financieros o de otra índole, no tendremos oportunidad de superar las enormes
dificultades que nos depara la vida. Los riesgos no aparecen por arte de magia,
sino que son el producto lógico e irrebatible de una cadena de omisiones y
falencias sociales e institucionales que los seres humanos hemos ido
construyendo meticulosamente a través del tiempo. Los riesgos no son más que la
radiografía de todos los errores cometidos en la gestión de nuestro espacio
natural y de nuestros espacios construidos, mientras que los desastres son un recordatorio
abrupto y cruel de la pervivencia de esas cadenas de omisiones y falencias. Sin
poner a la previsión en el corazón mismo de la gestión de riesgos, continuamos
sembrando la probabilidad de futuros desastres. Por ello, no hay mejor remedio
para la incertidumbre que procurar anticiparnos a los hechos y movilizar
nuestra sabiduría y experiencia para hacer de la prevención nuestra primera y
principal arma de defensa. Los tiempos para el ensayo y error, para aprender a
costa del sufrimiento de muchos, se ha reducido a su mínima expresión, ello en
razón de la fragilidad del mundo actual.
Sintetizando podemos decir que la incertidumbre corroe nuestras vidas,
desalienta nuestras expectativas, nos roba el futuro. Una sociedad que haga
caso omiso de ella, que no busque por todos los medios hacerle frente de los
modos más efectivos y precisos posible, es una sociedad que se condena a sí
misma a vivir postergada, relegada, sujeta a todos los demonios de la incertidumbre.
Una vida en una sociedad así no es vida, es temeridad.
(*) Originalmente publicado en El Diario (Bolivia),
el 14 de enero de 2007. Aquí se reproduce con algunas complementaciones.