Carlos Rodrigo Zapata C. (*)
El mundo adquiere cada vez más las trazas de un mundo
autoritario. Es como si las leyes de movimiento de la historia se hubieran
rendido ante su contundencia y no tuvieran ya nada que objetar ni manera de
detener ese desarrollo.
¿A qué se debe ello? ¿A que la democracia y valores tales
como los derechos y libertades ya no "jalan" como en el pasado, a que
han perdido su encanto y atractivo, a que se han hecho muy costosas mantenerlas
con vida o a qué? ¿O se debe a que ya no son funcionales a las exigencias del
capital, la fuerza determinante de nuestro tiempo?
Lo fundamental son dos hechos: primero, el capitalismo debe
lidiar históricamente con la ley de la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia, tal como Marx la elaborara clásicamente, la cual se halla en plena ejecución. Segundo: el capital no puede pretender en la fase de
agudización de sus propias contradicciones y de reducción sensible de sus
oportunidades de acumulación, sostener un Estado de bienestar que solo le
significa costos y legitimar a sus propios adversarios.
Por tanto requiere echar mano de un repertorio que le
permita recuperar algo del espacio perdido, sin sepultar su propia legitimidad.
¿Cómo lo está logrando?
Según Prabhat Patnaik, el autor del artículo que se adjunta,
manteniendo firme el timón neoliberal curso al crecimiento, el summum
bonum de todas sus políticas. Dado que ello será a costa del
bienestar, se requiere una fuerza represora que será tanto más necesaria cuanto
menor sea la proporción de personas que se beneficie con ese crecimiento. Esa
fuerza es de rasgos neofascistas, es decir, apunta a mantener el respaldo al
capitalismo neoliberal, lo que significa aceptar la reducción de derechos y
libertades. De ese modo, no es que la democracia, los derechos y libertades
hayan perdido su atractivo, sino que se han convertido en molestos acompañantes
en el camino de declive del capitalismo.
Patnaik recomienda emprender la lucha contra el
neoliberalismo, no sólo por las consecuencias que ya ha traído consigo, como un
crecimiento cada vez menor, costos crecientes, mayor desigualdad, sino porque
su propia ideología le impide recurrir a los instrumentos que podrían
permitirle revertir el actual estado de cosas, concretamente, el déficit fiscal,
los impuestos a los ricos y la limitación al movimiento de capitales. Dicho en
breve: el neoliberalismo no cuenta con los medios e instrumentos para revertir
la actual situación de desempleo, desigualdad y reducción del crecimiento, por
lo que no le quedará otra alternativa que dar vía libre a sus propios
contrincantes, como ya sucedió en EEUU y se espera que suceda en Brasil.
Esta explicación es muy pertinente para países en los que la
lógica neoliberal es dominante de modo exclusivo, pero no es suficiente para
países que recurren a otros instrumentos complementarios, como es el
extractivismo, el narcotráfico, el lavado de capitales y la misma
desinstitucionalización nacional.
En estos casos las fuerzas neofascistas tienden a refugiarse
mucho más en el cuestionamiento de sus rivales, ya que con la ayuda del
extractivismo y las otras modalidades señaladas pueden mostrar niveles de
crecimiento mayores e incluso algunos rasgos de un Estado de bienestar (bonos,
incrementos salariales), situación que permiten justificar la reducción de
derechos y libertades, por lo que el neoliberalismo como tal se ve menos
afectado.
Este es el caso en Bolivia, donde la lógica prebendal va de la mano del extractivismo, los que son presentados como formas de combatir la pobreza presente a costa de la desinstitucionalización y la depredación de los bienes naturales. En este caso, las fuerzas neofascistas contribuyen a mantener el curso depredador establecido, a la vez que enarbolan el discurso del crecimiento y la reactivación a costa del mediano y largo plazo.
Dadas estas caracterizaciones, no tendría que sorprender
que en países como el Brasil las fuerzas extractivistas y depredadoras
mantengan su supremacía y le den el triunfo a Bolsonaro, ya que al fin de
cuentas, gracias al extractivismo, se permite que el neoliberalismo aparezca
como más eficiente, se logre un crecimiento mayor y se toleren mejor las
restricciones de derechos y libertades. En este marco, las fuerzas neofascistas
tienen el terreno mucho más abonado para perdurar en el poder.
La importancia del artículo que comentamos es que nos
advierte sobre esa relación incestuosa entre neoliberalismo y neofascismo que,
como hemos señalado, tiene sus particularidades en el caso de países
extractivistas, un tipo de países que se ha reducido significativamente en la
mayor parte del mundo debido justamente a que ya han dado fin con sus propios
recursos.
Adjunto el artículo con mis propios resaltados y comentarios al mismo que muestran mis propias percepciones y consideraciones. Como se verá en dichas notas, en los países extractivistas es mucho más crítica y trascendental la lucha contra el extractivismo que contra el neoliberalismo, ya que al fin de cuentas se está destruyendo las bases del futuro para pagar las cuentas del presente que apuntan única y exclusivamente a financiar a como de lugar la permanencia en el poder de esas fuerzas neofascistas.
(*) Economista, especialista en planificación regional, catedrático de Desarrollo del Capitalismo.
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POR QUÉ EL NEOLIBERALISMO NECESITA NEOFASCISTAS
El asalto neofascista a la
democracia es un último esfuerzo por parte del capitalismo neoliberal para
rescatarse de la crisis. La única solución es una retirada decisiva de las
finanzas globalizadas.
julio 19, 2021
Han pasado cuatro décadas desde
que la globalización neoliberal comenzó a remodelar el orden mundial. Durante
este tiempo, su agenda ha diezmado los derechos laborales,
impuesto límites rígidos a los déficits fiscales,
dado exenciones fiscales masivas y rescates al gran
capital, sacrificado la producción local por
cadenas de suministro multinacionales y privatizado activos del sector público a
precios desechables. [… y diseñado leyes, se ha apoderado de las
decisiones de las mayorías por medios digitales manipulados, oligopolizado o monopolizado
todos los ámbitos, hecho caso omiso al calentamiento global, y se ha desentendido
de todos los males que aquejan a la humanidad…todo en aras del profit….].
A medida que la economía del goteo perdía su credibilidad, se necesitaba un nuevo apoyo para sostener políticamente al régimen neoliberal. Vino en forma de neofascismo.
El resultado hoy es un régimen
perverso definido por la libre circulación de capitales, que se mueve
relativamente sin esfuerzo a través de las fronteras internacionales, incluso
cuando la libre circulación de las personas está controlada despiadadamente por
un fuerte aumento de la desigualdad de ingresos y un constante aventamiento de
la democracia. No importa quién llegue al poder, no importa qué promesas se
hagan antes de las elecciones, se siguen las mismas políticas económicas. Dado
que el capital, especialmente las finanzas, puede abandonar un país en
masa con un plazo extremadamente corto, precipitando una crisis
financiera aguda si se socava su "confianza" en un país, los
gobiernos son reacios a alterar el status quo; Persiguen políticas favorables al
capital financiero y, de hecho, exigidas por él. La
soberanía del pueblo, en resumen, es reemplazada por la soberanía de las
finanzas globales y las corporaciones nacionales integradas con ella.
Esta reducción de
la democracia suele ser justificada por las élites políticas y económicas
sobre la base de que las
políticas económicas neoliberales marcan el comienzo de un mayor crecimiento
del PIB, considerado el summum bonum después del cual toda
política debería apuntar. [Interesante forma de plantear las cosas. El crecimiento sería la manera
de empatar neoliberalismo con limitación de los derechos. De tal modo que más
crecimiento significaría más disposición a aceptar restricciones a los derechos
y más “neoliberalismo” o la pócima mágica que se emplee para generar ese mayor
crecimiento. Este marco abre las puertas de par en par a todas las corrientes
más recalcitrantes que justifican toda reducción de derechos en aras del
crecimiento.] [Mientras el capitalismo pueda deliver nuevas tecnologías, nuevas
soluciones, más crecimiento, habrá más corrientes que se afanen por justificar
todas sus tropelías y por limitar todos los derechos que haga falta con tal que
prosiga su carrera “triunfal”]. [Los problemas son varios: el crecimiento es la
madre de la debacle climática y ambiental global; la restricción de derechos que
exige el neoliberalismo ya no encuentra compensación con ese crecimiento destructivo,
ergo, las corrientes que apoyan al capitalismo son cada vez más extremas, a la
vez que las restricciones de derechos no compensadas de ningún modo, sino más
bien castigadas por las consecuencias del crecimiento desbocado, también han
crecido vigorosamente. Por ello, la posibilidad de confrontación civiles crece
aceleradamente. El calentamiento global y la incapacidad de reacción y
respuesta a esta debacle marcará el ritmo del incremento de las tensiones y
confrontaciones. Estos son los drivers cruciales de nuestro tiempo.]
Y, de hecho, en muchos países,
especialmente en Asia, la
era neoliberal ha dado paso a un crecimiento notablemente más rápido que bajo
el período anterior del dirigismo. Tal crecimiento apenas
beneficia a la mayor parte de la gente, por supuesto: de hecho, las políticas neoliberales están aún más asociadas con el crecimiento de la
desigualdad de ingresos que con el crecimiento del PIB. (Incluso los economistas del
Fondo Monetario Internacional Jonathan D. Ostry, Prakash Loungani y Davide
Furceri admiten este punto en su artículo de 2016 "Neoliberalismo:
¿sobrevendido?") Pero los neoliberales han vendido una respuesta poderosa
a esta objeción: un aumento en la
desigualdad de ingresos debe considerarse un precio aceptable a pagar por un
crecimiento más rápido, ya que aún podría
significar una mejora absoluta en las condiciones de los más desfavorecidos. La presunción ideológica
fundamental del neoliberalismo ha sido que el crecimiento levantará todos los
barcos, incluso si algunos barcos se elevan mucho más que otros.
Tal vez no haya mejor
contraejemplo para esta afirmación que la India, donde se introdujeron
políticas neoliberales en 1991, estimulando tanto un aumento dramático de la
desigualdad como, al mismo tiempo, un aumento en ciertas medidas de pobreza
absoluta y una aniquilación de la agricultura campesina. En 1982, después de
más de seis décadas de fuertes impuestos sobre la renta, el 1 por ciento
superior de los perceptores
de ingresos representaba solo el 6 por ciento del ingreso
nacional, según Lucas
Chancel y Thomas Piketty. Para 2014, esa cifra se había disparado al 22 por
ciento, la más alta en un siglo. Mientras tanto, como la economista Utsa
Patnaik ha demostrado en un informe reciente al Consejo Indio de Investigación
en Ciencias Sociales, la
pobreza también aumentó. En la India rural, donde la norma para definir
la pobreza ha sido la falta de acceso a 2200 calorías por persona por día, la
proporción de pobres en la población total aumentó del 58 por ciento en 1993-94
al 68 por ciento en 2011-12 (el último año para el que se dispone de grandes
datos de encuestas por muestreo). El mismo patrón se mantuvo en las regiones urbanas, donde
la norma ha sido de 2100 calorías por persona por día: la proporción de pobres aumentó del 57 por ciento al 65
por ciento durante el mismo período de tiempo.
A pesar de estas y otras grietas
en el argumento de la marea creciente que se había vuelto demasiado evidente
con el cambio de siglo, la narrativa de que el neoliberalismo beneficiaría a
todos retuvo una cierta moneda hasta principios de la década de 2000, por al
menos dos razones. En
primer lugar, se decía que la globalización neoliberal había contribuido
a la asombrosa reducción de la pobreza en China —el economista Pranab Bardhan
ha cuestionado enérgicamente esta historia
convencional en estas páginas— y a un segmento significativo de la clase media
mundial le fue bien: sus oportunidades se ampliaron gracias a la
externalización de una serie de actividades de los países avanzados y a un
aumento de la proporción del superávit económico. causado por salarios
languidecientes pero aumento de la productividad de la clase trabajadora. En segundo lugar,
incluso aquellos perjudicados por el régimen neoliberal a menudo alimentaban la
esperanza de que el alto crecimiento persistente tarde o temprano se "filtraría"
hacia ellos, una esperanza alimentada incesantemente por un establecimiento
mediático dominado por las clases media y alta.
Sin embargo, esta esperanza se
desvaneció de manera más decisiva cuando la fase de alto crecimiento del
capitalismo neoliberal terminó en 2008 con el colapso de la burbuja
inmobiliaria estadounidense, dando paso a una crisis prolongada y al
estancamiento de la economía mundial. A medida que el viejo apoyo de la economía de goteo
perdía su credibilidad, se necesitaba un nuevo apoyo para sostener
políticamente al régimen neoliberal. La solución llegó en forma de una alianza
entre el capital corporativo globalmente integrado y los elementos neofascistas
locales.
Esta dinámica se ha desarrollado en países de todo el mundo, desde el
ascenso de Narendra Modi en India y Jair Bolsonaro en Brasil hasta Donald Trump
en los Estados Unidos. Para
algunos observadores, aspectos de la administración Trump -sus propuestas
proteccionistas, su apoyo al Brexit- reflejan una desviación del neofascismo
del neoliberalismo. Pero
este análisis exagera la importancia de las rupturas de Trump con la ortodoxia
neoliberal al mismo tiempo que descuida el vínculo distintivo entre el
neofascismo y el neoliberalismo en el mundo en desarrollo. Para
evidenciar la conexión entre el neofascismo y el neoliberalismo, no necesitamos
mirar más allá del hecho de que ninguna formación política neofascista ha impuesto controles sobre los
flujos financieros transfronterizos. En última instancia, solo mediante la implementación de tales controles, junto con fuertes
políticas nacionales de bienestar, podemos escapar de esta alianza.
Para evaluar las perspectivas de
tal cambio, es esencial apreciar las características distintivas del nuevo fascismo. Los grupos
neofascistas existen en todas las sociedades modernas, pero típicamente sólo
como elementos marginales. Ocupan un lugar central en períodos de crisis solo
con el respaldo del capital corporativo, que proporciona acceso a recursos
financieros masivos y control sobre los medios de comunicación corporativos y
otros medios de creación de opinión.
Una estrategia característica del neofascismo, como sus predecesores
clásicos, es demonizar al "otro", ya sean musulmanes en la India o
minorías raciales y sexuales en los Estados Unidos y Brasil. Cómo ocurre exactamente esto
varía de un país a otro, por supuesto. Tal vilipendio puede tomar múltiples
formas: podría no hacer mención de la crisis económica en absoluto, concentrándose en cambio en la
necesidad de la comunidad mayoritaria de recuperar su "autoestima"
que supuestamente ha sido dañada por la minoría en el pasado. O podría responsabilizar a la
minoría de los problemas económicos, aparte de su supuesto papel en
dañar el respeto propio de la comunidad mayoritaria. Los gobiernos no fascistas
son acusados de "complacer" a esta minoría jugando a la política del
"apaciguamiento".
Los grupos neofascistas existen al margen en todas
las sociedades modernas, pero ocupan un lugar central solo con el respaldo del
capital corporativo.
Además de sus ataques al "otro", el neofascismo también se
hace eco del fascismo clásico al atacar a todos y cada uno de sus críticos. Los llama
"antinacionales" al equiparar las críticas al gobierno con la
traición a la nación. Alega todo tipo de malversación en los partidos de
oposición (considere el enjuiciamiento de Lula en Brasil). Crea una atmósfera
generalizada de miedo en la sociedad, al encarcelar a las personas sin juicio;
intimidando o armando al poder judicial; abrogando los derechos
constitucionales del pueblo; aterrorizando a los políticos de la oposición para
que deserten al partido neofascista en lugares donde pierden elecciones;
desatando bandas de matones en las calles y en las redes sociales para atacar a
los opositores; haciendo
acusaciones falsas contra los disidentes; subvirtiendo la independencia de las instituciones
estatales; y así sucesivamente. En todo esto el neofascismo es ayudado
por unos medios de comunicación dóciles. Y a pesar de todo, utiliza su
ascendencia para ayudar al sector corporativo a atacar los derechos de los
trabajadores ganados a través de décadas de lucha.
Si bien todos estos elementos se
basan en el fascismo clásico, el neofascismo también se aparta de sus
predecesores históricos de manera significativa. El fascismo clásico surgió
antes de que el capital se globalizara, en el sentido de que llevaba más
claramente el sello de su origen nacional: estaba involucrado en una intensa
rivalidad interimperialista con el capital de otros países avanzados, una
rivalidad en la que obtuvo el apoyo de su propio estado. El objetivo fascista
era volver a dividir un mundo ya dividido en territorios económicos. El neofascismo de hoy, por el
contrario, ocupa un régimen de finanzas globalizadas donde la rivalidad
interimperialista es silenciada por el fenómeno del libre flujo de capitales.
Dado que el capital globalizado tiene la intención de mantener el mundo entero
abierto para su libre movimiento, desalienta la rivalidad interimperialista y
la fragmentación del mundo en zonas económicas rivales.
India proporciona una vívida ilustración de la relación entre el
neofascismo y el neoliberalismo. Por un lado, los
supremacistas hindúes neofascistas que llegaron al poder en 2014 nunca tuvieron
nada que ver con la lucha anticolonial de la India (de hecho, uno de ellos
incluso asesinó a Mahatma Gandhi). En cambio, son archineoliberales, incluso más que los gobiernos neoliberales
anteriores; Toda su
postura política, incluso durante la pandemia, se centra en mantener el déficit
fiscal bajo control por temor a ofender las finanzas globalizadas, por lo que
India ha sido uno de los países que ofrece la asistencia gubernamental más
mezquina a las personas afectadas por el confinamiento. El gobierno de la India
hoy también está más ansioso que nunca por privatizar las empresas del sector
público y brindar asistencia a las corporaciones, especialmente a algunas
favorecidas. Y ha estado más interesado que cualquier gobierno anterior en
garantizar la invasión corporativa de la agricultura campesina y la pequeña
producción.
De hecho, desde los primeros días
del neoliberalismo en la India ha habido un trágico aumento en los suicidios de campesinos: más
de 300,000 en las dos décadas y media posteriores a 1991. Esto se debe al creciente
endeudamiento campesino. La deuda se ha disparado ante el aumento de los
costos de los servicios esenciales privatizados y una fuerte caída de las
ganancias de la agricultura campesina tras la retirada del apoyo gubernamental
a los precios de los cultivos comerciales y la reducción de dicho apoyo en los
cereales alimentarios. La presión sobre la agricultura campesina, un sector que
emplea a casi la mitad de la fuerza laboral total, ha sido tan drástica que el
número de "cultivadores" se ha reducido en 15 millones entre dos
censos, 1991 y 2011. Algunos se convirtieron en obreros y otros emigraron a las
ciudades en busca de empleos inexistentes, engrosando un ejército de
trabajadores desempleados o subempleados que debilitaron la posición
negociadora de los relativamente pocos trabajadores sindicalizados. La tasa de crecimiento del PIB
ha aumentado, pero ha habido una reducción, de hecho, a la mitad, en la tasa de
crecimiento del empleo, lo que la ha llevado incluso por debajo de la tasa
natural de crecimiento de la fuerza laboral. [¿No es que India es el campeón mundial de la informalidad?
Pero no se hace ni referencia a ese hecho. El autor está preso de la idea del
crecimiento, sin costos sociales ni ambientales.]
La agitación campesina masiva que
actualmente sacude al país tiene como objetivo
revertir tres leyes
agrícolas promulgadas el año pasado por el gobierno de Modi que solo extienden
aún más este régimen neoliberal. La administración estadounidense y el
Fondo Monetario Internacional, aunque critican el manejo de la agitación por
parte del gobierno indio, apoyan el
impulso de las tres leyes. El
neofascismo de Modi es, por lo tanto, bastante inequívoco en su defensa y
promoción de la agenda neoliberal.
¿Qué tan estable es esta alianza
global entre neoliberalismo y neofascismo? ¿Cuánto tiempo podemos esperar que
el apoyo de la otredad neofascista apuntale un neoliberalismo afectado por la crisis?
Por un lado, dado que las finanzas globales no tolerarán guerras entre grandes
o incluso potencias capitalistas menores, uno podría pensar que el neofascismo
está aquí para quedarse. Pero, por otro lado, los regímenes neofascistas están
sujetos a las restricciones impuestas por la hegemonía de las finanzas
globalizadas, y en un aspecto esta limitación es fatalmente restrictiva: vicia
la capacidad del neofascismo para revivir el empleo.
El neofascismo se ve obstaculizado por el
neoliberalismo en un aspecto crucial: es incapaz de acabar con el desempleo
masivo.
El fascismo clásico revivió el
empleo a través del gasto público en armamentos financiado significativamente
por préstamos, es decir, con un gran déficit fiscal. Fue a través de tales
esfuerzos que Japón había sido el primer país en salir de la Gran Depresión en
1931 y Alemania había sido el primer país europeo en generar un auge
empresarial en 1933 bajo el gobierno nazi. Como resultado, incluso hubo un
breve período, entre el fin del desempleo masivo y el inicio de los horrores de
la guerra, cuando los gobiernos fascistas habían disfrutado de un considerable
apoyo masivo.
El neofascismo contemporáneo, por el contrario, es incapaz de acabar con
el desempleo masivo. No es
sólo que tal objetivo requiera mayores gastos gubernamentales, que ya son
objeto de desprecio entre los neoliberales; Esos gastos deben financiarse
gravando a los capitalistas o con un déficit fiscal, ambos descartados bajo el
neoliberalismo. Según la
doctrina neoliberal, se supone que gravar a los capitalistas, ya sea a través
de un impuesto a las ganancias o un impuesto a la riqueza, afecta negativamente
a sus "espíritus animales", como diría Keynes, es decir, la suma
total de actitudes que promueven una mayor inversión por parte de los
capitalistas. [Según este argumento, podríamos decir que donde
los capitalistas no invierten o son apáticos, indecisos, ineficientes, se debe
a que sus “espíritus animales” están siendo afectados, no a que sean unos
oligarcas, vulgares vividores de rentas, esquilmadores de futuros, etc. Este es
un argumento típico del repertorio inacabable del pensamiento mágico, según el
cual se hacen ciertas cosas para obtener determinados resultados, pero si no
funcionan, no se debe a que no hubiera la relación señalada, sino a que hubo
algún tipo de interferencia que obstaculizó su inexorable cumplimiento. Esta es
la ley del que no se atreve a poner en cuestión sus verdades, so pena de quedar
perdido y extraviado en algún desierto.] Un déficit fiscal mayor, por otro lado, está mal
visto por las finanzas, ya que socava la legitimidad social de los capitalistas
(especialmente de los intereses financieros que constituyen lo que Keynes llamó
"inversores sin función").
Esta situación plantea un problema para el control del neofascismo sobre
el poder. Su
incapacidad para aliviar la crisis del neoliberalismo puede llevar a su derrota
en las elecciones (suponiendo que no las manipule o las pase por alto por
completo): podría decirse que esto es lo que sucedió en los Estados Unidos con
la derrota de Trump ante Joe Biden. Pero incluso si el neofascismo pierde en el
corto plazo, seguirá siendo un fuerte contendiente para volver al poder
mientras los gobiernos sucesores vuelvan a los negocios neoliberales como de
costumbre, como ha sido el patrón durante algún tiempo. Para romper este ciclo,
es esencial que un gobierno sucesor no se limite a reanudar las viejas
políticas neoliberales que producen una creciente desigualdad, una pobreza
creciente y un desempleo creciente. Tiene que
haber un cambio decisivo hacia un estado de bienestar robusto con servicios
sociales públicos reactivados, bienes públicos y alto empleo, precisamente
las políticas que la hegemonía de las finanzas globales ha frustrado.
Cuantitativamente, tal cambio es
perfectamente factible. En la India, se ha
estimado que instituir cinco derechos económicos universales y justiciables en
el país: el derecho a la alimentación, el derecho al
empleo (o salarios completos si no se proporciona empleo), el derecho a la
atención médica gratuita a través de un Servicio Nacional de Salud, el derecho
a la educación gratuita financiada con fondos públicos (al menos hasta la etapa
de finalización de la escuela), y el derecho a una pensión de vejez en vida y
un beneficio adecuado por discapacidad, requeriría
un 10 por ciento adicional del PIB sobre lo que ya se está gastando bajo estas
rúbricas. En la práctica, esto requeriría
recaudar recursos adicionales que ascienden al 7% del PIB, ya que el aumento
del PIB debido a estos gastos generará automáticamente ingresos adicionales de
todos modos. (Jayati Ghosh y yo discutimos estos cálculos en nuestra
contribución al reciente volumen We the People: Establishing Rights and Deepening Democracy
editado por Nikhil Dey, Aruna Roy y Rakshita Swamy).
Este 7 por ciento se puede aumentar a través de solo dos impuestos,
recaudados solo al 1 por ciento superior de la población del país: un impuesto
a la riqueza del 2 por ciento y un impuesto a la herencia aplicado al mismo
grupo en la medida de solo un tercio de lo que se transmite cada año. Un impuesto a la riqueza también
ha ganado terreno en los debates públicos en los Estados Unidos tras las
propuestas de Bernie Sanders y Elizabeth Warren en la temporada electoral de
2020; algunos multimillonarios estadounidenses incluso respaldaron la propuesta
de Warren. En resumen, se
está desarrollando una comprensión general en todo el mundo de que escapar de
la coyuntura actual requiere un movimiento hacia un fortalecimiento de las
medidas del estado de bienestar que se han revertido durante el ascenso del
neoliberalismo.
Para escapar de este estado de cosas, la opinión
pública mundial tiene que movilizarse decisivamente contra el neoliberalismo.
Políticamente, este cambio será
desafiante, por supuesto. Los intentos de gravar a los ricos alienarán a los
inversores y avivarán los temores de fuga de capitales o entradas financieras
insuficientes para cubrir el creciente déficit comercial que se produciría. Tarde o temprano, la respuesta
debe implicar el control sobre las salidas financieras. Sin embargo,
tales medidas no necesariamente significan un desastre para el mundo en
desarrollo. Las economías grandes y diversificadas pueden manejar las
consecuencias: las dificultades a corto plazo de manejar los déficits comerciales
—debido al agotamiento de las entradas financieras a raíz de tales controles—
pueden superarse, con el tiempo, mediante una diversificación de la producción
con el objetivo de una mayor autosuficiencia. Las pequeñas economías pueden
arreglárselas uniéndose para formar bloques comerciales locales. El verdadero
motivo de preocupación será si los países avanzados, los "guardianes"
de la globalización, imponen sanciones comerciales e intervienen de otras
maneras contra los países
que intentan escapar del neofascismo mediante la adopción de tales políticas
económicas favorables al pueblo.
El asalto neofascista a la democracia es un último esfuerzo por parte del capitalismo neoliberal para rescatarse de la crisis. Para escapar de este estado de cosas, la opinión pública mundial tiene que movilizarse decisivamente contra el neoliberalismo, y el apoyo de los movimientos democráticos globales tiene que ser recogido. Sólo entonces se deshará por fin este caldo de cultivo para el neofascismo. [Aquí hay un argumento que puede convierte en falacia todo lo señalado: es el caso cuando se recurre a un mix de políticas neoliberales y sociales (bonos, incrementos salariales, etc.) que va de la mano de un crecimiento depredador extractivista, el narcotráfico y el lavado de capitales. No bastará luchar contra el neoliberalismo, sino que será indispensable luchar contra toda esa maraña, pero ello equivaldría a luchar contra el crecimiento que es al fin de cuentas el que permite mayores ingresos y mayores empleos, así sea a costa de derechos. Dicho de otro modo: el problema no necesariamente es el neoliberalismo, sino el tipo de crecimiento. Mientras los beneficios del crecimiento (depredador, devastador) sean mayores que las perdidas en derechos, la fiesta (neoliberal, extractivista, narcotraficante, etc.) puede continuar.]
Prabhat Patnaik es
profesor emérito en el Centro de Estudios Económicos y Planificación de la
Universidad Jawaharlal Nehru, Nueva Delhi. Sus libros incluyen Acumulación
y estabilidad bajo el capitalismo, El valor del dinero, Re-imaginando
el socialismo y, más recientemente, Capitalismo e
imperialismo: teoría, historia y el presente, en coautoría
con Utsa Patnaik.