Carlos Rodrigo Zapata C. (*)
Greta Thunberg, la niña
sueca que encarna la angustia mundial ante la debacle climática global,
particularmente entre la gente más joven, ha sido recibida en el Congreso
norteamericano. Al leer sus reflexiones ante esa audiencia, me salta la
extenuante pregunta: ¿qué es lo que no
entendemos, qué hace falta para que lo entendamos, por qué no logramos
entenderlo?
Dicho de modo sintético: Al
1 de enero de 2018 teníamos un presupuesto de carbono de 420 GT (Giga
Toneladas) de CO2 antes de alcanzar ese incremento crítico de la temperatura de
1,5 grados C. A la fecha ese presupuesto se ha reducido a 360 GT y el ritmo de
agotamiento de ese presupuesto es de 42 GT de CO2 por año, lo cual significa
que tenemos menos de 9 años para detener este ritmo loco de incremento del
calentamiento global.
Greta es más precisa: “nos
quedan 8 años y medio”.
¿Cómo
intentar explicarlo?
La historia humana nos enseña que los desastres y
las catástrofes han sido las verdaderas parteras de la humanidad, ya que nunca hemos
logrado prevenirlos en el grado y la medida que podríamos y deberíamos haberlo
hecho. Casi nunca logramos tomar en cuenta las experiencias acumuladas, el
conocimiento, el cúmulo de formas de anticiparse, de reducir la incertidumbre y
manejar el riesgo, menos con el rigor que en cada caso, tiempo y lugar habría
sido posible. Es muy probable que esta aseveración sea válida para todas las
sociedades del pasado y presente y todo tiempo y lugar, simplemente porque eso
es lo que en síntesis nos muestra la historia de los avances y retrocesos de
las sociedades a través de todos los tiempos.
A partir de ello surge una primera explicación de
nuestra incapacidad actual para actuar e intervenir oportunamente. Estamos como
paralizados ante la hecatombe en marcha, inermes, como si hubiéramos perdido
toda capacidad de tracción, reacción y respuesta pese a hallarnos al presente confrontados
con los embates ya demasiado evidentes de un fenómeno catastrófico que amenaza
con destruir los fundamentos sobre los que se ha erigido la vida humana
organizada sobre la faz de la tierra. Por la virulencia y velocidad con que ya
está ocurriendo todo -ya ampliamente anticipado por las ciencias y estudios del
más variado tipo- está claro que no se trata de un fenómeno pasajero o de alcance
y duración limitados. Se trata de extremos climáticos que arrasarán las bases
mismas de sustentación de la vida humana.
Una segunda razón tiene que ver con el uso de
viejos esquemas para enfrentar situaciones absolutamente nuevas y diferentes.
Mientras unos se refugian en el negacionismo,
asumiendo que todo esto del cambio climático no es más que una conspiración o
un ardid para tratar de presionar a ciertos países, a fin de ponerlos en una
posición de debilidad para sacar ventajas y tener un palanca para poder
chantajearlos, otros países se llenan la boca con la corresponsabilidad y con la idea que el que contamina paga, como si esos instrumentos pudieran ser
útiles en esta hora en que primordialmente se trata de realizar un inmenso
esfuerzo conjunto y no desatar una disputa en torno a una distribución de
cargas o corresponsabilidades. A la hora de las horas solo cuenta actuar, hacer
lo posible y lo imposible para parar este proceso que se nos escapa de las
manos y que ha dejado expuesta a la furia de las fuerzas naturales que hemos
desatado los miles de años de cultura, civilización y esfuerzos por organizar
una convivencia ordenada sobre este planeta. Mientras no seamos capaces de
superar esos discursos anquilosados y petrificados que en las circunstancias
actuales no valen absolutamente nada, estamos perdiendo los más preciosos
instantes de nuestra existencia.
Una tercera razón tiene mucho que ver con la
emergencia de una Torre de Babel. Dios quiso castigar a los insolentes por
tratar de ponerse a su altura y les envió la confusión. Hoy parece que se repite
la historia. Este tema es en extremo preocupante por muchas razones. Por un
lado hay una creciente “descomunicación” planetaria que tiene que ver con la
producción desenfrenada de información y conocimientos, pero con una capacidad
de asimilación muy heterogénea. La misma revolución de la información y el
conocimiento está produciendo una peligrosa segmentación en el mundo, ya que
cada vez hay más conocimientos, pero con patrones muy diversos y dispersos de
acceso y asimilación a la misma, lo cual está produciendo archipiélagos de
sabios e ignorantes en plena era de la información. Esta descomunicación global
es fatal en estos instantes en que tenemos la obligación de actuar de consuno
en defensa y protección conjunta de la casa común. Si no tenemos un lenguaje
común que nos permita discrepar, menos tendremos los medios para concertar.
Pero este es uno de los efectos de esta nueva
Babel. Otro efecto que está surgiendo muestra una suerte de caos en torno a las
medidas que deben tomarse para hacer frente al calentamiento global y la
debacle climática. Ejemplo: biocombustibles.
El IPCC recomienda usar biocombustibles, pero en el
mundo hay miles de organizaciones ecológicas que se oponen a ello. Aquí se nota
que el IPCC empieza a dudar de la capacidad de las sociedades de reaccionar a
tiempo, por lo que recomienda echar mano de medidas más extremas y radicales.
Para parar el calentamiento global vale todo, incluso males menores, como
pueden ser unos grados adicionales de erosión de suelos o incluso cambios drásticos
de uso del suelo, como es el caso de destinar áreas boscosas en la Amazonia
para cultivos destinados a biocombustibles.
El IPCC llega a recomendar en uno de sus escenarios
extremos hasta 7 millones de kilómetros cuadrados de superficie para dicho fin,
es decir, ¡700 millones de hectáreas para cultivos destinados a
biocombustibles! Urgen niveles de coordinación global para evitar dar la
impresión que vale cualquier cosa si tan solo aporta algo a combatir el
calentamiento global. El peligro que yace en estas posiciones es la
desorientación, la desmovilización, la falta de nortes claros. Esto puede ser
muy frustrante y, lo peor, paralizante. Se opta por estas salidas zigzagueantes
porque no se tiene ninguna confianza que medidas rectas, claras y directas
serán adecua y oportunamente implementadas, si o si, por los más de 200 países
y territorios que colonizan nuestro mundo. ¡Economistas y politólogos
climáticos, ambientalistas y planificadores, ¿hay algo así?, ésta puede ser
vuestra hora, hay que construir gobernanza a marchas forzadas en las esferas
que tienen que liderar esta transición!
A todo ello se agrega una estructura de tomadores
de decisiones en el planeta que viene de siglos pasados. Me refiero al hecho
que el mundo está dividido en países y que son éstos los que toman decisiones
sobre sus respectivos retazos planetarios en función de una soberanía que hace
mucho no controlan ni manejan de modo compatible con el medio ambiente y los
derechos de la Madre Naturaleza. Es más, más allá del negacionismo y de los
afanes de resolver ahora las responsabilidades que le corresponden a cada país
por los desastres, existe una gran desidia
nacional, la instalación de patrones de uso, abuso y explotación de los
recursos que rayan en la locura, como los que al presente seguimos viendo en
Bolivia luego de más de 2 meses de haberse iniciado los incendios en la región
amazónica de la Chiquitania.
Con dichos comportamientos, con dichas estructuras
de decisión, sin que exista un ejército de Gretas en cada retazo del planeta,
¿quién, cómo y cuándo se va a ocupar realmente de enfrentar todos y cada uno de
estos problemas? Parecería que no existe una estructura –ni en el conjunto,
tampoco en sus partes– capaz de encargarse de estos problemas, encararlos
resueltamente y resolverlos satisfactoriamente.
Concluyendo estas reflexiones podemos observar que
los mil problemas que nos acosan y nos gobiernan realmente nos impiden ver,
apreciar y valorar la catástrofe que ya tenemos encima en toda su dimensión.
Dicha inmensa gama de problemas que tenemos encima nos enceguece, nos arrebata
los medios y recursos que deberíamos liberar para ponerlos todos al servicio
exclusivo de este desafío existencial que le toca enfrentar a la humanidad
entera y usar todos nuestros medios para salir vivos de esta hecatombe en
marcha. Pero da la impresión que somos demasiado débiles, nuestras energías y
recursos están demasiado dispersos y comprometidos y estamos demasiado
divididos y muy incapacitados para comunicarnos y entendernos, como para que
seamos capaces de realizar un esfuerzo conjunto de tales dimensiones.
Bajo estas consideraciones, no tenemos ni esos 8
años y medio. Sin encarar una multitud de transformaciones, ajustes, cambios y
revoluciones en todos los temas y asuntos pendientes que tenemos en los
armarios, no seremos capaces de mirar con la claridad y la llaneza con las que
Greta ve el problema y se encarga de enrostrárnoslo -tierna, pero
intransigentemente- en todas las formas que mejor se le ocurren.
En este punto es interesante tomar en cuenta, cómo
así Greta consigue centrar toda su atención en la hecatombe climática sin
desviar su atención bajo ninguna circunstancia. En el diálogo que sigue se
puede comprender:
@WmBrangham: La sensación de urgencia en torno al
cambio climático no es tan intensa como cree que debería ser. ¿Por qué?
@GretaThunberg, en parte: "Los humanos son animales sociales. Seguimos la corriente... Estoy en el espectro del autismo y no suelo seguir la 'codificación' social. ... Voy por mi propio camino".
@GretaThunberg, en parte: "Los humanos son animales sociales. Seguimos la corriente... Estoy en el espectro del autismo y no suelo seguir la 'codificación' social. ... Voy por mi propio camino".
Si, en efecto, aquí parece estar la clave de la
abulia y la desidia, de la falta de ganas y voluntades para asumir y enfrentar
el mayor desafío que la humanidad ha tenido a lo largo de toda su historia.
“Los humanos” seguimos la corriente, somos animales sociales repletos de
problemas, mientras que Greta va por su propio camino. [Recomiendo ver el breve video adjunto tomado de Twitter para conocer el punto de vista de Greta en: https://twitter.com/NewsHour/status/1172639946924011523?s=07]
Al fin de cuentas queda la impresión que la debacle
climática es poca cosa en comparación con todo el torbellino de problemas que
padecemos, de prejuicios que arrastramos, de estructuras caducas que gobiernan
el mundo y de basura que hemos acumulado.
Si vemos claramente las cosas, tenemos que admitir
que la debacle climática es el resultado inevitable de toda una inmensa cadena
de errores, omisiones, claudicaciones, incomprensiones, enemistades, prejuicios
y angurrias históricamente acumulados, es decir, de toda la basura que hemos
ido escondiendo y metiendo bajo todas las alfombras imaginables a través de
todos los tiempos, circunstancias en las que además hemos llegado al extremo de
no haber organizado un sistema común de administración de nuestra casa común que
sea capaz de mantener el planeta en las mismas o mejores condiciones que al
inicio.
Es imaginable que en los próximos años, antes de
los 8 años, nos veamos todos obligados a entregar poderes plenos y
plenipotenciarios a algún MOGUL GLOBAL que nos imponga todas las medidas que
tendremos que aplicar bajo las penas más severas. Recién en ese caso y en ese
escenario es posible que nos aprestemos a encarar de modo conjunto y obligado
el mayor desafío que en la historia ha tenido que enfrentar la humanidad: limpiar
su casa.
DA LA
IMPRESIÓN QUE ESTUVIÉRAMOS DEMASIADO OCUPADOS CON LOS PROBLEMAS QUE NOS ACOSAN
COMO PARA OCUPARNOS DE LUCHAR CONTRA LA HECATOMBE CLIMÁTICA
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(*) Economista. Experto en planificación regional y coautor de la mayor
parte de los Planes de Uso del Suelo en Bolivia. Catedrático de “Desarrollo del
Capitalismo”. La Paz, Bolivia.