17 enero 2022

Orígenes de la impostura masista. LA PSICOLOGÍA DEL PODER EN BOLIVIA



Carlos Rodrigo Zapata C.

Tocar este tema es de importancia capital para el MAS y también para el país, por la sencilla razón que se ha establecido un estilo muy infame de hacer política basado en la impostura, la mentira y la falacia.

Para abordar el tema de modo directo, empecemos con una afirmación categórica: si el MAS se hubiera ocupado de aprender a gobernar antes de especializarse en mentir, distorsionar y encubrir su incompetencia, hoy podría estar dando respuesta y solución a algunos de los múltiples problemas de la sociedad boliviana. Pero ese no es el caso y está lejos de ello, por lo que vale la pena dedicar unas reflexiones a entender, a qué se debió esa forma tan torpe y ligera de dilapidar no sólo el poder, sino las esperanzas del pueblo boliviano y los abundantes recursos que tuvieron a disposición.

Consideramos que la respuesta se halla básicamente en la psicología de los gobernantes, tanto en la psicología individual como colectiva. Desagreguemos un tanto esta respuesta general para adentrarnos en aspectos más específicos y estudiemos brevemente el contexto en que la dimensión psicológica ha salido a relucir poderosamente, al punto que se ha instalado en el país todo un modo muy infame de hacer política.

La asunción al poder de Evo Morales llegó de sopetón, como nunca antes se había imaginado la clase dominante, tampoco las clases medias, aunque estas últimas contribuyeron decididamente a ese resultado. ¿Cuál es el problema psicológico relacionado con este hecho? Morales y su equipo se hallaban muy lejos de tener la experiencia mínima indispensable para asumir el gobierno. Con su ascenso al poder del país se produjo un cambio de guardia fundamental: se fueron los que tenían la experiencia y la memoria institucional e ingresaron quienes no las tenían. Se produjo un gran vacío en la gestión que fue llenado con apoyo de muchos consultores y cooperantes, pero ello no impidió que los elementos psicológicos salgan a relucir: la inseguridad, la necesidad de guardar las formas, aparentando controlar situaciones que estaban lejos de entenderse y manejarse coherentemente.

A esa reacción colectiva se sumaron las respuestas individuales. Cada quien debía batirse en su esquina como mejor pudiera. La secular e histórica marginación de amplios sectores de la sociedad boliviana de todo cargo y función pública y, por tanto, del ejercicio del poder político y de todo tipo de responsabilidad en el aparato estatal, crearon un estado de inseguridad y de vacilación continua que se mantuvo a lo largo de los años. Por estar alejados de los centros de decisión, había un gran desconocimiento de los procesos de gestión pública y mucho más aún, la falta de una comprensión clara de la problemática nacional y de los obstáculos estructurales que atraviesa la sociedad boliviana desde sus orígenes. Estas trabas y limitaciones en el ejercicio práctico del poder sólo se lograron pasar por alto gracias a los extraordinarios ingresos que empezó a percibir el país como consecuencia del superciclo de las materias primas, un resultado que los cepalistas jamás imaginaron: que los términos de intercambio entre productos exportados e importados sean favorables a nuestro país, y en un grado único y superlativo.

Pero ello si bien trajo una suerte de respiro, también trajo uno de los rasgos más dañinos y destructores de toda organización política en formación: se instalado la impostura, la desfachatez, la mentira, la falta de transparencia. Se puede entender que como medida de autoprotección se haya recurrido a esas malas artes de modo temporal o circunstancial, pero al haberse generalizado y establecido ese modo de abordar las cosas de modo permanente, el MAS se convirtió en un refugio de gente que antes de aprender a resolver problemas, aprendió a mentir y distorsionar.

La acción conjunta de la psicología colectiva e individual tendió a reforzar ese patrón de comportamientos y reacciones que les permitió a los masistas quedar muy bien ante sus bases, que, dicho sea de paso, aceptaban todo sumisamente, pero no lograban dar pie con bola, es decir, encarar los problemas críticos del país y plantear soluciones plausibles y deseables.

El hecho es que las “soluciones” masistas por lo general fallaban en tres aspectos: 1) no daban en el blanco, lo que significa que no respondían a la problemática del país, por lo que 2) sus planteamientos e iniciativas o eran quiméricas y fantasiosas o 3) se enfrentaban al franco rechazo de la sociedad, al menos de las partes más directamente afectadas. El TIPNIS, las represas benianas en proceso, las empresas llave en mano, edificaciones faraónicas, etc. son una muestra de sus errores. Pero la interminable lista de actos de corrupción de toda laya son la prueba de su completo extravío y fracaso.

De ese modo la mentira, la distorsión, la falacia y la impostura se convirtieron en la marca de distinción del masismo, en la firma indeleble que acompaña todas sus obras y yerros, así como toda la dilapidación de los recursos del país, tanto de los provenientes del superciclo de precios de las materias primas, como también de los bienes naturales por la vía del extractivismo, de la soberanía nacional y por supuesto de los capitales confianza y esperanza que fueron tirados al tacho de basura.

Esto ocurrió sin que el masismo haya intentado siquiera enmendar sus actuaciones y corregir sus fallos y entender que nadie nace sabiendo, y que todo ello exigía un proceso de aprendizaje intenso y profundo, y no basta -como se suele decir- con hacer camino al andar. Es verdad que siempre se hace camino al andar, pero el que sale, el que resulta de esos andares, que puede ser muy sabio y enaltecedor o muy nefasto y nocivo.

Hoy, transcurridos ya 16 años desde la asunción al poder de Evo Morales, la marca de fuego que pesa sobre el masismo es indeleble. Morales se ha convertido en la expresión misma de un usurpador y violador compulso de la Constitución que no tiene empacho alguno en amenazar a ciudades enteras, en recurrir al fraude electoral y, encima de ello, tampoco se inmuta a la hora de negarlo y tiene el descaro de acusar a sus adversarios políticos de orquestar un golpe de Estado. Está marcado a hierro el carácter del masismo, resultante en parte de las circunstancias y avatares que le tocó enfrentar, pero que plasman y reflejan su esencia, su afán de encubrir y simular, desarrollando al mismo tiempo un estilo aprovechador y vividor como nunca antes en nuestra historia.

A partir de la dialéctica entre la psicología colectiva e individual y el contexto y condiciones en que se produjo esa confrontación con el poder, el MAS ha quedado degradado, depreciado, reducido a una piltrafa partidaria, incapaz de poder corregir semejante herencia, simplemente porque todo ello se convirtió en parte de su ADN, de su marca de distinción.

Por todo lo señalado, debemos decir que el capital político que acumuló el MAS, seguramente uno de los más importantes de la historia nacional, quedó reducido a escombros, es inservible, inutilizable, simplemente porque el conjunto de prácticas, valores y comportamientos que sacaron a relucir son absolutamente incompatibles con el ser nacional, con lo que el boliviano espera y desea, con la Bolivia que nos toca construir. Es obvio que el masismo jamás reconocerá nada de lo aquí señalado porque otros de los rasgos que lo caracterizan se relacionan con su incapacidad de diálogo, autocrítica y consenso. Por tanto, no tienen ninguna oportunidad de superar sus graves falencias.

La disolución de ese frente político es la única respuesta histórica que les queda, pues las bases sobre las que surgieron y lo (de)formaron tampoco ya existen, ni existe un pueblo esperanzado o ansioso de sus posibles respuestas y soluciones, sino todo lo contrario: un pueblo hastiado de la mentira, la impostura, el descaro y la hipocresía que constituyen los pilares centrales de la herencia masista. Consumieron las bases y fundamentos que le dieron un rol protagónico central en la historia del país. Ya no les queda ningún material que les permita renovarse o recuperarse. Toda continuación sólo será producto de su obcecación y tozudez y de su incapacidad de comprender que sobre dicha herencia no puede haber trayectoria alguna que pueda ser buena o útil para algo. No pudieron ni supieron administrar el inmenso poder que la gente les confirió porque creyó en sus buenas intenciones y en su voluntad de construir un país unido, fuerte, orgulloso de su diversidad. Nada de todo ello surgió, solo una infinita decepción y un interminable cuestionamiento. Por ello, llegó el tiempo en que ya sólo les toca largarse de la historia patria, pues aquí ya no tienen nada más que hacer.