LA INCULTURA DEL DIÁLOGO
Carlos Rodrigo Zapata C. (*)
La incultura del diálogo tiene muchas formas superficiales de manifestación en Bolivia. Las más importantes son ignorarse mutuamente; dar conferencias de prensa sin preguntas ni repreguntas; entrevistar a personajes del momento sin ningún tipo de confrontaciones, por lo que dichos personajes dicen lo que quieren y ese es el mensaje que le queda al público; diálogos en los que predominan los monólogos, en los que no se llega nunca a las causas, a las razones por las que cada entrevistado, analista u opinólogo dice lo que opina; no identificar las causas histórico-estructurales y las prácticas prevalecientes que ponen severos obstáculos a las bases o fundamentos del diálogo, etc.
Es un conjunto de malas o pésimas prácticas, pero solo son los síntomas de una gran catástrofe colectiva. ¿Cuáles son las causas de estas prácticas tan miserables en materia de diálogo, a qué se deben, de dónde surgen?
Tenemos no solo una pobre comprensión de nuestra realidad, sino que además tenemos unas ideas muy disímiles o hasta discrepantes, debido a que hemos profundizado muy poco en ella. Eso significa que cada quien tiene su propia versión de los hechos, cada uno los interpreta como mejor le parecen y, por tanto, cada quien presenta las salidas o soluciones que se le ocurren. Llegamos al extremo que las discrepancias son inmensas, porque las lecturas son completamente distintas. Veamos algunas causas básicas o estructurales de esta nuestra incapacidad supina de acudir al diálogo como base esencial del entendimiento colectivo en la sociedad.
CAUSAS DE LA INCULTURA DEL DIÁLOGO
La primera es que NO TENEMOS UN DIAGNÓSTICO COMÚN Y AMPLIAMENTE COMPARTIDO sobre la problemática imperante en el país, cuando menos por las fuerzas sociales, políticas y académicas más organizadas. No conocemos nuestra realidad, o cuando menos no la comprendemos suficientemente, simplemente pasamos por alto muchos problemas que nos están revelando la existencia no solo de respuestas precarias y salidas desesperadas, sino que dichas salidas están a su vez creando otros problemas aún mayores. La informalidad es un ejemplo de ello, producto de graves desajustes e incompatibilidades entre las estructuras del país, situación que obliga a millones de compatriotas a buscarse la vida como puedan, situación que a su vez conduce a incumplir las leyes, destruir la institucionalidad aún existente e incursionar en actividades no solamente ilegales, sino delictivas. Lo malo lleva a lo peor, ineluctablemente.
Una segunda causa está íntimamente relacionada con la HETEROGENEIDAD ESTRUCTURAL. Este marco o contexto básico de actuación de la sociedad nos muestra que la experiencia diaria de la gente es muy diversa, debido a que actuamos en situaciones, contextos o lógicas completamente distintas, es decir, no tenemos marcos similares que puedan llevarnos a converger en nuestros propósitos y en nuestras acciones. Los bloqueos como arma diaria aplicada por todo y por nada es un ejemplo patético de un país ajeno a sí mismo, en el que conviven lógicas, dinámicas y asuntos extraños o ajenos para unos o para otros.
Una tercera causa se relaciona a su vez con LA DIVERSIDAD ÉTNICO-CULTURAL prevaleciente en nuestra sociedad. Las experiencias de vida de los diversos pueblos indígenas y capas sociales, sus usos y costumbres, nos están diciendo que tenemos formas muy diversas de ver las cosas, de evaluarlas y juzgarlas, pues la gama de valores y principios que rige en cada cultura es muy distinta, por lo que es muy difícil que se pueda llegar a acuerdos sobre esa base, y el diálogo es la base de cualquier acuerdo. Lo más dramático en este contexto es que cuando se logra llegar a acuerdos estos no solo se incumplen, sino que duran una salva de cohetes, por lo que todo el esfuerzo invertido en llegar a acuerdos estables acaba siendo estéril. En economía se habla de los costos de transacción derivados de los esfuerzos invertidos en construir acuerdos, los que usualmente son altos o muy altos cuanto mayor es la diversidad de enfoques o puntos de vista prevalecientes. Todo ello atenta o complota contra los diálogos porque se constituyen en instrumentos muy costosos, con resultados usualmente inciertos.
Una cuarta causa se relaciona con el tema de LA INFORMACIÓN Y LA LIBERTAD DE OPINIÓN. Como dice Hannah Arendt, es ridículo hablar de libertad de opinión cuando no existe la información requerida. Pretender dialogar sobre una base de información pobre en un marco o ambiente inundado por fake news, en el que la verdad debe abrirse campo o espacio en una batalla desigual frente a toda clase de mentiras y teorías de la conspiración, resulta una aventura. A todo ese ambiente cargado de tergiversaciones y distorsiones aún debe sumarse la propaganda del régimen repetida incansablemente contribuye a distorsionar cualquier forma de discurso razonable y a imposibilitar o dificultar el diálogo.
Bolivia no tiene las condiciones mínimas indispensables para poder dialogar y tampoco tiene el ánimo de resolver el tema, ni figura en su repertorio de opciones. Simplemente estamos retornando a la época de los garrotes que pronto ya será de los arcos y flechas, como formas antediluvianas de encarar y resolver los conflictos. Bolivia está perdiendo a pasos agigantados las bases mínimas indispensables de una civilización viable y promisoria.
ESTILOS DE COMUNICACIÓN ADVERSOS AL DIÁLOGO
Todas estas causas y otros elementos discursivos han cristalizado en diversas corrientes o estilos de comunicación que a su vez también contribuyen a dificultar o impedir el diálogo. Veamos brevemente sus rasgos más distintivos.
Una PRIMERA CORRIENTE está relacionada con un modo sistemático de desconocer la realidad nacional. Eso significa que en la reconstrucción de los procesos históricos se tiende usualmente a dar mayor preeminencia a fechas, eventos, golpes de Estado u ocurrencias superficiales en torno a personajes conspicuos de la política y la vida nacional. Eso es lo que los historiadores franceses llaman “la corta duración”. En nuestra propia labor de reconstrucción de la historia muy raras veces hemos pasado de “la corta duración” a “la larga duración”, donde el objeto de la historia son las estructuras, su configuración histórica, su incidencia sobre innumerables generaciones a través del tiempo, como explicó Ferdinand Braudel, autor de este concepto. Si el pasado queda particularmente incrustado en algún lugar, es justamente en las estructuras. Y si el estudio y conocimiento de las estructuras no está en el centro de nuestras preocupaciones y atención, ¿cómo podemos conocer y comprender la realidad en la que vivimos, cómo podemos pretender liberarnos del pasado opresor, conocer sus problemas y darles solución? Aquí la responsabilidad primordial la tiene la metodología historiográfica utilizada y difundida en Bolivia que ha ignorado ampliamente la comprensión de los fenómenos de “la larga duración”.
Una SEGUNDA CORRIENTE está relacionada con los opinólogos que frecuentemente tienen un base de información que sólo les alcanza para justificar su punto de vista y darle alguna coherencia a su enfoque. Alejados de ese marco, sólo les queda aferrase a lo que sostienen sin dar espacio ni cabida a otros argumentos, situación que ahoga las posibilidades de diálogos fructíferos. A ello se añade –esto vale para estas diversas corrientes– que el pobre conocimiento de la realidad viene acompañado muy a menudo por altas dosis de enfoques e ideologías, usualmente construidas para realidades ajenas a la nuestra.
Una TERCERA FUENTE de discrepancia radica en que se tiende a priorizar la teoría por encima de la historia, pensando que “la teoría va primero, no la historia”. Es el enfoque que han abrazado los liberales extremistas bajo la influencia de la llamada Escuela Austriaca. Es útil comprender más precisamente las consecuencias de este enfoque.
La interrelación dialéctica entre el árbol y la enredadera ejemplifica paradigmáticamente las formas primordiales de interrelación que se pueden dar entre historia y teoría. Mientras el árbol que crece a su libre albedrío en el marco de sus propios alcances y limitaciones representa a la historia, la enredadera que representa a la lógica y la teoría solo puede crecer y elevarse anudándose al árbol y, por tanto, nunca puede crecer más alto que éste. Pretender encorsetar la historia en base a una teoría de supuesto alcance universal que no toma en cuenta las estructuras que se han conformado a lo largo del tiempo, resulta un intento por ahogar la historia, tratar que todos los comportamientos respondan a esquemas preconcebidos, sin interesar la medida en que dichas medidas responden al conjunto de estructuras realmente operantes. Es despreciar la historia humana y las razones de sus luchas.
En esta línea se hallan quienes profesan el liberalismo extremista que se va difundiendo en Bolivia a partir de la experiencia argentina con Javier Milei, razón por la que los representantes de esta corriente tienden a ignorar la realidad nacional, ya que su modo de “diálogo” se centra en la imposición, la motosierra o la dinamita (Dunn). No logran explicar la problemática nacional y cómo se conecta con el enfoque o teoría que promueven. Sea cual sea la problemática imperante terminan recurriendo a los mismos discursos y a las mismas soluciones, por lo que les resulta insulso conocer la realidad concreta de cada formación social. Como esos enfoques tampoco admiten el principio falsacionista de Popper en sus recetas, sólo toca seguirlos al pie de la letra y, si el resultado que se alcanza es distinto al esperado, se deberá a que no se aplicaron sus premisas al pie de la letra, no a que su enfoque sea errado. Más que a un enfoque científico para gestionar la economía, se asemeja a un sistema para arrear rebaños.
CONCLUSIONES
El drama de todas estas condiciones y formas tan extrañas y diversas de encarar la realidad recién sale a relucir con toda su fuerza cuando descubrimos que se plantean soluciones tan ajenas entre sí que hacen imposible todo diálogo y consenso, por lo que el mismo diálogo nace muerto.
Este es el verdadero resultado que emana de toda esa colección de simulacros de diálogos en todos los ámbitos de nuestra “conversación” nacional. Por eso es que también las protestas por todo y por nada siguen siendo el modo de cuestionar las innumerables falencias que podemos apreciar a diario a lo largo y ancho de nuestra formación social.
Y es por eso que resulta muy difícil, casi imposible, lograr conformar grandes conglomerados partidarios debido a la diversidad y heterogeneidad de enfoques y comprensiones de la realidad. La fragmentación que apreciamos en la superficie de las cosas se origina en estos grandes y graves desencuentros, producto de nuestra propia incomprensión de la realidad.
Bolivia no ha hecho ni las tareas de casa más elementales como esforzarse en conocer su realidad, crear condiciones de vida iguales para todos o evitar que la pobreza y las desigualdades se perpetúen en nuestra sociedad. Tampoco ha hecho esfuerzos por lograr incluir o incorporar a las mayorías nacionales en todos los asuntos de la vida nacional y mucho menos aún en construir modelos de vida y producción más homogéneos, sostenibles, capaces de brindar frutos semejantes a las generaciones actuales y futuras.
Sobre qué base vamos a dialogar si la materia prima para hacerlo –el conocimiento de nuestra realidad– es ignorada o simplemente despreciada.
Estamos condenados por nuestra propia desidia a seguir transitando por los viejos senderos que nos conducen a la angustia y a la perdida de todo interés en una sociedad que se niega a reconocer sus propias miserias y a levantarse de ellas.
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(*) Economista, planificador territorial, catedrático de Desarrollo del Capitalismo, experto en gestión de riesgos.