09 diciembre 2016

APRENDIENDO CON CORREA. Complejidad económica y falta de discurso.



Carlos Rodrigo Zapata C. (*)

El Presidente Rafael Correa del Ecuador está de despedida, tratando de dar ánimos a sus colegas que si han decidido seguir prorrogándose más allá de lo que las Constituciones y los Referendos lo permiten, y las buenas maneras lo aconsejan. 

Dice que las fuerzas de izquierda o progresistas de América Latina viven hoy “momentos difíciles”, pero “no terribles”, y que los “reveses electorales” experimentados por esas formaciones en los últimos tiempos son “retrocesos temporales”. Lindo sería que así fuera, pues ello significaría que algo está quedando, que hay instituciones, leyes, prácticas, modelos que nos servirán a futuro y que ello mismo podría reducir los retrocesos. Pero poco de todo ello es posible percibir, y mientras más larga y difícil sea la separación del poder de estos regímenes, menor será la cosecha que pueda obtenerse de cara al futuro. 

También dice que se aleja de esos afanes continuistas porque “nadie debe ser imprescindible” y porque “los procesos deben superar a las personas”. Loables palabras que cuestionan a sus colegas continuistas, a los que supuestamente trata de animar.

Curiosamente no menciona ninguna razón, causa o motivo por los que se da ese “retroceso”, que desde ya es calificado de “temporal”, como si en el libreto regional tocara retroceso, siguiendo un calendario implacable del que no podemos huir.
 
No suenan ni quedan bien esos gestos grandilocuentes en un gobernante, menos a la hora de su partida. La razón de ello es que consuela falsamente a sus colegas, no da razones de la debacle que ya viven los gobiernos del “socialismo del siglo XXI” y sus argumentos de retirada no condicen con el perfil de líder que pretendía ser (aparecía hasta como sucesor de Chávez), sino con los de un funcionario de un estado burgués al que le toca irse a casa luego de cumplir su mandato, muy al estilo de un Obama.

O sea, su retirada rezuma y traspira a huida antes que a respeto al orden constitucional. Por cierto la pregunta es, ¿por qué? Podríamos decir, porque tiene el derecho, porque le da la gana, porque no le da el forro, porque no tiene más discurso. Pero decir eso del campeón de la verborrea ya casi puede parecer una irreverencia o una herejía. Pero es una posible explicación de esta huida. Y de todas, es la que me parece que más aporta a explicar esta salida intempestiva. Es el tema de la economía, para no dar más vueltas.

Correa ha comprendido que en la región ha sido posible una oleada de gobiernos de “izquierda” gracias al extractivismo, a los altísimos precios de las materias primas, al ímpetu chino que revolucionó los mercados de las materias primas, pero también gracias a las secantes políticas neoliberales que preexistieron en la región y condujeron a acrecentar el hambre y la miseria. Pero también ha entendido que ese verano ya pasó y que ahora la región vuelve a confrontarse con ella misma, con sus viejas estructuras, con sus viejísimos problemas, solo que ahora ya no hay plata, pues el cuerno de la abundancia se secó. Y como si se tratara de un maleficio matemático, a medida que se acabó la plata, fueron saliendo de funciones los famosos gobiernos de “izquierda”, pese a que aún hay por ahí más de un reticente que quiere seguir bailando cuando la fiesta ya terminó.


Pero sigamos con el amigo Correa, que dicho sea de paso, considero que es el más talentoso de los presidentes de esta oleada neoprogresista que se expandió por buena parte de la región, pero que pese a sus capacidades nos está pintando de cuerpo entero una realidad insoslayable e inobjetable en nuestra región: no tenemos norte, no sabemos a dónde ir, no hay un discurso de izquierda consolidado, no sabemos lo que es derrotar el estancamiento, la miseria, el atraso, la dependencia, el subdesarrollo, porque estos siguen siendo poderosos descriptores de la triste y penosa realidad latinoamericana, les guste o no a todos los especialistas en cantos de sirena. Con ello quiero decir: si Correa huye, no lo hace porque sea un inútil, que si los hay en la región y muy problemáticos, sino porque se le acabó el discurso, porque ya no encuentra de qué asirse, porque ya no puede oírse más de tanto repetirse.

Pero sigamos un trecho más. Correa es el primero en huir porque junto al fin de esta lluvia de maná que atizó las imaginaciones más afiebradas -de redención ciudadana y de enriquecimiento inaudito- le ha tocado un Ecuador condenado a ser eficiente, ordenado, innovador, estable, próspero, etc., todo debido a que tiene su economía completamente dolarizada, al punto que la moneda de circulación oficial en su país es el dólar norteamericano, el símbolo mismo del imperialismo. 

¿Cuál es el problema? Que no tiene juego de cintura, que no tiene medios e instrumentos suficientes para capear temporales, contar con un aparato que le permita reaccionar con cierta independencia y autonomía en caso de crisis, simplemente porque perdió la soberanía monetaria, la madre tradicional de todas las medidas de ajuste en nuestras economías, lo que no le permite casi ningún margen de reacción.  Basta pensar en todos  los ajustes de cinturón que ya no son posibles en Ecuador, llámense, devaluación, inflación, emisión inorgánica, etc., en suma, en todas las formas propias de la competitividad espuria basadas en la reducción del ingreso real que tradicionalmente se usan en la región para enfrentar las crisis y que ahora no es posible emplear en el Ecuador. Esta es una buena noticia, si la vemos desde el punto de vista de impedir el empleo de estas medidas empobrecedoras en toda circunstancia, y es mala si la vemos desde el punto de vista de limitar los recursos para poder enfrentar crisis pasajeras. 

Esta es la misma situación que tienen los países europeos pertenecientes a la zona del euro: o son eficientes o austericidio, lo que significa recortes, desempleo, reducción o suspensión de servicios sociales, recortes en el estado de bienestar y un largo etc. El drama de Grecia solo anticipa la suerte de Ecuador, si es que no se produce una verdadera revolución tanto en lo social como  en lo económico, al punto que deberán resolver en una o máximo en dos generaciones lo que probablemente logren hacer otras economías latinoamericanas en muchas más generaciones. La dimensión del desafío es inmensa.

En el caso de la Eurozona, los países están burlando la restricción monetaria (la pérdida de soberanía monetaria) mediante el endeudamiento, que en los principales países (Alemania, Francia, Italia, España) ya sobrepasa el billón de dólares (el millón de millones), a la vez que están burlando el endeudamiento con los billones que está gastando el Banco Central Europeo con su política de “facilitación cuantitativa” (QE, por su sigla en inglés) que permite recomprar la deuda de los países y de este modo permitir que el juegue continúe aunque nadie pague su deuda. Un mecanismo semejante no existe en Ecuador, excepto que miren sus ingresos rentísticos (principalmente derivados de la exportación de hidrocarburos) como su fondo de reserva a ser empleado exclusivamente en inversión y gastos sociales básicos. Pero todo ello exige ya hoy el nuevo hombre latinoamericano, aún no visto en ninguna parte plenamente….

En suma, ya era tiempo de retirarse, pues el desafío es simplemente imposible de asumir, mucho menos si no tenemos un discurso de cambio real y verdadero y ya se dilapidaron los recursos que nos trajo la lluvia de maná.

Aún hay un tema o asunto que es menester comentar, aunque sea brevemente. Es el tema de los gobiernos de “izquierda”. ¿Quién en su sano juicio podría despreciar o rechazar a gobiernos de izquierda (esta vez, sin comillas) en un mundo plagado de injusticias, discriminaciones y atropellos, repleto de desigualdades y de pobreza? Creo que nadie, siempre y cuando podamos decir de modo claro, categórico y fehaciente que izquierda es sinónimo de luchar contra esos flagelos. El problema mayor surge al elegir los medios y los modos de hacerlo, pues en la región se han empleado medios tan ajenos a la suerte de la gente en su día a día que no era posible  percibir la diferencia respecto de otros gobiernos del pasado. 

¿Por qué sucede eso? Porque no tenemos discurso, porque solemos prendernos de discursos tan vetustos  y oxidados como el usado por Stalin y la electrificación del agro y la industrialización forzosa (aunque con algunas variantes) u otros que declaran que no se puede combatir la pobreza sin afectar un poco el medio ambiente o que está bien que los niños trabajen o que traten a los discapacitados como seres no existentes, etc. o que pretendan destinar verdaderas fortunas en proyectos puntuales de muy dudosos beneficios, existiendo tantas y tantas necesidades y tantas formas de sentar bases para diversificar la matriz productiva, substituir formas indignas e indignantes de ganarse el sustento diario por empleo digno, habilitando a la gente a construir su futuro como fruto de su trabajo y dedicación, y no como producto del modo obsecuente en que se someten a los designios del poder o tienen que dedicarse a actividades reñidas con las leyes y la sostenibilidad. ¿Qué significa ello? Que se eligen vías ajenas y extrañas a la suerte de la gente, vías que muchas veces no conducen más que a callejones sin salida, grandes quiebras y frustraciones, pues todos los huevos se pusieron en una sola canasta que se creía infalible, indispensable, incuestionable.

¿Cuál es el resultado de ese modo nefasto y arbitrario, y a la vez supuestamente iluminado de proceder? Que ni se alcanza meta o resultado alguno que pueda ser reconocible por todos y perdurable para mejorar las oportunidades de la gente, pero tampoco es posible asociar la idea de izquierda con el respeto a la suerte de la gente. Por este camino no es posible arreglar ninguna carga.

En conclusión, el amigo Correa se va porque no tiene discurso y en el periodo que le tocó, tampoco logró articularlo. Tampoco tiene plata (o la que tenía, la dilapidó) y encima su país está preso de la dolarización. Además no tiene detrás de él una Eurozona que le obliga ser próspero o a ejercer la austeridad, pero si no le alcanza, le facilite medios para que siga intentándolo. 

Por todo lo dicho, es muy lamentable que el amigo Correa se marche, porque muestra que aún no hemos logrado identificar los nortes ni hilvanar el discurso o definir las rutas que debemos recorrer y emplear para superar nuestro inmenso atraso en la región. 

Ojalá la experiencia de un Correa que parece ser el que más la luchó para hacer de su gestión algo memorable, pueda servirnos para reflexionar muy profundamente en la suerte y el destino de nuestra patria grande.


(*) Economista, planificador regional y analista politico. 




14 noviembre 2016

DE STIGLITZ A TRUMP: RECETARIO PARA UN DESTINATARIO INCIERTO


Carlos Rodrigo Zapata C.


Como no podía ser de otra manera, la eclosión suscitada por el triunfo electoral de Donald Trump en los Estados Unidos sigue retumbando, y da la impresión que sus más remotos ecos se hubieran apoderado de los más profundos cañadones y cavernas, incluso de aquellos de los que no queríamos tener noticia. 


¿Por qué ocurre ello? Sin lugar a dudas, porque el mundo no quería informarse de las calamidades y desastres en curso, de la inmensa maraña de errores, fallos y omisiones que van acaeciendo en todas las escalas en nuestro planeta, como si estuviéramos empeñados en sepultarlo y enterrarlo, y todo ello fuera nuestra tarea prioritaria.


La historia de todas estas insuficiencias es demasiado larga, bastante conocida y poco tenida en cuenta, como para intentar siquiera revisarla. Mejor pasar directamente al momento actual, a las recomendaciones que Joseph Stiglitz, el Premio Nobel de Economía del 2002, le ha transmitido al presidente electo Trump.


Son unas pocas recomendaciones, pero muy contundentes, serias, profundas, comprometedoras, pues no solo exigen corregir rumbos profundamente equivocados, sino y sobre todo comprometerse con cambios y transformaciones para los que aún no ha nacido un republicano capaz de atreverse a implementarlas. Las recomendaciones de Stiglitz tan solo apuntan a restablecer las bases del sueño americano, a recuperar la dignidad para la agente azotada por décadas de neoliberalismo y reaganismo, en suma el retorno a la normalidad humana. 


A continuación pongo a disposición el artículo reciente de Stiglitz en traducción mía (con la invalorable ayuda del traductor de Google, cada vez más perfeccionado!) y con el ánimo que lo lean, lo valoren y aprecien las tareas que se tiene en los Estados Unidos por delante, difíciles, muy difíciles para cualquiera, incluso muy comprometido, pero imposibles, ya saben para quienes.








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LO QUE LA ECONOMÍA DE ESTADOS UNIDOS NECESITA DE TRUMP





NOV 13, 2016 26


NUEVA YORK.- La asombrosa victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos ha hecho una cosa muy clara: demasiados estadounidenses -sobre todo los estadounidenses blancos- se sienten abandonados. No es sólo un sentimiento; Muchos estadounidenses realmente han quedado atrás. Se puede ver en los datos no menos claramente que en su ira. Y como he sostenido repetidamente, un sistema económico que no "responde" a gran parte de la población es un sistema económico fallido. Entonces, ¿qué debe hacer el presidente electo Trump al respecto?.


Durante el último tercio de siglo, las reglas del sistema económico de Estados Unidos han sido reescritas de manera que sirven a unos pocos en la parte superior, perjudicando a la economía en su conjunto, y especialmente al 80% inferior. La ironía de la victoria de Trump es que fue el Partido Republicano, al que ahora él lidera, que impulsó la globalización extrema y en contra los marcos políticos que hubieran mitigado el trauma asociado. Pero la historia importa: China e India están ahora integradas en la economía mundial. Por otra parte, la tecnología ha avanzado tan rápido que el número de empleos a nivel mundial en la fabricación está disminuyendo. 

La implicación es que no hay manera de que Trump pueda traer un número significativo de trabajos de manufactura bien pagados a los Estados Unidos. Puede traer de vuelta la fabricación, a través de fabricación avanzada, pero habrá pocos trabajos. Y puede traer puestos de trabajo, pero serán trabajos de bajos salarios, no los trabajos bien remunerados de los años cincuenta. 

Si Trump es serio en abordar la desigualdad, debe reescribir las reglas una vez más, de una manera que sirva a toda la sociedad, no sólo a personas como él. 

El primera disposición en los negocios es impulsar la inversión, restableciendo así un robusto crecimiento a largo plazo. Específicamente, Trump debe enfatizar el gasto en infraestructura e investigación. Impactantemente para un país cuyo éxito económico se basa en la innovación tecnológica, la participación en el PIB de la inversión en investigación básica es hoy más baja de lo que era hace medio siglo.

La mejora de la infraestructura mejoraría el rendimiento de la inversión privada, que también ha estado rezagada. Garantizar un mayor acceso financiero a las pequeñas y medianas empresas, incluidas las encabezadas por mujeres, también estimularía la inversión privada. Un impuesto sobre el carbono proporcionaría un bienestar múltiple: un crecimiento más alto a medida que las empresas se adapten para reflejar el aumento de los costos de las emisiones de dióxido de carbono; Un ambiente más limpio; Y los ingresos que podrían utilizarse para financiar la infraestructura y dirigir los esfuerzos para reducir la brecha económica de Estados Unidos. Pero, dada la posición de Trump como un negacionista del cambio climático, es poco probable que se aproveche de esto (lo que también podría inducir al mundo a comenzar a imponer aranceles contra los productos estadounidenses hechos de manera que violen las reglas de cambio climático global).

También se necesita un enfoque integral para mejorar la distribución de la renta de los Estados Unidos, que es una de las peores entre las economías avanzadas. Aunque Trump ha prometido elevar el salario mínimo, es improbable que realice otros cambios críticos, como el fortalecimiento de los derechos de negociación colectiva de los trabajadores y el poder de negociación, y restringir la compensación de los CEO [altos ejecutivos empresariales] y la financiarización.
 
La reforma reguladora debe ir más allá de limitar el daño que el sector financiero puede ocasionar y asegurar que el sector realmente sirve a la sociedad.

En abril, el Consejo de Asesores Económicos del presidente Barack Obama publicó un breve informe mostrando una creciente concentración del mercado en muchos sectores. Eso significa menos competencia y precios más altos - como una forma segura de bajar los ingresos reales, como bajar los salarios directamente. Estados Unidos necesita hacer frente a estas concentraciones de poder de mercado, incluyendo las más recientes manifestaciones en la llamada economía compartida.

El sistema impositivo regresivo de Estados Unidos, que alimenta la desigualdad al ayudar a los ricos (pero nadie más) a hacerse más rico, también debe ser reformado. Un objetivo obvio debería ser eliminar el tratamiento especial de las ganancias de capital y los dividendos. Otra es asegurar que las empresas paguen impuestos - tal vez bajando la tasa de impuesto corporativo para las empresas que invierten y crean empleos en los Estados Unidos, y elevándolo a los que no lo hacen. Como principal beneficiario de este sistema, sin embargo, las promesas de Trump de llevar a cabo reformas que beneficien a los estadounidenses comunes no son creíbles. Como de costumbre con los republicanos, los cambios impositivos beneficiarán en gran medida a los ricos.

Probablemente Trump no cumpla con el objetivo de mejorar la igualdad de oportunidades. Asegurar la educación preescolar para todos e invertir más en las escuelas públicas es esencial para que Estados Unidos evite convertirse en un país neo-feudal donde las ventajas y desventajas se transmiten de una generación a la siguiente. Pero Trump se ha mantenido virtualmente silencioso sobre este tema.

El restablecimiento de la prosperidad compartida requeriría políticas que amplíen el acceso a viviendas asequibles y atención médica, aseguren la jubilación con un mínimo de dignidad y permitan a todos los estadounidenses, independientemente de la riqueza familiar, pagar una educación postsecundaria acorde con sus habilidades e intereses. Pero mientras yo podía ver a Trump, un magnate de bienes raíces, apoyando un programa de vivienda masiva (con la mayoría de los beneficios para los desarrolladores como él), su prometida derogación de la Ley de Cuidado de Salud a Bajo Precio [Affordable Care Act] (Obamacare) dejaría a millones de estadounidenses sin seguro de salud . (Poco después de las elecciones, sugirió que se moviera con cautela en esta área).

Los problemas planteados por los norteamericanos descontentos, como resultado de décadas de negligencia, no serán resueltos rápidamente ni por herramientas convencionales. Una estrategia eficaz tendrá que considerar más soluciones no convencionales, las que los intereses corporativos republicanos son poco proclives a favorecer. Por ejemplo, se podría permitir a las personas incrementar su seguridad de jubilación poniendo más dinero en sus cuentas del Seguro Social, con aumentos proporcionales en los beneficios de pensión. Y las políticas de familia y licencia por enfermedad ayudarán a los estadounidenses a lograr un equilibrio entre el trabajo y la vida menos estresante.

Del mismo modo, una opción pública para financiar la vivienda podría dar derecho a toda persona que haya pagado impuestos regularmente a una hipoteca de 20% de pago inicial, proporcional a su capacidad para pagar la deuda, a una tasa de interés ligeramente superior a la que el gobierno puede pedir prestado y servir su propia deuda. Los pagos se canalizarían a través del sistema de impuestos sobre la renta.

Mucho ha cambiado desde que el presidente Ronald Reagan empezó a vaciar a la clase media y distorsionar los beneficios del crecimiento a los de la cima, y ​​las políticas e instituciones estadounidenses no han mantenido el ritmo. Desde el papel de las mujeres en la fuerza de trabajo hasta el surgimiento de Internet hasta el aumento de la diversidad cultural, la América del siglo XXI es fundamentalmente diferente de la América de los años ochenta. 

Si Trump realmente quiere ayudar a los que han quedado atrás, debe ir más allá de las batallas ideológicas del pasado. La agenda que acabo de esbozar no es sólo sobre la economía: se trata de nutrir una sociedad dinámica, abierta y justa que cumpla la promesa de los valores más apreciados por los estadounidenses. Pero si bien, de alguna manera, es algo coherente con las promesas de campaña de Trump, en muchas otras formas, es la antítesis de ellas. 

Mi bola de cristal muy nublada muestra una reescritura de las reglas, pero no para corregir los graves errores de la revolución de Reagan, un hito en el viaje sórdido que dejó a tantos atrás. Más bien, las nuevas reglas empeorarán la situación, excluyendo a más personas del sueño americano.


 [Traducción: Carlos Rodrigo Zapata C.]

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 El artículo original:

What America’s Economy Needs from Trump




07 noviembre 2016

DONALD TRUMP O LA APOTEOSIS DEL ENGAÑO

Carlos Rodrigo Zapata C.

Por lo que ha podido advertirse a lo largo de la larga campaña electoral norteamericana, Trump puede ser considerado ya como el icono de la mentira, la falsedad y la falta de espíritu crítico, en breve, la expresión misma del engaño.

¿Cómo puede ser posible un engaño de semejantes proporciones en la era de la información y las comunicaciones, y en el país que más se pavonea con su democracia, donde las libertades y el respeto a la ley supuestamente no conocen fronteras?


Esta y otras preguntas relacionadas ya sacuden al mundo, en particular por las consecuencias o repercusiones que podría tener la elección de un personaje de esta calaña.

Por lo que se puede ver, hay cuando menos tres factores que concurren de modo macabro a producir este resultado: los mitos y fantasías del “american way of life”, la acción corrosiva, acrítica y amarillista de la prensa norteamericana, y el comportamiento del propio Trump, empeñado en hacer creer al electorado que los EEUU no sólo gozan de licencia en el mundo para hacer lo que les venga en gana, sino que cuentan con los medios para hacer realidad el "sueño americano", si tan sólo lograran imponerse frente a todas esas fuerzas foráneas que tratan de impedirlo...

La idea que el “sueño americano” sigue vigente, solo que los gobernantes se han ocupado de obstaculizarlo y todo por los poderes externos a los que se han sometido, muestra la enorme impaciencia de los sectores “perdedores” en la sociedad norteamericana frente a todo lo que pueda afectar la concreción de ese sueño. Toda la gama de culpables que saca a relucir Trump coincide precisamente con todos aquellos que han sido identificados como responsables de obstaculizar la realización de este sueño. Ese trabajo data de tiempo atrás, de modo que Trump simplemente está cosechando lo que se ha venido sembrando aviesamente.

La prensa es altamente responsable de la debacle que se puede apreciar en todos los frentes en el escenario norteamericano. No solo se ha sometido a los grandes poderes e intereses, sino que ha traicionado a la sociedad, puesto que en buena medida ha abandonado su rol y su misión de informar veraz y críticamente. Por lo que se puede apreciar, por la dimensión de las licencias y omisiones cometidas, cada semana, sino cada día, debería estallar algún Watergate, pero no pasa nada, y en lugar de ello, se tiene acosados y perseguidos a quienes se han dado modos para denunciar los atropellos que sufre la civilización norteamericana y planetaria por parte de los servicios de inteligencia norteamericanos, como son los casos de Snowden y Assange.

En lugar de refugiarse en la mentira, como antaño lo hacían los jefes nazis y hoy muchos tiranuelos de ocasión, la prensa norteamericana se ha erigido en santuario de la omisión y la interpretación antojadiza, todo siempre acompañado del mito del "sueño americano", para lo cual ha surgido ahora nada menos que un salvador: ¡Donald Trump!

De este personaje ya se ha dicho y escrito mucho, por lo que no tiene sentido reiterar más sus rasgos y características. No obstante, es necesario poner en contexto el alcance y las posibles consecuencias de su incursión en la arena de la toma de decisiones a escala global.

Los anuncios y bravuconadas de Trump en relación con el calentamiento global y el cambio climático así lo atestiguan magistralmente. Trump no sólo ha prometido revitalizar la explotación del carbón, el energético más contaminante de las energías fósiles, sino que además anuncia que evitará que poderes foráneos les impidan a los gringos usar toda la energía que quieran. ¡Ha llegado al extremo de acusar a los chinos de haber inventado toda esta historia del calentamiento global con la única finalidad de atentar contra la competitividad norteamericana!


Su retórica se basa en el negacionismo sistemático practicado en EEUU durante décadas frente al calentamiento global y el cambio climático ocasionados por la acción humana, al punto que muchos norteamericanos ven en todo ello solo un complot contra la grandeza de los EEUU, tema que justamente se ha convertido en el lema de campaña de Trump.

Lo más impresionante es que toda esta corriente oscurantista, emperrada en negar las funestas consecuencias de un industrialismo desbocado y angurriento, no ha tenido de parte de la gran prensa norteamericana la respuesta que merecía ya desde hace décadas. Incluso el tímido plan para hacer frente al calentamiento global que ha lanzado el Presidente Obama se halla en muchos aspectos en línea con esta corriente, ya que no solo se tomó 6 años de su mandato para publicarlo, sino que tampoco exige resultados ni da plazos, casi como si se tratara de una lista de recomendaciones. La idea norteamericana de libertad llega al extremo de poner en vilo al planeta, y ni por ello, cuestiona ni condena a los poderes responsables de esta debacle.

Por todo lo ya dicho y acontecido, Trump no necesita ganar la elección -lo que sin duda sería catastrófico para todos los ámbitos de la vida planetaria- puesto que su sola incursión, su presencia, el hecho de haber llegado hasta donde llegó y mantener en vilo a buena parte del electorado norteamericano y de la opinión pública mundial hasta horas antes del verificativo electoral, muestra que desnudó como nadie lo había hecho a la potencia económica y militar más belicosa de la historia, mostrando la inmensa suma de incoherencias que le son propias, la extrema manipulación a la que se halla sometida la opinión pública, el espíritu acrítico y contemplativo de su opinión pública que deja que los magnates, los billonarios y todos los poderosos decidan a nombre del pueblo norteamericano, que por lo visto prefiere ocuparse de asuntos bastante más frívolos y superficiales que pensar en asuntos como el calentamiento global, la desigualdad, la discriminación y las responsabilidades de su propio país en las catástrofes que padece este planeta.

Las próximas horas se producirá un desenlace que marcará, si o si, el devenir de los EEUU y del mundo, porque a todas la fragilidades y debilidades de este mundo en peligro, se ha sumado la actitud extremadamente deleznable y sometida de la sociedad norteamericana a los poderes que están destruyendo el planeta y siguen tratando que nadie se entere. Si fuera un país cualquiera, las posibles repercusiones no serían tan dramáticas, pero tratándose de la potencia bélica más poderosa del planeta, esa debilidad congénita de la sociedad norteamericana aparece como un peligro de primer orden, muy superior todos los huracanes y tsunamis que podamos imaginar.

La imagen que queda de la sociedad norteamericana es en extremo preocupante, porque se presenta a sí misma como una sociedad sometida por toda clase de poderes, incapaz de manifestarse, de hacer frente a esos poderes, y como el mejor ejemplo de los corderos que van al matadero sin protestar. 



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