25 septiembre 2024

Bolivia, país de alto riesgo

[Nota publicada originalmente el 2006]


Carlos-Rodrigo Zapata C.

En las últimas décadas se ha podido observar un crecimiento irrefrenable de los desastres a escala mundial, tanto en frecuencia, como en magnitud y extensión. Un estudio de NNUU revela que el crecimiento en el impacto o daño que causan los desastres, ocasionados por inundaciones, huracanes, deslizamientos, incendios y otros, se ha multiplicado 14 veces en los últimos 40 años del Siglo XX, al pasar de 39 mil millones a 560 mil millones de dólares los costos que anualmente ocasionan los desastres a la economía mundial.


La explicación actual de este fenómeno señala de modo unánime al ser humano y su intervención depredadora sobre su propio hábitat como el gran causante o responsable de esta debacle, al punto que la especie humana es considerada cada vez más una especie suicida, pues parece empeñada en destruir sus propias bases de sustentación, extremo al que no llega ninguna (otra) especie animal conocida.

La culminación actual de este proceso de destrucción masiva de nuestras bases de vida se expresa de modo patético en el cambio climático, el que mediante el calentamiento esperado de la atmósfera terrestre en 3 a 5 grados centígrados en el curso del presente siglo, desencadenará el deshiele de los polos y nieves eternas, así como una cantidad impredecible de mutaciones y desajustes de la flora, la fauna y los biotopos respecto de sus comportamientos tradicionales, cambios que alterarán profundamente los sistemas tradicionales de producción, ya que los conocimientos y medios disponibles quedarán en muchos casos obsoletos o en desuso, a la par que se requerirá una multiplicidad de nuevos recursos y saberes para adaptarse a las nuevas condiciones que nos imponga el clima.

El cambio climático es un mal público global, una externalidad negativa, que constituye una amenaza sin parangón para las sociedades y la existencia misma de la especie humana. Nos toca sufrir sus consecuencias, hayamos o no contribuido a provocar ese efecto, a la par que debemos desarrollar con urgencia las capacidades necesarias para preparar a la sociedad a convivir con las consecuencias que nos está trayendo este cambio, sin dejar de lado la lucha por evitar el calentamiento planetario.





















 


Más allá de esta amenaza global, el incremento de los desastres a escala local también surge por los “problemas no resueltos del desarrollo” que conforman una cadena social e institucional de errores, omisiones y malas prácticas, tanto en los procesos de ocupación territorial (inadecuada construcción y emplazamiento de la infraestructura), como en el manejo no sostenible de los recursos naturales renovables. Por decirlo de modo simple, si bien en todas partes llueve, sólo se caen casas en lugares altamente vulnerables, expuestos a deslizamientos.

El ABC de la gestión de riesgos señala que los desastres son riesgos no manejados y que los riesgos a su vez son el resultado de amenazas (inundaciones, huracanes, sismos, etc.) y vulnerabilidades (exposición al peligro de elementos valiosos para la vida humana). De ahí podemos concluir que sólo limitando los posibles efectos de las amenazas y previniendo o restringiendo las vulnerabilidades, sería posible reducir los riesgos de desastres.


Ello significa que no existe un designio divino que ocasiona desastres, sino un comportamiento humano irresponsable con sus propios congéneres. Los desastres afectan más gravemente a los sectores más empobrecidos y marginales de la sociedad. Ello se debe a que dichos sectores sociales sólo pueden acceder a emplazamientos más riesgosos, a tierras marginales, a una cobertura de servicios más precaria o ninguna, de modo que los desastres no sólo los castigan más severamente, sino que además tienen menos recursos para prevenir los impactos y también para limitar sus consecuencias. Si a ello se agrega la falta de políticas territoriales y sectoriales necesarias para formar una cultura de prevención de riesgos de desastres, entonces será inevitable que los desastres castiguen cada vez más a la sociedad, y particularmente a los sectores más desvalidos.

La mejor política social en esta materia, comprometida con los sectores sociales más vulnerables, es aquella que se ocupa de invertir en prevención, pues como ha sido establecido en estudios de larga data, por 1 dólar invertido en prevención se ahorra 7 dólares en reparación y reconstrucción. En este marco, no es casual que los holandeses tengan planes millonarios para protegerse frente a la crecida del mar prevista hasta en más de 1 metro hacia fines del siglo XXI, por lo que han formulado planes de gran alcance para fortalecer su red de polders y barreras de protección, pues saben que no hacerlo, no invertir las sumas que dicha protección les exige, podría significar, el fin del país mismo.

En el caso de Bolivia se puede apreciar que los daños y pérdidas que ocasionó El Niño 1998 alcanzaron la suma de 527 millones de dólares, equivalentes al 7% del PIB de 1998, según estudio de la CAF. De ese monto, el 40% se debió a pérdidas directas, es decir ocasionadas directamente por las sequías e inundaciones que trajo El Niño, y el 60% a pérdidas indirectas, en buena parte resultantes de demoras en la rehabilitación de servicios, reparación de caminos y otros. Por otra parte, el 53% se debió a daños por sequía y el 47% a daños por inundación. Adicionalmente, el 50% se debió a pérdidas en la producción y el 43% a pérdidas en el acervo de capital, principalmente infraestructura caminera.

En el caso de El Niño 1983, la CEPAL estima que el costo total que sufrió nuestro país fue de 1372 millones de dólares, equivalentes al 17% del PIB de ese año, y que el 12% de ese costo se debió a daños en infraestructura, mientras que el 85% de ese monto se debió a daños a los sectores productivos. Si sumamos el costo total ocasionado por esos dos eventos climáticos en 1983 y 1998 y lo comparamos con el crecimiento económico registrado entre esos años, podremos apreciar que la sociedad boliviana debía destinar aproximadamente dos terceras partes del crecimiento económico logrado a lo largo de esos 15 años para cubrir la factura que nos presentó El Niño.

Si a ello agregamos que el costo ocasionado por los pequeños desastres -usualmente, escasamente registrados y difundidos- cuando menos duplica el costo o el daño ocasionado por los grandes desastres -tal como se ha podido apreciar en estudios realizados en diferentes países y regiones- , entonces podemos ver que la problemática ocasionada por los desastres se constituye en la manifestación más cruel y aguda de este proceso desbocado e irresponsable de aniquilación de nuestro hábitat y, consiguientemente, la capacidad de respuesta orgánica que requieren desarrollar las sociedades y sus Estados, se convierte en la tarea más urgente.

A modo de síntesis, señalemos las principales razones por las que consideramos que Bolivia es un país de alto riesgo: por la creciente frecuencia y magnitud de los desastres; la escasa información y reducida identificación de riesgos; la baja percepción de riesgos en la población y la incipiente participación ciudadana en la gestión de riesgos; la constante acumulación de daños que ocasionan los desastres sobre infraestructura y medio ambiente; la imposibilidad material del país para cubrir su cuenta anual de desastres; la débil institucionalidad existente; la incipiente formulación y aplicación de políticas para la gestión integral de riesgos; la completa falta de seguros y sistemas de transferencias de riesgos.

La única forma seria y responsable de hacer frente a los desastres es actuar sobre los factores generadores del riesgo con la mayor anticipación y antelación posible, lo cual exige pasar de una sociedad de altos riesgos a una cultura de prevención, corresponsable y solidaria.


Fotos:
- Vista del lago Poopó, nuestro mar de Aral, en el Altiplano de Oruro a 3690 msnm.
- Vista de derrumbe en la ciudad de La Paz, barrio de Huanu Hununi, febrero 2010.

[Originalmente publicado en El Diario (Bolivia), 14 de noviembre de 2006, aquí publicado nuevamente en 2010 con algunas complementaciones]



16 septiembre 2024

LEY DEL REGISTRO DOMICILIARIO VERIFICADO: INDISPENSABLE PARA ORDENAR LOS CENSOS Y CONTROLAR EL PADRÓN ELECTORAL

  

Carlos Rodrigo Zapata C. (*)


El H Alcalde Municipal de La Paz ha tenido a bien dar a conocer las respuestas del INE a su cuestionario, las que en buena medida se han limitado a señalar que las dudas o distorsiones encontradas en el CENSO 2024 se han debido a desplazamientos de la población habidos en torno al día del Censo.

Esta respuesta es como tener una respuesta mágica capaz de explicar y excusar múltiples resultados extraños. Este tema de los desplazamientos oportunistas es por demás problemático y debe ser corregido a la brevedad, no sólo porque introduce distorsiones imperdonables, sino porque se suma al caos y desinstitucionalización generalizada que se observa en toda clase de ámbitos en la sociedad.

Como señalábamos, todo se puede explicar con los desplazamientos permitidos de la población por el día del Censo: las reducciones de población de unos municipios, el crecimiento de otros, las desproporciones que se podrán apreciar entre infraestructura y población cuando se tenga los datos completos, etc. Si a ello sumamos la arbitrariedad de los límites municipales, estamos en un escenario de gran incertidumbre cuando lo que se esperaba es que el Censo pueda proporcionarnos certidumbres sólidas y estables. Esta situación no solo afecta la distribución de recursos y escaños, sino que también afecta notablemente el tema electoral, muy pospuesto en las preocupaciones de partidos y organizaciones cívicas. 

El Censo establecerá inevitablemente unas cifras superiores o inferiores a la población registrada en el Padrón electoral, por una razón muy sencilla: en el caso del Censo uno se hace censar donde quiere, mientras que en el caso del Padrón uno sólo puede votar en la circunscripción electoral donde está registrado, o sea, donde dice que vive o tiene su domicilio, aunque sin tener que comprobarlo legalmente. 

Eso significa que las autoridades electorales tienen amplia holgura para dar cifras sobre el Padrón, pues los desfases que pueda haber entre ambos guarismos siempre podrán ser atribuidos a los desplazamientos de población durante el Censo y no al Padrón. El problema es que dicho desencaje entre Censo y Padrón genera ya demasiadas dudas tanto en el tema de distribución de recursos y escaños como en el tema de la definición de la población electoral. Todo se vuelve incontrolable, gran escenario para manipular los registros y resultados electorales.

Por todo ello y porque el país, las autonomías y el respeto a los derechos electorales de los bolivianos así lo exigen urge introducir en Bolivia el REGISTRO DOMICILIARIO VERIFICADO, esto es, un registro comprobado del lugar de residencia actual que deberá estar a cargo de los municipios. Este registro permitirá tener mucha más previsibilidad en relación a todos los temas críticos que dependen del Censo y el Padrón electoral, es decir, le permitirá saber a cada municipio con qué población estable cuenta, qué servicios debe ofrecer y cuántos recursos dispone. También permitirá evitar traslados intempestivos de población por motivos electorales, excepto que quienes cambien de residencia puedan verificar legalmente su nuevo domicilio. Los cambios de domicilio relacionados con desplazamientos oportunistas de circunscripción por razones de manipulación del padrón electoral quedarán en el pasado.






 


Las dudas ya existentes con relación al Padrón electoral se acrecientan aún más con un Censo que puede romper significativamente su vínculo con el Padrón electoral, todo gracias a este libertinaje en materia de elección del lugar donde uno puede hacerse censar y por la inexistencia de un registro como el señalado, común en todas las ciudades y países ordenados del mundo.

Considero que esta iniciativa de requerir una LEY DE REGISTRO DOMICILIARIO VERIFICADO debe ser una prioridad de todos los gobiernos municipales, de las bancadas parlamentarias democráticas y de toda la ciudadanía interesada en evitar toda clase de manipulaciones electorales, sean legales o ilegales.

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(*) Carlos Rodrigo Zapata C. Es Economista, Especialista en Planificación Territorial, Catedrático de Desarrollo del Capitalismo. Analista político, social y ambiental. Prepara un libro sobre la Democracia en Bolivia centrado en el régimen electoral vigente. La LEY DEL REGISTRO DOMICILIARIO VERIFICADO es una de las propuestas que se ha previsto plantear.



26 julio 2024

Fuentes y usos de divisas: MÚLTIPLES CAUSAS DE LA ESCASEZ DE DÓLARES

 

Carlos Rodrigo Zapata C. [*]

Cuando hablamos de escasez de dólares queremos destacar la insuficiencia de dólares disponibles en relación a los dólares requeridos. Ello puede deberse a que existen pocos dólares disponibles o a que los requerimientos son muy altos. Por lo que podremos apreciar, ambas condiciones se presentan de modo muy evidente en la economía boliviana, a más tardar desde inicios del 2023 y responden a muy diversos factores. Dicha situación tiende a agravarse cuando los usuarios perciben que la carencia de dólares es significativa y persistente, ya que ello puede detonar adquisiciones adicionales por motivos de previsión y reducción de pérdidas esperadas debido a un probable encarecimiento de la divisa.

Estas precisiones son indispensables para identificar factores críticos que Bolivia está sufriendo, producto de una mezcla explosiva de factores coyunturales y estructurales que anticipan que la problemática desatada será dura y profunda y requerirá verdaderas transformaciones en la gestión gubernamental y en la misma formación social boliviana.

Para comprender la magnitud de la problemática y la diversidad de factores que intervienen en su ocurrencia es indispensable pasar revista a los factores coyunturales y estructurales relacionados con la temática, así como a las causas y consecuencias derivadas del fracaso del modelo aplicado por los regímenes masistas, ya que de otro modo podríamos quedarnos con las versiones que maneja el régimen que señala insistentemente que son los puros afanes especuladores de la ciudadanía o el bloqueo de la ALP los que han desatado este desastre, incitados por gente mal intencionada.

En esta nota nos concentraremos únicamente en los factores coyunturales relacionados con la escasez de divisas y utilizaremos un balance amplio de fuentes y usos de divisas, ya que todas las partidas incluidas en dicho balance contribuyen en diversa medida a poner en evidencia la problemática actual y, de paso, a revelar múltiples deficiencias de nuestras propias prácticas.

En otras notas nos referiremos a los factores estructurales, así como a las causas y consecuencias del modelo aplicado por los regímenes masistas. Estos tres elementos –factores estructurales, insuficiencias del modelo y factores coyunturales– son cruciales para comprender en todo su alcance la tragedia que empieza a vivir el pueblo boliviano, producto del desconocimiento de su propia realidad y de la torpeza e intransigencia de los regímenes masistas.

FACTORES COYUNTURALES: BALANCE DE FUENTES Y USOS DE DIVISAS

Para analizar los factores coyunturales utilizaremos el BALANCE DE FUENTES Y USOS DE DIVISAS que incluye las partidas más frecuentes de fuentes y usos en el caso de la economía oficial.

El balance incluye las siguientes partidas:

Fuentes de divisas:

Ø Exportaciones de productos primarios: comprenden materias primas como minerales, productos agrícolas, y recursos naturales.

Ø Remesas: Dinero enviado por migrantes bolivianos que trabajan en el extranjero y lo envían a sus familias.

Ø Turismo: Ingresos generados por visitantes extranjeros que gastan dinero en hoteles, restaurantes, actividades turísticas, etc.

Ø Inversión extranjera directa (IED): Inversión realizada por empresas extranjeras en la economía del país, ya sea para establecer nuevas operaciones o adquirir empresas locales.

Ø Préstamos y ayuda financiera: Fondos proporcionados por organizaciones internacionales, gobiernos extranjeros u otras instituciones financieras para financiar proyectos de desarrollo, infraestructura, etc.

Ø Emisión de bonos y deuda: El gobierno puede emitir bonos o pedir préstamos a través de la emisión de deuda en los mercados internacionales.

Usos de divisas:

Ø Importaciones: Compra de bienes y servicios extranjeros que el país no produce o produce en cantidades insuficientes.

Ø Servicio de deuda externa: Pago de intereses y principal de la deuda externa contraída por el gobierno u otras entidades del país.

Ø Inversión en infraestructura y proyectos: Desarrollo de infraestructura física como carreteras, puentes, puertos, aeropuertos, equipos, maquinaria, etc.

Ø Gastos gubernamentales: Mantener una monstruosa burocracia estatal, financiar empresas estatales deficitarias, así como de programas sociales, educativos, de salud, subvenciones a hidrocarburos, alimentos, etc.

Ø Reservas internacionales: Mantenimiento de reservas de divisas para respaldar la moneda nacional y mantener la estabilidad financiera.

Ø Pagos de dividendos y regalías: Pagos a inversores extranjeros por ganancias generadas en el país, como dividendos de acciones o regalías por el uso de recursos naturales.

Ø Múltiples otros requerimientos relacionados con inversiones bolivianos en el exterior, mantenimiento de estudiantes, turismo de bolivianos en el exterior, etc.

A fin de evitar una insuficiencia de dólares en la economía es necesario que las fuentes puedan financiar o costear los usos requeridos. Eso significa, ministro Cusicanqui, que no basta con que haya un ridículo superávit en la balanza comercial para decir que ya vuelve la provisión de dólares. Hay diversas fuentes y también múltiples usos.

Lo que podemos advertir es que se han producido movimientos divergentes entre fuentes y usos, los que han contribuido a generar la escasez actual.

Comentemos brevemente los aspectos más destacados.

Todas las partidas incluidas en fuentes de las divisas han tenido un comportamiento adverso, exceptuando el caso de las remesas que bordean los 1500 millones de dólares en 2023 que han ido creciendo. En el caso de las exportaciones, que es la principal fuente de provisión de dólares, se tuvo entre el 2022 y 2023 la segunda mayor caída en la última década, de 13670 a los actuales 10911 millones de dólares, y arrojó un déficit comercial combinado para esos años de 2400 millones de dólares. La mayor caída fue de 4111 millones de dólares entre 2014 y 2015 cuando concluyó abruptamente el súper ciclo de los precios internacionales y dejó de llover maná. Pese a ello, hubo un superávit comercial combinado para esos años de 1440 millones de dólares. Por lo que se puede apreciar, ahora sí cambió drásticamente la dirección de los vientos. 

Por otro lado, el ritmo de crecimiento del endeudamiento externo (préstamos y emisión de bonos del Estado) ha disminuido, en parte por la negativa de los mercados internacionales a adquirir nuevos bonos de un país con calificaciones de riesgo cada vez más preocupantes, y en parte por haber agotado en gran medida la capacidad de endeudamiento del país. El endeudamiento interno ha continuado subiendo, principalmente porque se trata de una deuda denominada en bolivianos, la cual no cuenta con una amplia gama de instancias de control y fiscalización como si sucede en el caso de créditos denominados en dólares u otras divisas. La relación entre deuda pública total y PIB ya alcanza el 80%, situación inédita en la historia económica nacional.

Por su parte, la inversión extranjera directa (IED) está en los suelos. De acuerdo con últimos datos se tiene un saldo positivo para 2023 menor a los 30 millones de dólares, un monto ridículo, mucho más si tenemos en cuenta que la región latinoamericana ha recibido un monto neto de inversiones extranjeras que supera los 166000 millones en 2022 y 200000 millones de dólares en 2023. Generamos magros excedentes, los utilizamos pésimamente y no somos capaces de atraer recursos externos. Peor, imposible.

A diferencia del pasado, hoy en día la cooperación internacional se ha reducido notablemente, al punto que se financia sólo algunos proyectos puntuales por medio de agencias de cooperación y ONGs internacionales.

En suma, las fuentes de divisas muestran una caída notable en los últimos años, situación que se ha ido acentuando sin duda también debido a factores internacionales que muestran una caída en los precios de hidrocarburos y diversos otros productos de nuestra canasta exportadora que sigue presa como siempre de los productos tradicionales, minerales e hidrocarburos que siguen pesando 70% de nuestras exportaciones. Pese al surgimiento del modelo cruceño, seguimos dando vuelta a los mismos niveles porcentuales de hace más de medio siglo.

En relación a los usos de las divisas se observa una tendencia general al alza. Son el resultado de diversos crecimientos del consumo y los gastos, y de inflexibilidades que se han ido introduciendo y acumulando en las importaciones y en el endeudamiento externo. Dicho en breve: requerimos cada vez más importaciones para sostener el aparato productivo que no logra reducir su dependencia de productos importados de todo tipo.

Las importaciones cayeron de 11.870 a 11.496 millones de dólares entre 2022 y 2023, una reducción de 374 millones. Estas cifras de importación son las más altas de la historia comercial del país. Nótese la aberración de esta noticia: en medio de una situación de escasez creciente de dólares ocurre que los últimos dos años Bolivia ha importado más productos de todo tipo que nunca antes en toda su historia. Solo si consideramos que en los últimos 15 años el parque automotriz creció en 2 millones de unidades –¡2 millones!– podemos empezar a imaginarnos a dónde fueron a parar nuestras divisas y cuáles son las presiones sobre nuestra balanza comercial para mantener niveles similares en el futuro.

Al finalizar el súper ciclo de los precios internacionales de materias primas Bolivia importó el año 2014 la suma de 10674 millones de dólares y en 2015 la suma de 9843 millones, una caída de 831 millones, más del doble de la reducción actual. Para contrastar, es oportuno recordar que las importaciones del año 2004 alcanzaron a 1920 millones de dólares, la sexta parte de 2023. Los datos anteriores corroboran esa tendencia a acrecentar las inflexibilidades los valores importados, producto de una diversidad de rigideces e inflexibilidades que se han introducido en la economía con esa forma ligera, superficial, no responsable de usar las divisas. Entre dichas rigideces pueden mencionarse, por ejemplo, la demanda de combustibles y repuestos, la renovación del parque automotriz y otros.

Por su parte, el endeudamiento se ha convertido en una sangría cruel de divisas, ya que resta recursos significativos al país, mucho peor cuando se usan los escasos recursos propios en proyectos elefantiásicos, cuyos rendimientos son pobres o deficitarios. Es oportuno recordar que Arce como ministro y luego como presidente no se cansó de relativizar el peso del endeudamiento porque lo importante era en qué se invertían dichos recursos y no los montos. Esa afirmación presupone que siempre tuvo una varita mágica para saber qué proyectos serían particularmente rentables, desde la perspectiva que sea, privada, social, pública. El hecho es que ahora sabemos lo que tenía en mente: invertir en un proceso de industrialización que substituya las importaciones. Creer que incluso el know how, las destrezas, los valores, la ciencia y la cultura se pueden importar o que vienen junto con las maquinarias y equipos, todo “llave en mano”, muestra el tamaño de la torpeza del régimen en funciones.

El creciente gasto público incide también en toda esta trama, ya que los déficits en el balance de ingresos y gastos conducen inevitablemente a mayor endeudamiento, situación que impide un ahorro nacional y por tanto restringe la capacidad del país de poder financiar los proyectos requeridos con recursos propios y no tener que recurrir al financiamiento externo hasta para operaciones de corrupción. Todo indica que el Estado terminará licuando buena parte de su deuda interna vía inflación y recurriendo a los fondos de pensiones. Los acreedores del Estado boliviano se arrepentirán de haber confiado en el Estado y repetirán a coro lo que históricamente solía hacerse: financiarse con recursos del Estado y no financiar al Estado con recursos propios.

La salida de las empresas extranjeras del país, en muchos casos con demandas millonarias por indemnizaciones que representan graves pérdidas por el país, así como la repatriación de sus utilidades y capitales también han significado una caída de la disponibilidad interna de divisas en el país. Perder estos procesos tan irresponsablemente también tiene costos significativos para el conjunto de la sociedad. Un “proceso de cambio” que empeña el futuro es un gigantesco tiro por la culata.

En suma, la caída de las reservas internacionales netas (RIN) desde 15122 millones de dólares en 2014 a los magros 1790 millones de fines del 2023, de los cuales 160 millones de dólares son en dólares o eran, pues nadie sabe el estado actual de las RIN, muestra el grado y la medida en que todos estos usos alegres de divisas han erosionado nuestras disponibilidades. Antes, en la fase inicial del régimen masista, cuando llovió maná en forma de altísimos precios internacionales para prácticamente todos los productos de nuestra canasta exportadora, parecía fácil obtener divisas y desarrollar una actitud dispendiosa. Llegamos a importar alcohol –whisky, ron, vodka– por más de 300 millones de dólares en 2016 y hasta gomas de mascar también por millones. La factura ya llegó y el país está paralizado de susto, pues no se imaginó que podía volver a los tiempos de la hiperinflación y las devaluaciones sucesivas, situación que al presente no puede descartarse de ningún modo.

Los usos de las divisas muestran que crecieron los requerimientos de divisas, que no hubo ninguna política de precaución o moderación, sea vía impuestos al consumo suntuario, a los costos ambientales o por la simple precaución de cuidar esas divisas para las múltiples necesidades nacionales. Un componente abismalmente creciente de las importaciones son los combustibles subvencionados, situación que redujo ostensiblemente los recursos públicos para inversión y ocasionó una merma inmensa de las divisas disponibles que superaron los 10000 millones de dólares en los últimos 7 años. No puede olvidarse que los gravísimos conflictos que se desataron en Ecuador durante la gestión de Lasso tuvieron como trasfondo la decisión del gobierno de eliminar las subvenciones a los combustibles por 1400 millones de dólares. Podríamos decir que nos hallamos a las puertas de una convulsión social sin precedentes, debido a la imprudencia en la gestión pública.

Priorizar el día a día y no tomar en cuenta que Bolivia es una economía profundamente dependiente de dólares es una verdadera aberración. Posiblemente, de todas las dependencias que acumula Bolivia, la de los dólares para financiar su propia actividad interna sea la más grave y más ignorada por este régimen que hizo de la “bolivianización” una suerte de bandera sin entender la economía real del país.

También es oportuno hacer referencia a la política de industrialización por sustitución de importaciones y, específicamente, al uso de divisas para este fin, por tratarse de una política básicamente coyuntural con escasas oportunidades de alterar las estructuras existentes. Sin una auténtica inserción de dicha política en las diversas esferas de la sociedad, sin políticas de coordinación con gobiernos sub nacionales y sector privado, sin generar un clima adecuado de atracción de inversiones sostenibles también desde el punto de vista ambiental, en suma, sin una política de inclusión de la sociedad, no es imaginable ninguna industrialización por la vía de la sustitución de importaciones o por cualquier otra vía. Sin construir eslabonamientos múltiples con base interna no es posible desarrollar efectos multiplicadores en el conjunto de la sociedad.

Desde el punto de vista que nos interesa aquí, dicha política es intensiva en divisas, pero no tiene ninguna política adecuada de financiamiento de las mismas.

Podría decirse que es una política huérfana de todo lo que requeriría para hacerse provechosa, sostenible y capaz de generar excedentes de modo auténtico y no espurio (como usar prácticas monopólicas, subvenciones, prohibiciones, obstáculos, multiplicación de la informalidad, etc.).

Es decir, es una política sujeta a los vaivenes de la coyuntura, sin la capacidad de construir nuevas estructuras, tampoco de transformar las existentes, ni hacer todo eso de modo sostenible. Viene a ser una táctica más para ampliar el empleo clientelar, arrebatando a los privados la posibilidad de movilizar sus recursos para satisfacer diversas demandas. El Estado actual no tiene idea de lo que es un Estado proveedor de bienes y servicios púbicos y colectivos, y mucho menos de lo que es un Estado subsidiario. Sin un conocimiento mínimamente adecuado de lo que son las técnicas de gobernanza es imposible conducir un país a un mejor destino. Creer que en la ideología se pueden encontrar respuestas apropiadas a todas las ocurrencias es vivir extraviado.

Como se puede apreciar, todos los factores referidos muestran la creciente demanda de divisas provenientes de una matriz productiva escasamente diversificada y de una política contradictoria de empleo de las escasas divisas disponibles, lo que muestra que no se puede al mismo tiempo tener un abastecimiento interno estable, una política de subvenciones de muy amplio espectro y una política de industrialización por sustitución de importaciones con semejantes estrecheces.

Las incongruencias de las políticas públicas son tantas y tan evidentes que resulta una ofensa grosera al sentido común sostener que la escasez de divisas se debe a un supuesto afán de especulación por parte de los ciudadanos. Una explicación de esa naturaleza denota un profundo desconocimiento de las dinámicas económicas o un franco deseo de burlarse de la ciudadanía.

En conclusión, puede observarse que al contrastar las fuentes con los usos de divisas encontramos que éstas han sido usadas de modo dilapidador y dispendioso y que además han sido mal usadas, destinándolas a emprendimientos fantasiosos centradas en un “modelo” completamente ajeno a la realidad. A ello hay que agregar que tampoco se ha tenido una política consecuente de provisión suficiente de todas las divisas requeridas, situación que ha termina hundiendo y ahogando las perspectivas económicas del próximo futuro del país.

Debemos aún señalar que la falta de una práctica de comunicación y debate abierto ha impedido que la sociedad aprenda a reaccionar oportunamente frente a los desmanes que se estaban y están cometiendo. En esta tarea la oposición ha tenido una responsabilidad muy grande, ya que no ha servido de campana de alerta ni de instalación de esos debates indispensables. La falta de propuestas disruptivas o cuando menos oportunas no ha permitido que la sociedad se dé cuente que no tiene que vivir a expensas de los caprichos y ocurrencias de una partida de inexpertos a cargo del país. Los errores estructurales de la oposición deben ser puestos sobre el tapete nacional para aprender de esos errores, llamar la atención muy severamente a los responsables y señalar nuevos rumbos hacia el futuro. El desastre actual tiene muchos progenitores, pero unos padres primordiales: el masismo y su supina incompetencia.

 

[*] Carlos Rodrigo Zapata C. Es Economista, Especialista en Planificación Territorial, Diplomado en Sistemas de Información Geográfica, Percepción Remota y Sistemas de Posicionamiento Global, Catedrático de Desarrollo del Capitalismo. Analista político, social y ambiental.

21 marzo 2024

UN MUNDO PERDIDO EN SUS PROPIOS APETITOS Y CONTRADICCIONES

 

Carlos Rodrigo Zapata C.

La dinámica global es atemorizante. Cada resquicio de los espacios globales parece haber sido ocupado estratégica y militarme por alguna de las fuerzas contendientes, de modo visible o invisible.

Da la impresión de que no hay nada más que hacer que enfrentar y sobrellevar cada confrontación que aflore en cualquier punto del planeta con la celeridad y violencia que exija cada caso. Los costos colaterales ya ni se contabilizan, la cuenta de muertos y heridos ya ni causa conmoción general, la de niños, algo.

En este contexto, en el que varias guerras y confrontaciones bélicas se vienen ejecutando –como son los casos de Ucrania y Gaza, principalmente– se anuncia el incremento por billones de dólares, o sea, una cifra con doce ceros por detrás, de los gastos militares y se sigue estudiando las formas de confrontar a los adversarios en cualquier escenario que se presente.

La lucha contra el calentamiento global y la debacle climática y ecológica en plena marcha no pasa de ser un saludo a la bandera, es decir, una pose más que un compromiso. Si queremos agregarle aún más combustible a esta situación explosiva basta señalar que Trump tiene amplias posibilidades de retornar a la Casa Blanca en Washington, situación que sin duda equivaldría a activar todas las bombas dispuestas en los arsenales del mundo.

En este contexto nos encontramos con una reflexión crítica y a la vez propositiva del senador Bernie Sanders, que postuló a la nominación presidencial por los Demócratas los años 2016 y 2020,siendo relegado por Hillary Clinton y luego por Joseph Biden.

Dicha reflexión que adjunto a continuación, en traducción al castellano mediante Google y el link del original, me merece honda preocupación porque muestra cuán cerrado está el horizonte de posibilidades en el mundo actual. A lo largo del texto traducido he resaltado algunas ideas de Sanders y he insertado mis propios comentarios, preguntas y algunas sugerencias que pongo a disposición de los lectores interesados.

Dicho todo ello en pocas palabras: sin cambiar el rumbo actual, el mundo está quemando sus últimas posibilidades de evitar una catástrofe global, en la que los frentes de uno y otro lado sufrirán las mismas consecuencias. Todo ello se debe al avance del calentamiento global y los impactos climático y ecológico que ya se observan en todo el planeta.

Todo indica que, si ahora no se dejan las armas en reposo o, mejor, si no se las entierra bajo siete desiertos, la humanidad no tendrá tiempo de detener la catástrofe que ya está en camino. Una guerra nuclear apenas anticiparía lo que de todas maneras llegará y arrasará con los fundamentos de vida del planeta.

No tenemos que hacer esfuerzos adicionales para acelerar la autodestrucción, resulta francamente ocioso. Pero si ahora las partes en conflicto arriaran sus banderas, dejaran sus armas y se concentraran en la lucha contra el cambio climático es posible que se logre reducir sus impactos más severos.

No hay plan B para este escenario. Es destrucción y muerte por la vía acelerada de la guerra de los humanos incapaces de luchar por objetivos comunes y compartidos, o es por la vía más lenta de la debacle climática y ambiental, también desatada por la angurria e irresponsabilidad humanas, que llegaremos a nuestro fin en plazos antes nunca imaginados.

La sensatez de Sanders en unos aspectos y sus preferencias extrañas en otros aspectos quedan angostas, estrechas, por no decir reducidas a escombros, en vista al escenario global y a la urgencia de actuar de modo inmediato. La preservación de la vida en el sentido más estricto y literal que es posible decirlo, se halla en peligro inminente. Los plazos se agotaron.




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Una revolución en la política exterior estadounidense

Reemplazar la codicia, el militarismo y la hipocresía por la solidaridad, la diplomacia y los derechos humanos

Por Bernie Sanders

18 de marzo de 2024

Un hecho triste sobre la política de Washington es que algunos de los temas más importantes que enfrentan Estados Unidos y el mundo rara vez se debaten de manera seria. En ninguna parte es esto más cierto que en el ámbito de la política exterior. Durante muchas décadas, ha habido un "consenso bipartidista" en materia de asuntos exteriores. Trágicamente, ese consenso casi siempre ha sido erróneo. Ya sea que se trate de las guerras en Vietnam, Afganistán e Irak, el derrocamiento de gobiernos democráticos en todo el mundo o medidas desastrosas en el comercio, como la entrada en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y el establecimiento de relaciones comerciales normales permanentes con China, los resultados a menudo han dañado la posición de Estados Unidos en el mundo, socavado los valores profesados por el país, y ha sido desastrosa para la clase obrera estadounidense.

Este patrón continúa hoy en día. Después de gastar miles de millones de dólares para apoyar a las fuerzas armadas israelíes, Estados Unidos, prácticamente solo en el mundo, está defendiendo al gobierno extremista de derecha del primer ministro Benjamin Netanyahu, que está librando una campaña de guerra total y destrucción contra el pueblo palestino, lo que resulta en la muerte de decenas de miles de personas, incluidos miles de niños, y la hambruna de cientos de miles más en la Franja de Gaza. Mientras tanto, al sembrar el miedo en torno a la amenaza que representa China y en el continuo crecimiento del complejo militar-industrial, es fácil ver que la retórica y las decisiones de los líderes de los dos partidos principales con frecuencia no se guían por el respeto a la democracia o los derechos humanos, sino por el militarismo, el pensamiento grupal y la codicia y el poder de los intereses corporativos. Como resultado, Estados Unidos está cada vez más aislado no sólo de los países más pobres del mundo en desarrollo, sino también de muchos de sus aliados de larga data en el mundo industrializado.

Dados estos fracasos, ya es hora de reorientar fundamentalmente la política exterior estadounidense. Para ello, hay que reconocer los fracasos del consenso bipartidista posterior a la Segunda Guerra Mundial y trazar una nueva visión centrada en los derechos humanos, el multilateralismo y la solidaridad mundial.

UN HISTORIAL VERGONZOSO

Desde la Guerra Fría, los políticos de los dos principales partidos han utilizado el miedo y las mentiras descaradas para enredar a Estados Unidos en conflictos militares extranjeros desastrosos e imposibles de ganar. Los presidentes Johnson y Nixon enviaron a casi tres millones de estadounidenses a Vietnam para apoyar a un dictador anticomunista en una guerra civil vietnamita bajo la llamada teoría del dominó, la idea de que si un país caía en manos del comunismo, los países circundantes también caerían. La teoría era errónea y la guerra fue un fracaso abyecto. Hasta tres millones de vietnamitas murieron, al igual que 58.000 soldados estadounidenses.

La destrucción de Vietnam no fue suficiente para Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger. Expandieron la guerra a Camboya con una inmensa campaña de bombardeos que mató a cientos de miles de personas más y alimentó el ascenso del dictador Pol Pot, cuyo posterior genocidio mató hasta dos millones de camboyanos. Al final, a pesar de sufrir enormes bajas y gastar enormes cantidades de dinero, Estados Unidos perdió una guerra que nunca debió haberse librado. En el proceso, el país dañó gravemente su credibilidad en el extranjero y en el interior.

El historial de Washington en el resto del mundo no fue mucho mejor durante esta época. En nombre de la lucha contra el comunismo y la Unión Soviética, el gobierno de Estados Unidos apoyó golpes militares en Irán, Guatemala, la República Democrática del Congo, la República Dominicana, Brasil, Chile y otros países. Estas intervenciones a menudo fueron en apoyo de regímenes autoritarios que reprimieron brutalmente a su propio pueblo y exacerbaron la corrupción, la violencia y la pobreza. Washington todavía está lidiando con las consecuencias de tal intromisión hoy en día, enfrentando una profunda sospecha y hostilidad en muchos de estos países, lo que complica la política exterior de Estados Unidos y socava los intereses estadounidenses.

Una generación más tarde, después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, Washington repitió muchos de estos mismos errores. El presidente George W. Bush comprometió casi dos millones de soldados estadounidenses y más de 8 billones de dólares para una "guerra global contra el terrorismo" y guerras catastróficas en Afganistán e Irak. La guerra de Irak, al igual que la de Vietnam, se construyó sobre una mentira descarada. "No podemos esperar a la prueba final, la pistola humeante que podría venir en forma de nube en forma de hongo", advirtió Bush de manera infame. Pero no había nube en forma de hongo y no había pistola humeante, porque el dictador iraquí Saddam Hussein no tenía armas de destrucción masiva. Muchos aliados de Estados Unidos se opusieron a la guerra, y el enfoque unilateral de la administración Bush en el período previo a la guerra socavó gravemente la credibilidad estadounidense y erosionó la confianza en Washington en todo el mundo. A pesar de esto, las supermayorías en ambas cámaras del Congreso votaron a favor de autorizar la invasión de 2003.

La guerra de Irak no fue una aberración. En nombre de la guerra global contra el terrorismo, Estados Unidos llevó a cabo torturas, detenciones ilegales y "entregas extraordinarias", secuestrando a sospechosos en todo el mundo y reteniéndolos durante largos períodos en la prisión de la Bahía de Guantánamo en Cuba y en los "sitios negros" de la CIA en todo el mundo. El gobierno de Estados Unidos implementó la Ley Patriota, que dio lugar a una vigilancia masiva a nivel nacional e internacional. Las dos décadas de combates en Afganistán dejaron miles de soldados estadounidenses muertos o heridos y causaron cientos de miles de víctimas civiles afganas. Hoy, a pesar de todo ese sufrimiento y gastos, los talibanes están de vuelta en el poder.

EL SALARIO DE LA HIPOCRESÍA

Me gustaría poder decir que el establishment de la política exterior en Washington aprendió la lección después de los fracasos de la Guerra Fría y la guerra global contra el terrorismo. Pero, con algunas excepciones notables, no lo ha hecho. A pesar de su promesa de una política exterior de "Estados Unidos primero", el presidente Donald Trump aumentó la guerra de aviones no tripulados sin restricciones en todo el mundo, comprometió más tropas en Medio Oriente y Afganistán, aumentó las tensiones con China y Corea del Norte, y casi se metió en una guerra desastrosa con Irán. Llenó de armas a algunos de los tiranos más peligrosos del mundo, desde los Emiratos Árabes Unidos hasta Arabia Saudita. Aunque el tipo de autogestión y corrupción de Trump era nuevo, tenía sus raíces en décadas de política estadounidense que priorizaba los intereses unilaterales a corto plazo sobre los esfuerzos a largo plazo para construir un orden mundial basado en el derecho internacional.

[Trato de imaginarme como podría haber sido un gobierno Sanders en los EEUU. ¿Trataría de llegar a acuerdos de beneficio mutuo con China, Rusia, Corea del Norte? ¿Revalidaría la protección a Taiwán y otros países asiáticos que se sienten amenazados por el poderío chino? ¿Pondría a los árabes, en particular a EAU y AS en alguna lista negra, como propiciadores del terrorismo? ¿Qué haría con Hamás e Israel? Tengo la impresión que en geopolítica en el SXXI no es posible simplemente abrazar las causas opuestas a las de los contendientes para tener un programa. Se requiere mucha más sutileza, todo en aras de reconstruir el mundo podrido en que nos encontramos, pero tampoco se puede dejar que bestias pardas como Putin o Netanyahu se salgan con la suya. ¿O incluso eso habría que ponerlo en consideración? ¡Qué escenario mundial tan jodido! ¿Ya no hay espacio para valores, principios y normas?]

Y el militarismo de Trump no era nuevo en absoluto. Solo en la última década, Estados Unidos ha participado en operaciones militares en Afganistán, Camerún, Egipto, Irak, Kenia, Líbano, Libia, Malí, Mauritania, Mozambique, Níger, Nigeria, Pakistán, Somalia, Siria, Túnez y Yemen. El ejército estadounidense mantiene alrededor de 750 bases militares en 80 países y está aumentando su presencia en el extranjero a medida que Washington aumenta las tensiones con Pekín. Mientras tanto, Estados Unidos está suministrando al Israel de Netanyahu miles de millones de dólares en fondos militares mientras aniquila Gaza.

La política de Estados Unidos hacia China es otro ejemplo del pensamiento grupal fallido de política exterior, que enmarca la relación entre Estados Unidos y China como una lucha de suma cero. Para muchos en Washington, China es el nuevo coco de la política exterior, una amenaza existencial que justifica presupuestos cada vez más altos para el Pentágono. Hay mucho que criticar en el historial de China: su robo de tecnología, su supresión de los derechos de los trabajadores y de la prensa, su enorme expansión de la energía del carbón, su represión del Tíbet y Hong Kong, su comportamiento amenazante hacia Taiwán y sus atroces políticas hacia el pueblo uigur. Pero no habrá solución a la amenaza existencial del cambio climático sin la cooperación entre China y Estados Unidos, los dos mayores emisores de carbono del mundo. Tampoco habrá esperanza de abordar seriamente la próxima pandemia sin la cooperación entre Estados Unidos y China. Y en lugar de iniciar una guerra comercial con China, Washington podría crear acuerdos comerciales mutuamente beneficiosos que beneficien a los trabajadores de ambos países, no solo a las corporaciones multinacionales.

[¿Y el resto del mundo? Una China con las espaldas cubiertas penetraría hasta en los últimos rincones en busca de aspirar los recursos del planeta. Así como es inimaginable que todo el mundo pueda alcanzar el nivel de vida de USA, hoy en día es igualmente inadmisible que el mundo pueda desarrollar la misma vorágine china o los mismos grados de contaminación chinos. Gran parte de la complicación actual deriva no sólo del hecho que las autocracias y regímenes ultra verticales han proliferado en demasía, sino del hecho que toda acción o falta de acción cuenta en términos de meses y años para superar el punto sin retorno climático global. Todo indica que no son posibles los acuerdos que apunten a adquirir o acentuar una supremacía global y ni siquiera a acuerdos de tipo win-win porque se estaría haciendo las cuentas sin la principal convidada a la mesa, siempre ignorada: la madre naturaleza. A estas alturas está claro que el mundo se ha quedado sin los rieles del crecimiento eterno, de los aumentos continuos de ingresos. Solo un gran pacto de no beligerancia, de respeto a la naturaleza y de reducción acelerada de la contaminación global puede salvarnos de una hecatombe. Todo otro escenario es ridículo, absurdo, torpe, aniquilador de los fundamentos de vida para toda la humanidad. Por ello, hasta resulta ridículo contrastar posiciones políticas, criticarlas, porque todo ello no sirve, sólo son prolegómenos de nuevos y acelerados desastres. Se cambia el chip totalmente o perecemos estrepitosamente… en el curso de este siglo.]

Estados Unidos, prácticamente solo en el mundo, está defendiendo al gobierno de extrema derecha de Netanyahu.

Estados Unidos puede y debe responsabilizar a China por sus violaciones de los derechos humanos. Pero las preocupaciones de Washington por los derechos humanos son más bien selectivas. Arabia Saudita es una monarquía absoluta controlada por una familia que vale más de un billón de dólares. Allí ni siquiera existe la pretensión de democracia; Los ciudadanos no tienen derecho a disentir ni a elegir a sus líderes. Las mujeres son tratadas como ciudadanas de segunda clase. Los derechos de los homosexuales son prácticamente inexistentes. La población inmigrante en Arabia Saudita a menudo se ve forzada a la esclavitud moderna, y recientemente ha habido informes de asesinatos masivos de cientos de migrantes etíopes por parte de las fuerzas sauditas. Uno de los pocos disidentes prominentes del país, Jamal Khashoggi, dejó una embajada saudí hecha pedazos en una maleta después de ser asesinado por agentes saudíes en un ataque que las agencias de inteligencia estadounidenses concluyeron que fue ordenado por el príncipe heredero Mohammed bin Salman, el gobernante de facto de Arabia Saudita. Sin embargo, a pesar de todo eso, Washington continúa proporcionando armas y apoyo a Arabia Saudita, como lo hace con Egipto, India, Israel, Pakistán y los Emiratos Árabes Unidos, todos países que habitualmente pisotean los derechos humanos.

No es solo el aventurerismo militar estadounidense y el respaldo hipócrita a los tiranos lo que ha demostrado ser contraproducente. Lo mismo han ocurrido con los acuerdos comerciales internacionales en los que Washington ha entrado en las últimas décadas. Después de que a los estadounidenses comunes se les dijera, año tras año, lo peligrosos y terribles que eran los comunistas de China y Vietnam, y cómo Estados Unidos tenía que derrotarlos sin importar el costo, resulta que las corporaciones estadounidenses tenían una perspectiva diferente. A las principales multinacionales con sede en Estados Unidos les encantó la idea del "libre comercio" con estos países autoritarios y aceptaron la oportunidad de contratar trabajadores empobrecidos en el extranjero por una fracción de los salarios que pagaban a los estadounidenses. Por lo tanto, con el apoyo bipartidista y el apoyo del mundo corporativo y los principales medios de comunicación, Washington forjó acuerdos de libre comercio con China y Vietnam.

Los resultados han sido desastrosos. En las aproximadamente dos décadas que siguieron a estos acuerdos, más de 40.000 fábricas en Estados Unidos cerraron, alrededor de dos millones de trabajadores perdieron sus empleos y los estadounidenses de clase trabajadora experimentaron un estancamiento salarial, incluso cuando las corporaciones ganaron miles de millones y los inversores fueron recompensados con creces. Más allá del daño causado en el país, estos acuerdos también contenían pocas normas para proteger a los trabajadores o el medio ambiente, lo que provocó impactos desastrosos en el extranjero. El resentimiento de estas políticas comerciales entre los estadounidenses de clase trabajadora ayudó a impulsar el ascenso inicial de Trump y continúa beneficiándolo hoy.

LAS PERSONAS POR ENCIMA DE LOS BENEFICIOS

La política exterior estadounidense moderna no siempre ha sido miope y destructiva. A raíz de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de la guerra más sangrienta de la historia, Washington optó por aprender las lecciones de los acuerdos punitivos posteriores a la Primera Guerra Mundial. En lugar de humillar a Alemania y Japón, enemigos derrotados en tiempos de guerra, cuyos países yacían en ruinas, Estados Unidos lideró un programa masivo de recuperación económica multimillonaria y ayudó a convertir sociedades totalitarias en democracias prósperas. Washington encabezó la fundación de las Naciones Unidas y la implementación de las Convenciones de Ginebra para evitar que los horrores de la Segunda Guerra Mundial volvieran a ocurrir y para garantizar que todos los países se rigieran por los mismos estándares en materia de derechos humanos. En la década de 1960, el presidente John F. Kennedy lanzó el Cuerpo de Paz para apoyar la educación, la salud pública y el espíritu empresarial en todo el mundo, construyendo conexiones humanas y promoviendo proyectos de desarrollo local. En este siglo, Bush lanzó el Plan de Emergencia del Presidente para el Alivio del SIDA, conocido como PEPFAR, que ha salvado más de 25 millones de vidas, principalmente en el África subsahariana, y la Iniciativa del Presidente contra la Malaria, que ha evitado más de 1.500 millones de casos de malaria.

Si el objetivo de la política exterior es ayudar a crear un mundo pacífico y próspero, el establishment de la política exterior debe replantearse fundamentalmente sus supuestos. Gastar billones de dólares en guerras interminables y contratos de defensa no va a abordar la amenaza existencial del cambio climático o la probabilidad de futuras pandemias. No va a alimentar a los niños hambrientos, ni a reducir el odio, ni a educar a los analfabetos, ni a curar enfermedades. No va a ayudar a crear una comunidad global compartida ni a disminuir la probabilidad de guerra. En este momento crucial de la historia de la humanidad, Estados Unidos debe liderar un nuevo movimiento global basado en la solidaridad humana y las necesidades de los pueblos que luchan. Este movimiento debe tener el coraje de enfrentarse a la codicia de la oligarquía internacional, en la que unos pocos miles de multimillonarios ejercen un enorme poder económico y político.

La política económica es la política exterior. Mientras las corporaciones ricas y los multimillonarios tengan un dominio absoluto sobre nuestros sistemas económicos y políticos, las decisiones de política exterior se guiarán por sus intereses materiales, no por los de la gran mayoría de la población mundial. Es por eso que Estados Unidos debe abordar la indignación moral y económica de la desigualdad de ingresos y riqueza sin precedentes, en la que el uno por ciento más rico del planeta posee más riqueza que el 99 por ciento más pobre, una desigualdad que permite que algunas personas sean propietarias de docenas de casas, aviones privados e incluso islas enteras, mientras millones de niños pasan hambre o mueren de enfermedades fácilmente prevenibles. Los estadounidenses deben liderar a la comunidad internacional en la eliminación de los paraísos fiscales que permiten a los multimillonarios y a las grandes corporaciones ocultar billones de dólares en riqueza y evitar pagar su parte justa de impuestos. Eso incluye sancionar a los países que sirven como refugios fiscales y utilizar la importante influencia económica de Estados Unidos para cortar el acceso al sistema financiero estadounidense. Se estima que entre 21 y 32 billones de dólares en activos financieros se encuentran en paraísos fiscales en la actualidad, según la Red de Justicia Fiscal. Esta riqueza no beneficia en nada a las sociedades. No se grava con impuestos y ni siquiera se gasta, simplemente garantiza que los ricos se hagan más ricos.

Muchos contratistas de defensa ven la guerra en Ucrania principalmente como una forma de llenarse los bolsillos.

Washington debe desarrollar acuerdos comerciales justos que beneficien a los trabajadores y a los pobres de todos los países, no solo a los inversores de Wall Street. Esto incluye la creación de disposiciones laborales y ambientales sólidas y vinculantes con mecanismos claros de aplicación, así como la eliminación de las protecciones a los inversores que facilitan la subcontratación de trabajos. Estos acuerdos deben negociarse con el aporte de los trabajadores, el pueblo estadounidense y el Congreso de Estados Unidos, en lugar de solo los cabilderos de las grandes corporaciones multinacionales, que actualmente dominan el proceso de negociación comercial.

Estados Unidos también debe recortar el exceso de gasto militar y exigir que otros países hagan lo mismo. En medio de enormes desafíos ambientales, económicos y de salud pública, los principales países de este mundo no pueden permitir que los enormes contratistas de defensa obtengan ganancias récord mientras proporcionan al mundo armas utilizadas para destruirse unos a otros. Incluso sin gastos suplementarios, Estados Unidos planea dedicar alrededor de 900.000 millones de dólares a las fuerzas armadas este año, casi la mitad de los cuales se destinarán a un pequeño número de contratistas de defensa que ya son altamente rentables.

Al igual que la mayoría de los estadounidenses, creo que es de interés vital para Estados Unidos y la comunidad internacional luchar contra la invasión ilegal de Ucrania por parte del presidente ruso Vladimir Putin. Pero muchos contratistas de defensa ven la guerra principalmente como una forma de llenarse los bolsillos. RTX Corporation, anteriormente Raytheon, ha multiplicado por siete los precios de sus misiles Stinger desde 1991. Hoy en día, a Estados Unidos le cuesta 400.000 dólares reemplazar cada Stinger enviado a Ucrania, un aumento de precio escandaloso que no puede explicarse ni remotamente por la inflación, el aumento de los costos o los avances en la calidad. Tal codicia no solo le cuesta a los contribuyentes estadounidenses; cuesta vidas ucranianas. Cuando los contratistas aumentan sus ganancias, menos armas llegan a los ucranianos en el frente. El Congreso debe frenar este tipo de especulación bélica examinando más de cerca los contratos, retirando los pagos que resulten ser excesivos y creando un impuesto sobre las ganancias extraordinarias.

Mientras tanto, Washington debe dejar de socavar las instituciones internacionales cuando sus acciones no se alinean con sus intereses políticos a corto plazo. Es mucho mejor para los países del mundo debatir y discutir sus diferencias que lanzar bombas o participar en conflictos armados. Estados Unidos debe apoyar a la ONU pagando sus cuotas, comprometiéndose directamente en la reforma de la ONU y apoyando a los organismos de la ONU como el Consejo de Derechos Humanos. Estados Unidos también debería unirse finalmente a la Corte Penal Internacional en lugar de atacarla cuando emite veredictos que Washington considera inconvenientes. El presidente Joe Biden tomó la decisión correcta al reincorporarse a la Organización Mundial de la Salud. Ahora Estados Unidos debe invertir en la OMS, fortalecer su capacidad para responder rápidamente a las pandemias y trabajar con ella para negociar un tratado internacional sobre pandemias que priorice las vidas de los pobres y los trabajadores de todo el mundo, no las ganancias de las grandes farmacéuticas.

SOLIDARIDAD AHORA

Los beneficios de hacer este cambio en la política exterior superarían con creces los costos. Un apoyo más consistente de Estados Unidos a los derechos humanos haría más probable que los malos actores se enfrenten a la justicia, y menos probable que cometieran abusos contra los derechos humanos en primer lugar. El aumento de las inversiones en el desarrollo económico y la sociedad civil sacaría a millones de personas de la pobreza y fortalecería las instituciones democráticas. El apoyo de Estados Unidos a las normas laborales internacionales justas aumentaría los salarios de millones de trabajadores estadounidenses y de miles de millones de personas en todo el mundo. Hacer que los ricos paguen sus impuestos y tomar medidas enérgicas contra el capital extraterritorial desbloquearía recursos financieros sustanciales que podrían ponerse a trabajar para abordar las necesidades globales y ayudar a restaurar la fe de la gente en que las democracias pueden cumplir.

Por encima de todo, como la democracia más antigua y poderosa del mundo, Estados Unidos debe reconocer que nuestra mayor fortaleza como nación no proviene de nuestra riqueza o nuestro poderío militar, sino de nuestros valores de libertad y democracia. Los mayores desafíos de nuestro tiempo, desde el cambio climático hasta las pandemias mundiales, requerirán cooperación, solidaridad y acción colectiva, no militarismo.

[El problema número uno se llama EEUU, pues el único argumento que podría servir para ejercer una presión suficiente para que los gallos de pelea de todo el mundo abandonen sus carreras agresivas, armamentísticas y delictivas radica en la lucha global y resuelta contra el calentamiento global. Pero EEUU no termina de creer en esos argumentos. Trump de vuelta en la Casa Blanca, y pronto EEUU estaría nuevamente al margen de todo acuerdo de Paris y de los esfuerzos globales que ni terminan de nacer. En suma, parece ser que la única vía de evitar un mundo tan revuelto radica en buscar la cooperación global para lo cual la lucha contra el CC y el CG es una exigencia indispensable, pero EEUU no termina de asumir su propio reto, menos de ponerse a la vanguardia de ese proceso. EEUU está sitiado y ahogado por el poder de las corporaciones, las súper langostas de este mundo. Da la impresión que, a su lado, el poder chino o ruso son asuntos de menor importancia.

La conclusión es rotunda y categórica: sin cambios muy profundos en EEUU, en lo referente a sus corporaciones y a su sociedad desbocada y extraviada, el mundo no tiene solución, pues las demás potencias siguen en la edad media.]


Bernie Sanders: A Revolution in American Foreign Policy (foreignaffairs.com)

https://www.foreignaffairs.com/united-states/revolution-american-foreign-policy-bernie-sanders