Carlos Rodrigo Zapata C.
Decir que “el precio del petróleo no decide sobre el futuro de Bolivia” y que “la economía del país se encuentra
blindada”, como ha sostenido recientemente el presidente Evo Morales, es una afirmación que suena disparatada, por
lo que debe ser analizada con cuidado para comprender sus alcances cabalmente.
Ese cuidado es tanto más importante, cuanto que
los economistas no llegaríamos a ver “qué hizo posible alejarnos de
algunos patrones que tradicionalmente caracterizaron a América Latina”, como
recientemente nos ha advertido el economista Alberto Bonadona (¿Qué pasó y qué puede pasar con la economía
boliviana? Página Siete).
Si la afirmación del Presidente se refiere al
corto plazo, posiblemente hasta tres años, es evidente que ello es así, dado
que Bolivia no depende en ese corto plazo de modo tan directo y umbilical de
sus ingresos por exportaciones como ocurre con otros países, como Venezuela,
Brasil, etc., a los que una disminución significativa de sus exportaciones les impacta
directamente y en muy corto plazo.
¿A qué se debería esa situación particular y
atípica de Bolivia? A que en la pasada década Bolivia ha exportado por 85.000
millones de dólares, lo que supone en promedio 6 veces más que lo que
consiguieron los gobiernos de cuño neoliberal y 10 veces más que lo que logró el
país en el siglo anterior a esta década de bonanza. Ello significa que Bolivia necesitó un siglo anteriormente para alcanzar el mismo monto de exportaciones que obtuvo el país en la
última década.
Sin duda que la explicación de semejantes diferencias radica en
los precios internacionales de las materias primas que le han deparado a
Bolivia y al continente la única primavera de su historia. Por cierto que la
retención de una parte significativa de dichos ingresos no ha sido obra y
gracia de la suerte, sino de diversos mecanismos que se pusieron en marcha
oportunamente para lograrlo, en particular la ley de hidrocarburos y los nuevos
contratos con las empresas petroleras, medidas que siempre fueron exigidas y respaldadas
por el pueblo boliviano en su conjunto.
Dicho de otro modo: sin precios
internacionales fabulosamente altos y sin mecanismos para retener una fracción significativamente
mayor de los ingresos por exportaciones, sin duda que Bolivia no se hallaría en
la circunstancia en que se encuentra. Admitir estos puntos, sin duda es parte
esencial, aunque elemental, de cualquier intercambio razonable.
En este marco,
es indispensable reivindicar la “acumulación histórica” de hechos y sucesos,
tal como recientemente ha puesto de relieve el ex presidente Carlos Mesa (Mesa dice que se fabricó una ''inexistente
polémica'' tras reflexión histórica de Goni, ANF), aspecto esencial para
dar fin a fundadores de nuevas patrias y derroteros, pues al final del día,
todo se cocina a fuego lento durante muchos momentos y circunstancias. Por
ello, es indispensable que todos reconozcan y admitan estas bases, porque sencillamente
no es posible ningún dialogo serio en la sociedad sin partir de un diagnóstico común y
compartido, y de unos criterios semejantes para abordar los asuntos del futuro.
Pero sigamos, pues queremos saber si nuestra economía está blindada y, si fuera el caso, en qué medida.
Un país acostumbrado a vivir con exportaciones
que en promedio (por ejemplo, durante los 21 años del período neoliberal) no pasaron
de 1500 millones de dólares anuales, se
puede decir que literalmente nada en recursos cuando las exportaciones llegaron a
sextuplicarse en promedio en la última década (equivalente a 9000 millones de
dólares anuales) e incluso a multiplicarse por 9 en el año 2014 (que alcanzó un valor de 14285
millones de dólares). Ese resultado no lo ha alcanzado ningún otro país
latinoamericano en la última década, simplemente porque no había ningún país
que hubiera tenido exportaciones tan bajas en el pasado y que, al mismo tiempo,
sus ingresos en esta última década de oro hubieran crecido proporcionalmente tanto.
Por tanto el país ha contado con ingentes recursos que le han
permitido encarar con holgura una gran diversidad de tareas y deberes simultáneamente, situación que en el pasado era muy difícil poder hacerlo, simplemente, porque nunca había
tantos recursos disponibles como en estos últimos años. Todo ello nos ha permitido contar con altísimos presupuestos de inversión pública (que han
permitido incluso multiplicar por 16 los montos presupuestales del pasado), un
dispendioso gasto en la administración pública, un ritmo de crecimiento del
endeudamiento público relativamente lento, un crecimiento desmesurado de las
importaciones, mantener un tipo de cambio "súper fijo", operaciones generosas
de mercado abierto para controlar la inflación y mantener unas reservas
internacionales altas, las mayores de nuestra historia.
En este punto es
indispensable puntualizar un aspecto básico. Las exportaciones son la variable
estratégica del modelo de crecimiento de una economía altamente dependiente de
la exportación de materias primas y con mercado interno reducido, simplemente porque genera divisas que son
indispensables para enfrentar una enorme diversidad de huecos y vacíos
estructurales que tiene una economía de este tipo (ya señalamos varios de
ellos), y que demás es pobre, relativamente aislada del concierto
internacional, casi sin ninguna capacidad de innovación y sujeta permanentemente a la
importación de equipos, tecnología y toda suerte de insumos para crecer. De ahí
que dicha economía que ha tenido a su disposición todo lo señalado (repito,
altísimos precios de las materias primas por una década, una capacidad mejorada
de retención del excedente generado, un salto gigantesco en el valor de sus
exportaciones respecto del que tradicionalmente lograba obtener y una
diferencia relativa inmensa respecto a sus vecinos en estas materias) y
que además ha logrado conformar reservas
de distinto tipo, entre las que puede mencionarse las reservas internacionales,
los ahorros del público, los recursos no ejecutados en caja y bancos de las
diversas reparticiones de la administración pública central y subnacional, las
remesas de bolivianos residentes en el exterior y la existencia de un cierto
margen de capacidad de endeudamiento público, sin duda tiene recursos para
desacoplarse temporalmente de la dependencia directa de los ingresos por
exportaciones.
Por cierto que de ahí
a sostener que la economía está blindada es un gran exceso, especialmente si
pensamos en un periodo mayor al corto plazo (que estimo en no más de 3 años).
Más allá de dicho
plazo y de las fintas que se puedan hacer para prolongarlo, lo cierto del caso
es que volveremos a continuación a fojas cero, es decir, a sentir en carne propia
el grado y dimensión en que dependemos estructuralmente de nuestros ingresos
por exportaciones de materias primas. Si bien la situación actual no es igual a la que tenía el
país en tiempos estañíferos, cuando todo dependía básicamente de un solo producto, el
estaño, cuyo precio estaba celosamente resguardado por la General Services Administration
de los EEUU, ello no significa que la lógica básica de la dependencia hubiera
cambiado. Lo más que ha sucedido es que la dependencia se ha diversificado en
algún grado (fundamentalmente por la producción de hidrocarburos y el
crecimiento de algunos nuevos productos no tradicionales, como la soya y la quinua).
El blindaje terminará en el momento en que volvamos a ingresar en una diversidad de
inestabilidades relacionadas con la inflación, el tipo de cambio, el pago de la
deuda externa y otros factores que será mucho más difícil gestionar y controlar.
La razón de fondo de
todo ello, es que el país, una vez más, ha pospuesto aviesamente para algún
futuro indeterminado el indispensable cambio o diversificación de la matriz productiva, que nos permita a los
bolivianos de todos los rincones patrios incursionar activamente en la transformación
de las materias primas, en su industrialización, en una gran diversificación
productiva que no ha acontecido en el país. Por ello ahora se vuelve a
priorizar proyectos e inversiones tendentes a reforzar la dependencia de los
mercados externos, ya que sin divisas en una economía tan dependiente de las
exportaciones, no es posible encarar ningún futuro.
Hemos perdido otra
década en esta materia, la década más valiosa de nuestra historia, para sentar nuevas bases sólidas,
sostenibles, vitales para nuestro futuro. En lugar de ello el país sigue
dependiendo de las materias primas y el sector informal, lo que da lugar a una
expoliación combinada, tanto de la mano de obra que mayoritariamente sigue viviendo
de empleos precarios, en condiciones deplorables y sin perspectivas de cambio
en un futuro previsible, como de los recursos naturales y el medio ambiente,
que sigue deteriorándose sin que se cuente al presente con mejores perspectivas
para ello.
En suma, en el corto
plazo la economía está “blindada” gracias a las bondades del mercado mundial y a algunas
iniciativas nuestras para retener el excedente económico, mientras que en el mediano
plazo la economía está expuesta a volver a los periodos más caóticos de nuestra vida
económica, excepto que… excepto que el mercado mundial reaccione y nos de otra
mano en los siguientes años.
Una economía que
depende umbilicalmente del extractivismo, está a su vez sujeta a todos los
vaivenes y oscilaciones que son propias o características de los mercados de
materias primas (precios oscilantes, agotamiento de reservas, cambios
tecnológicos), lo que impide planear todo proceso de cambio de modo sostenible. Por ello, las inversiones en complejos
petroquímicos y otras plantas centradas en procesar hidrocarburos son un atentado
al futuro, no solo por las múltiples formas de incertidumbre asociadas a ellas (tecnológicas, mercados, precios internacionales, reservas),
sino por comprometer muy cuantiosos recursos que excepcionalmente nos ha deparado
el destino.
Todo esto último es sin duda exactamente lo contrario de una
economía blindada. Que los árboles no nos impidan ver el bosque, eso es
lo esencial.