24 octubre 2022

¿EL NEOFASCISMO ESTÁ AL SERVICIO DEL NEOLIBERALISMO Y EL EXTRACTIVISMO?


Carlos Rodrigo Zapata C. (*)

El mundo adquiere cada vez más las trazas de un mundo autoritario. Es como si las leyes de movimiento de la historia se hubieran rendido ante su contundencia y no tuvieran ya nada que objetar ni manera de detener ese desarrollo. 

¿A qué se debe ello? ¿A que la democracia y valores tales como los derechos y libertades ya no "jalan" como en el pasado, a que han perdido su encanto y atractivo, a que se han hecho muy costosas mantenerlas con vida o a qué? ¿O se debe a que ya no son funcionales a las exigencias del capital, la fuerza determinante de nuestro tiempo?

Lo fundamental son dos hechos: primero, el capitalismo debe lidiar históricamente con la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, tal como Marx la elaborara clásicamente, la cual se halla en plena ejecución. Segundo: el capital no puede pretender en la fase de agudización de sus propias contradicciones y de reducción sensible de sus oportunidades de acumulación, sostener un Estado de bienestar que solo le significa costos y legitimar a sus propios adversarios. 

Por tanto requiere echar mano de un repertorio que le permita recuperar algo del espacio perdido, sin sepultar su propia legitimidad. ¿Cómo lo está logrando? 

Según Prabhat Patnaik, el autor del artículo que se adjunta, manteniendo firme el timón neoliberal curso al crecimiento, el summum bonum de todas sus políticas. Dado que ello será a costa del bienestar, se requiere una fuerza represora que será tanto más necesaria cuanto menor sea la proporción de personas que se beneficie con ese crecimiento. Esa fuerza es de rasgos neofascistas, es decir, apunta a mantener el respaldo al capitalismo neoliberal, lo que significa aceptar la reducción de derechos y libertades. De ese modo, no es que la democracia, los derechos y libertades hayan perdido su atractivo, sino que se han convertido en molestos acompañantes en el camino de declive del capitalismo. 

Patnaik recomienda emprender la lucha contra el neoliberalismo, no sólo por las consecuencias que ya ha traído consigo, como un crecimiento cada vez menor, costos crecientes, mayor desigualdad, sino porque su propia ideología le impide recurrir a los instrumentos que podrían permitirle revertir el actual estado de cosas, concretamente, el déficit fiscal, los impuestos a los ricos y la limitación al movimiento de capitales. Dicho en breve: el neoliberalismo no cuenta con los medios e instrumentos para revertir la actual situación de desempleo, desigualdad y reducción del crecimiento, por lo que no le quedará otra alternativa que dar vía libre a sus propios contrincantes, como ya sucedió en EEUU y se espera que suceda en Brasil.

Esta explicación es muy pertinente para países en los que la lógica neoliberal es dominante de modo exclusivo, pero no es suficiente para países que recurren a otros instrumentos complementarios, como es el extractivismo, el narcotráfico, el lavado de capitales y la misma desinstitucionalización nacional. 

En estos casos las fuerzas neofascistas tienden a refugiarse mucho más en el cuestionamiento de sus rivales, ya que con la ayuda del extractivismo y las otras modalidades señaladas pueden mostrar niveles de crecimiento mayores e incluso algunos rasgos de un Estado de bienestar (bonos, incrementos salariales), situación que permiten justificar la reducción de derechos y libertades, por lo que el neoliberalismo como tal se ve menos afectado. 

Este es el caso en Bolivia, donde la lógica prebendal va de la mano del extractivismo, los que son presentados como formas de combatir la pobreza presente a costa de la desinstitucionalización y la depredación de los bienes naturales. En este caso, las fuerzas neofascistas contribuyen a mantener el curso depredador establecido, a la vez que enarbolan el discurso del crecimiento y la reactivación a costa del mediano y largo plazo. 

Dadas estas caracterizaciones, no tendría que sorprender que en países como el Brasil las fuerzas extractivistas y depredadoras mantengan su supremacía y le den el triunfo a Bolsonaro, ya que al fin de cuentas, gracias al extractivismo, se permite que el neoliberalismo aparezca como más eficiente, se logre un crecimiento mayor y se toleren mejor las restricciones de derechos y libertades. En este marco, las fuerzas neofascistas tienen el terreno mucho más abonado para perdurar en el poder.

La importancia del artículo que comentamos es que nos advierte sobre esa relación incestuosa entre neoliberalismo y neofascismo que, como hemos señalado, tiene sus particularidades en el caso de países extractivistas, un tipo de países que se ha reducido significativamente en la mayor parte del mundo debido justamente a que ya han dado fin con sus propios recursos.

Adjunto el artículo con mis propios resaltados y comentarios al mismo que muestran mis propias percepciones y consideraciones. Como se verá en dichas notas, en los países extractivistas es mucho más crítica y trascendental la lucha contra el extractivismo que contra el neoliberalismo, ya que al fin de cuentas se está destruyendo las bases del futuro para pagar las cuentas del presente que apuntan única y exclusivamente a financiar a como de lugar la permanencia en el poder de esas fuerzas neofascistas. 


(*) Economista, especialista en planificación regional, catedrático de Desarrollo del Capitalismo.



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POR QUÉ EL NEOLIBERALISMO NECESITA NEOFASCISTAS

El asalto neofascista a la democracia es un último esfuerzo por parte del capitalismo neoliberal para rescatarse de la crisis. La única solución es una retirada decisiva de las finanzas globalizadas.

Prabhat Patnaik

 julio 19, 2021

Han pasado cuatro décadas desde que la globalización neoliberal comenzó a remodelar el orden mundial. Durante este tiempo, su agenda ha diezmado los derechos laborales, impuesto límites rígidos a los déficits fiscales, dado exenciones fiscales masivas y rescates al gran capital, sacrificado la producción local por cadenas de suministro multinacionales y privatizado activos del sector público a precios desechables. [… y diseñado leyes, se ha apoderado de las decisiones de las mayorías por medios digitales manipulados, oligopolizado o monopolizado todos los ámbitos, hecho caso omiso al calentamiento global, y se ha desentendido de todos los males que aquejan a la humanidad…todo en aras del profit….].

A medida que la economía del goteo perdía su credibilidad, se necesitaba un nuevo apoyo para sostener políticamente al régimen neoliberal. Vino en forma de neofascismo.

El resultado hoy es un régimen perverso definido por la libre circulación de capitales, que se mueve relativamente sin esfuerzo a través de las fronteras internacionales, incluso cuando la libre circulación de las personas está controlada despiadadamente por un fuerte aumento de la desigualdad de ingresos y un constante aventamiento de la democracia. No importa quién llegue al poder, no importa qué promesas se hagan antes de las elecciones, se siguen las mismas políticas económicas. Dado que el capital, especialmente las finanzas, puede abandonar un país en masa con un plazo extremadamente corto, precipitando una crisis financiera aguda si se socava su "confianza" en un país, los gobiernos son reacios a alterar el status quo; Persiguen políticas favorables al capital financiero y, de hecho, exigidas por él. La soberanía del pueblo, en resumen, es reemplazada por la soberanía de las finanzas globales y las corporaciones nacionales integradas con ella.

Esta reducción de la democracia suele ser justificada por las élites políticas y económicas sobre la base de que las políticas económicas neoliberales marcan el comienzo de un mayor crecimiento del PIB, considerado el summum bonum después del cual toda política debería apuntar. [Interesante forma de plantear las cosas. El crecimiento sería la manera de empatar neoliberalismo con limitación de los derechos. De tal modo que más crecimiento significaría más disposición a aceptar restricciones a los derechos y más “neoliberalismo” o la pócima mágica que se emplee para generar ese mayor crecimiento. Este marco abre las puertas de par en par a todas las corrientes más recalcitrantes que justifican toda reducción de derechos en aras del crecimiento.] [Mientras el capitalismo pueda deliver nuevas tecnologías, nuevas soluciones, más crecimiento, habrá más corrientes que se afanen por justificar todas sus tropelías y por limitar todos los derechos que haga falta con tal que prosiga su carrera “triunfal”]. [Los problemas son varios: el crecimiento es la madre de la debacle climática y ambiental global; la restricción de derechos que exige el neoliberalismo ya no encuentra compensación con ese crecimiento destructivo, ergo, las corrientes que apoyan al capitalismo son cada vez más extremas, a la vez que las restricciones de derechos no compensadas de ningún modo, sino más bien castigadas por las consecuencias del crecimiento desbocado, también han crecido vigorosamente. Por ello, la posibilidad de confrontación civiles crece aceleradamente. El calentamiento global y la incapacidad de reacción y respuesta a esta debacle marcará el ritmo del incremento de las tensiones y confrontaciones. Estos son los drivers cruciales de nuestro tiempo.]

Y, de hecho, en muchos países, especialmente en Asia, la era neoliberal ha dado paso a un crecimiento notablemente más rápido que bajo el período anterior del dirigismo. Tal crecimiento apenas beneficia a la mayor parte de la gente, por supuesto: de hecho, las políticas neoliberales están aún más asociadas con el crecimiento de la desigualdad de ingresos que con el crecimiento del PIB. (Incluso los economistas del Fondo Monetario Internacional Jonathan D. Ostry, Prakash Loungani y Davide Furceri admiten este punto en su artículo de 2016 "Neoliberalismo: ¿sobrevendido?") Pero los neoliberales han vendido una respuesta poderosa a esta objeción: un aumento en la desigualdad de ingresos debe considerarse un precio aceptable a pagar por un crecimiento más rápido, ya que aún podría significar una mejora absoluta en las condiciones de los más desfavorecidos. La presunción ideológica fundamental del neoliberalismo ha sido que el crecimiento levantará todos los barcos, incluso si algunos barcos se elevan mucho más que otros.

Tal vez no haya mejor contraejemplo para esta afirmación que la India, donde se introdujeron políticas neoliberales en 1991, estimulando tanto un aumento dramático de la desigualdad como, al mismo tiempo, un aumento en ciertas medidas de pobreza absoluta y una aniquilación de la agricultura campesina. En 1982, después de más de seis décadas de fuertes impuestos sobre la renta, el 1 por ciento superior de los perceptores de ingresos representaba solo el 6 por ciento del ingreso nacional, según Lucas Chancel y Thomas Piketty. Para 2014, esa cifra se había disparado al 22 por ciento, la más alta en un siglo. Mientras tanto, como la economista Utsa Patnaik ha demostrado en un informe reciente al Consejo Indio de Investigación en Ciencias Sociales, la pobreza también aumentó. En la India rural, donde la norma para definir la pobreza ha sido la falta de acceso a 2200 calorías por persona por día, la proporción de pobres en la población total aumentó del 58 por ciento en 1993-94 al 68 por ciento en 2011-12 (el último año para el que se dispone de grandes datos de encuestas por muestreo). El mismo patrón se mantuvo en las regiones urbanas, donde la norma ha sido de 2100 calorías por persona por día: la proporción de pobres aumentó del 57 por ciento al 65 por ciento durante el mismo período de tiempo.

A pesar de estas y otras grietas en el argumento de la marea creciente que se había vuelto demasiado evidente con el cambio de siglo, la narrativa de que el neoliberalismo beneficiaría a todos retuvo una cierta moneda hasta principios de la década de 2000, por al menos dos razones. En primer lugar, se decía que la globalización neoliberal había contribuido a la asombrosa reducción de la pobreza en China —el economista Pranab Bardhan ha cuestionado enérgicamente esta historia convencional en estas páginas— y a un segmento significativo de la clase media mundial le fue bien: sus oportunidades se ampliaron gracias a la externalización de una serie de actividades de los países avanzados y a un aumento de la proporción del superávit económico. causado por salarios languidecientes pero aumento de la productividad de la clase trabajadora. En segundo lugar, incluso aquellos perjudicados por el régimen neoliberal a menudo alimentaban la esperanza de que el alto crecimiento persistente tarde o temprano se "filtraría" hacia ellos, una esperanza alimentada incesantemente por un establecimiento mediático dominado por las clases media y alta.

Sin embargo, esta esperanza se desvaneció de manera más decisiva cuando la fase de alto crecimiento del capitalismo neoliberal terminó en 2008 con el colapso de la burbuja inmobiliaria estadounidense, dando paso a una crisis prolongada y al estancamiento de la economía mundial. A medida que el viejo apoyo de la economía de goteo perdía su credibilidad, se necesitaba un nuevo apoyo para sostener políticamente al régimen neoliberal. La solución llegó en forma de una alianza entre el capital corporativo globalmente integrado y los elementos neofascistas locales.

Esta dinámica se ha desarrollado en países de todo el mundo, desde el ascenso de Narendra Modi en India y Jair Bolsonaro en Brasil hasta Donald Trump en los Estados Unidos. Para algunos observadores, aspectos de la administración Trump -sus propuestas proteccionistas, su apoyo al Brexit- reflejan una desviación del neofascismo del neoliberalismo. Pero este análisis exagera la importancia de las rupturas de Trump con la ortodoxia neoliberal al mismo tiempo que descuida el vínculo distintivo entre el neofascismo y el neoliberalismo en el mundo en desarrollo. Para evidenciar la conexión entre el neofascismo y el neoliberalismo, no necesitamos mirar más allá del hecho de que ninguna formación política neofascista ha impuesto controles sobre los flujos financieros transfronterizos. En última instancia, solo mediante la implementación de tales controles, junto con fuertes políticas nacionales de bienestar, podemos escapar de esta alianza.


Para evaluar las perspectivas de tal cambio, es esencial apreciar las características distintivas del nuevo fascismo. Los grupos neofascistas existen en todas las sociedades modernas, pero típicamente sólo como elementos marginales. Ocupan un lugar central en períodos de crisis solo con el respaldo del capital corporativo, que proporciona acceso a recursos financieros masivos y control sobre los medios de comunicación corporativos y otros medios de creación de opinión.

Una estrategia característica del neofascismo, como sus predecesores clásicos, es demonizar al "otro", ya sean musulmanes en la India o minorías raciales y sexuales en los Estados Unidos y Brasil. Cómo ocurre exactamente esto varía de un país a otro, por supuesto. Tal vilipendio puede tomar múltiples formas: podría no hacer mención de la crisis económica en absoluto, concentrándose en cambio en la necesidad de la comunidad mayoritaria de recuperar su "autoestima" que supuestamente ha sido dañada por la minoría en el pasado. O podría responsabilizar a la minoría de los problemas económicos, aparte de su supuesto papel en dañar el respeto propio de la comunidad mayoritaria. Los gobiernos no fascistas son acusados de "complacer" a esta minoría jugando a la política del "apaciguamiento".

Los grupos neofascistas existen al margen en todas las sociedades modernas, pero ocupan un lugar central solo con el respaldo del capital corporativo.

 

Además de sus ataques al "otro", el neofascismo también se hace eco del fascismo clásico al atacar a todos y cada uno de sus críticos. Los llama "antinacionales" al equiparar las críticas al gobierno con la traición a la nación. Alega todo tipo de malversación en los partidos de oposición (considere el enjuiciamiento de Lula en Brasil). Crea una atmósfera generalizada de miedo en la sociedad, al encarcelar a las personas sin juicio; intimidando o armando al poder judicial; abrogando los derechos constitucionales del pueblo; aterrorizando a los políticos de la oposición para que deserten al partido neofascista en lugares donde pierden elecciones; desatando bandas de matones en las calles y en las redes sociales para atacar a los opositores; haciendo acusaciones falsas contra los disidentes; subvirtiendo la independencia de las instituciones estatales; y así sucesivamente. En todo esto el neofascismo es ayudado por unos medios de comunicación dóciles. Y a pesar de todo, utiliza su ascendencia para ayudar al sector corporativo a atacar los derechos de los trabajadores ganados a través de décadas de lucha.

Si bien todos estos elementos se basan en el fascismo clásico, el neofascismo también se aparta de sus predecesores históricos de manera significativa. El fascismo clásico surgió antes de que el capital se globalizara, en el sentido de que llevaba más claramente el sello de su origen nacional: estaba involucrado en una intensa rivalidad interimperialista con el capital de otros países avanzados, una rivalidad en la que obtuvo el apoyo de su propio estado. El objetivo fascista era volver a dividir un mundo ya dividido en territorios económicos. El neofascismo de hoy, por el contrario, ocupa un régimen de finanzas globalizadas donde la rivalidad interimperialista es silenciada por el fenómeno del libre flujo de capitales. Dado que el capital globalizado tiene la intención de mantener el mundo entero abierto para su libre movimiento, desalienta la rivalidad interimperialista y la fragmentación del mundo en zonas económicas rivales.

India proporciona una vívida ilustración de la relación entre el neofascismo y el neoliberalismo. Por un lado, los supremacistas hindúes neofascistas que llegaron al poder en 2014 nunca tuvieron nada que ver con la lucha anticolonial de la India (de hecho, uno de ellos incluso asesinó a Mahatma Gandhi). En cambio, son archineoliberales, incluso más que los gobiernos neoliberales anteriores; Toda su postura política, incluso durante la pandemia, se centra en mantener el déficit fiscal bajo control por temor a ofender las finanzas globalizadas, por lo que India ha sido uno de los países que ofrece la asistencia gubernamental más mezquina a las personas afectadas por el confinamiento. El gobierno de la India hoy también está más ansioso que nunca por privatizar las empresas del sector público y brindar asistencia a las corporaciones, especialmente a algunas favorecidas. Y ha estado más interesado que cualquier gobierno anterior en garantizar la invasión corporativa de la agricultura campesina y la pequeña producción.

De hecho, desde los primeros días del neoliberalismo en la India ha habido un trágico aumento en los suicidios de campesinos: más de 300,000 en las dos décadas y media posteriores a 1991. Esto se debe al creciente endeudamiento campesino. La deuda se ha disparado ante el aumento de los costos de los servicios esenciales privatizados y una fuerte caída de las ganancias de la agricultura campesina tras la retirada del apoyo gubernamental a los precios de los cultivos comerciales y la reducción de dicho apoyo en los cereales alimentarios. La presión sobre la agricultura campesina, un sector que emplea a casi la mitad de la fuerza laboral total, ha sido tan drástica que el número de "cultivadores" se ha reducido en 15 millones entre dos censos, 1991 y 2011. Algunos se convirtieron en obreros y otros emigraron a las ciudades en busca de empleos inexistentes, engrosando un ejército de trabajadores desempleados o subempleados que debilitaron la posición negociadora de los relativamente pocos trabajadores sindicalizados. La tasa de crecimiento del PIB ha aumentado, pero ha habido una reducción, de hecho, a la mitad, en la tasa de crecimiento del empleo, lo que la ha llevado incluso por debajo de la tasa natural de crecimiento de la fuerza laboral. [¿No es que India es el campeón mundial de la informalidad? Pero no se hace ni referencia a ese hecho. El autor está preso de la idea del crecimiento, sin costos sociales ni ambientales.]

La agitación campesina masiva que actualmente sacude al país tiene como objetivo revertir tres leyes agrícolas promulgadas el año pasado por el gobierno de Modi que solo extienden aún más este régimen neoliberal. La administración estadounidense y el Fondo Monetario Internacional, aunque critican el manejo de la agitación por parte del gobierno indio, apoyan el impulso de las tres leyes. El neofascismo de Modi es, por lo tanto, bastante inequívoco en su defensa y promoción de la agenda neoliberal.


¿Qué tan estable es esta alianza global entre neoliberalismo y neofascismo? ¿Cuánto tiempo podemos esperar que el apoyo de la otredad neofascista apuntale un neoliberalismo afectado por la crisis? Por un lado, dado que las finanzas globales no tolerarán guerras entre grandes o incluso potencias capitalistas menores, uno podría pensar que el neofascismo está aquí para quedarse. Pero, por otro lado, los regímenes neofascistas están sujetos a las restricciones impuestas por la hegemonía de las finanzas globalizadas, y en un aspecto esta limitación es fatalmente restrictiva: vicia la capacidad del neofascismo para revivir el empleo.

El neofascismo se ve obstaculizado por el neoliberalismo en un aspecto crucial: es incapaz de acabar con el desempleo masivo.

 

El fascismo clásico revivió el empleo a través del gasto público en armamentos financiado significativamente por préstamos, es decir, con un gran déficit fiscal. Fue a través de tales esfuerzos que Japón había sido el primer país en salir de la Gran Depresión en 1931 y Alemania había sido el primer país europeo en generar un auge empresarial en 1933 bajo el gobierno nazi. Como resultado, incluso hubo un breve período, entre el fin del desempleo masivo y el inicio de los horrores de la guerra, cuando los gobiernos fascistas habían disfrutado de un considerable apoyo masivo.

El neofascismo contemporáneo, por el contrario, es incapaz de acabar con el desempleo masivo. No es sólo que tal objetivo requiera mayores gastos gubernamentales, que ya son objeto de desprecio entre los neoliberales; Esos gastos deben financiarse gravando a los capitalistas o con un déficit fiscal, ambos descartados bajo el neoliberalismo. Según la doctrina neoliberal, se supone que gravar a los capitalistas, ya sea a través de un impuesto a las ganancias o un impuesto a la riqueza, afecta negativamente a sus "espíritus animales", como diría Keynes, es decir, la suma total de actitudes que promueven una mayor inversión por parte de los capitalistas. [Según este argumento, podríamos decir que donde los capitalistas no invierten o son apáticos, indecisos, ineficientes, se debe a que sus “espíritus animales” están siendo afectados, no a que sean unos oligarcas, vulgares vividores de rentas, esquilmadores de futuros, etc. Este es un argumento típico del repertorio inacabable del pensamiento mágico, según el cual se hacen ciertas cosas para obtener determinados resultados, pero si no funcionan, no se debe a que no hubiera la relación señalada, sino a que hubo algún tipo de interferencia que obstaculizó su inexorable cumplimiento. Esta es la ley del que no se atreve a poner en cuestión sus verdades, so pena de quedar perdido y extraviado en algún desierto.] Un déficit fiscal mayor, por otro lado, está mal visto por las finanzas, ya que socava la legitimidad social de los capitalistas (especialmente de los intereses financieros que constituyen lo que Keynes llamó "inversores sin función").

Esta situación plantea un problema para el control del neofascismo sobre el poder. Su incapacidad para aliviar la crisis del neoliberalismo puede llevar a su derrota en las elecciones (suponiendo que no las manipule o las pase por alto por completo): podría decirse que esto es lo que sucedió en los Estados Unidos con la derrota de Trump ante Joe Biden. Pero incluso si el neofascismo pierde en el corto plazo, seguirá siendo un fuerte contendiente para volver al poder mientras los gobiernos sucesores vuelvan a los negocios neoliberales como de costumbre, como ha sido el patrón durante algún tiempo. Para romper este ciclo, es esencial que un gobierno sucesor no se limite a reanudar las viejas políticas neoliberales que producen una creciente desigualdad, una pobreza creciente y un desempleo creciente. Tiene que haber un cambio decisivo hacia un estado de bienestar robusto con servicios sociales públicos reactivados, bienes públicos y alto empleo, precisamente las políticas que la hegemonía de las finanzas globales ha frustrado.

Cuantitativamente, tal cambio es perfectamente factible. En la India, se ha estimado que instituir cinco derechos económicos universales y justiciables en el país: el derecho a la alimentación, el derecho al empleo (o salarios completos si no se proporciona empleo), el derecho a la atención médica gratuita a través de un Servicio Nacional de Salud, el derecho a la educación gratuita financiada con fondos públicos (al menos hasta la etapa de finalización de la escuela), y el derecho a una pensión de vejez en vida y un beneficio adecuado por discapacidad, requeriría un 10 por ciento adicional del PIB sobre lo que ya se está gastando bajo estas rúbricas. En la práctica, esto requeriría recaudar recursos adicionales que ascienden al 7% del PIB, ya que el aumento del PIB debido a estos gastos generará automáticamente ingresos adicionales de todos modos. (Jayati Ghosh y yo discutimos estos cálculos en nuestra contribución al reciente volumen We the People: Establishing Rights and Deepening Democracy editado por Nikhil Dey, Aruna Roy y Rakshita Swamy).

Este 7 por ciento se puede aumentar a través de solo dos impuestos, recaudados solo al 1 por ciento superior de la población del país: un impuesto a la riqueza del 2 por ciento y un impuesto a la herencia aplicado al mismo grupo en la medida de solo un tercio de lo que se transmite cada año. Un impuesto a la riqueza también ha ganado terreno en los debates públicos en los Estados Unidos tras las propuestas de Bernie Sanders y Elizabeth Warren en la temporada electoral de 2020; algunos multimillonarios estadounidenses incluso respaldaron la propuesta de Warren. En resumen, se está desarrollando una comprensión general en todo el mundo de que escapar de la coyuntura actual requiere un movimiento hacia un fortalecimiento de las medidas del estado de bienestar que se han revertido durante el ascenso del neoliberalismo.

Para escapar de este estado de cosas, la opinión pública mundial tiene que movilizarse decisivamente contra el neoliberalismo.

 

Políticamente, este cambio será desafiante, por supuesto. Los intentos de gravar a los ricos alienarán a los inversores y avivarán los temores de fuga de capitales o entradas financieras insuficientes para cubrir el creciente déficit comercial que se produciría. Tarde o temprano, la respuesta debe implicar el control sobre las salidas financieras. Sin embargo, tales medidas no necesariamente significan un desastre para el mundo en desarrollo. Las economías grandes y diversificadas pueden manejar las consecuencias: las dificultades a corto plazo de manejar los déficits comerciales —debido al agotamiento de las entradas financieras a raíz de tales controles— pueden superarse, con el tiempo, mediante una diversificación de la producción con el objetivo de una mayor autosuficiencia. Las pequeñas economías pueden arreglárselas uniéndose para formar bloques comerciales locales. El verdadero motivo de preocupación será si los países avanzados, los "guardianes" de la globalización, imponen sanciones comerciales e intervienen de otras maneras contra los países que intentan escapar del neofascismo mediante la adopción de tales políticas económicas favorables al pueblo.

El asalto neofascista a la democracia es un último esfuerzo por parte del capitalismo neoliberal para rescatarse de la crisis. Para escapar de este estado de cosas, la opinión pública mundial tiene que movilizarse decisivamente contra el neoliberalismo, y el apoyo de los movimientos democráticos globales tiene que ser recogido. Sólo entonces se deshará por fin este caldo de cultivo para el neofascismo. [Aquí hay un argumento que puede convierte en falacia todo lo señalado: es el caso cuando se recurre a un mix de políticas neoliberales y sociales (bonos, incrementos salariales, etc.) que va de la mano de un crecimiento depredador extractivista, el narcotráfico y el lavado de capitales. No bastará luchar contra el neoliberalismo, sino que será indispensable luchar contra toda esa maraña, pero ello equivaldría a luchar contra el crecimiento que es al fin de cuentas el que permite mayores ingresos y mayores empleos, así sea a costa de derechos. Dicho de otro modo: el problema no necesariamente es el neoliberalismo, sino el tipo de crecimiento. Mientras los beneficios del crecimiento (depredador, devastador) sean mayores que las perdidas en derechos, la fiesta (neoliberal, extractivista, narcotraficante, etc.) puede continuar.] 

 

Prabhat Patnaik

Prabhat Patnaik es profesor emérito en el Centro de Estudios Económicos y Planificación de la Universidad Jawaharlal Nehru, Nueva Delhi. Sus libros incluyen Acumulación y estabilidad bajo el capitalismoEl valor del dineroRe-imaginando el socialismo y, más recientemente, Capitalismo e imperialismo: teoría, historia y el presente, en coautoría con Utsa Patnaik.