Vía Crucis
en Roma, abril 2014
La Evangelii Gaudium se ha convertido,
para mí, en una palabra lucidísima, que nos ayuda precisamente a leer hasta el
fondo los dramas de hoy. Pero dentro del rostro luminoso y misericordioso sobre
todo de Jesús. Porque como dice Francisco al inicio: "Sin Jesús nosotros
no tendríamos ni luz, pero con Él venceremos los miedos, las tinieblas, el
vacío y el aislamiento”.
Mons. Giancarlo María Bregantini, autor de
los textos del Vía Crucis 2014
Por: Carlos
Rodrigo Zapata C.
En ocasión
de conmemorarse el Vía Crucis de 2014, la Iglesia Católica organizó una
ceremonia con un profundo contenido social, mostrando el sufrimiento de Jesús
como expresión profunda de nuestro sufrimiento y el sufrimiento de los seres
humanos como viva imagen del sufrimiento de Jesús. Para ello, la ceremonia se
ha abocado a conectar todas y cada una de las Estaciones del Calvario que
atravesó Jesús con los sufrimientos y laceraciones que castigan al ser humano
en el mundo de hoy. El impacto de esa presentación ha calado hondo, pues nos ha
permitido reconocer la figura de Jesús de forma mucho más cercana a la que
usualmente se consideraba en el pasado.
Este
artículo procura reflexionar sobre esta nueva mirada de la Iglesia Católica,
efectuar un repaso a la ceremonia realizada en el Coliseo Romano, deteniéndonos
un tanto en las meditaciones presentadas en cada Estación, así como en su
conexión con los sufrimientos humanos. También se presentan referencias a los
artífices de esta ceremonia y una valoración general sobre su pertinencia y
posible impacto en feligreses y no feligreses.
La ceremonia del Vía Crucis
bajo el lema: «El Rostro de Cristo, el Rostro del Hombre»
El Papa
Francisco solicitó a Mons. Giancarlo Maria Bregantini, Arzobispo de
Campobasso-Boiano, al sur de Italia, que
elabore las meditaciones que se leyeron en cada una de las 14 Estaciones, bajo
el lema: «El Rostro de Cristo, el Rostro del Hombre». Como él mismo ha
señalado, se inspiró en religiosos que en el pasado habían propuesto un
acercamiento similar entre Jesús y los seres humanos, así como en el Evangelii Gaudium (La alegría del
evangelio), la primera Exhortación Apostólica de Francisco. Por cierto que
también las propias experiencias de Mons. Bregantini han debido incidir en su
trabajo, quien en su juventud fue obrero y ha mantenido una constante
confrontación con la mafia italiana, en particular con la napolitana, por el
manejo criminal que ésta ha efectuado de desechos radioactivos.
A
continuación, pasaremos revista a las meditaciones leídas en la ceremonia del
Vía Crucis, celebrada en el Coliseo Romano el 18 de abril de 2014, destacando
las conexiones que en cada Estación se han establecido con determinados grupos
humanos a los que se han dirigido las mismas.
[I] El Vía Crucis en el Coliseo Romano empezó
inadvertidamente, como si se tratara del mismo ritual de siempre, ya
milenariamente celebrado, sin esperar ningún cambio. En efecto, la impresión
parecía confirmarse cuando en la Primera Estación empezó leyéndose un versículo
de Lucas:
«Pilato volvió a dirigirles la palabra con
intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: “¡Crucifícalo,
crucifícalo!”. Por tercera vez les dijo: “Pues, ¿qué mal ha hecho este? No he
encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así es que le daré un
escarmiento y lo soltaré”. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos
que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato entonces sentenció que
se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en
la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad» (Lc
23,20-25).
Pero acto
seguido, empezó una reflexión: “Un Pilato atemorizado que no busca la verdad,
el dedo acusador y el creciente clamor de la multitud, son los primeros pasos
de la muerte de Jesús…. Ese Jesús, que ha pasado entre nosotros curando y
bendiciendo, es condenado ahora a la pena capital. …. La condena apresurada de
Jesús acoge así las acusaciones fáciles, los juicios superficiales entre la gente,
las insinuaciones y prejuicios, que cierran el corazón y se convierten en
cultura racista, de exclusión y descarte, con cartas anónimas y horribles
calumnias. …¿Y nosotros? ¿Sabremos tener una conciencia recta y responsable,
transparente, que nunca dé la espalda al inocente, sino que luche con valor en
favor de los débiles, resistiéndose a la injusticia y defendiendo por doquier
la verdad ultrajada?” En la Oración que sigue se dice:
Señor Jesús,
hay manos que amparan y hay manos que firman sentencias injustas.
Haz que, ayudados por tu gracia, no descartemos a nadie.
Defiéndenos de la calumnia y la mentira.
Ayúdanos a buscar siempre la verdad,
y a estar siempre de parte de los débiles.
Y concede tu luz a quien, por misión, debe juzgar en el tribunal,
para que emita siempre sentencias justas y verdaderas. Amén.
hay manos que amparan y hay manos que firman sentencias injustas.
Haz que, ayudados por tu gracia, no descartemos a nadie.
Defiéndenos de la calumnia y la mentira.
Ayúdanos a buscar siempre la verdad,
y a estar siempre de parte de los débiles.
Y concede tu luz a quien, por misión, debe juzgar en el tribunal,
para que emita siempre sentencias justas y verdaderas. Amén.
¿Cuándo, en
tan sagrada conmemoración del Vía Crucis de Jesús, se había presentado esas
conclusiones, se había interpelado al ser humano tan descarnadamente, se había
señalado a Pilato tan solo como uno de los primeros pasos de la muerte de
Jesús? Me sentí sobrecogido por ese valor, por esa vibrante muestra de hallarme
en presencia de algo que trasciende nuestro día a día mundano, ante algo que se
ha propuesto abrirnos los ojos, la mente, el corazón. Pero sigamos.
[II] A medida que
avanzaba la procesión, fue percibiéndose un cambio inusual: en cada Estación se
leía un texto dedicado a las víctimas de alguna de las atrocidades que acaecen
hoy en día a los seres humanos, a los seres vivos, al planeta. Así en la Segunda Estación, aquella en la que
Jesús está soportando la pesadez de la cruz, escuchamos: “Esta es la pesada
cruz del mundo del trabajo, la injusticia en la espalda de los trabajadores.
Jesús la carga sobre sus hombros y nos enseña a no vivir más en la injusticia,
sino a ser capaces, con su ayuda, de crear puentes de solidaridad y esperanza,
para no ser ovejas errantes ni extraviadas en esta crisis.”
“Volvamos,
pues, a Cristo, pastor y guardián de nuestras almas. Luchemos juntos por el
trabajo en reciprocidad, superando el miedo y el aislamiento, recuperando la
estima por la política y tratando de solventar juntos los problemas.”
De pronto
sentimos que empieza a destilarse una nueva forma de comunión entre nuestras
urgencias y emergencias terrenales y nuestra fe en Jesús, como si de pronto
empezaran a aliarse, a formar parte de un mismo equipo, dispuestos a ayudarse
mutuamente. En esta Estación se presenta la siguiente Oración:
“Señor Jesús,
cada vez se hace más densa nuestra noche.
La pobreza se torna miseria.
No tenemos pan para los hijos y nuestras redes están vacías.
Nuestro futuro es incierto. Vela por el trabajo que falta.
Despierta en nosotros el celo por la justicia,
para que no arrastremos la vida,
sino que la llevemos con dignidad. Amén.”
cada vez se hace más densa nuestra noche.
La pobreza se torna miseria.
No tenemos pan para los hijos y nuestras redes están vacías.
Nuestro futuro es incierto. Vela por el trabajo que falta.
Despierta en nosotros el celo por la justicia,
para que no arrastremos la vida,
sino que la llevemos con dignidad. Amén.”
Si, llevar
la vida con dignidad, ese mensaje hace mucho que se escuchaba, como si fuera
una vieja reminiscencia de buenos consejos de antaño, pero de pronto está ahí,
de retorno, como un consejo sabio, nuevo, que nunca debió descuidarse.
En cada Estación
cambia el grupo de personas encargadas de llevar la cruz, siendo cada vez
reemplazadas por representantes de aquellos grupos que están sufriendo
directamente los embates de las calamidades y tragedias que se destacan en cada
una de las Estaciones. A medida que avanza la procesión no sólo se va tomando
más atención a los textos leídos y las oraciones pronunciadas, sino que se va
ahondando el respeto a los participantes y se va sintiendo una inmensa
satisfacción al percibir que la iglesia toma en cuenta los sufrimientos
actuales, a la par que se va comprendiendo más y más el sacrificio de Jesús,
que dio su vida para que pudiéramos reconocer nuestras debilidades e
insuficiencias, y reconocer en él, en su entrega, en su sacrificio, la
oportunidad de redimirnos, de comprender la ruindad de nuestros actos.
[III] La siguiente Estación es dura, pues nos recuerda
una de las caídas de Jesús. El texto resuena en medio de todos los feligreses
que acompañan el Vía Crucis: “Es un Jesús frágil, muy humano, el que
contemplamos con asombro en esta Estación de gran dolor. Pero es precisamente
esta caída en tierra lo que revela aún más su inmenso amor. Está acorralado por
el gentío, aturdido por los gritos de los soldados, cubierto por las llagas de
la flagelación…. Pero en esta caída, en
este ceder al peso y la fatiga, Jesús vuelve a ser una vez más maestro de vida.
Nos enseña a aceptar nuestras fragilidades, a no desanimarnos por nuestros
fallos, a reconocer con lealtad nuestras limitaciones…. Con esta fuerza interior que viene del Padre,
Jesús también nos ayuda a aceptar las debilidades de los demás; a no
indignarnos con quien ha caído, a no ser indiferentes con quien cae. Y nos da
la fuerza para no cerrar la puerta a quien llama a nuestra casa pidiendo asilo,
dignidad y patria. Conscientes de nuestra fragilidad, acogeremos entre nosotros
la fragilidad de los inmigrantes, para que encuentren seguridad y
esperanza”. En la Oración se dice:
“Señor Jesús,
……
Arranca de nuestro corazón
toda raíz de miedo y cómoda indiferencia,
que nos impide reconocerte en los inmigrantes,
para dar testimonio de que tu Iglesia no tiene fronteras,
sino que es verdadera madre de todos. Amén.”
que nos impide reconocerte en los inmigrantes,
para dar testimonio de que tu Iglesia no tiene fronteras,
sino que es verdadera madre de todos. Amén.”
En tiempos
en los que ya falta imaginación para levantar murallas más altas, para
preservar espacios privilegiados de vida y mantener divisiones y segmentaciones
de todo orden entre los seres humanos, esta invocación dirigida reconocer a
Jesús en los inmigrantes es sin duda, otra manifestación de ese nueva alianza
que Francisco procura tejer entre Jesús y los seres humanos.
[IV] La Cuarta Estación, en la que Jesús se encuentra
con su madre, está dedicada a los niños soldados, a todos esos seres que ni han
descubierto la vida y ya están siendo inducidos a matar a otros seres humanos.
En el texto leído se dice: “Este encuentro de Jesús con María, su madre, está
cargado de emoción, de lágrimas amargas. En él se expresa la fuerza invencible
del amor materno, que supera todo obstáculo y sabe abrir caminos…. Ella recoge
las lágrimas de todas las madres por sus hijos lejanos, por los jóvenes
condenados a muerte, asesinados o enviados a la guerra, especialmente por los
niños soldados. En ellas escuchamos el lamento desgarrador de las madres por
sus hijos, moribundos a causa de tumores producidos por la quema de residuos
tóxicos.”
Otra vez es
Jesús y su entorno divino los que encontramos en medio de las anchas avenidas
del sufrimiento humano, como si se tratara de seres que ya han sufrido tanto
que son capaces de darnos encuentro justo en medio de nuestros sufrimientos
para compartir nuestras penas y dolores, curar nuestras heridas. La referencia
a los residuos tóxicos recuerda una denuncia abierta contra la mafia napolitana
que no ha encontrado mejor medio que sepultar desechos radioactivos con tal de
ganar inmensas fortunas.
[V] En la Quinta Estación Jesús tiene ayuda por unos
instantes, pues Simón de Cirene lo ayuda a llevar la cruz. El texto leído nos
recuerda la importancia de la entrega: “En esto radica la verdadera cura de
nuestro egoísmo, siempre al acecho. La relación con el otro nos rehabilita y
crea una hermandad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada
del prójimo….”
La
indiferencia, la incapacidad de compartir con los demás, de salir por los
fueros de sus derechos, el temor, el miedo, son motivo de esta meditación,
indispensable para crear un cuerpo único común entre los seres humanos, que
ponga en el centro su dignidad y su propia esencia divina.
[VI] En la Sexta Estación
viene al encuentro de Jesús la ternura femenina. Verónica se le acerca para
enjugar su rostro empapado de sangre. El texto leído señala: “De los ojos del
Maestro manan lágrimas silenciosas. Lleva el peso del abandono. Sin embargo,
Jesús avanza, no se detiene, no vuelve atrás. Afronta la opresión. Está turbado
por la crueldad, pero él sabe que su muerte no será en vano.” Y más adelante
prosigue: “El Señor encarna aquí nuestra necesidad de gratuidad amorosa, de
sentirnos amados y protegidos por gestos de solicitud y de cuidados.” La
Oración que sigue destaca:
Señor Jesús,
¡qué amarga la indiferencia de quien creíamos
a nuestro lado en los momentos de desolación!
¡qué amarga la indiferencia de quien creíamos
a nuestro lado en los momentos de desolación!
[VII] En la Séptima Estación Jesús cae por segunda vez. En el texto se
dice: “Y así, Jesús, llevado a empellones, se desploma por la fatiga y la
opresión, rodeado, circundado por la violencia, ya sin fuerzas. Cada vez más
solo, cada vez más en la oscuridad. Lacerado en la carne, con los huesos
magullados.” Luego continúa: “En él reconocemos la amarga experiencia de los
detenidos en prisión, con todas sus contradicciones inhumanas. Rodeados y
cercados, «empujados para derribarlos». A la cárcel se la mantiene aún hoy
demasiado lejana, olvidada, rechazada por la sociedad civil. Hay absurdos de la
burocracia, lentitud de la justicia.”
“Pero más
grave es la tortura, por desgracia muy practicada en varias partes de la tierra
de muchos modos. Como lo fue para Jesús, también él golpeado, humillado por la
soldadesca, torturado con la corona de espinas, azotado con crueldad. Ante esta
caída, cómo nos percatamos de la verdad de aquellas palabras de Jesús:
«Estuve en la cárcel y no me visitasteis» (Mt 25,36). En toda cárcel, junto a
cada torturado, siempre está él, el Cristo que sufre, encarcelado y torturado.”
Este es uno
de los mensajes en que más intima y profundamente puede percibirse esa comunión
de designios, de sufrimientos, de
atropellos entre Jesús y los seres humanos.
Destacarlo y ponerlo en directa relación con las afrentas, los espantos
que hoy en día sufren los seres humanos en el mundo, era indispensable. Y
decimos los seres humanos, pues así como Jesús sufrió por nosotros, no nos
puede caber duda alguna que quienes hoy sufren en las cárceles y bajo la
tortura, lo hacen de muchas formas en nuestro nombre y muchas veces por nuestra
causa.
[VIII] En la Octava
Estación del Vía Crucis, Jesús encuentra
a las mujeres de Jerusalén. En el texto se dice: “Las figuras femeninas en el
camino del dolor se presentan como antorchas encendidas. … Hay quien lo pisotea
mientras cae por tierra agotado. Pero las mujeres están allí, listas para darle
ese cálido latido que el corazón ya no puede contener… Jesús se impresiona por su llanto amargo,
pero les exhorta a no desgastar el corazón en verlo tan maltratado…. Pide un dolor compartido y no una
conmiseración sollozante. No más lamentos, sino deseos de renacer, de mirar
hacia adelante, de proceder con fe y esperanza hacia esa aurora de luz que
surgirá aún más cegadora sobre la cabeza de quienes caminan con los ojos
puestos en Dios.”
“Y lloremos
también por esos hombres que descargan sobre las mujeres la violencia que
llevan dentro. Lloremos por las mujeres esclavizadas por el miedo y la
explotación. Pero no basta compungirse y sentir compasión. Jesús es más
exigente. Las mujeres deben ser amadas como un don inviolable para toda la
humanidad. Para hacer crecer a nuestros hijos, en dignidad y esperanza.”
Qué
importante es esta reflexión, siempre en el marco y a la luz de ese encuentro
de Jesús con los seres humanos y en particular con las mujeres. Jesús “…pide un
dolor compartido y no una conmiseración sollozante. No más lamentos, sino
deseos de renacer, de mirar hacia adelante…” Y luego se insiste: “no basta
compungirse y sentir compasión. Jesús es más exigente” Esa actitud es
absolutamente crucial, pues la única forma de transformar la injusticia, el
dolor, el ultraje, radica en mirar más allá, centrando la atención justamente
en el punto en que se puedan superar las condiciones y circunstancias que
conducen a tanto desprecio por la dignidad humana. Esa es la forma profunda y
comprometida de negar una injusticia, propiciando la transformación de las
condiciones que la hicieron posible.
En este
enfoque, en esta mirada de la Iglesia Católica, se puede sentir y percibir no
solo la angustiosa emergencia en la que se encuentra, sino la respuesta
redentora que propone, pues no se contenta con tratar de hacer un sana sana con
los feligreses, sino busca reasumir su rol de guía, apuntando nada menos que a
superar, transformando, las condiciones de la injusticia imperante.
[IX] En la Novena Estación Jesús cae por tercera vez y nos trae un
mensaje que apunta a superar la “nociva nostalgia”. En el texto se dice: “San
Pablo enumera sus pruebas, pero sabe que Jesús ha pasado antes por ellas, que
en el camino hacia el Gólgota cayó una, dos, tres veces. Destrozado por la
tribulación, la persecución, la espada; oprimido por el madero de la cruz.
Exhausto. Parece decir, como nosotros en tantos momentos de oscuridad: «¡Ya no
puedo más!». Es el grito de los perseguidos, los moribundos, los enfermos
terminales, los oprimidos por el yugo.…”
“Que la
contemplación de Jesús caído, pero capaz de ponerse en pie, nos ayude a vencer
la congoja que el temor por el mañana imprime en nuestro corazón, especialmente
en este tiempo de crisis. Superemos la nociva nostalgia del pasado, la
comodidad del inmovilismo, del «siempre se ha hecho así». Ese Jesús que se
tambalea y cae, pero que luego se levanta, es la certeza de una esperanza que,
alimentada por la oración intensa, nace precisamente durante la prueba, y no
después de la prueba ni sin prueba. Por la fuerza de su amor, saldremos más que
victoriosos.”
La
insistencia en no agobiarnos ni agotarnos en el dolor –“superar la nociva
nostalgia”- también está presente en ésta y la anterior Estación . Ese mensaje
es crucial, pues el sufrimiento se convierte en oportunidad, esperanza,
transformación. Además, es sin duda el mejor tributo que podemos rendir a
quienes son objeto de tanta injusticia y dolor: aprestarnos en toda
circunstancia a cambiar de raíz las bases y los fundamentos del mundo injusto
que habitamos.
[X] En la Décima Estación Jesús es despojado de sus vestiduras. En el
texto se dice: «Los soldados, cuando
crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada
soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una
pieza de arriba abajo. Y se dijeron: “No la rasguemos, sino echémosla a suerte,
a ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas
y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados» (Jn 19,23-24).
“No dejaron
ni un trozo de tela que cubriera el cuerpo de Jesús. Lo despojaron. No tenía
manto ni túnica, ningún vestido. Lo desnudaron como un acto de humillación
extrema. Sólo le cubría la sangre, que borbotaba de sus numerosas heridas. La
túnica queda intacta: es símbolo de la unidad de la Iglesia, una unidad que se
ha de recobrar mediante un camino paciente, una paz artesana, construida día a
día en un tejido recompuesto con los hilos de oro de la fraternidad, en un
clima de reconciliación y perdón mutuo.
En Jesús,
inocente, despojado y torturado, reconocemos la dignidad violada de todos los
inocentes, especialmente de los pequeños. Dios no impidió que su cuerpo
despojado fuera expuesto en la cruz. Lo hizo para rescatar todo abuso
injustamente cubierto, y demostrar que él, Dios, está irrevocablemente y sin
medias tintas de parte de las víctimas.” En la Oración se dice:
Señor Jesús,
queremos volver a ser inocentes como niños,
para poder entrar en el reino de los cielos,
purificados de nuestra suciedad y de nuestros ídolos.
Retira de nuestro pecho el corazón de piedra de las divisiones,
que hacen a tu Iglesia poco creíble.
Danos un corazón nuevo y un espíritu nuevo,
para vivir según tus preceptos
y observar y poner en práctica tus leyes. Amén.
queremos volver a ser inocentes como niños,
para poder entrar en el reino de los cielos,
purificados de nuestra suciedad y de nuestros ídolos.
Retira de nuestro pecho el corazón de piedra de las divisiones,
que hacen a tu Iglesia poco creíble.
Danos un corazón nuevo y un espíritu nuevo,
para vivir según tus preceptos
y observar y poner en práctica tus leyes. Amén.
En esta Estación vemos el empeño de la Iglesia Católica
por reconocer los abusos contra los niños cometidos por miembros de la Iglesia
y su afán por tratar de restañar heridas que han socavado, nuevamente y
profundamente, la confianza en esa institución. La idea que la unidad “se ha de
recobrar mediante un camino paciente, una paz artesana, construida día a día en
un tejido recompuesto con los hilos de oro de la fraternidad, en un clima de
reconciliación y perdón mutuo”, es una invocación a que todas las partes pongan
su grano de arena para hacerlo posible.
La idea: “Dios no impidió que su cuerpo despojado fuera expuesto en la
cruz. Lo hizo para rescatar todo abuso injustamente cubierto, y demostrar que él,
Dios, está irrevocablemente y sin medias tintas de parte de las víctimas.”,
apunta justamente a comprometer de modo inquebrantable la voluntad y el
espíritu de la iglesia con la causa de las víctimas. Ojala así sea, y que nunca
más se encubra a abusadores, no se suscriba concordatos con dictaduras ni se
aliente sistemas injustos.
[XI] En la
Undécima Estación Jesús es clavado en la
cruz. La meditación nos recuerda este pasaje, uno de los más conmovedores de la
historia universal: «Lo crucificaron y se
repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada
uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación
estaba escrito: “El rey de los judíos”. Crucificaron con él a dos bandidos, uno
a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: “Lo
consideraron como un malhechor”» (Mc 15,24-28).
“Y lo crucificaron. La pena de los infames, de los
traidores, de los esclavos rebeldes. Esta es la pena que se aplica a nuestro
Señor Jesús: ásperos clavos, dolor lacerante, la congoja de la madre, la
vergüenza de verse acomunado a dos bandidos, la ropa repartida entre los
soldados como un botín, la burlas crueles de quienes pasaban por allí: «A otros
ha salvado y él no se puede salvar..., que baje ahora de la cruz y le
creeremos» (Mt 27,42).”
“Y lo crucificaron. Jesús no desciende, no abandona
la cruz. Permanece obediente hasta el fin a la voluntad del Padre. Ama y
perdona. También hoy, como Jesús, muchos hermanos y hermanas nuestros están
clavados al lecho de dolor, en hospitales, asilos de ancianos, en nuestras
familias. Es el tiempo de la prueba, de días amargos, de soledad e incluso de
desesperación: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46).”
“Que nuestra
mano nunca sea para clavar, sino siempre para acercar, consolar y acompañar a
los enfermos, levantándolos de su lecho de dolor. La enfermedad no pide
permiso. Llega siempre de improviso. A veces trastoca, limita los horizontes,
pone a dura prueba la esperanza. Su hiel es amarga. Sólo si tenemos junto a
nosotros a alguien que nos escucha, que nos es cercano, que se sienta en
nuestro lecho..., entonces la enfermedad puede convertirse en una gran escuela
de sabiduría, en encuentro con el Dios paciente…”
La
meditación centrada en los enfermos y desamparados, nos muestra la amplia
preocupación de la Iglesia por todos los grupos humanos expuestos a tan
distintas y diversas vicisitudes. Conectar a los enfermos con este momento tan
sagrado del Vía Crucis de Jesús, es seguramente el consuelo más íntimo y
profundo que se le puede brindar a todo quien sufre a consecuencia de
enfermedades y dolencias.
[XII] En la Duodécima Estación Jesús muere en la cruz. «Después
de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la
Escritura dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando
una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la
boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: “Está cumplido”. E, inclinando la
cabeza, entregó el espíritu» (Jn 19,28-30).
“Las siete
palabras de Jesús en la cruz son una obra maestra de esperanza. Jesús,
lentamente, con pasos que también son los nuestros, atraviesa toda la oscuridad
de la noche, para abandonarse confiado en los brazos del Padre. Es el gemido de
los moribundos, el grito de los desesperados, la invocación de los perdedores.
Es Jesús.“
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?» (Mt 27,46). Es el grito de Job, de todo hombre bajo el
peso de la desgracia. Y Dios guarda silencio. Calla porque su respuesta está
allí, en la cruz: él mismo, Jesús, es la respuesta de Dios, Palabra eterna
encarnada por amor.”
«Acuérdate de mí...» (Lc 23,42). La invocación fraterna del malhechor, convertido en compañero de dolor,
llega al corazón de Jesús, que siente en ella el eco de su propio dolor. Y
Jesús acoge la súplica: «Hoy estarás
conmigo en el Paraíso» (Lc
23,42-43). El dolor del otro nos redime siempre, porque nos hace salir de
nosotros mismos.
«Mujer, ahí tienes a tu hijo...» (Jn 19,26). Pero es su Madre, María, que estaba con Juan
al pie de la cruz, rompiendo el acoso del miedo. La llena de ternura y
esperanza. Jesús ya no se siente solo. Como nos pasa a nosotros cuando junto al
lecho del dolor está quien nos ama. Fielmente. Hasta el final.
«Tengo sed» (Jn 19,28). Como el niño pide de beber a su mamá; como el enfermo abrasado por la
fiebre... La sed de Jesús es la todos los sedientos de vida, de libertad, de
justicia. Y es la sed del mayor de los sedientos, Dios, que infinitamente más que
nosotros tiene sed de nuestra salvación.
«Está cumplido» (Jn 19,30). Todo cumplido: cada palabra, cada gesto, cada profecía, cada instante
de la vida de Jesús. El tapiz está completo. Los mil colores del amor lucen
ahora con hermosura. Nada se ha desperdiciado. Nada se ha desechado. Todo se ha
convertido en amor. Todo está cumplido, para mí y para ti. Y, así, también el
morir tiene un sentido.
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen» (Lc 23,34). Ahora, heroicamente, Jesús sale del miedo a
la muerte. Porque si vivimos en el amor gratuito, todo es vida. El perdón
renueva, sana, transforma y consuela. Crea un pueblo nuevo. Frena las guerras.
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»
(Lc 23,46). Ya no más desesperación ante la nada. Más
bien plena confianza en sus manos de Padre, recostado en su corazón. Porque, en
Dios, cada fragmento se compone finalmente en unidad.
La
remembranza de estas siete expresiones que manifiesta Jesús estando clavado en la cruz
es, sin duda, el momento más penoso del Vía Crucis, pues los seres humanos
están apenas descubriendo las dimensiones infames de su propia obra y lo están
haciendo por boca del mismo Jesús, su víctima torturada y aterrorizada. Los
seres humanos son confrontados a su propia obra, son expuestos a su propia
infamia, condenando a muerte nada menos que a su salvador, quien pide perdón
para ellos. Todo ello es sin duda una poderosa alegoría para pedir perdón de
modo muy vehemente a los feligreses por el comportamiento de la iglesia.
[XIII] En la Treceava Estación Jesús es bajado de la cruz y entregado a su
Madre. En la meditación se dice: “Antes de ser puesto en la tumba, Jesús es
entregado finalmente a su Madre. Es el icono de un corazón destrozado, que nos
dice cómo la muerte no impide el último beso de la madre a su hijo. Postrada
ante el cuerpo de Jesús, María se encadena a él en un abrazo total. Este icono
se llama simplemente «Piedad». Es desgarrador, pero demuestra que la muerte no
quiebra el amor. Porque el amor es más fuerte que la muerte. El amor puro es
perdurable. Ha llegado la tarde. La batalla está vencida. El amor no se ha
truncado. Quién está dispuesto a sacrificar su vida por Cristo, la encontrará.
Transfigurada más allá de la muerte.”
“En esta
trágica entrega, se mezclan lágrimas y sangre. Como en la vida de nuestras
familias, atribuladas a veces por pérdidas imprevistas y dolorosas, creando un
vacío insalvable, sobre todo cuando muere un niño.
Piedad,
entonces, significa hacerse cercanos de los hermanos en luto y que no se resignan.
Es una caridad muy grande cuidar de quien está sufriendo en el cuerpo llagado,
en la mente deprimida, en el ánimo desesperado. Amar hasta el final es la
suprema enseñanza que nos han dejado Jesús y María..”
En esta Estación podemos apreciar otros de los dones que
Dios nos ha deparado para expresar nuestros sentimientos, compartir nuestros
compromisos, fortalecer nuestros lazos: el amor y la piedad. Y también nos
muestra que el Vía Crucis es una forma de aprender y descubrir los innumerables
mensajes que Jesús nos ha legado.
[XIV] En la última Estación Jesús es puesto en el sepulcro. La meditación
nos recuerda la circunstancia: “Aquel jardín, donde se encuentra la tumba en la
que Jesús fue sepultado, recuerda otro jardín: el Jardín del Edén. Un jardín
que, a causa de la desobediencia, perdió su belleza y se convirtió en
desolación, lugar de muerte en vez de vida“ “La muerte nos desarma, nos hace
entender que estamos expuestos a una existencia terrenal que termina. Pero,
ante ese cuerpo de Jesús puesto en el sepulcro, tomamos conciencia de lo que
somos: criaturas que, para no morir, necesitan a su Creador.”
La muerte de
Jesús como la de cualquier mortal –aunque luego de un sufrimiento indecible-
nos muestra una vez más la identidad entre Jesús y los hombres. Esa unidad es
indestructible y es la base por la que la Iglesia apuesta a una renovación, a
un reencuentro con los feligreses, simplemente porque no hay nada ni nadie que
puede expresar, mantener y cuidar mejor la imagen y la idea de esa unión. Una
labor esencial para evitar que se rompa el lazo de la Iglesia con sus
feligreses.
Conclusión
Francamente
no me imaginé nunca abogando por un discurso religioso, mucho menos por uno
nacido del catolicismo, religión que tiene tanto en el debe como en el haber de
la historia, que ya resulta difícil precisar si ha pesado más su aporte al bien
o al mal de la humanidad.
Tampoco me
imaginé encontrarme alguna vez con los ángulos y aristas de una propuesta de
redención humana que, debo admitirlo, me ha tocado profundamente, no para
convertirme al catolicismo, sino para admitir y reconocer que la figura de
Jesús, mucho más próxima al ser humano actual, a sus continuas vejaciones y
sufrimientos, es sin duda un misil dirigido a los corazones de los seres humanos,
sea para abrirlos y comprometerlos con causas absolutamente lacerantes que
pululan en nuestro mundo, sea para reconocer la figura de Jesús en estos
tiempos tan convulsos, en los que la gente requiere de mucha orientación y
consuelo para insuflarles nuevas energías, a fin de aprestarse a enfrentar
nuestras circunstancias con imaginación, valor, confianza y fe. Es un gran intento por tratar de renovar la
alianza entre la Iglesia y los feligreses, de reconectar el cielo y la tierra,
es decir, los reinos humano y divino en el plano espiritual y del compromiso
fraterno y esperanzado.
Si a alguien
le caben dudas acerca del cambio profundo de mirada que significan las
meditaciones elaboradas por Mons. Bregantini, bastaría que lea otras
meditaciones que se han escrito para conmemorar el Vía Crucis de Jesús, y
compare ambas versiones (Se adjunta el link de un ejemplo de lo aquí anotado,
como para tener la oportunidad de comparar lo viejo con lo nuevo). Sin duda se
llevará una gran sorpresa que mostrará no solo el cambio que significan las
meditaciones de 2014, sino además la urgencia o la emergencia en que se halla
la Iglesia Católica para renovar y resituar su compromiso con los
feligreses.
Este es un
punto absolutamente indispensable entender, pues observamos muchas veces
impávidos, otras de modo completamente desentendido, como se desmoronan
inmensos edificios, instituciones, creencias, fes, lealtades, sin que surjan
otras nuevas capaces de reemplazarlas, de brindar el mismo abrigo y protección
que ofrecían las que se encuentran en declive. Que ello suceda porque su tiempo
ha llegado, porque ya no tienen nada más que decir, porque su magia y su verbo
se agotaron, pues santo y bueno. Pero que ello ocurra por incapacidad de
mostrar el mensaje profundo del que son portadoras, sea porque no consiguen
interpretarlo y transmitirlo adecuadamente o porque dicho mensaje se ha visto
envuelto en un sinfín de maledicencias y lesiones contra su mismo espíritu y
contenido, resulta de una torpeza inaudita, profundamente condenable, mucho más
en tiempos convulsos, en que millones de seres humanos en el mundo cifran sus
esperanzas en esas instituciones, en un tiempo donde las orientaciones se hacen
cada vez más confusas o interesadas, y ya no se vislumbran nuevos
senderos.
En este
marco, tampoco hay que olvidar o desconocer que los poderes fácticos de este
mundo no tienen mayores miramientos para aniquilar cualquier sostén o soporte
que contribuya a resistirse a sus designios, pues es sin duda una manera muy
efectiva de imponer sus sacrosantas verdades y tener comiendo de su mano a los
desamparados de nuestro mundo. Por ello, y por mucho más, es importante salir
en defensa de aquellas instancias e instituciones dispuestas a dar batalla, a
no dejarse rendir, a continuar con su compromiso profundo, el que aliente a los
seres humanos a erradicar la injusticia de este mundo.
Las
meditaciones del Vía Crucis del 2014 encarnan una suerte de parteaguas, un divortium aquarum, que separa los causes
antiguos de los nuevos, una iglesia burocrática, cansina y desinteresada, de una nueva que empieza a asomar por todos
los costados, completamente distinta de la que se va extinguiendo y que debe
hacerlo hasta desaparecer. No puedo creer que todo esto lo pueda decir alguien
que no tiene ningún lazo ni compromiso con la Iglesia Católica. Pero no es
posible quedar impertérrito observando cómo construcciones humanas, empeñadas
en hacer llegar a todos los rincones del planeta y de la historia el mensaje de
Jesús, puedan actuar tan irresponsablemente.
Como sea que
cada quien pueda entender e interpretar este nuevo asomo de presencia divina
entre nosotros, es indispensable que lo tomemos en cuenta, que nos atrevamos a
exponernos a él, a ese nuevo viento fresco que cruza nuestros horizontes y nos
abre nuevas perspectivas de nuevas esperanzas de hermandad, fraternidad,
encuentro, colaboración, solidaridad y cooperación entre los seres humanos,
expuestos al rigor de poderes que tratan de mantenernos desunidos, divididos,
enfrentados, porque ese es sin duda su mejor escenario, el que buscan a diario,
el que les permite su acumulación fabulosa de riqueza y poder, a costa de las
últimas esperanzas planetarias.
Epílogo
El próximo
arribo de Francisco a Bolivia en julio de 2015 será sin duda una nueva ocasión
para poder apreciar en vivo y en directo el despliegue que viene ejercitando la
iglesia para relanzar su vínculo con los feligreses, para difundir
imaginativamente el evangelio, tal como se ha propuesto en el Evangelii
Gaudium. Como nunca antes, considero que cada paso de Francisco por
nuestra tierra será importante, pues permitirá estrechar aún más los lazos de
la iglesia con el sufrido pueblo boliviano.
Los días previos
a su arribo, se publicará la primera Encíclica de Francisco que versará sobre
ecología y comenzará con el «Cántico de las criaturas» de San Francisco. Será
un viaje en que el tema ecológico estará en el centro de sus reflexiones, una
ocasión muy propicia para que en Bolivia tomemos mucho más en cuenta y en serio
esta temática
Dios
acompañe y guíe permanente la labor de Francisco en el ejercicio del
extraordinario magisterio que la Iglesia le ha encomendado.
Fuentes citadas:
Las meditaciones del Vía Crucis 2014 por Mons. Giancarlo María Bregantini:
Entrevista a Mons. Giancarlo María Bregantini:
¿Cómo rezar el Vía Crucis? Un ejemplo pasado.