04 octubre 2013

El Café de los Gallegos

Carlos Rodrigo Zapata C.


Un video twitteado por la periodista española Ana Pastor en febrero de 2013 (que recoge una interpretación magistral de la cantante Silvia Pérez Cruz, ganadora del premio Goya, http://youtu.be/-eqJAAi1kE8, que no pueden dejar de ver) me hizo recordar una hermosa vivencia en el Buenos Aires de inicios de los años 70, antes que el terror se instale en la Argentina. Esta es la primera vez que relato este episodio, y me sorprende no haberlo hecho antes, teniendo en cuenta que siempre lo he llevado conmigo como un hermoso recuerdo de mi padre.
Mi padre - Roberto Zapata de la Barra

Mi padre había sido desterrado a la Argentina por el gobierno militar de turno, uno de tantos que tuvimos en Bolivia. Luego de varios meses de ausencia, me decidí a ir a visitarlo. Ese mes que pasamos juntos en Buenos Aires debe haber sido el más intenso de mi vida junto a él. 

Uno de esos días de diciembre de 1970, mi señor padre me convidó a un Café, ahí en la Av. 9 de Julio, sobre la vereda de Cerrito. “Te vas a llevar una sorpresa”, me advirtió, cuando vio mi cara de descontento al ingresar a un local tan apagado y descolorido. Nos sentamos, pedimos algo de beber, y yo miraba y miraba a los comensales y a los alrededores, y no pasaba nada. Francamente latosa la espera de la sorpresa. 

Cuando mi paciencia ya estaba a punto de desbordar los límites, de pronto una vieja -es decir, una señora de edad avanzada- se pone a cantar a voz en cuello. Me quedé azorado y miré a mi padre como preguntándole si a la señora esa no se le habría soltado un tornillo. De pronto la señora deja de cantar y un señor, también de cierta edad, se pone a cantar en otra mesa, como si se hallara en otro local o participara de otro acontecimiento. De igual modo me llenó de rubor y vergüenza ajena el desparpajo del caballero que siguió cantando su tonada como si estuviera solo en el universo.


Sílvia Pérez Cruz y Cástor Pérez - Veinte años

Súbitamente, como si toda la concurrencia se hubiera confabulado en mi contra, y con el único afán de hacerme sentir en ridículo, todos los comensales del Café empezaron a cantar a coro, donde el único extraño era yo. Recién fui captando adónde me había conducido mi señor padre. Me hallaba nada menos que en un Café en el que cotidianamente se reunían los gallegos, venidos desde su natal Galicia. Así como había empezado, súbitamente calló el gran coro y en una mesa situada en la esquina del Café, una voz femenina, retomó el cántico y prosiguió la fiesta.

A esas alturas se me salían las lágrimas de emoción, como si fuera un gallego más, que me reunía a diario con mis coterráneos para recordar nuestra hermosa tierra. Quedé fascinado con esa manera tan dulce y afable, tan musical y participativa de sumarse a esa gran fiesta de la remembranza y la camaradería. 

Al salir del local, deseaba que todos los eventos y sucesos de ese día se queden impregnados en mi corazón y en mi memoria, como forma de recordar y valorar esa encantadora jornada junto a mi padre y esos gestos tiernos de la cultura y el amor al terruño que pude conocer en Buenos Aires, esa tierra tan entrañable para los bolivianos.

Gracias Galicia por esos tus vástagos, gracias.


PS.: Si mal no recuerdo, en esta vista se muestra el edificio en el que se halla(ba) el Café de los Gallegos en la Av. 9 de Julio en Buenos Aires.



(Continuación......)

La Paz, enero de 2014


¿Y qué fue de todos esos gallegos, de todos esos tristones participes de esas fiestas de la remembranza y la camaradería?

Algo que no se me ocurrió que podría suceder, es que de pronto este relato sobre "El Café de los Gallegos", una hermosa vivencia personal junto a mi padre, pudiera tener una continuación. Pero, hela aquí, deseosa de darse a conocer.

Lo que ocurre es que simplemente nunca me pregunté, como si las cosas sucedieran sin solución de continuidad, ¿qué fue de todos esos gallegos, de todos esos tristones participes de esas fiestas de la remembranza y la camaradería? 

La pregunta me llegó de la mano de Eduardo Galeano, quien en "El Libro de los Abrazos" me proporciona no sólo la pregunta, sino también la respuesta, de un modo tan elocuente y magistral, que mi relato no podría tener una mejor solución, un desenlace más encantador y perfecto.

Léanla y sepan que ocurrió (que pudo haber ocurrido, mejor: que es lo que casi con plena seguridad y certidumbre, sucedió) con esos hijos de Galicia, profundamente querendones de su terruño.


Eduardo Galeano. El Libro de los Abrazos

El río del Olvido

La primera vez que fui a Galicia, mis amigos me llevaron al río del Olvido. Mis amigos me dijeron que los legionarios romanos, en los antiguos tiempos imperiales, habían querido invadir estas tierras, pero de aquí no habían pasado: paralizados por el pánico, se habían detenido a la orilla de este río. Y no lo habían atravesado nunca, porque quien cruza el río del Olvido llega a la otra orilla sin saber quién es ni de dónde viene.

Yo estaba empezando mi exilio en España, y pensé: si bastan las aguas de un río para borrar la memoria, qué pasará conmigo, resto de naufragio, que atravesé toda una mar?


Pero yo había estado recorriendo los pueblecitos de Pontevedra y Orense, y había descubierto tabernas y cafés que se llamaban Uruguay o Venezuela o Mi Buenos Aires Querido y cantinas que ofrecían parrilladas o arepas, y por todas partes había banderines de Peñarol y Nacional y Boca Juniors, y todo eso era de los gallegos que habían regresado de América y sentían, ahora, la nostalgia al revés.
 
Ellos se habían marchado de sus aldeas, exiliados como yo, aunque los hubiera corrido la economía y no la policía, y al cabo de muchos años estaban de vuelta en su tierra de origen, y nunca habían olvidado nada. Ni al irse, ni al estar, ni al volver: nunca habían olvidado nada. Y ahora tenían dos memorias y tenían dos patrias.
(Fecha original del artículo de Galeano: 1987)
[http://pizarrasypizarrones.blogspot.com/2012/12/el-libro-de-los-abrazos-eduardo-galeano_2.html]