Carlos Rodrigo Zapata C.
Da la impresión que los analistas y observadores de la realidad en nuestro medio van apercibiéndose de lo inevitable: del triunfo contundente de Evo Morales el venidero 6 de diciembre del 2009, así como de las causas más evidentes que lo harán posible: un electorado cautivo y una oposición miserable.
Las descripciones de la oposición aparecidas este fin de semana (16 de agosto de 2009) en los medios escritos de información, son una muestra de ello. El economista Gonzalo Chávez dice que se trata de “una oposición, nacional y regional, más perdida que Adán en el día de la madre. En este contexto desigual, han surgido un poupurrí de candidatos, que como vizcachas en invierno, buscan un lugar al sol en la nueva arquitectura hegemónica”.
Por su parte, el ex presidente Carlos Mesa, señala: “La oposición elegida en 2005, tanto la política como la regional, se hundió y desapareció víctima de sus propios errores y de una estrategia que mezclaba un espíritu poco democrático con una ingenuidad increíble, pretendiendo ganarle al campeón de la violencia callejera con violencia callejera….”
“Pero si bien esa oposición está hundida, la nueva, la que pretende enfrentar al Gobierno, tampoco parece haber entendido el tamaño de lo que está en juego. Aunque todavía está a tiempo de resolver cuestiones cruciales. Debe entender que no se trata exclusivamente de derrotar en las urnas a Morales, se trata de derrotarlo con una propuesta alternativa de país, con una oferta de cambio real, democrático (exactamente lo que él ni siente ni tiene), inclusiva y autonómica, que sea creíble, que pueda superar o igualar cuando menos la fuerza de carga simbólica que el Presidente tiene…”
“La reconstrucción del sistema político es una prioridad inexcusable y una tarea de largo aliento, un sistema que debe prescindir definitivamente de los partidos del pasado, que ya no existen o están moribundos, apenas apoyados en sus viejas estructuras organizativas. Este partir de cero es difícil y requiere visión. No basta con un “buen” candidato, se necesita un proyecto y se necesita partido (no el viejo partido centralista y autoritario del siglo XX), para ello se debe tener principios, programas y claridad de a quién se enfrenta y qué país debemos construir. Tarea de gigantes, imposible de realizar si seguimos en esta rueda de nombres, como si de una rifa se tratara. No es un asunto de caras, ni de sonrisas, es un asunto que requiere la mirada larga de la historia, frente a uno de los movimientos más devastadores que hayamos conocido…”
Estas citas bastan como para reflejar esa sensación de derrota anticipada que se abate inmisericorde sobre los pretendientes a opositores, que en medio de su estampida, aún creen en milagros, que la oposición “todavía está a tiempo de resolver cuestiones cruciales”, aunque se trate de una “tarea de gigantes”. No hay duda, la caída de la vieja estructura partidaria es tan estrepitosa, tan devastadora, que en su derrota sólo deja una estela de llanto e impotencia, incapaz de reconocer los signos de los nuevos tiempos.
Lo único que hay que reconocer y aprestarse a vivir es la revancha del desprecio, la hora del excluido. Sin ese ingrediente, no hay duda que podría darse una confrontación democrática de ideas, una pugna en torno a la mejor vía hacia días mejores para todos. Pero eso implicaría que hace mucho dejamos nuestros privilegios odiosos, hace mucho aprendimos a valorar y respetar la diversidad cultural en nuestra patria, y hace mucho logramos efectivamente implantar una serie de reivindicaciones, reformas y cambios revolucionarios que dejaron definitivamente atrás el pasado de oprobio y desprecio que ha caracterizado nuestra formación social. Pero nada de eso ha sucedido, todo ello es parte de la tarea pendiente, todo ello es lo que se le enrostra a la nación, a la oposición, a todos esos sectores sociales que se niegan a abrirse a todos esos sectores sociales excluidos y vilipendiados. Ahora es cuando deberemos hacer nuestras tareas pendientes, nos guste o no, ahora ya no hay plazos ni recreos.