Carlos Rodrigo Zapata C. (*)
Haber logrado que Mcdonald's quiebre en Bolivia y abandone la plaza boliviana, es mucho más que una anecdota o una casualidad. Es toda una estrategia de largo cuño.
Todo orden, régimen o sistema requiere satisfacer
determinadas reglas de juego para poder desenvolverse y lograr los objetivos
para los que fue creado. Sin dichas reglas, no es posible esperar que arroje
los resultados esperados.
Por lo que se puede apreciar, en Bolivia el capitalismo no tiene ni la menor chance de brindar buenos frutos, que también los tiene, por lo que se ha especializado en producir malos y pésimos frutos. La lógica consecuencia de semejante cosecha es que no debe haber lugar en el planeta en que se aborrezca más al capitalismo y se lo entienda menos. La reiterada prédica presidencial al respecto ya nos da una muestra de ello.
Por lo que se puede apreciar, en Bolivia el capitalismo no tiene ni la menor chance de brindar buenos frutos, que también los tiene, por lo que se ha especializado en producir malos y pésimos frutos. La lógica consecuencia de semejante cosecha es que no debe haber lugar en el planeta en que se aborrezca más al capitalismo y se lo entienda menos. La reiterada prédica presidencial al respecto ya nos da una muestra de ello.
Pero empecemos a internarnos en esta selva impenetrable de distorsiones, vacíos, ilusiones y equívocos que pueblan e invaden las mentes, las instituciones y los discursos de esta nación apartada del tráfago global, excepto cuando se la usa de punto de paso o de apoyo para una gran variedad de tráficos e intereses.
Lo primero que deberíamos anotar es que existen algunas condiciones imprescindibles para que el capitalismo funcione, al menos tan bien como le es posible, pues tampoco le vamos a pedir peras a este olmo ni a ningún otro. Lo primero, para no dejarlo completamente desnudo, exhibiendo toda su impudicia explotadora y la angurria humana que le acompaña, es que se vista. Y el único ropaje que hasta el presente le ha disimulado la facha y hasta le ha permitido alcanzar algunos resultados destacables, se llama economía de mercado. Esta es una conclusión elemental que en Bolivia está aún a años luz de ser reconocida y aplicada. Al presente, todo el mundo –con algunas lagunas como las que aún perduran en Bolivia- se halla bajo el comando capitalista, como nunca antes, pues con la caída de la URSS y el bloque de países socialista, el capitalismo logró su máxima expansión histórica, hasta abarcar prácticamente toda la faz de la tierra, casi…
¿Cuál es la importancia de la economía de mercado, más aún, de la economía social de mercado? Pues, muy simple. Civilizar un tanto al tal capitalismo, inducirlo a que ofrezca algunos valores y productos útiles a cambio de su lucro. Con ello por supuesto que no desaparece la explotación, tampoco la lucha de clases, ni el dominio de la clase burguesa, no importa cuán pronunciado sea su acento oligárquico. El asunto es que la competencia obliga a las empresas a rendir, la libertad de empresa a elevar los niveles de inversión y productividad, lo que permite incrementar las oportunidades de empleo y elevar los ingresos, y a los trabajadores, a contar con medios que les permitan ejercer sus derechos de modo efectivo. El Estado se ve inducido a desarrollar un estado de bienestar que sostenga los niveles de vida de la población trabajadora, le permita niveles de reproducción aceptables y vele por su buen pasar en la edad de retiro. El control de los parámetros básicos de la economía (precios, tipo de cambio, reservas, endeudamiento, tasas de interés), el pago de impuestos, el gasto público, la ejecución de políticas deben ejecutarse no solo en función de defender el valor real de los ingresos de la población, sino también en aras de alentar la inversión de los empresarios, de animarlos a traer nuevas tecnologías, que se atrevan a innovar, etc.
Que los empresarios viven de la explotación, que muchas veces son sacres y angurrientos, que…. si, así es, pero se quedarán en ese tinte irresponsable mientras no se generen las condiciones marco que los induzcan, animen y obliguen a comportarse como empresarios que también tienen deberes hacia los trabajadores, una obligación con el país que les abre las puertas y les brinda oportunidades de acumulación.
¿Qué ocurre cuando ello no sucede, es decir, cuando el país vive despotricando contra empresarios, cuando se desconocen las reglas básicas de la economía de mercado y no se generan los ambientes y las condiciones indispensables para que el capitalismo también entregue valores y condiciones de vida cada vez más satisfactorias a la población trabajadora?
Pues exactamente lo que acontece en Bolivia, que parece haberse propuesto demostrar al mundo cuán infame es el capitalismo, produciéndose así la peor de las versiones que el capitalismo puede entregar a la memoria histórica, esto es, explotar sin dejar nada más que formas precarias de sustento, muy semejante a la figura del mal ladrón, que roba y no deja obra alguna.
No existe economía en la región latinoamericana ni en el mundo que tenga una proporción tan alta de su fuerza de trabajo empleada en el sector informal de la economía, como es el caso de Bolivia que ocupa el último lugar entre 157 países [ver estudio sobre economías en la sombra]. El sector informal ayuda a describir un conjunto muy amplio y diverso de desconexiones, disfuncionalidades y aberraciones de todo orden en el funcionamiento de una economía. Se entiende por sector informal a aquellos emprendimientos que no cumplen una serie de normas, no pagan impuestos o se acogen a sendos marcos de excepción, no respetan la legislación laboral, tampoco las normas de seguridad social, de salud, ambientales o de seguridad industrial, por nombrar las más relevantes. Si describimos ese mismo sector desde una perspectiva un tanto más real diríamos que es el sector en el que impera la ley de la selva, porque allí todo vale, desde la invasión u ocupación de lotes, tierras, yacimientos, calles, hasta toda suerte de actividades, incluso ilegales y delictivas, donde la mezcla de presión, clientelismo e ilegalidad permite emprender toda actividad que conduzca a satisfacer las necesidades de la población, la que por cierto también tiene que recurrir a interminables jornadas de trabajo, auto explotación, abandono familiar y escolar, trabajo infantil, etc., es decir, toda una larga gama de formas de atentar contra todo tipo de futuro ordenado.
¿Cuáles son las causas o razones de todo ello? Son muchas, pero las principales pueden circunscribirse a las siguientes: extractivismo secular cada vez más agudizado, falta de aplicación de las reglas de una economía de mercado, pobre presencia del estado en la transformación real del país, expuesto a su vez a diversos usos lesivos de la soberanía nacional, falta de diversificación de la matriz productiva, muy bajo nivel de formación de la fuerza de trabajo, nulos programas y políticas de difusión tecnológica, conducción política e ideológica antes que técnica, etc. Si alguien piensa que éstas no solo podrían ser las principales causas, sino serían todas las causas que pueden conducir a un descalabro como el referido al sector informal, valgan algunas anotaciones más, es decir, otras causas complementarias a las ya mencionadas: ausencia de políticas de familia, de vivienda, de diversificación de salidas al mar, altos costos de negociación de nuevos acuerdos (producto de la heterogeneidad y diversidad de condiciones y prácticas), el aislamiento secular de Bolivia , la inexistente protección y preservación ambiental, etc., etc.
Es decir, vivimos en un marco civilizatorio extremadamente precario, que aún se sostiene gracias a los marcos culturales que brindan los pueblos originarios, pero sin contar con visiones y políticas de previsión hacia el futuro. Acabamos de chauchitar la mayor fortuna que ha recibido Bolivia en toda su historia, gracias a los fabulosos precios de las materias primas por cerca de una década, y los gobernantes no tienen ni la menor conciencia del uso despilfarrador que han hecho de esos recursos que debían servir para cambiar la suerte de Bolivia, diversificando la matriz productiva y poder conducir al país hacia una terreno sólido en el que la soberanía no sea objeto de componendas y el futuro no siga pendiendo de la dirección de los vientos que gobiernan los mercados internacionales de materias primas.
Pese a vivir en semejante marco insuficientemente
estructurado de convivencia, somos los primeros en despotricar contra el
capitalismo, ignorando las bases de la economía de mercado, y pretendemos ser
campeones en la protección de los derechos de la Madre Tierra, al mismo tiempo
que supuestamente generamos modelos económicos sin par y revoluciones que
habrían dado lugar a un socialismo inédito gracias a una gran alianza entre un
gobierno progresista y sectores sociales conscientes de avanzada. Muchas
patrañas, nacidas al calor del maná que fluyó unos años y permitió financiar un
frondoso aparato burocrático y una amplia clientela de dirigentes de todo
calado, sin lo cual ni esa ilusión óptica sería posible mostrar. Simplemente las bases para semejante
despliegue no están dadas, no contamos con la espesura ni la profundidad
estructural ni institucional que pueda hacer eso posible gracias a nuestra propia
acción colectiva organizada.
Es decir, estamos en el peor de todos los mundos y pretendemos seguir actuando como si viviéramos en lo mejor de todos los mundos: anticapitalistas (y de paso, antiimperialistas), falsos defensores de los derechos de la Madre Tierra, extractivistas, informales y revolucionarios. Y lo más inaudito es que hay quienes dentro y fuera del país se sirven el menú completo, como si fuera real y no hubiera nada que objetar.
En el marco señalado, no debe sorprender que cada día estallen bombas de tiempo que se fabrica el mismo gobierno al actuar en campos tan diversos y contradictorios, sin el respaldo técnico adecuado. Mientras unos emprendimientos estatales fracasan, otros no echan a andar, y mientras unas obras se paralizan, otras simplemente ni empiezan a ejecutarse, todo por la inmensa falta de rigor en la implementación de políticas.
Sólo pensar que alrededor del 70% de los puestos de trabajo en Bolivia no es sostenible o no viable, y ni siquiera mejorable, ya debería ser motivo de gran alarma nacional. ¿Cómo se puede mejorar la productividad de puestos de venta de ropa usada o mejorar la competitividad de emprendimientos dedicados a la piratería o el comercio al por menor, o mejorar aún más la producción de coca y sus rendimientos o incrementar el contrabando de chutos y otros productos, cómo se puede mantener una política estable, si ante la siguiente presión se ponen a disposición las prohibiciones vigentes o el gobierno se lava las manos y traslada la responsabilidad por las consecuencias a los sectores que lo presionaron para tomar decisiones atrabiliarias? Si todo ello nos resulta difícilmente imaginable, qué tal la idea que la mayor parte de dichos puestos de trabajo debe ser reemplazado o sustituido a la brevedad posible, simplemente por ser extremadamente precarios e inviables.
En suma y, en conclusión. Estrellarse contra el capitalismo no es nada, dadas las múltiples inconsecuencias que ostentamos en Bolivia en todos los órdenes. Las quejas y las protestas contra el capitalismo nos sirven como bolsa de entrenamiento, excusa o como una forma de evadirnos de toda responsabilidad. En este marco, que nosotros seamos responsables de lo que sucede, vaya ocurrencia, qué falta de ignorancia.
Es decir, estamos en el peor de todos los mundos y pretendemos seguir actuando como si viviéramos en lo mejor de todos los mundos: anticapitalistas (y de paso, antiimperialistas), falsos defensores de los derechos de la Madre Tierra, extractivistas, informales y revolucionarios. Y lo más inaudito es que hay quienes dentro y fuera del país se sirven el menú completo, como si fuera real y no hubiera nada que objetar.
En el marco señalado, no debe sorprender que cada día estallen bombas de tiempo que se fabrica el mismo gobierno al actuar en campos tan diversos y contradictorios, sin el respaldo técnico adecuado. Mientras unos emprendimientos estatales fracasan, otros no echan a andar, y mientras unas obras se paralizan, otras simplemente ni empiezan a ejecutarse, todo por la inmensa falta de rigor en la implementación de políticas.
Sólo pensar que alrededor del 70% de los puestos de trabajo en Bolivia no es sostenible o no viable, y ni siquiera mejorable, ya debería ser motivo de gran alarma nacional. ¿Cómo se puede mejorar la productividad de puestos de venta de ropa usada o mejorar la competitividad de emprendimientos dedicados a la piratería o el comercio al por menor, o mejorar aún más la producción de coca y sus rendimientos o incrementar el contrabando de chutos y otros productos, cómo se puede mantener una política estable, si ante la siguiente presión se ponen a disposición las prohibiciones vigentes o el gobierno se lava las manos y traslada la responsabilidad por las consecuencias a los sectores que lo presionaron para tomar decisiones atrabiliarias? Si todo ello nos resulta difícilmente imaginable, qué tal la idea que la mayor parte de dichos puestos de trabajo debe ser reemplazado o sustituido a la brevedad posible, simplemente por ser extremadamente precarios e inviables.
En suma y, en conclusión. Estrellarse contra el capitalismo no es nada, dadas las múltiples inconsecuencias que ostentamos en Bolivia en todos los órdenes. Las quejas y las protestas contra el capitalismo nos sirven como bolsa de entrenamiento, excusa o como una forma de evadirnos de toda responsabilidad. En este marco, que nosotros seamos responsables de lo que sucede, vaya ocurrencia, qué falta de ignorancia.
Por todo lo señalado, considerando el fracaso olímpico de un Estado que improvisa a cada paso en la conducción de la cosa pública, debemos recomendar muy encarecidamente a los trabajadores bolivianos algunas directrices: salgan de sus quimeras fantásticas de acabar con el capitalismo, entiendan que la esencia del capitalismo es el lucro, pero también que el capitalismo se ha impuesto en todo el mundo, no precisamente por ser tan explotador, sino por haber contribuido a moldear un mundo en que los trabajadores, pese a no ser propietarios de los medios de producción, han logrado que se respeten sus derechos, lo que significa que el capitalismo cuando no se lo deja a su libre albedrío, también puede generar medios que permitan asegurar en buena medida el ejercicio de esos derechos. Todo ello significa que los trabajadores deberían ser los primeros en estructurar la manera en que se hará uso del capitalismo, se lo orientará y se le darán las condiciones marco que requiere, y a cambio se le exigirá frutos y resultados. Solo movimientos sociales maduros, con la suficiente capacidad de manejar estos enredos de la historia y conscientes de la falta de alternativas reales y efectivas para sepultar al tal capitalismo, podrían comprender todo ello.
En lugar de homenajear a los trabajadores en su día, es necesario llamarles la atención, por permitir que sus sacrificadas condiciones de vida y trabajo sean cada vez más precarias y más inciertas. No es eso lo que merece ninguna clase trabajadora, tampoco la boliviana.
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(*) Economista, analista político. Catedrático de "Desarrollo del Capitalismo". La Paz, Bolivia.