22 enero 2018

LA “UNIFICACIÓN DEL SUBALTERNO", UN RELATO INAUDITO



A. García Linera: “Perder a Evo Morales sería un suicidio político”
LA “UNIFICACIÓN DEL SUBALTERNO", UN RELATO INAUDITO


¿Será que es posible convertir a sectores sociales depauperados en actores de su propia emancipación, reproduciendo y profundizando las condiciones de su pobreza?


Nada indica que ello pueda ser posible. Muy por el contrario, lo que sale a relucir es que se ha instalado en el país un esquema orientado a explotar las limitaciones estructurales existentes en nuestra formación social, propiciando un intercambio de prebendas y favores por apoyo incondicional a los gobernantes, todo a costa de destruir la frágil institucionalidad estatal.

Pretender que todo ese tráfico de intercambios tiene algo que ver con un proceso de cambio, está demasiado lejos de lo que urgente y desesperadamente requerimos.

Las reflexiones incluidas en el presente artículo apuntan a esclarecer el marco de lo que viene aconteciendo en nuestro país durante la actual gestión de gobierno.

Carlos Rodrigo Zapata Cusicanqui

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LA “UNIFICACIÓN DEL SUBALTERNO", UN RELATO INAUDITO



A. García Linera: "El subalterno pasa el 98% de su historia fragmentado; cuando vive el 2% unificado, sería una locura que lo deje pasar por un mero apego muerto a la palabra institucional de la democracia representativa".
Carlos Rodrigo Zapata Cusicanqui (*)

Por lo que llevamos visto en nuestro país, hay muchas formas de justificar la violación de la constitución, las leyes y las reglas básicas de convivencia. Nuestra historia está repleta de argumentos grotescos, seguramente como consecuencia de las muchas asonadas, golpes de estado, cuartelazos y hasta supuestas revoluciones que tuvimos. Cada nuevo mandamás que llegaba a Palacio venía cargado de toda suerte de justificaciones que resultaban tanto más cortas, cuanto más largas eran sus armas. 

Lo que nunca pudieron explicar fue cómo así se esfumaban los apoyos tan pronto, al punto que llegamos a tener varios presidentes en un año y hasta en un día. Ahora tenemos un Presidente que acude a una instancia que no tiene atribuciones para asumir determinadas funciones que se le exigen, la que sin empacho alguno decreta la posibilidad de reelección indefinida de los primeros mandatarios en contra de la Constitución y del Soberano expresamente convocado, y un Vicepresidente que se mofa de la democracia representativa siendo presidente nato de la Asamblea Legislativa, es decir, la expresión más directa de la democracia. Como se podrá apreciar, nos movemos en aguas conocidas, al punto que el mayor peligro para el orden y la justicia proviene, como antes y como siempre, de sus máximos encargados y responsables. 

La situación actual se asemeja a aquellos tramos de la historia cuando se acababan los periodos de gracia y rebrotaba el descontento, sin que haya forma de contener esos desbordes, sea porque de pronto las premisas del análisis ya no funcionaban, las correlaciones de fuerzas habían cambiado o los equilibrios fabricados empezaban a hacerse trizas. La única diferencia, es que en este caso el periodo de gracia ha sido mucho más prolongado que en cualquier otra fase de nuestra historia, gracias al maná, producto de los altísimos precios internacionales de las materias primas. Pero ya estamos de vuelta.

Si esos mandamases hubieran intentado ensayar alguna explicación de sus fracasadas administraciones pasajeras, seguramente se habrían limitado a destacar asuntos que no estaban al alcance de su mano ni bajo su control, como expertos en evadir sus propias responsabilidades,  pero nunca habrían admitido o reconocido que no eran capaces de administrar el país o que simplemente no conocían el país que tenemos o ambas falencias. Por lo que se puede percibir, la situación actual también ya se asemeja a ese pasado lamentable. De aprestos imperialistas y de confabulaciones de todo tipo se escucha a menudo, nunca un tono autocrítico.

Por lo destacado al inicio de estas reflexiones, el Vicepresidente está empeñado en tratar de contarnos unos cuentos, tarea en la que ya acumula buena experiencia. Relacionar una supuesta “unificación del subalterno” con un  proceso revolucionario en marcha, resulta sin duda un gran atrevimiento. No obstante, debemos admitir que no le ha ido mal con este tipo de relatos, puesto que ha sorprendido hasta a los más pintados luchadores sociales internacionales (recuerdo cuán impactados estaban los comunistas franceses cuando el Vicepresidente fue a su casa matriz en París a darles una charla sobre cómo se hacen revoluciones), simplemente porque no conocen la realidad boliviana. Por todo ello, intentaremos separar el trigo de la paja como para abrirnos campo en esta tupida maleza que amenaza con taparnos todo horizonte de visibilidad.

Lo más importante a destacar es que se ha fabricado una peligrosa confusión para hacer aparecer como impronta revolucionaria lo que no es más que un viejo sueño de participación en la fiesta nacional. Me explico. Con la expresión ‘fiesta nacional’ quiero decir simple y llanamente, tener acceso a bienes, servicios, oportunidades, por nimias o precarias que fueran, simplemente porque antes no los había o eran aún más limitados que los que actualmente obtienen.

Sin duda, uno debería alegrarse por una noticia de este tipo, ya que las grandes mayorías nacionales han vivido siempre postergadas y excluidas por la estrechez de miras y horizontes de las clases dominantes, e incluso disponerse a darles la razón a quienes se refieren a la “unificación del subalterno”. Eso tocaría hacer, si así fueran las cosas.

Pero lo primero que hay que señalar es que muchas veces las apariencias engañan y que las capas más superficiales de la realidad y de la historia suelen no reflejar fidedignamente lo que acontece en sus capas más profundas. Ello significa que es crucial tener cuidado a la hora de relacionar ciertos hechos con ciertas explicaciones o interpretaciones, pues fácilmente nos podrían estar dando gato por liebre, haciendo pasar ciertas manifestaciones como si fueran producidas por determinadas leyes de movimiento, cuando puede ser que su proveniencia sea muy distinta de la que se pretende.

La apariencia nos dice –y nos lo han repetido hasta el cansancio- que los sectores sociales postergados y marginados de nuestro país habrían encontrado en Evo Morales y el MAS la oportunidad de cambiar su suerte, que al fin llegó luego de cientos de años. La emergencia de movimientos sociales, su unificación en torno a su instrumento político, el MAS, los bonos que entrega a distintos sectores sociales, los incrementos  salariales  muy superiores al pasado, serían algunas manifestaciones relacionadas con esta versión. 

Este es al menos el plato que el Vicepresidente pretende que todo el mundo se sirva, ya que le permite colocar como fuente y origen de su “unificación del subalterno” y de todas esas oportunidades, a los “movimientos sociales” y al “proceso de cambio”.

Las capas profundas de nuestra realidad y de nuestra historia nos cuentan una versión muy distinta. Lo primero es puntualizar que Bolivia es una “formación social abigarrada”, como correctamente caracterizó René Zavaleta a nuestro país. ¿Qué significa ello? Pues que Bolivia es una sociedad heterogénea, diversa, estructuralmente compleja, un museo vivo de múltiples  formas de producción, muchas de ellas insostenibles, donde coexiste un cúmulo de lógicas de acumulación, enriquecimiento y supervivencia conviviendo lado a lado.

El origen de dicha diversidad es multifacético, pero tiene una raíz común: la incapacidad histórica estructural de la clase propietaria de los medios de producción para usar y aprovechar dichos medios, a fin de generar los puestos de trabajo y los empleos que les permitan a las clases despojadas ganarse el sustento diario. 

Como consecuencia de dicha incapacidad, la estructura de clases que se ha conformado en nuestro medio se deriva directamente del tipo de relación o no relación que los sectores sociales han establecido con los medios de producción. Así podríamos decir que en Bolivia coexisten al menos los siguientes tipos de clases: la que fue despojada de los medios de producción y hoy se halla proletarizada; la que recuperó los medios de producción que le fueron arrebatados (principalmente, los sectores campesinos); la que tiene que inventarse un sinfín de formas de subsistencia y medios de producción inusuales (vinculadas por ejemplo al sector informal, el contrabando, la piratería, el narcotráfico, etc.); la que hace lo mismo que la anterior, pero para acumular y enriquecerse, y la que nunca perdió el control de los medios de producción (algunos pueblos indígenas de la Amazonía, pueblos no contactados).

Si a dicha clasificación agregamos que la clase que ha tenido que inventarse un sinfín de formas de subsistencia para sobrevivir es probablemente la más numerosa (pues albergaría a más del 50% de la fuerza de trabajo nacional), estamos diciendo que Bolivia vive predominante de actividades insostenibles e inviables, que  en muchos casos solo pueden sobrevivir o perdurar al margen de la ley, cuya productividad y competitividad no puede mejorarse, pues de hacerlo sería para peor. Basta imaginar a un “comerciante de prendería usada” mejorando la eficiencia de sus actividades o expandiéndolas.

En una formación social como la nuestra, hay a su vez dos rasgos que han impregnado a fuego su estructura o base material: el subdesarrollo y el extractivismo, marcas de distinción de nuestra formación social, indelebles hasta el presente. ¿Qué implica y significa eso? Que los modos de producción y lógicas que conviven y coexisten en nuestro medio tienen a su vez muy escasas opciones o posibilidades de convertirse en actividades viables y sostenibles, que tengan futuro, razón por la que no les queda otra opción que tratar de aprovechar toda ocasión para asegurar las condiciones de su propia reproducción. Por todo ello, el momento actual resulta particularmente oportuno para sacarle el jugo al juego prebendal y clientelístico que se ha instalado sin ningún pudor: tú me das lo que requiero, yo te apoyo. 

Ello significa que lo que más ha proliferado es el juego al margen de la ley o de las reglas de convivencia que nos estábamos dando, pues esa es la esfera en la que prácticamente la totalidad de esas lógicas de supervivencia que copan el ambiente nacional, encuentra su espacio de actuación, su oportunidad: tan solo quebrando leyes, haciendo caso omiso de las mismas y logrando favores y prebendas gubernamentales es posible formar algo así como unos ahorros, una oportunidad que reduzca el riesgo de volver a caer en la pobreza y la miseria, pero también para acumular grandes fortunas a marchas forzadas en algunos casos. Para ello, vale todo.

Lo más llamativo es que el gobierno se empeña en llamar “proceso de cambio”, “revolución” y otros apelativos semejantes a todo ese modo de explotar los recursos del país y del estado, cuando salta a la vista que se trata de un proceso de “desacumulación originaria”, es decir, de recuperación de recursos históricamente arrebatados, de construcción de opciones de subsistencia, aunque muchas de ellas insostenibles e inviables, producto de la incapacidad histórica de las clases propietarias, pero también de la incapacidad de los mismos gobernantes de generar otras oportunidades de empleo, producción e ingresos.

Llámese sector informal, contrabando de chutos, ropa usada y mil otras cosas, piratería, producción de hoja de coca, narcotráfico, cooperativas mineras, gremiales, etc., todos estos sectores tienen sus propias lógicas de funcionamiento y reproducción, sus propias exigencias, sus propias demandas, y hasta el presente nunca habían encontrado un gobierno, un mandatario y un partido político a su disposición, dispuesto a respaldar toda suerte de demandas, algunas más abiertamente que otras, unas más disparatadas e insostenibles que otras, demandas al fin que sin el apoyo gubernamental no habrían tenido muchas oportunidades de cristalizarse.

Forman legión todos los casos y formas en que se ha apoyado a estas diversas lógicas de producción y subsistencia prevalecientes en nuestro medio, por lo que me limitaré a recordar solo algunos casos o ejemplos emblemáticos, más con el fin de precisar el cauce de la argumentación que de efectuar una exposición exhaustiva de casos.

Posiblemente el caso más lacerante para la vida nacional sea el protagonizado por los cooperativistas mineros y el asesinato del Viceministro de Régimen Interior, Rodolfo Illanes. ¿Cuál fue la circunstancia? Un intento del Viceministro por morigerar a los cooperativistas mineros que exigían que el estado les entregue de una buena vez todo lo que requerían que era nada menos que todas las condiciones, autorizaciones, licencias, yacimientos y excepciones para poder desplegar su negocio sin ningún riesgo ni costo para ellos, incluyendo el uso indiscriminado de agua y eximirlos de rendir cuentas por contaminación ambiental. Al no poder conseguir todas sus desorbitadas exigencias –una novedad en lo que va de la actual gestión- los cooperativistas mineros procedieron a ejecutar al Viceministro, habiendo dejado  con ello una huella trágica e indeleble en la noble y valerosa historia de las cooperativas mineras.

Otros casos dramáticos tienen que ver con la ley de la coca que aprueba miles de hectáreas y toneladas de coca excedentarias para un fin no especificado (89% de la coca del Chapare no se destina al mercado oficial de Sacaba, según UNODC), que no puede ser otro que el narcotráfico. El millón de vehículos importados en la década pasada, muchos de ellos usados y sin papeles, es otra muestra de ese gran pacto entre el gobierno y sectores sociales en procura de reproducir sus precarias condiciones de vida. La fracasada lucha contra los comerciantes de ropa usada y el abandono de la defensa del sector textil, la permisividad y los dobles y triples estándares en materia de cumplimiento de leyes laborales (pese a las publicitadas elevaciones del salario mínimo, hoy en día más del 60% de los trabajadores en Bolivia no percibe ni el salario mínimo en sus actividades), impositivas, de seguro social y de salud, la explotación a mansalva de yacimientos mineros, la apertura indiscriminada de la frontera agrícola, etc. son apenas algunos ejemplos de ese pacto estructural gobierno-lógicas de subsistencia o modos de producción en muchos casos inviables que tan solo permiten a la gran mayoría reproducir sus condiciones de pobreza. 

El estado masista se caracteriza por asignar parcelas en el Estado a disposición de las organizaciones provenientes de los distintos sectores de actividad o regiones que lo secundan. Esta es la base que les da a los "movimientos sociales" una presencia en el acontecer estatal que muchas veces violenta el marco legal o lo distorsiona, buscando ajustarse o acomodarse a las exigencias de dichos sectores. Ello hace prácticamente imposible que la sociedad pueda ajustarse a una determinada ley de leyes, a una autoridad o a un Estado, pues permanentemente están siendo reformateados según las exigencias de estos sectores. Es la forma de cooptar a estos sectores y de ganar su adhesión incondicional, de intercambiar prebendas por lealtad, y de esta manera reproducir condiciones y actividades que en muchos casos son insostenibles e inviables. A esa forma de cobijar mil parcelas o mil estados en un Estado la llamo el "Estado matrioshka", esa figura que alberga a numerosas muñequitas en una sola.





Por ello, por ese fomento indiscriminado a estas formas de subsistencia, resulta inimaginable que el gobierno del MAS pueda propiciar el cambio de la matriz productiva o incluso su diversificación en base a empleo digno. Por lo que vemos, no puede haber nada más anti revolucionario y anti transformador que este acuerdo estructural entre gobierno y estos modos de producción en muchos casos insostenibles que solo pueden sobrevivir a expensas del orden interno o ignorando el ordenamiento jurídico del país.

A partir de esa base de acción conjunta, presentar ese tipo de acuerdos, de apoyos, de facilidades como un proceso de cambio revolucionario, sustentado por supuestos "movimientos sociales", puede efectivamente confundir a más de uno, si no se comprende los procesos de penetración del capitalismo y no se conoce el profundo fracaso histórico de las clases dominantes que se quedaron estancadas en su gran mayoría en el rentismo y el extractivismo, en lugar de avanzar hacia el desarrollo de las fuerzas productivas. 

Pretender llamar cambio o revolución a la permisividad, a dejar de aplicar leyes o, peor aún, a usarlas para fomentar sectores económicamente insostenibles, usándolos a su vez para aferrarse al poder, atizando odios viscerales, demostrando con todo ello una incapacidad que raya en el asombro para diversificar nuestra vieja y vetusta matriz productiva, es una inmensa aberración, más aún cuando tenemos en cuenta que el gobierno en funciones ha tenido ingentes recursos a disposición, los mayores desde que existe nuestra patria Bolivia.

Por todo ello, resulta francamente grotesco presentar al Presidente como insustituible para seguir usando a todos estos sectores sociales requeridos de un amplia gama de favores y prebendas para asegurar su subsistencia y, al mismo tiempo, no tener remilgo alguno para mandar al diablo a la democracia representativa, aquella que los bolivianos hemos elegido y por la que hemos luchado, no por ser precisamente la mejor forma de gobierno, sino porque es la única que nos puede ayudar a balancear de alguna manera razonable nuestras demandas y necesidades, para reemplazarla finalmente por un tótem oscuro llamado “unificación del subalterno”.

Para concluir, es indispensable conocer las razones y las causas reales del apoyo que hasta no hace mucho ha tenido el Presidente Morales en amplios sectores del electorado nacional. La labor de algunos magos ha consistido en contarnos cuentos, convertir a dirigentes de esos sectores sociales y esas lógicas de subsistencia en líderes de “movimientos sociales”, cuando han sido reducidos a la condición de meros empleados sumisos del Ejecutivo, todo un enjuague para pasar cuentas de vidrio como perlas y convertir a sectores sociales históricamente hambrientos de pertenecer al mundo en “movimientos sociales revolucionarios”, todo lo cual debe servir a su vez para poner a disposición la democracia, pasarse por encima de la constitución, hacerse la burla de la legislación y la jurisprudencia internacional, todo en aras de un insustituible al que ahora se lo quiere eternizar y todo ello a su vez en aras de la famosa “unificación del subalterno”.

Ya es tiempo de evitar que nos tomen el pelo y de salir de esa pose revolucionaria montada sobre los hombros de sectores sociales depauperados que hoy requieren de toda suerte de dádivas para subsistir, cuando lo que verdaderamente necesitan es una revolución de sus condiciones de producción y de su base material que les asegure formas de vida dignas y actividades que puedan ser permanentemente perfectibles y les permitan marcar con su huella la historia de su propio progreso y no la senda de su propia historia de pobreza, frustración y sometimiento.



(*) Economista (titulado), catedrático de “Desarrollo del Capitalismo” y especialista en planificación territorial.





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El vicepresidente de Bolivia asegura que el mandatario es "la personificación de la unificación de lo popular"



El vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Liñera. EFE
Inseparable compañero de Evo Morales durante los últimos 12 años, el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera (Cochabamba, 1962), no buscará una nueva reelección en 2019, pero cree que es imprescindible que lo haga Morales, cuya capacidad para “unificar a los subalternos” –dice– no puede perderse “por apego muerto a la palabra institucional de la democracia representativa”.
Pregunta. Dice que no hay contradicción entre el resultado del referendo de 2016, que no autorizó una nueva reelección del presidente, y el reciente fallo del Tribunal Constitucional, que sí la autorizó. ¿Cuál es su argumento?
Respuesta. En 2015 se planteó modificar un artículo de la Constitución, el 168, que establece un límite a la reelección de un candidato presidencial. El procedimiento constitucional exige que la Asamblea Legislativa plantee un proyecto de ley para modificar este artículo y se vaya a un referendo, el cual se organizó en 2016, el 21 de febrero. Por un mínimo margen, de 51 contra 49%, la gente dijo que no, que no había que modificar este artículo. Entonces la Asamblea, que era la encargada de aplicar el resultado del referendo, lo que hizo fue suspender la ley de modificación del citado artículo en cumplimiento de la decisión vinculante del soberano. El referendo fue ejecutado: por él no se modificó el artículo 168 de la Constitución.
Un año y medio después, surge otra iniciativa de la bancada mayoritaria de la Asamblea Legislativa que ya no toca el artículo 168, sino que plantea que no se puede establecer límites al derecho político que tienen las personas de participar en elecciones. La Constitución establece la primacía de los acuerdos internacionales sobre la propia Constitución. Entonces, se planteó al Constitucional que no debería establecerse límites para que una persona candidatee, en cumplimiento el Pacto de San José sobre derechos humanos. Y el Constitucional, que es el único intérprete de la Constitución, estableció que esto es correcto. A raíz de esta consulta de la Asamblea y de esta respuesta del Tribunal, varias autoridades actuales, entre ellas el presidente, si quieren candidatear de nuevo pueden hacerlo en 2019. De esta manera, el Tribunal Constitucional ha igualado la situación boliviana con lo que establecen otras constituciones del mundo, como la de Alemania o la de España. El único límite es el voto, que decidirá si el pueblo acepta que una autoridad vuelva o no.
P. Como teórico social, usted ha planteado una polaridad entre un “poder constituyente”, que es el poder de la gente de rehacer la sociedad, y un “poder constituido”, que es el aparato normativo y la institucionalidad establecida. Para habilitar al presidente, el MAS —el partido de Morales— acudió al Constitucional mientras dejó de lado lo dicho por el poder constituyente en el referendo. ¿No ve una contradicción entre estos eventos y la primacía que antes usted le asignaba al poder constituyente?
R. No. El poder constituyente fue la sublevación de la gente, en 2001, 2003, 2005, que se expresó en la votación por Evo, por un indio, algo inédito. Se eligió al que se consideraba descalificado, inepto, para ser autoridad. Las clases dominantes están en el poder porque pueden ejercer un mando unificado y articulan en torno a este a las clases subalternas, que por definición son clases fragmentadas. Entonces, una revolución es el momento en el que los subalternos abandonan su subalternidad porque se unifican. Lo interesante es que la persona que permite la unificación y le da cuerpo visible, palpable, es Evo. Uno como ellos, de su misma sangre, de su mismo color… Y entonces la pregunta que se hace un revolucionario es: aquel símbolo de la constitución de lo popular, aquel símbolo que expresa la ruptura de la subalternidad, ¿por qué dejarlo ir? ¿Por qué ahora? Si uno se apegara estrictamente a las formas institucionales, correspondería dejarlo ir. Pero si uno se apega al núcleo ígneo de lo popular en movimiento, de lo popular unificándose, es un gran error perder aquello que se logra cada 100 o 200 años, la unificación, en aras de una lectura digamos plana de lo institucional.
En otras palabras: la lógica del poder constituyente sigue prevaleciendo en la candidatura de Evo, porque Evo es la personificación de la unificación de lo popular.
P. ¿Esto se dará mientras Morales viva?
R. Ojo, no fue algo que hayamos buscado. Lo ideal es una renovación generacional y colectiva de estos liderazgos fuertes. Pero por la adversidad en que ha nacido nuestro poder, en estos 10 años no nos hemos preocupado del asunto. Ahora tenemos siete años para eso. El objetivo es que en 2024, cuando haya nuevas elecciones, podamos tener líderes sustitutivos de Evo y una estructura colectiva mucho más sólida que la que tenemos.
P. Las encuestas señalan que usted es el mejor candidato del MAS después de Morales. ¿Lo que dice es una renuncia?
R. No. Simplemente una reafirmación de mi ser individual e intelectual. Yo he peleado para que los indios lleguen al poder. No para que Álvaro García lo haga, porque Álvaro García no es indio. Nunca ha buscado sustituir, representar ni ha querido disfrazarse. Él sabe cuál es su condición social. Entonces no hay renuncia personal. Álvaro García jamás ha imaginado, sería un contrasentido, sería una especie de traición a mi ser revolucionario, asumir un cargo presidencial.
P. Usted escribió el libro Democracia, Estado y Nación, donde dice que la democracia no es reglas, que estas pueden cambiar con tal de que haya progresos en la igualdad. Sus rivales son partidarios de la democracia como cumplimiento de reglas y por eso han dicho que después del fallo del Constitucional el país ha entrado en un momento no democrático. Algunos incluso hablan de “dictadura”, “totalitarismo”…
R. La mayor parte de los que usan el concepto de totalitarismo ni siquiera han leído la primera página del libro de Hannah Arnedt sobre el tema (“Los orígenes del totalitarismo”). Usan la palabra como un cliché que no entienden. Otros tienen un apego meramente procedimental a lo democrático, como enseña [Norberto] Bobbio y [Giovanni] Sartori. Nosotros siempre hemos reivindicado la democracia como algo más, como la igualación de las oportunidades de las personas para decidir, para participar en los asuntos comunes. Igualación cultural y política, no solo económica, en el acceso a bienes y a oportunidades. Me encanta la definición de [Jacques] Rancière: ‘hay democracia cuando los que se considera que son incapaces de ejercer los cargos son quienes los ejercen’. Es fantástica. Por esto digo: ¡Cómo los subalternos van a dejar escapar su símbolo de unificación! Sería un suicidio político. El subalterno pasa el 98% de su historia fragmentado; cuando vive el 2% unificado, sería una locura que lo deje pasar por un mero apego muerto a la palabra institucional de la democracia representativa.