Carlos Rodrigo Zapata C.
En un reciente artículo, intitulado “El costo que no asumen las derechas” [ver el artículo más abajo], Boaventura de Sousa Santos interpela al público lector mediante una rápida secuencia de preguntas con el fin de urgirlo a reflexionar sobre sus modos de reacción frente a la crisis del capitalismo que asola el mundo contemporáneo.
Este medio pedagógico tiene la virtud de inducirnos a tomar posición ante dichas preguntas que suelen no formar parte de nuestras preocupaciones cotidianas, razón por la que tomamos muchos eventos y sucesos como parte de la atmósfera diaria en que nos desempeñamos, sin comprender cuál es el rol que nos corresponde y mucho menos, cuáles son las causas que ocasionan que exhibamos un comportamiento tan aletargado y desinteresado.
Algunas de las preguntas de Boaventura son: "¿Por qué la actual crisis del capitalismo fortalece a quienes la han causado? ¿Por qué está siendo tan fácil para los estados cambiar el bienestar de los ciudadanos por el bienestar de los bancos? ¿Por qué la gran mayoría de los ciudadanos asiste a su empobrecimiento como si fuese inevitable y al enriquecimiento escandaloso de pocos como si fuese necesario para que su situación no empeore todavía más?¿Por qué la estabilidad de los mercados financieros sólo es posible a costa de la inestabilidad de la vida de la gran mayoría de la población? ¿Por qué los capitalistas, en general, individualmente son gente de bien y el capitalismo, como un todo, es amoral?".
La respuesta general de Boaventura a todas esas preguntas no se deja esperar: el neoliberalismo promueve una “cultura del miedo, del sufrimiento y de la muerte para las grandes mayorías”, y se vale de una trampa, la de “reducir la realidad a lo que existe, por más injusto y cruel que sea, para que la esperanza de las mayorías parezca irreal”, pues “el miedo en la espera mata la esperanza en la felicidad” ¿Qué significa ello? Que se excluye de esa realidad “todo lo que en ella está emergiendo como posibilidad y como lucha por su concreción”. De ahí que Boaventura propone que a la “cultura del miedo, del sufrimiento y de la muerte” que peomueve el neoliberalismo, hay que oponer una “cultura de la esperanza, de la felicidad y de la vida”, de la cual la izquierda bien entendida debe ser su portadora.
En un plano más específico, Boaventura postula que la lucha por la esperanza, la felicidad y la vida, “debe ser conducida por tres palabras-guía: democratizar, desmercantilizar y descolonizar”.
Desde nuestra perspectiva, resulta oportuno analizar brevemente en qué medida estas guías están siendo aplicadas adecuadamente en Bolivia, de modo tal que la cultura de la esperanza, la felicidad y la vida sea capaz de mostrar que es posible luchar contra la cultura del miedo, el sufrimiento y la muerte.
En relación a democratizar, Boaventura señala que la propia democracia “se ha dejado secuestrar por poderes antidemocráticos”, por lo que debe ser puesto en evidencia este hecho. En el caso de Bolivia habría que señalar que aún perviven los rasgos de la democracia de cuño oligárquico que consiste en lesionar el principio de un ciudadano = un voto = igual peso. Eso significa que con el actual régimen electoral se requiere en el extremo hasta más de 50 veces más votos para elegir a un asambleísta en una circunscripción electoral que en otra, como sucede por ejemplo cuando comparamos las circunscripciones del Departamento de La Paz con las de Pando. Ello conduce a que se puede capturar una mayoría parlamentaria sin contar con una mayoría electoral. Ese mecanismo, combinado con las megacoaliciones del pasado, es el que les ha permitido a los partidos tradicionales prolongarse en el poder por mucho más tiempo del que era tolerable para el electorado boliviano. De modo que si incluimos entre los “poderes antidemocráticos” a los que se refiere Boaventura, también a esos resabios oligárquicos que se ocupan de organizar el electorado a conveniencia de los partidos que controlan el poder, entonces debemos decir que en Bolivia aún tenemos tarea que hacer para desmontar las bases del estado oligárquico y así poder avanzar firmemente hacia el nuevo Estado Plurinacional. Más allá de esta forma urgente de mejorar la democracia, también es oportuno hacer referencia al libro “Democratizar la democracia. Los caminos de la democracia participativa”, coordinado por Boaventura, en el que se presenta diversas experiencias de participación política, económica y social a nivel internacional.
En relación a la segunda palabra-guía, la de desmercantilizar, debemos decir que en una formación social rezagada, también en lo referente a la diversidad y calidad de sus relaciones de intercambio, persiste la necesidad de mercantilizar dichas relaciones, ya que en muchos casos, o los intercambios son tortuosos o no son posibles, o se termina encubriendo diversas formas subordinadas de relacionamiento que reproducen desde formas de servilismo familiar hasta la esclavitud abierta. Frente a dichas relaciones forzadas o precarias de intercambio, la mercantilización, esto es, la enajenación de la fuerza de trabajo por un salario o una remuneración en el marco de un contrato, resulta muy superior a lo existente. De modo que la tendencia que puede percibirse para Bolivia es a mercantilizar aún más nuestras relaciones de intercambio como base para superar otras formas de sometimiento más agudas.
Respecto a descolonizar, como otro medio para abrir ancho cauce a la esperanza, la felicidad y la vida, en Bolivia nos hallamos en plena fase de identificación de los puntos neurálgicos en los que debe concentrarse dicha tarea. Aún resulta difícil valorar los logros y avances que nuestra diversidad cultural nos ha deparado, al punto que los propios conocimientos, tecnologías y soluciones dadas, por ejemplo, a los procesos de uso y ocupación del territorio, no son reconocidos y aceptados claramente.
Un ejemplo de ello se refiere al proceso de “humanización de la montaña” llevado a cabo por los pueblos andinos, el cual le ha permitido a la especie humana aprovechar los recursos de gran altitud. Sin la domesticación de los camélidos y el cultivo de una gran variedad de tubérculos y cereales andinos, y sin el desarrollo de una diversidad de tecnologías de aprovechamiento de los recursos – que van desde los suka kollos, hasta los sistemas de uso de los suelos y rotación de cultivos, pasando por todas la formas de conservación de alimentos- no habría sido posible habitar permanentemente las alturas. Valorar todos esos logros, reconocer nuestra capacidad de adaptación e innovación a través de nuestra historia, son una tarea de trascendental importancia para construir esa cultura de la esperanza, la felicidad y la vida.
En conclusión, puede decirse que en Bolivia tenemos aún mucha tarea que hacer, en especial en lo referente a democratizar y descolonizar. Pero más allá de la magnitud de esfuerzos que aún nos espera, es preciso ponderar la necesidad de desarrollar esa cultura de la esperanza, la felicidad y la vida en el seno del pueblo, pues de otro modo no existe el tiempo ni la paciencia para construir ese nuevo mañana, ese nuevo porvenir que les permita a las grandes mayoría reivindicar sus derechos plenamente, lo cual terminará conduciendo a una pugna por los recursos y a construir una cultura de cuño prebendal, clientelar y oportunista, adicta a salidas inmediatistas y, al mismo tiempo, ajena a soluciones estructurales. Esta idea de la paciencia o saber esperar, también se halla en Ernst Bloch, en su Principio Esperanza.
Sin duda, es necesario subrayar la necesidad de construir una cultura de la esperanza, la felicidad y la vida como respuesta a esa otra cultura del miedo, el sufrimiento y la muerte. El aporte de Boaventura en esta su reflexión es fundamental para construir una izquierda capaz de contribuir resueltamente a emancipar a las grandes mayorías, superando su mutismo, pasividad y aletargamiento.
- - - - - - - - - - - - - - - - - -Quinta carta a las izquierdas
El costo que no asumen las derechas
Boaventura de Sousa Santos
La Razón / Animal Político
08 de abril de 2012
¿Por qué la actual crisis del capitalismo fortalece a quienes la han causado? ¿Por qué la racionalidad de la “solución” se asienta en las previsiones que hacen y no en sus consecuencias, que casi siempre las desmienten? ¿Por qué está siendo tan fácil para los estados cambiar el bienestar de los ciudadanos por el bienestar de los bancos?
¿Por qué la gran mayoría de los ciudadanos asiste a su empobrecimiento como si fuese inevitable y al enriquecimiento escandaloso de pocos como si fuese necesario para que su situación no em- peore todavía más?¿Por qué la estabilidad de los mercados financieros sólo es posible a costa de la inestabilidad de la vida de la gran mayoría de la población?¿Por qué los capitalistas, en general, individualmente son gente de bien y el capitalismo, como un todo, es amoral?
Más todavía: ¿Por qué el crecimiento económico es hoy la panacea para todos los males de la economía y de la sociedad sin que se pregunte si los costos sociales y ambientales son o no sustentables? ¿Por qué Malcom X tenía tanta razón cuando advirtió: “si no tienen cuidado, los periódicos los van a convencer de que la culpa de los problemas sociales es de los oprimidos y no de los opresores”? ¿Por qué las críticas que las izquierdas hacen al neoliberalismo entrar en los noticieros con la misma rapidez e irrelevancia con las que salen? ¿Porqué las alternativas son tan escasas cuando más se las necesita?
Estas cuestiones debieran estar incluidas en la agenda de reflexión política de las izquierdas antes de que, a la larga, sean remitidas al museo de las felicidades pasadas.
Esto no sería grave si tal hecho no significase, como significa, el fin de la felicidad futura de las clases populares. La reflexión debe comenzar por ahí: el neoliberalismo es fundamentalmente una cultura del miedo, del sufrimiento y de la muerte para las grandes mayorías. Por ello no es posible combatirlo con eficacia si no se le opone una cultura de la esperanza, de la felicidad y de la vida.
La dificultad que las izquierdas tienen para asumirse como portadoras de esta otra cultura resulta de haber caído durante demasiado tiempo en la trampa con la cual las derechas se mantuvieron siempre en el poder: reducir la realidad a lo que existe, por más injusto y cruel que sea, para que la esperanza de las mayorías parezca irreal. El miedo en la espera mata la esperanza en la felicidad. Contra esta trampa es necesario partir de la idea de que la realidad es la suma de lo que existe y de todo lo que en ella está emergiendo como posibilidad y como lucha por su concreción.
Si las izquierdas no son capaces de detectar las emergencias, se sumergirán o irán al museo, que significa lo mismo. Éste es el nuevo punto de partida de las izquierdas, la nueva base común que les permitirá luego discrepar fraternalmente en las respuestas que den a las preguntas aquí formuladas. Una vez ampliada la realidad sobre la que se debe actuar políticamente, las propuestas de las izquierdas deben ser percibidas de manera creíble por las grandes mayorías como prueba de que es posible luchar contra la supuesta fatalidad del miedo, del sufrimiento y de la muerte en nombre del derecho a la esperanza, a la felicidad y a la vida. Esta lucha debe ser conducida por tres palabras-guía: democratizar, desmercantilizar y descolonizar.
Democratizar la propia democracia, ya que la actual se ha dejado secuestrar por poderes antidemocráticos. Es necesario poner en evidencia que una decisión tomada democráticamente no puede ser destruida al día siguiente por una agencia calificadora de riesgo o por una baja en la cotización de las bolsas (como podría suceder próximamente en Francia).
Desmercantilizar significa mostrar que usamos, producimos e intercambiamos mercancías, pero que no somos mercancías ni aceptamos relacionarnos con las otras personas y con la Naturaleza como si fuesen una mercancía más. Antes que ser empresarios o consumidores somos ciudadanos. Y para ello es imperativo que no todo se compre y no todo se venda, que haya bienes públicos y bienes comunes como el agua, la salud, la educación.
Descolonizar, por último, significa erradicar de las relaciones sociales la autorización para dominar a los otros bajo el pretexto de que son inferiores: porque son mujeres, porque tienen un color de piel diferente o porque profesan una religión ajena.