Carlos Rodrigo Zapata C.
Economista, Planificador regional
He quedado francamente sorprendido con las reflexiones del ex Senador Antonio Peredo expuestas en su artículo Reducir el circulante [ver este artículo más abajo], a quien guardo mucho respeto por su labor y su trayectoria, pero no puedo dejar de quedarme anonadado ante las mismas.
Hace años que vemos como se va dilapidando el proceso de cambio, pero no es porque los proyectos sean fallidos o no sean adecuados o pertinentes, pues el accionismo nunca ha sido un buen recetario, sino por el exceso de una diversidad de reglas de gestión que son tóxicas para promover el desarrollo económico y mucho más un proceso de cambio.
Primero, la primera regla consiste en no pretender todo para ayer o anteayer, como si tan sólo faltara un par de toquecitos como para consumar y consolidar insignes empresas. Esa conducta es la más fatal de todas, porque un proceso de cambio implica sobretodo construir capacidades, lo que no se logra precisamente de la noche a la mañana, sino que exige procesos de aprendizaje, de cambio profundo de esquemas y de mentalidades, en suma, asumir una actitud mucho más crítica para aprender lo que no sabemos, forjar e instalar las capacidades que carecemos y enfrentar los problemas estructurales que tenemos en abundancia. Todo ello significa no dilapidar el proceso de cambio, no tirarlo por el caño y construir bases sólidas para una nación con ansias de progreso y de cambio. Un proceso de cambio exige ante todo una estructura coherente de incentivos, acorde a la estructura económica que se pretende producir y una superestructura que la acompañe de modo pertinente, sin lo cual no existe ninguna posibilidad que los diversos componentes de nuestra formación social puedan articular sus necesidades, sus expectativas y sus recursos. El “Nuevo Modelo Económico Productivo” que se pretende implantar, basado en el Estado, la economía social comunitaria y "la inversión privada, tanto de capital nacional como extranjero", contrapone las reglas que pueden ser aptas para promover a cada uno de estos actores, de modo tal que los incentivos para uno, resultan desincentivos para los otros. Así sólo reproducimos nuestro rezago y estancamiento seculares.
Segundo, el proceso de cambio también significa dejar de facilitar el tránsito a la economía y la sociedad por vías contrarias a todo proceso de cambio, dejar de alentar o facilitar las malas prácticas, dejar de incentivar y animar a que los ciudadanos, sus recursos, sus sueños, se mezclen y se empleen en un sinfín de actividades atentatorias a todo futuro, a toda dignidad humana. El narcotráfico, el contrabando, la corrupción, la destrucción del medio ambiente, la piratería, la delincuencia, es apenas un primer listado de las actividades a las que muchos compatriotas están dedicados, primero, porque no cuentan con los medios, los recursos, los insumos, los incentivos, para poder desempeñarse en otras actividades de modo sostenible, que permitan que el individuo, la familia y la sociedad pueda vivir con ello; y segundo, porque no existen políticas claras (con alguna excepción) que realmente se hayan propuesto reorientar la asignación de los recursos y las energías nacionales hacia sectores productivos adecuadamente sintonizados con nuestros potenciales, nuestros recursos, nuestros requerirmientos de empleo, nuestra idea de nosotros mismos, nuestra dignidad.
Tercero, el proceso de cambio significa vislumbrar de modo muy claro el mañana al que pretendemos arribar, el futuro que queremos construir. La obligación de quienes se sienten verdaderamente comprometidos con dicho proceso de cambio, radica en posicionarse en ese futuro ansiosamente deseado y posible de lograr. Es desde ese futuro, política, social e institucionalmente compartido, que debemos operar sobre nuestra realidad e intervenir sobre ella de modo continuo, consecuente y perseverantemente, pues de otro modo dejaremos que otro proceso de cambio más quede a media cuesta, como ya nos ha sucedido muchas veces en nuestra patria.
Cuarto, el proceso de cambio también se va por el caño porque no hay diálogo efectivo, fructífero en la sociedad, porque existe un actor que pretende mandar e imponer un discurso, ciego para unas cosas, incapaz para muchas otras, y encima de ello con un libreto gravemente equivocado que terminará consumiendo el proceso de cambio antes de haber puesto los cimientos más elementales. Los dos tercios no son un mandato para que hacer lo que le dé la gana al partido gobernante, sino es una invocación masiva y colectiva para que conduzca los destinos de la patria con sabiduría y sin las limitaciones y restricciones del pasado.
Por esto y por mucho más, resulta muy sorprendente que a estas alturas del partido, el ex Senador llegue a las conclusiones que nos comunica en su artículo, aunque también hay que reconocer su valor para expresarlas. Sólo espero que llegar a manifestar esas ideas no sea producto de un desmarque, como está aconteciendo últimamente, como si tuviéramos una fábrica para producir procesos de cambio a gusto y sabor de todo el mundo, desconociendo el dictum de Almaráz: “La historia no es un escaparate”.
Mi deseo es que quienes están en la panza del ogro filantrópico, que se está farreando este proceso de cambio, den la pelea desde adentro, excepto que hayan llegado a la conclusión que el mismo ya es irreformable, por lo que es mejor tirarlo al canasto de la historia. Si esto último fuera el caso, sería muy oportuno que también se lo diga y exprese claramente, y dejarse de reflexiones económicas marginales, como si sólo nos faltaran unos ajustes para consolidar algunos cambios sustanciales.
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Reducir el circulante
Antonio Peredo Leigue
Julio 21, 2011
Las noticias dan cuenta que, el presidente del Banco Central de Bolivia, desarrolla una operación a gran escala para quitar cuatro mil millones de bolivianos de la circulación. La forma en que se hace, venta de bonos del Estado con alto interés, no viene al caso. El tema es que, de esa forma, se pretende mantener bajos los precios de los artículos de mercado y, así, reducir los índices de inflación.
La banca privada está ofreciendo intereses mayores a los ahorros en moneda nacional, aduciendo que está aumentando la cartera de préstamos. De cualquier modo, es también una forma de sacar dinero del circulante, pues la gente se tienta con la posibilidad de ese interés y deposita sus ahorros. Habría que calcular los montos que se están depositando desde que la moneda nacional zafó del 1% de interés bancario y llegó hasta el 2,5% actual. De todos modos, debe ser una cantidad estimable en la reducción del circulante.
Por cierto que, desde la banca, no puede darse otro tipo de medida que no sea financiera. Es un buen planteo, siempre que sea parte de un programa de desarrollo económico que, no sólo haga frente a la inflación en términos monetarios, sino que posibilite un mejoramiento de la situación económica de las familias. La simple reducción del circulante puede llevarnos a un estancamiento económico. Hemos vivido la experiencia más de una vez y, la lenta recuperación de la economía, es un proceso doloroso para la sociedad. La reducción del circulante no es una solución, simplemente es un complemento de otras medidas.
Lo extraño es que no se ven esas medidas. No hay, tampoco, anuncios que permitan vislumbrar un plan en el corto plazo. Los proyectos de desarrollo nacional, los pocos que se conocen, caminan a paso lento. Los que se realizan tienen un escaso impacto económico y, algunos de entre ellos, nacen fallidos. Sin pretender culpar a nadie, porque todos asumimos la responsabilidad que nos corresponde, se ponen en marcha proyectos con gran publicidad y con pocos resultados. Ninguno de ellos es parte de un plan general; más bien son el resultado del entusiasmo, más o menos bien intencionado, de alguna autoridad.
En la otra cara de la medalla, están las pesadas cargas que sobrelleva el gobierno del presidente Evo Morales. Las costosas subvenciones que se mantienen desde hace dos décadas, son un freno a los niveles de inversión que el Estado puede y necesita emprender en el corto plazo. Los combustibles mantienen precios tan bajos, que resulta imposible impedir el contrabando. Pero, además, la subvención es una carga tan pesada que va siendo insostenible y, más temprano que tarde, el gobierno estará obligado a tomar medidas que la supriman.
Elevar los precios no es una buena salida. Ya lo experimentamos en diciembre del año pasado. Pero, hace unos días, el presidente Morales ha insistido en la necesidad de terminar con esa política. ¿Cómo hacerlo? Esto es lo que hay que decidir y debe hacérselo en el corto plazo.
El primer planteamiento que resulta de esta exposición, es que falta un plan de desarrollo. Las medidas que se han tomado hasta ahora, desde los bonos otorgados a los sectores más empobrecidos, pasando por los programas de ayuda directa a los municipios y el mantenimiento de subvenciones a los combustibles, fueron necesarias en su momento. Pero se trataba de tener el tiempo suficiente para definir los planes de desarrollo. En realidad, debía concretarse el programa propuesto desde 2002: recuperación del dominio sobre los recursos naturales, soberanía alimentaria, industrialización de nuestras materias primas y fortalecimiento de la unidad regional.
Poco a poco se recuperó los bienes del país, aunque falta consolidar ese proceso, mediante leyes que protejan ese dominio. Está pendiente el desafío de desarrollar la agricultura y la ganadería; se requiere una fuerte inversión en planes de dos tipos: programas estatales de extensos cultivos junto a incentivos destinados a los productores nativos de alimentos. Lo mismo debe hacerse con la ganadería: programas estatales e incentivos a los productores.
En el tema de darle mayor valor agregado a nuestras exportaciones, estamos sumamente atrasados. La planta separadora de hidrocarburos sigue sufriendo demoras que pueden explicarse bien o mal, pero son demoras que no podemos permitirnos más. La fundición de minerales debe acelerarse, para lo que se requiere promulgar, de una vez por todas, la nueva ley de minería. Por último, hay que crear industrias que sustituyan nuestras principales importaciones de consumo que no son precisamente papel y cartón. En primera línea deben estar cemento y fierro de construcción.
El tema final para esta nota, es la unidad regional. No basta la realización constante de reuniones cumbres. Hay que ejecutar obras. Tenemos una de máxima importancia regional, a la que nuestro gobierno se ha comprometido dar impulso: el corredor bioceánico. Es decir, una vía que atraviese Bolivia de este a oeste y viceversa convirtiendo, a nuestro país, en el paso obligado del comercio internacional. Un ferrocarril de trocha ancha y doble vía más las carreteras que se bifurquen en los puntos neurálgicos de Bolivia, son de urgente habilitación. Para esto, somos la mejor opción, pero no la única; debemos apresurarnos.
El futuro es de producción, no de reducción del circulante.
He quedado francamente sorprendido con las reflexiones del ex Senador Antonio Peredo expuestas en su artículo Reducir el circulante [ver este artículo más abajo], a quien guardo mucho respeto por su labor y su trayectoria, pero no puedo dejar de quedarme anonadado ante las mismas.
Hace años que vemos como se va dilapidando el proceso de cambio, pero no es porque los proyectos sean fallidos o no sean adecuados o pertinentes, pues el accionismo nunca ha sido un buen recetario, sino por el exceso de una diversidad de reglas de gestión que son tóxicas para promover el desarrollo económico y mucho más un proceso de cambio.
Primero, la primera regla consiste en no pretender todo para ayer o anteayer, como si tan sólo faltara un par de toquecitos como para consumar y consolidar insignes empresas. Esa conducta es la más fatal de todas, porque un proceso de cambio implica sobretodo construir capacidades, lo que no se logra precisamente de la noche a la mañana, sino que exige procesos de aprendizaje, de cambio profundo de esquemas y de mentalidades, en suma, asumir una actitud mucho más crítica para aprender lo que no sabemos, forjar e instalar las capacidades que carecemos y enfrentar los problemas estructurales que tenemos en abundancia. Todo ello significa no dilapidar el proceso de cambio, no tirarlo por el caño y construir bases sólidas para una nación con ansias de progreso y de cambio. Un proceso de cambio exige ante todo una estructura coherente de incentivos, acorde a la estructura económica que se pretende producir y una superestructura que la acompañe de modo pertinente, sin lo cual no existe ninguna posibilidad que los diversos componentes de nuestra formación social puedan articular sus necesidades, sus expectativas y sus recursos. El “Nuevo Modelo Económico Productivo” que se pretende implantar, basado en el Estado, la economía social comunitaria y "la inversión privada, tanto de capital nacional como extranjero", contrapone las reglas que pueden ser aptas para promover a cada uno de estos actores, de modo tal que los incentivos para uno, resultan desincentivos para los otros. Así sólo reproducimos nuestro rezago y estancamiento seculares.
Segundo, el proceso de cambio también significa dejar de facilitar el tránsito a la economía y la sociedad por vías contrarias a todo proceso de cambio, dejar de alentar o facilitar las malas prácticas, dejar de incentivar y animar a que los ciudadanos, sus recursos, sus sueños, se mezclen y se empleen en un sinfín de actividades atentatorias a todo futuro, a toda dignidad humana. El narcotráfico, el contrabando, la corrupción, la destrucción del medio ambiente, la piratería, la delincuencia, es apenas un primer listado de las actividades a las que muchos compatriotas están dedicados, primero, porque no cuentan con los medios, los recursos, los insumos, los incentivos, para poder desempeñarse en otras actividades de modo sostenible, que permitan que el individuo, la familia y la sociedad pueda vivir con ello; y segundo, porque no existen políticas claras (con alguna excepción) que realmente se hayan propuesto reorientar la asignación de los recursos y las energías nacionales hacia sectores productivos adecuadamente sintonizados con nuestros potenciales, nuestros recursos, nuestros requerirmientos de empleo, nuestra idea de nosotros mismos, nuestra dignidad.
Tercero, el proceso de cambio significa vislumbrar de modo muy claro el mañana al que pretendemos arribar, el futuro que queremos construir. La obligación de quienes se sienten verdaderamente comprometidos con dicho proceso de cambio, radica en posicionarse en ese futuro ansiosamente deseado y posible de lograr. Es desde ese futuro, política, social e institucionalmente compartido, que debemos operar sobre nuestra realidad e intervenir sobre ella de modo continuo, consecuente y perseverantemente, pues de otro modo dejaremos que otro proceso de cambio más quede a media cuesta, como ya nos ha sucedido muchas veces en nuestra patria.
Cuarto, el proceso de cambio también se va por el caño porque no hay diálogo efectivo, fructífero en la sociedad, porque existe un actor que pretende mandar e imponer un discurso, ciego para unas cosas, incapaz para muchas otras, y encima de ello con un libreto gravemente equivocado que terminará consumiendo el proceso de cambio antes de haber puesto los cimientos más elementales. Los dos tercios no son un mandato para que hacer lo que le dé la gana al partido gobernante, sino es una invocación masiva y colectiva para que conduzca los destinos de la patria con sabiduría y sin las limitaciones y restricciones del pasado.
Por esto y por mucho más, resulta muy sorprendente que a estas alturas del partido, el ex Senador llegue a las conclusiones que nos comunica en su artículo, aunque también hay que reconocer su valor para expresarlas. Sólo espero que llegar a manifestar esas ideas no sea producto de un desmarque, como está aconteciendo últimamente, como si tuviéramos una fábrica para producir procesos de cambio a gusto y sabor de todo el mundo, desconociendo el dictum de Almaráz: “La historia no es un escaparate”.
Mi deseo es que quienes están en la panza del ogro filantrópico, que se está farreando este proceso de cambio, den la pelea desde adentro, excepto que hayan llegado a la conclusión que el mismo ya es irreformable, por lo que es mejor tirarlo al canasto de la historia. Si esto último fuera el caso, sería muy oportuno que también se lo diga y exprese claramente, y dejarse de reflexiones económicas marginales, como si sólo nos faltaran unos ajustes para consolidar algunos cambios sustanciales.
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Reducir el circulante
Antonio Peredo Leigue
Julio 21, 2011
Las noticias dan cuenta que, el presidente del Banco Central de Bolivia, desarrolla una operación a gran escala para quitar cuatro mil millones de bolivianos de la circulación. La forma en que se hace, venta de bonos del Estado con alto interés, no viene al caso. El tema es que, de esa forma, se pretende mantener bajos los precios de los artículos de mercado y, así, reducir los índices de inflación.
La banca privada está ofreciendo intereses mayores a los ahorros en moneda nacional, aduciendo que está aumentando la cartera de préstamos. De cualquier modo, es también una forma de sacar dinero del circulante, pues la gente se tienta con la posibilidad de ese interés y deposita sus ahorros. Habría que calcular los montos que se están depositando desde que la moneda nacional zafó del 1% de interés bancario y llegó hasta el 2,5% actual. De todos modos, debe ser una cantidad estimable en la reducción del circulante.
Por cierto que, desde la banca, no puede darse otro tipo de medida que no sea financiera. Es un buen planteo, siempre que sea parte de un programa de desarrollo económico que, no sólo haga frente a la inflación en términos monetarios, sino que posibilite un mejoramiento de la situación económica de las familias. La simple reducción del circulante puede llevarnos a un estancamiento económico. Hemos vivido la experiencia más de una vez y, la lenta recuperación de la economía, es un proceso doloroso para la sociedad. La reducción del circulante no es una solución, simplemente es un complemento de otras medidas.
Lo extraño es que no se ven esas medidas. No hay, tampoco, anuncios que permitan vislumbrar un plan en el corto plazo. Los proyectos de desarrollo nacional, los pocos que se conocen, caminan a paso lento. Los que se realizan tienen un escaso impacto económico y, algunos de entre ellos, nacen fallidos. Sin pretender culpar a nadie, porque todos asumimos la responsabilidad que nos corresponde, se ponen en marcha proyectos con gran publicidad y con pocos resultados. Ninguno de ellos es parte de un plan general; más bien son el resultado del entusiasmo, más o menos bien intencionado, de alguna autoridad.
En la otra cara de la medalla, están las pesadas cargas que sobrelleva el gobierno del presidente Evo Morales. Las costosas subvenciones que se mantienen desde hace dos décadas, son un freno a los niveles de inversión que el Estado puede y necesita emprender en el corto plazo. Los combustibles mantienen precios tan bajos, que resulta imposible impedir el contrabando. Pero, además, la subvención es una carga tan pesada que va siendo insostenible y, más temprano que tarde, el gobierno estará obligado a tomar medidas que la supriman.
Elevar los precios no es una buena salida. Ya lo experimentamos en diciembre del año pasado. Pero, hace unos días, el presidente Morales ha insistido en la necesidad de terminar con esa política. ¿Cómo hacerlo? Esto es lo que hay que decidir y debe hacérselo en el corto plazo.
El primer planteamiento que resulta de esta exposición, es que falta un plan de desarrollo. Las medidas que se han tomado hasta ahora, desde los bonos otorgados a los sectores más empobrecidos, pasando por los programas de ayuda directa a los municipios y el mantenimiento de subvenciones a los combustibles, fueron necesarias en su momento. Pero se trataba de tener el tiempo suficiente para definir los planes de desarrollo. En realidad, debía concretarse el programa propuesto desde 2002: recuperación del dominio sobre los recursos naturales, soberanía alimentaria, industrialización de nuestras materias primas y fortalecimiento de la unidad regional.
Poco a poco se recuperó los bienes del país, aunque falta consolidar ese proceso, mediante leyes que protejan ese dominio. Está pendiente el desafío de desarrollar la agricultura y la ganadería; se requiere una fuerte inversión en planes de dos tipos: programas estatales de extensos cultivos junto a incentivos destinados a los productores nativos de alimentos. Lo mismo debe hacerse con la ganadería: programas estatales e incentivos a los productores.
En el tema de darle mayor valor agregado a nuestras exportaciones, estamos sumamente atrasados. La planta separadora de hidrocarburos sigue sufriendo demoras que pueden explicarse bien o mal, pero son demoras que no podemos permitirnos más. La fundición de minerales debe acelerarse, para lo que se requiere promulgar, de una vez por todas, la nueva ley de minería. Por último, hay que crear industrias que sustituyan nuestras principales importaciones de consumo que no son precisamente papel y cartón. En primera línea deben estar cemento y fierro de construcción.
El tema final para esta nota, es la unidad regional. No basta la realización constante de reuniones cumbres. Hay que ejecutar obras. Tenemos una de máxima importancia regional, a la que nuestro gobierno se ha comprometido dar impulso: el corredor bioceánico. Es decir, una vía que atraviese Bolivia de este a oeste y viceversa convirtiendo, a nuestro país, en el paso obligado del comercio internacional. Un ferrocarril de trocha ancha y doble vía más las carreteras que se bifurquen en los puntos neurálgicos de Bolivia, son de urgente habilitación. Para esto, somos la mejor opción, pero no la única; debemos apresurarnos.
El futuro es de producción, no de reducción del circulante.