Carlos Rodrigo Zapata C. (*)
En los últimos tiempos vemos absortos cómo se atenta contra
nuestra fe en la democracia, entendida como “el gobierno del
pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Esa idea adquiere un
trazo cada vez más borroso y bochornoso, pese a lo cual se pretende que continuemos venerando a esa vieja esfinge, como si en toda circunstancia pudiera mantener incólume su brillo de antaño.
Las grandes luchas que se han dado por la democracia en América Latina, Asia, África y
ahora en el mundo árabe, no guardan relación alguna ni con su antiguo brillo,
ni con lo que efectivamente nos está dando este sistema de gobierno,
produciendo un vacío cada vez más profundo y una gran orfandad en materia de
organización de los estados y de la acción colectiva de los pueblos. Incluso la trillada frase
de Churchill, que “la democracia es la peor
forma de gobierno, excepto todas las otras formas que se han probado de tiempo
en tiempo”, ya no nos deja ni
siquiera la migaja aquella con la que solíamos contentarnos. Lo que vamos viendo con precisión milimétrica es que los grupos de poder de todo el orbe recurren agradecidos a la antigua idea de la democracia, pues comulga con el sentido más íntimo y profundo de convivencia pacífica que abrigan todos los seres humanos en su fuero más íntimo. Ya es tiempo de llamar a las cosas por su nombre.
Los casos que ejemplifican la crisis de la democracia crecen
exponencialmente en la medida que se multiplican
los afanes de diversas parcialidades (llámense partidos, castas,
sectas, camarillas, etc.) por mantenerse en el poder a toda costa, sin dejar de
autocalificarse de democráticas.
Veamos algunos de los casos más sonados de los últimos tiempos, digamos
mejor, del presente año 2013.
El caso de Egipto con el Sr. Mursi y los Hermanos Musulmanes es sin duda
paradigmático, como son los demás. El Sr. Mursi se hizo elegir a la presidencia con el voto popular
prometiendo un gobierno para todos, superando resistencias atávicas
del resto de la sociedad egipcia. No obstante, tan pronto se posicionó en el poder, el Tribunal
Constitucional declaró ilegal la composición de la Asamblea Constituyente que había
elaborado la Carta Magna, con el resultado que los Hermanos Musulmanes ya no
fueron vistos por una parte considerable de la sociedad egipcia como una representación aceptable, digna de confiar. Mursi creyó que su mayoría era un cheque en blanco para hacer
lo que se le antojaba. No contó con que el verdadero poder de la sociedad egipcia
seguía radicando en los militares que dieron un golpe brutal y sangriento, y
no contentos con ello, liberaron al Sr. Mubarak
de su temporal encierro, quien permaneció 30 años en el poder (mediante referéndums
y elecciones), pese a que hacía tiempo se había convertido en un tirano electoralmente aceptado.
El caso de Turquía muestra a un Presidente que se cree con poderes
omnímodos sobre la población para dictar e imponer su criterio (“este Estado no es su
juguete", Erdogan), como
si no existiera una sociedad con derechos y propuestas de construir un orden participativo y
democrático. Las manifestaciones en la plaza Taksim en Estambul (ocasionadas por
la imposición gubernamental de construir un centro comercial
en un área –el parque Gezi- que la población local prefería destinar a recreación
pública) no sólo fueron creciendo en intensidad y masividad, sino que empezaron
a ser imitadas en otras partes del país, incluyendo nuevas demandas, siendo
común a dichas manifestaciones la exigencia de democracia y apertura. La
continua represión al pueblo turco permitió reconocer plenamente las verdaderas
aristas del sistema de gobierno imperante en la península turca, ya que en el límite, en el extremo, podemos descubrir el carácter, el modo de comportamiento realmente existente. El Sr. Erdogan
cuenta con el respaldo de la OTAN que lo considera un aliado indispensable,
como también era valorado Mubarak en Egipto.
También podemos ver actitudes y comportamientos similares a lo largo y
ancho de nuestra América y la del Norte. El caso de Obama y Siria es ejemplar
de la crisis de la democracia. Obama señaló en su anuncio de atacar a Siria sine die que él podía tomar esa decisión
sin necesidad de autorización congresal, pero que esperaría esa autorización en
aras del interés nacional. Aunque mostró su magnanimidad al no emplear de
inmediato los poderes que le confieren sus leyes, no tomó en cuenta a la
comunidad internacional, a las Naciones Unidades y al Consejo de Seguridad,
todo en aras de la seguridad nacional. El Sr. Kerry, su Ministro de Exteriores,
reiteró esa potestad de Obama por ser el comandante supremo de las fuerzas
armadas norteamericanas. Así la democracia se va perfilando cada vez más como
el producto y resultado de decisiones de carácter autoritario. La suerte de
Siria depende de la voluntad de Obama, mientras que todo proceso democrático institucional -nacional e internacional- puede quedarse a la vera del camino. ¡Qué sistemas de gobiernos tan flexibles y moldeables los que nos gastamos!
En Colombia, Venezuela, Ecuador, Chile, Bolivia, por mencionar sólo un
conjunto de casos en nuestro continente, observamos de igual modo una serie de
decisiones de autoritarias que forman la base de decisiones electorales que de cuando en cuando se
les permite tomar a los pueblos. Este sistema democrático, llamado unas veces despotismo ilustrado (“todo para el pueblo pero sin el pueblo”) y otras, simplemente oclocracia (“el peor de todos los sistemas
políticos”, Polibio) ha conducido a la democracia al hazmerreir de la historia, pues ya no
es chicha ni limonada, sino exactamente todo lo contrario.
Recuerdo a un profesor que se empeñaba en explicarnos la importancia de
la continuidad de los gobernantes eficientes. Posiblemente no se
imaginó que abrir el candado de la reelección conduciría a
desatar toda suerte de efluvios de poder, dedicándose en adelante los
gobernantes de turno, sean eficientes o no, a estudiar e implementar las mil y una formas de perpetuarse
en el poder.
Por ello, por ser útil y oportuno para reflejar las tendencias actuales
de la democracia en el mundo, es pertinente redefinir la democracia como el conjunto de decisiones autoritarias que
sirven de fundamento para la toma ocasional de decisiones electorales. De este modo,
las decisiones electorales son degradadas a la condición de sainetes de un
drama, donde en algún momento le toca al “pueblo” salir al escenario a gritar a coro el nombre de su nuevo salvador.
Este es el modo en que todo pueblo -una vez que recupera plenamente sus cabales- empieza a añorar el retorno a la democracia, una de verdad. Y ahí suele
empezar nuevamente todo el circuito ya conocido.
(*)
Economista, analista político. Ha acuñado la expresión de la “democracia
oligárquica o caciquil” para caracterizar las deformaciones que fue sufriendo la democracia en Bolivia
desde su recuperación en los años ochenta del pasado siglo.