Carlos Rodrigo
Zapata C. (*)
El
filósofo alemán Immanuel Kant, allá por el año 1795 en su ciudad natal de
Könisberg, decidió reflexionar de modo sistemático acerca de la posibilidad de
alcanzar la paz eterna en el mundo, un estado en el que la guerra, los
conflictos y las desavenencias pudieran quedar desterrados para siempre de la
sociedad humana.
Luego
de largas cavilaciones llegó a conclusiones poco satisfactorias para la
finalidad que se había propuesto. Descubrió que sólo un gobierno universal,
organizado sobre la base de leyes de alcance igualmente universal sería un
fundamento básico para aspirar a ese fin. No obstante ello, observó que las
condiciones en nuestro planeta no ofrecían la menor oportunidad de arribar a
esa meta debido sobre todo a los distintos intereses en pugna y a las
rivalidades entre estados.
Cuando
todo hace suponer que concluirá su escrito ("Zum ewigen Frieden", 1795) con una colección de vaticinios
pesimistas acerca de la imposibilidad de la paz eterna y que nos dejará con más
dudas y preguntas que al principio de su reflexión, Kant nos sorprende con una
exhortación inesperada, portadora de esperanza de paz.
Kant
considera que la paz eterna no es posible, pero sí, y en cada instante, es
posible crear el fundamento de la paz futura. Dado que él estima que el estado
habitual ("Naturzustande") de la sociedad humana es un estado de
conflagración, guerra y conflicto, aconseja apostar en favor de la paz futura
con la siguiente reflexión: "En medio del fragor de la contienda aún debe
quedar algún resto de confianza en el modo de pensar del adversario, pues de
otro modo tampoco podrá acordarse la paz futura entre los adversarios de
antaño". Si el adversario no es capaz de renunciar al empleo de métodos
infames en la contienda, ¿cómo podría creerse que éste aún respeta algún
principio o norma ética de convivencia, cómo podría confiarse en su intención
de una paz futura?.
Mantener
algún "resto de confianza en el modo de pensar del adversario" es el
único elemento práctico que Kant consigue rescatar a lo largo de su reflexión y
que aún hoy podemos aprovechar como plenamente certera para enrumbar nuestros
conflictos, en aras de una paz futura, en la que también deberemos convivir con
nuestros adversarios.
Si
bien la reflexión kantiana se limita a las relaciones entre los estados, es
posible extender la misma a las relaciones entre grupos y facciones de toda
índole. Restarle toda buena fe a la conducta de los rivales y adversarios (sean
estos políticos, económicos, culturales, etc.) es un acto que presupone que la
paz es un bien público que se produce y reproduce por generación espontánea.
Kant considera que la paz debe ser creada ("gestieftet") y recreada
constantemente, y que la confianza no nace sólo del ánimo y predisposición
natural de los seres humanos de confiar, sea en aras de la paz futura o de
evitar conflictos, sino y principalmente del respeto a un marco legal mínimo al
cual se sujeten los individuos.
Cómo
traducir esa conclusión de Kant a nuestra época en la que "mantener un
resto de confianza en el modo de pensar del adversario" aparece como una
actitud anticuada y empolvada por la pátina del tiempo? En nuestra sociedad esa
actitud se hace sospechosa no sólo de debilidad y flaqueza, sino también de
complicidad. ¿Acaso somos infalibles y consideramos en nuestra conducta el
supremo bien de la paz como norma permanente, acaso estamos dispuestos a
sacrificar ventajas de cualquier índole en aras de esa paz futura ?. Si
definimos el conflicto como la existencia de lógicas antagónicas que coexisten
en el mismo tiempo y espacio, y aceptamos que sólo la modificación aunque sea
parcial de las mismas nos permitirá reducir o eliminar el conflicto subyacente,
entonces tendremos que aceptar todas las fórmulas que nos ayuden a modificar
esas lógicas.
Kant
nos dice que en última instancia será ese "resto de confianza en el modo
de pensar del adversario" en medio del fragor de la contienda el
instrumento que nos permitirá sentar las bases de una paz futura. No nos dice
que la paz retornará de inmediato, tampoco que la contienda desaparecerá como
por encanto, menos que las "razones" que la motivaron dejarán de
existir. Nos señala únicamente un camino para modificar las bases que le dieron
vida, y ni siquiera eso, nos enseña que comunicarle al adversario que aún queda
un hálito de humanidad en nosotros es el fundamento de una paz futura. Ese es
el mensaje de Kant, el racionalista y humanista alemán que no le confiaba mucho
al ser humano lo que podría hacer con sus congéneres.
La
conclusión válida para nosotros y nuestro tiempo es que no debemos esperar que
las voluntades de las partes en conflicto se hallen continuamente dispuestas a
ceder en sus posiciones y a confiar ilimitadamente en el modo de pensar del
adversario. Es necesario crear el marco de respeto legal en que la convivencia
humana tiene lugar, pues sólo la combinación de ambos -voluntad de confiar en
el adversario y respeto a los derechos ciudadanos- puede ser la base de una
convivencia humana fundada en la paz.
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(*) Publicado el 7 de enero de 1993 en la columna “Claraboya”
de Ultima Hora, La Paz, Bolivia. E-mail:
carlosrodrigozapata@gmail.com;
Twitter: @CharlsZapata