11 enero 2016

EVO MORALES: “LA ECONOMÍA DEL PAÍS SE ENCUENTRA BLINDADA”



Carlos Rodrigo Zapata C. 
 
Decir que “el precio del petróleo no decide sobre el futuro de Bolivia” y que “la economía del país se encuentra blindada”, como ha sostenido recientemente el presidente Evo Morales, es una afirmación que suena disparatada, por lo que debe ser analizada con cuidado para comprender sus alcances cabalmente. Ese cuidado es tanto más importante, cuanto que  los economistas no llegaríamos a ver “qué hizo posible alejarnos de algunos patrones que tradicionalmente caracterizaron a América Latina”, como recientemente nos ha advertido el economista Alberto Bonadona (¿Qué pasó y qué puede pasar con la economía boliviana? Página Siete).

Si la afirmación del Presidente se refiere al corto plazo, posiblemente hasta tres años, es evidente que ello es así, dado que Bolivia no depende en ese corto plazo de modo tan directo y umbilical de sus ingresos por exportaciones como ocurre con otros países, como Venezuela, Brasil, etc., a los que una disminución significativa de sus exportaciones les impacta directamente y en muy corto plazo. 

¿A qué se debería esa situación particular y atípica de Bolivia? A que en la pasada década Bolivia ha exportado por 85.000 millones de dólares, lo que supone en promedio 6 veces más que lo que consiguieron los gobiernos de cuño neoliberal y 10 veces más que lo que logró el país en el siglo anterior a esta década de bonanza. Ello significa que Bolivia necesitó un siglo anteriormente para alcanzar el mismo monto de exportaciones que obtuvo el país en la última década. 

Sin duda que la explicación de semejantes diferencias radica en los precios internacionales de las materias primas que le han deparado a Bolivia y al continente la única primavera de su historia. Por cierto que la retención de una parte significativa de dichos ingresos no ha sido obra y gracia de la suerte, sino de diversos mecanismos que se pusieron en marcha oportunamente para lograrlo, en particular la ley de hidrocarburos y los nuevos contratos con las empresas petroleras, medidas que siempre fueron exigidas y respaldadas por el pueblo boliviano en su conjunto. 


Dicho de otro modo: sin precios internacionales fabulosamente altos y sin mecanismos para retener una fracción significativamente mayor de los ingresos por exportaciones, sin duda que Bolivia no se hallaría en la circunstancia en que se encuentra. Admitir estos puntos, sin duda es parte esencial, aunque elemental, de cualquier intercambio razonable. 

En este marco, es indispensable reivindicar la “acumulación histórica” de hechos y sucesos, tal como recientemente ha puesto de relieve el ex presidente Carlos Mesa (Mesa dice que se fabricó una ''inexistente polémica'' tras reflexión histórica de Goni, ANF), aspecto esencial para dar fin a fundadores de nuevas patrias y derroteros, pues al final del día, todo se cocina a fuego lento durante muchos momentos y circunstancias. Por ello, es indispensable que todos reconozcan y admitan estas bases, porque sencillamente no es posible ningún dialogo serio en la sociedad  sin partir de un diagnóstico común y compartido, y de unos criterios semejantes para abordar los asuntos del futuro. Pero sigamos, pues queremos saber si nuestra economía está blindada y, si fuera el caso, en qué medida.
 
Un país acostumbrado a vivir con exportaciones que en promedio (por ejemplo, durante los 21 años del período neoliberal) no pasaron de 1500 millones de dólares anuales, se puede decir que literalmente nada en recursos cuando las exportaciones llegaron a sextuplicarse en promedio en la última década (equivalente a 9000 millones de dólares anuales) e incluso a multiplicarse por  9 en el año 2014 (que alcanzó un valor de 14285 millones de dólares). Ese resultado no lo ha alcanzado ningún otro país latinoamericano en la última década, simplemente porque no había ningún país que hubiera tenido exportaciones tan bajas en el pasado y que, al mismo tiempo, sus ingresos en esta última década de oro hubieran crecido proporcionalmente tanto. 

Por tanto el país ha contado con ingentes recursos que le han permitido encarar con holgura una gran diversidad de tareas y deberes simultáneamente, situación que en el pasado era muy difícil poder hacerlo, simplemente, porque nunca había tantos recursos disponibles como en estos últimos años. Todo ello nos ha permitido contar con altísimos presupuestos de inversión pública (que han permitido incluso multiplicar por 16 los montos presupuestales del pasado), un dispendioso gasto en la administración pública, un ritmo de crecimiento del endeudamiento público relativamente lento, un crecimiento desmesurado de las importaciones, mantener un tipo de cambio "súper fijo", operaciones generosas de mercado abierto para controlar la inflación y mantener unas reservas internacionales altas, las mayores de nuestra historia.

En este punto es indispensable puntualizar un aspecto básico. Las exportaciones son la variable estratégica del modelo de crecimiento de una economía altamente dependiente de la exportación de materias primas y con mercado interno reducido, simplemente porque genera divisas que son indispensables para enfrentar una enorme diversidad de huecos y vacíos estructurales que tiene una economía de este tipo (ya señalamos varios de ellos), y que demás es pobre, relativamente aislada del concierto internacional, casi sin ninguna capacidad de innovación y sujeta permanentemente a la importación de equipos, tecnología y toda suerte de insumos para crecer. De ahí que dicha economía que ha tenido a su disposición todo lo señalado (repito, altísimos precios de las materias primas por una década, una capacidad mejorada de retención del excedente generado, un salto gigantesco en el valor de sus exportaciones respecto del que tradicionalmente lograba obtener y una diferencia relativa inmensa respecto a sus vecinos en estas materias) y que  además ha logrado conformar reservas de distinto tipo, entre las que puede mencionarse las reservas internacionales, los ahorros del público, los recursos no ejecutados en caja y bancos de las diversas reparticiones de la administración pública central y subnacional, las remesas de bolivianos residentes en el exterior y la existencia de un cierto margen de capacidad de endeudamiento público, sin duda tiene recursos para desacoplarse temporalmente de la dependencia directa de los ingresos por exportaciones. 

Por cierto que de ahí a sostener que la economía está blindada es un gran exceso, especialmente si pensamos en un periodo mayor al corto plazo (que estimo en no más de 3 años).

Más allá de dicho plazo y de las fintas que se puedan hacer para prolongarlo, lo cierto del caso es que volveremos a continuación a fojas cero, es decir, a sentir en carne propia el grado y dimensión en que dependemos estructuralmente de nuestros ingresos por exportaciones de materias primas. Si bien la situación actual no es igual a la que tenía el país en tiempos estañíferos, cuando todo dependía básicamente de un solo producto, el estaño, cuyo precio estaba celosamente resguardado por la General Services Administration de los EEUU, ello no significa que la lógica básica de la dependencia hubiera cambiado. Lo más que ha sucedido es que la dependencia se ha diversificado en algún grado (fundamentalmente por la producción de hidrocarburos y el crecimiento de algunos nuevos productos no tradicionales, como la soya y la quinua). El blindaje terminará en el momento en que volvamos a ingresar en una diversidad de inestabilidades relacionadas con la inflación, el tipo de cambio, el pago de la deuda externa y otros factores que será mucho más difícil gestionar y controlar.

La razón de fondo de todo ello, es que el país, una vez más, ha pospuesto aviesamente para algún futuro indeterminado el indispensable cambio o diversificación de la matriz productiva, que nos permita a los bolivianos de todos los rincones patrios incursionar activamente en la transformación de las materias primas, en su industrialización, en una gran diversificación productiva que no ha acontecido en el país. Por ello ahora se vuelve a priorizar proyectos e inversiones tendentes a reforzar la dependencia de los mercados externos, ya que sin divisas en una economía tan dependiente de las exportaciones, no es posible encarar ningún futuro. 

Hemos perdido otra década en esta materia, la década más valiosa de nuestra historia, para sentar nuevas bases sólidas, sostenibles, vitales para nuestro futuro. En lugar de ello el país sigue dependiendo de las materias primas y el sector informal, lo que da lugar a una expoliación combinada, tanto de la mano de obra que mayoritariamente sigue viviendo de empleos precarios, en condiciones deplorables y sin perspectivas de cambio en un futuro previsible, como de los recursos naturales y el medio ambiente, que sigue deteriorándose sin que se cuente al presente con mejores perspectivas para  ello. 

En suma, en el corto plazo la economía está “blindada” gracias a las bondades del mercado mundial y a algunas iniciativas nuestras para retener el excedente económico, mientras que en el mediano plazo la economía está expuesta a volver a los periodos más caóticos de nuestra vida económica, excepto que… excepto que el mercado mundial reaccione y nos de otra mano en los siguientes años. 

Una economía que depende umbilicalmente del extractivismo, está a su vez sujeta a todos los vaivenes y oscilaciones que son propias o características de los mercados de materias primas (precios oscilantes, agotamiento de reservas, cambios tecnológicos), lo que impide planear todo proceso de cambio de modo sostenible. Por ello, las inversiones en complejos petroquímicos y otras plantas centradas en procesar hidrocarburos son un atentado al futuro, no solo por las múltiples formas de incertidumbre asociadas a ellas (tecnológicas, mercados, precios internacionales, reservas), sino por comprometer muy cuantiosos recursos que excepcionalmente nos ha deparado el destino. 

Todo esto último es sin duda exactamente lo contrario de una economía blindada. Que los árboles no nos impidan ver el bosque, eso es lo esencial.