02 septiembre 2013

LA PAZ ETERNA DE IMMANUEL KANT


Carlos Rodrigo Zapata C. (*)

El filósofo alemán Immanuel Kant, allá por el año 1795 en su ciudad natal de Könisberg, decidió reflexionar de modo sistemático acerca de la posibilidad de alcanzar la paz eterna en el mundo, un estado en el que la guerra, los conflictos y las desavenencias pudieran quedar desterrados para siempre de la sociedad humana.
Luego de largas cavilaciones llegó a conclusiones poco satisfactorias para la finalidad que se había propuesto. Descubrió que sólo un gobierno universal, organizado sobre la base de leyes de alcance igualmente universal sería un fundamento básico para aspirar a ese fin. No obstante ello, observó que las condiciones en nuestro planeta no ofrecían la menor oportunidad de arribar a esa meta debido sobre todo a los distintos intereses en pugna y a las rivalidades entre estados.
Cuando todo hace suponer que concluirá su escrito ("Zum ewigen Frieden", 1795) con una colección de vaticinios pesimistas acerca de la imposibilidad de la paz eterna y que nos dejará con más dudas y preguntas que al principio de su reflexión, Kant nos sorprende con una exhortación inesperada, portadora de esperanza de paz.
Kant considera que la paz eterna no es posible, pero sí, y en cada instante, es posible crear el fundamento de la paz futura. Dado que él estima que el estado habitual ("Naturzustande") de la sociedad humana es un estado de conflagración, guerra y conflicto, aconseja apostar en favor de la paz futura con la siguiente reflexión: "En medio del fragor de la contienda aún debe quedar algún resto de confianza en el modo de pensar del adversario, pues de otro modo tampoco podrá acordarse la paz futura entre los adversarios de antaño". Si el adversario no es capaz de renunciar al empleo de métodos infames en la contienda, ¿cómo podría creerse que éste aún respeta algún principio o norma ética de convivencia, cómo podría confiarse en su intención de una paz futura?.
Mantener algún "resto de confianza en el modo de pensar del adversario" es el único elemento práctico que Kant consigue rescatar a lo largo de su reflexión y que aún hoy podemos aprovechar como plenamente certera para enrumbar nuestros conflictos, en aras de una paz futura, en la que también deberemos convivir con nuestros adversarios.
Si bien la reflexión kantiana se limita a las relaciones entre los estados, es posible extender la misma a las relaciones entre grupos y facciones de toda índole. Restarle toda buena fe a la conducta de los rivales y adversarios (sean estos políticos, económicos, culturales, etc.) es un acto que presupone que la paz es un bien público que se produce y reproduce por generación espontánea. Kant considera que la paz debe ser creada ("gestieftet") y recreada constantemente, y que la confianza no nace sólo del ánimo y predisposición natural de los seres humanos de confiar, sea en aras de la paz futura o de evitar conflictos, sino y principalmente del respeto a un marco legal mínimo al cual se sujeten los individuos. 
Cómo traducir esa conclusión de Kant a nuestra época en la que "mantener un resto de confianza en el modo de pensar del adversario" aparece como una actitud anticuada y empolvada por la pátina del tiempo? En nuestra sociedad esa actitud se hace sospechosa no sólo de debilidad y flaqueza, sino también de complicidad. ¿Acaso somos infalibles y consideramos en nuestra conducta el supremo bien de la paz como norma permanente, acaso estamos dispuestos a sacrificar ventajas de cualquier índole en aras de esa paz futura ?. Si definimos el conflicto como la existencia de lógicas antagónicas que coexisten en el mismo tiempo y espacio, y aceptamos que sólo la modificación aunque sea parcial de las mismas nos permitirá reducir o eliminar el conflicto subyacente, entonces tendremos que aceptar todas las fórmulas que nos ayuden a modificar esas lógicas.
Kant nos dice que en última instancia será ese "resto de confianza en el modo de pensar del adversario" en medio del fragor de la contienda el instrumento que nos permitirá sentar las bases de una paz futura. No nos dice que la paz retornará de inmediato, tampoco que la contienda desaparecerá como por encanto, menos que las "razones" que la motivaron dejarán de existir. Nos señala únicamente un camino para modificar las bases que le dieron vida, y ni siquiera eso, nos enseña que comunicarle al adversario que aún queda un hálito de humanidad en nosotros es el fundamento de una paz futura. Ese es el mensaje de Kant, el racionalista y humanista alemán que no le confiaba mucho al ser humano lo que podría hacer con sus congéneres.
La conclusión válida para nosotros y nuestro tiempo es que no debemos esperar que las voluntades de las partes en conflicto se hallen continuamente dispuestas a ceder en sus posiciones y a confiar ilimitadamente en el modo de pensar del adversario. Es necesario crear el marco de respeto legal en que la convivencia humana tiene lugar, pues sólo la combinación de ambos -voluntad de confiar en el adversario y respeto a los derechos ciudadanos- puede ser la base de una convivencia humana fundada en la paz.


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(*) Publicado el 7 de enero de 1993 en la columna “Claraboya” de Ultima Hora, La Paz, Bolivia.   E-mail: carlosrodrigozapata@gmail.com; Twitter: @CharlsZapata