Carlos Rodrigo Zapata
C. (*)
El Presidente Rafael Correa
del Ecuador está de despedida, tratando de dar ánimos a sus colegas que si han
decidido seguir prorrogándose más allá de lo que las Constituciones y los
Referendos lo permiten, y las buenas maneras lo aconsejan.
Dice que las fuerzas de izquierda o progresistas de América Latina viven hoy “momentos
difíciles”, pero “no terribles”, y que los “reveses electorales” experimentados
por esas formaciones en los últimos tiempos son “retrocesos temporales”. Lindo
sería que así fuera, pues ello significaría que algo está quedando, que hay
instituciones, leyes, prácticas, modelos que nos servirán a futuro y que ello
mismo podría reducir los retrocesos. Pero poco de todo ello es posible percibir,
y mientras más larga y difícil sea la separación del poder de estos regímenes,
menor será la cosecha que pueda obtenerse de cara al futuro.
También dice que se aleja
de esos afanes continuistas porque “nadie debe ser imprescindible” y porque “los procesos deben superar a las personas”. Loables
palabras que cuestionan a sus colegas continuistas, a los que supuestamente trata
de animar.
Curiosamente no menciona ninguna razón, causa
o motivo por los que se da ese “retroceso”, que desde ya es calificado de “temporal”,
como si en el libreto regional tocara retroceso, siguiendo un calendario
implacable del que no podemos huir.
No suenan ni quedan
bien esos gestos grandilocuentes en un gobernante, menos a la hora de su partida.
La razón de ello es que consuela falsamente a sus colegas, no da razones de la
debacle que ya viven los gobiernos del “socialismo del siglo XXI” y sus argumentos
de retirada no condicen con el perfil de líder que pretendía ser (aparecía
hasta como sucesor de Chávez), sino con los de un funcionario de un estado
burgués al que le toca irse a casa luego de cumplir su mandato, muy al estilo
de un Obama.
O sea, su retirada
rezuma y traspira a huida antes que a respeto al orden constitucional. Por
cierto la pregunta es, ¿por qué? Podríamos decir, porque tiene el derecho,
porque le da la gana, porque no le da el forro, porque no tiene más discurso. Pero
decir eso del campeón de la verborrea ya casi puede parecer una irreverencia o
una herejía. Pero es una posible explicación de esta huida. Y de todas, es la
que me parece que más aporta a explicar esta salida intempestiva. Es el tema de
la economía, para no dar más vueltas.
Correa ha comprendido
que en la región ha sido posible una oleada de gobiernos de “izquierda” gracias
al extractivismo, a los altísimos precios de las materias primas, al ímpetu
chino que revolucionó los mercados de las materias primas, pero también gracias
a las secantes políticas neoliberales que preexistieron en la región y
condujeron a acrecentar el hambre y la miseria. Pero también ha entendido que
ese verano ya pasó y que ahora la región vuelve a confrontarse con ella misma,
con sus viejas estructuras, con sus viejísimos problemas, solo que ahora ya no
hay plata, pues el cuerno de la abundancia se secó. Y como si se tratara de un
maleficio matemático, a medida que se acabó la plata, fueron saliendo de
funciones los famosos gobiernos de “izquierda”, pese a que aún hay por ahí más
de un reticente que quiere seguir bailando cuando la fiesta ya terminó.
Pero sigamos con el
amigo Correa, que dicho sea de paso, considero que es el más talentoso de los
presidentes de esta oleada neoprogresista que se expandió por buena parte de la
región, pero que pese a sus capacidades nos está pintando de cuerpo entero una realidad
insoslayable e inobjetable en nuestra región: no tenemos norte, no sabemos a
dónde ir, no hay un discurso de izquierda consolidado, no sabemos lo que es
derrotar el estancamiento, la miseria, el atraso, la dependencia, el
subdesarrollo, porque estos siguen siendo poderosos descriptores de la triste y
penosa realidad latinoamericana, les guste o no a todos los especialistas en
cantos de sirena. Con ello quiero decir: si Correa huye, no lo hace porque sea
un inútil, que si los hay en la región y muy problemáticos, sino porque se le
acabó el discurso, porque ya no encuentra de qué asirse, porque ya no puede oírse
más de tanto repetirse.
Pero sigamos un trecho
más. Correa es el primero en huir porque junto al fin de esta lluvia de maná
que atizó las imaginaciones más afiebradas -de redención ciudadana y de
enriquecimiento inaudito- le ha tocado
un Ecuador condenado a ser eficiente, ordenado, innovador, estable, próspero, etc.,
todo debido a que tiene su economía completamente dolarizada, al punto que la
moneda de circulación oficial en su país es el dólar norteamericano, el símbolo
mismo del imperialismo.
¿Cuál es el problema?
Que no tiene juego de cintura, que no tiene medios e instrumentos suficientes
para capear temporales, contar con un aparato que le permita reaccionar con cierta
independencia y autonomía en caso de crisis, simplemente porque perdió la
soberanía monetaria, la madre tradicional de todas las medidas de ajuste en
nuestras economías, lo que no le permite casi ningún margen de reacción. Basta pensar en todos los ajustes de cinturón que ya no son posibles
en Ecuador, llámense, devaluación, inflación, emisión inorgánica, etc., en
suma, en todas las formas propias de la competitividad espuria basadas en la reducción
del ingreso real que tradicionalmente se usan en la región para enfrentar las
crisis y que ahora no es posible emplear en el Ecuador. Esta es una buena
noticia, si la vemos desde el punto de vista de impedir el empleo de estas
medidas empobrecedoras en toda circunstancia, y es mala si la vemos desde el punto
de vista de limitar los recursos para poder enfrentar crisis pasajeras.
Esta es la misma
situación que tienen los países europeos pertenecientes a la zona del euro: o
son eficientes o austericidio, lo que significa recortes, desempleo, reducción
o suspensión de servicios sociales, recortes en el estado de bienestar y un
largo etc. El drama de Grecia solo anticipa la suerte de Ecuador, si es que no
se produce una verdadera revolución tanto en lo social como en lo económico, al punto que deberán resolver
en una o máximo en dos generaciones lo que probablemente logren hacer otras economías
latinoamericanas en muchas más generaciones. La dimensión del desafío es inmensa.
En el caso de la Eurozona, los países están burlando la restricción monetaria (la
pérdida de soberanía monetaria) mediante el endeudamiento, que en los principales
países (Alemania, Francia, Italia, España) ya sobrepasa el billón de dólares (el
millón de millones), a la vez que están burlando el endeudamiento con los
billones que está gastando el Banco Central Europeo con su política de “facilitación
cuantitativa” (QE, por su sigla en inglés) que permite recomprar la deuda de
los países y de este modo permitir que el juegue continúe aunque nadie pague su
deuda. Un mecanismo semejante no existe en Ecuador, excepto que miren sus
ingresos rentísticos (principalmente derivados de la exportación de hidrocarburos)
como su fondo de reserva a ser empleado exclusivamente en inversión y gastos
sociales básicos. Pero todo ello exige ya hoy el nuevo hombre latinoamericano, aún
no visto en ninguna parte plenamente….
En suma, ya era tiempo
de retirarse, pues el desafío es simplemente imposible de asumir, mucho menos si
no tenemos un discurso de cambio real y verdadero y ya se dilapidaron los
recursos que nos trajo la lluvia de maná.
Aún hay un tema o asunto
que es menester comentar, aunque sea brevemente. Es el tema de los gobiernos de
“izquierda”. ¿Quién en su sano juicio podría despreciar o rechazar a gobiernos
de izquierda (esta vez, sin comillas) en un mundo plagado de injusticias,
discriminaciones y atropellos, repleto de desigualdades y de pobreza? Creo que
nadie, siempre y cuando podamos decir de modo claro, categórico y fehaciente
que izquierda es sinónimo de luchar contra esos flagelos. El problema mayor surge
al elegir los medios y los modos de hacerlo, pues en la región se han empleado
medios tan ajenos a la suerte de la gente en su día a día que no era posible percibir la diferencia respecto de otros
gobiernos del pasado.
¿Por qué sucede eso?
Porque no tenemos discurso, porque solemos prendernos de discursos tan vetustos y oxidados como el usado por Stalin y la
electrificación del agro y la industrialización forzosa (aunque con algunas
variantes) u otros que declaran que no se puede combatir la pobreza sin afectar
un poco el medio ambiente o que está bien que los niños trabajen o que traten a
los discapacitados como seres no existentes, etc. o que pretendan destinar
verdaderas fortunas en proyectos puntuales de muy dudosos beneficios, existiendo
tantas y tantas necesidades y tantas formas de sentar bases para diversificar
la matriz productiva, substituir formas indignas e indignantes de ganarse el
sustento diario por empleo digno, habilitando a la gente a construir su futuro
como fruto de su trabajo y dedicación, y no como producto del modo obsecuente
en que se someten a los designios del poder o tienen que dedicarse a
actividades reñidas con las leyes y la sostenibilidad. ¿Qué significa ello? Que
se eligen vías ajenas y extrañas a la suerte de la gente, vías que muchas veces
no conducen más que a callejones sin salida, grandes quiebras y frustraciones,
pues todos los huevos se pusieron en una sola canasta que se creía infalible,
indispensable, incuestionable.
¿Cuál es el resultado
de ese modo nefasto y arbitrario, y a la vez supuestamente iluminado de proceder?
Que ni se alcanza meta o resultado alguno que pueda ser reconocible por todos y
perdurable para mejorar las oportunidades de la gente, pero tampoco es posible asociar
la idea de izquierda con el respeto a la suerte de la gente. Por este camino no
es posible arreglar ninguna carga.
En conclusión, el amigo
Correa se va porque no tiene discurso y en el periodo que le tocó,
tampoco logró articularlo. Tampoco tiene plata (o la que tenía, la dilapidó) y
encima su país está preso de la dolarización. Además no tiene detrás de él una
Eurozona que le obliga ser próspero o a ejercer la austeridad, pero si no le
alcanza, le facilite medios para que siga intentándolo.
Por todo lo dicho, es
muy lamentable que el amigo Correa se marche, porque muestra que aún no hemos
logrado identificar los nortes ni hilvanar el discurso o definir las rutas que
debemos recorrer y emplear para superar nuestro inmenso atraso en la región.
Ojalá la experiencia
de un Correa que parece ser el que más la luchó para hacer de su gestión algo
memorable, pueda servirnos para reflexionar muy profundamente en la suerte y el
destino de nuestra patria grande.
(*) Economista, planificador regional y analista politico.