Carlos Rodrigo Zapata C. (*)
Comprender el lugar que ocuparon las mujeres
en el proceso de formación y desarrollo del capitalismo es sin duda un asunto
de gran trascendencia, ya que nos permite identificar una diversidad de vacíos
que se han registrado en el estudio de este modo de producción que al presente
ya se ha extendido por sobre todas las sociedades del orbe.
Los temas que destaca Adriana Montenegro en su artículo MUJERES Y CAPITALISMO[i] permiten identificar
justamente algunos vacíos que al presente siguen pasando de largo, como por
ejemplo el hecho que en ningún momento se intentó incluir explícitamente a la mujer en el
concepto de homo oeconomicus o que la
revolución francesa que proclamaba los derechos del hombre, realmente solo
pensaba en el hombre, y no en los derechos de la mujer.
En este marco resulta crucial comprender la
función que se les asignó a las mujeres en las primeras etapas de formación del
capitalismo y hasta el presente. Podríamos decir que las mujeres fueron destinadas al
frente de la reproducción y el cuidado familiar o como dice Montenegro,
siguiendo a Federici, “en el proceso de acumulación originaria del capital, el
Estado necesitaba disciplinar a las mujeres para asegurarse de que cumplan su
papel reproductor, y además, completar el círculo con la devaluación de su
trabajo” y agrega: “si el capitalista hubiese tenido que pagar en algún momento
por el trabajo reproductivo que le permite contar con mano de obra (entiéndase
reproductivo en un sentido amplio, que implica no solamente la reproducción
biológica sino el cuidado y trabajo que requiere la conservación del capital
humano), la plusvalía sería inviable”.
Lugar de
las mujeres en la función de producción capitalista
En efecto, si seguimos críticamente las
reflexiones de Marx sobre la acumulación y la generación de plusvalía, no
podemos más que estar de acuerdo con este enfoque. La clave de la acumulación
radica en la plusvalía relativa, que depende esencialmente de dos factores: del
incremento incesante de la capacidad productiva (Marx la llama “la fuerza productiva del trabajo”) y de los costos de reproducción
de la fuerza de trabajo (que corresponden al “valor de la fuerza de trabajo…
determinado por los valores de las mercancías”, según Marx).
Al colocar Marx a los hombres (con trabajo
remunerado) tanto en el frente de la producción como en el de la reproducción,
no repara que en los largos siglos que tomó el capitalismo en cristalizar y
llegar a su fase industrial no existían las capacidades productivas que
permitan reducir los costos de reproducción significativamente, ya que éstas se
fueron desarrollando muy lenta y desigualmente.[ii]
Por esta razón queda claro que Marx no explica
cómo podía ser posible la plusvalía relativa en el periodo anterior a la
maquinización de la producción, mucho más en una etapa en que dicho desarrollo
aún estaba en ciernes, razón por la que las que en realidad fueron colocadas en
el frente de la reproducción y los cuidados fueron las mujeres (sin
remuneración), conformando de ese modo en conjunto la función real de
producción del orden capitalista: los hombres en el frente de la producción y
las mujeres en el frente de la reproducción.
Es necesario observar que este modo de incluir a la mujer en el proceso de acumulación capitalista tenía varias razones. La principal radica a nuestro juicio en satisfacer una condición imprescindible para el proceso de acumulación global, especialmente en sus primeras etapas. Consistía en contar con el pleno concurso de la mujer en el frente de la reproducción como apoyo al frente de la producción, sin que ello genere costos adicionales al capitalista. Otra razón clave radicaba en lograr de este modo y al mismo tiempo que la mujer permanezca recluida en el ámbito doméstico y no se presente al mercado de trabajo en busca de empleo.
Es necesario observar que este modo de incluir a la mujer en el proceso de acumulación capitalista tenía varias razones. La principal radica a nuestro juicio en satisfacer una condición imprescindible para el proceso de acumulación global, especialmente en sus primeras etapas. Consistía en contar con el pleno concurso de la mujer en el frente de la reproducción como apoyo al frente de la producción, sin que ello genere costos adicionales al capitalista. Otra razón clave radicaba en lograr de este modo y al mismo tiempo que la mujer permanezca recluida en el ámbito doméstico y no se presente al mercado de trabajo en busca de empleo.
Esta combinación de razones es crucial en las fases iniciales de estructuración del capitalismo, ya que de este
modo la mujer prestaba valiosos servicios en el proceso de acumulación
capitalista por activa y por pasiva, ya que a su aporte activo y denodado en las
tareas de cuidado y reproducción en el ámbito doméstico, se agregaba el hecho de no
ofrecer su fuerza de trabajo en el mercado laboral.
Esta función pasiva también fue vital para
hacer viable el proceso de acumulación capitalista, ya que de no haber ocurrido
de ese modo, múltiples inconvenientes y conflictos podrían haber surgido.
Para comprender la importancia de este otro
aporte de la mujer es crucial tomar en cuenta que el proceso de formación del
capitalismo demoró siglos desde su emergencia a fines del siglo XV, según
consigna Marx, hasta llegar a su fase de industrialización a fines del siglo
XVIII, período sin el cual el propio modo de producción capitalista no habría
podido continuar su existencia, presa de sus propias contradicciones.
La
‘proto industrialización’, el eslabón crítico en el proceso de formación del
modo de producción capitalista
Esos tres siglos que separan sus orígenes del
momento de la revolución industrial han sido estudiados por historiadores, economistas y
muchos otros cientistas sociales bajo el concepto de la ‘proto
industrialización’, es decir, el proceso centenario que transformó la pequeña
producción artesanal y campesina en talleres de producción y luego en pequeñas
fábricas organizadas en base a los conceptos de la división del trabajo y la
especialización.
No es este el lugar para detallar dicho proceso, pero su estudio y comprensión es sin duda clave para comprender el proceso de formación del capitalismo, el lugar que se le asignó a la mujer en dicho proceso e incluso para entender porqué el capitalismo en América Latina nunca tuvo la capacidad de desatar las fuerzas productivas que si logró desplegar en su lugar de nacimiento, principalmente Inglaterra, Flandes, Holanda y luego en muchas otras partes del mundo.[iii]
No es este el lugar para detallar dicho proceso, pero su estudio y comprensión es sin duda clave para comprender el proceso de formación del capitalismo, el lugar que se le asignó a la mujer en dicho proceso e incluso para entender porqué el capitalismo en América Latina nunca tuvo la capacidad de desatar las fuerzas productivas que si logró desplegar en su lugar de nacimiento, principalmente Inglaterra, Flandes, Holanda y luego en muchas otras partes del mundo.[iii]
El punto que si es necesario destacar tiene
que ver con dos procesos paralelos: el proceso que desembocó en la conformación
de la fábrica y el desarrollo técnico que hizo posible la revolución industrial, sin el cual el mismo capitalismo nunca habría
tenido las condiciones necesarias y suficientes para proseguir su camino, y la
paulatina separación del trabajador de los medios de producción, llamado
acumulación originaria en la terminología de Marx.
Como consecuencia de dichos procesos,
históricamente se fue desarrollando un peligroso contrapunto entre la
separación de los trabajadores de sus medios de producción y el lento
surgimiento de la industria como un nuevo sector capaz de generar nuevas
oportunidades de empleo para la creciente masa de la fuerza de trabajo
empobrecida.
Mientras más demoraba en surgir ese nuevo sector y más crecían los contingentes humanos atrapados por ese proceso de separación de los medios de producción, más crecía la presión sobre los mercados de trabajo, cada vez más de carácter urbano, producto de las crecientes migraciones que se fueron dando desde el campo a los villorrios y ciudades emergentes.
Mientras más demoraba en surgir ese nuevo sector y más crecían los contingentes humanos atrapados por ese proceso de separación de los medios de producción, más crecía la presión sobre los mercados de trabajo, cada vez más de carácter urbano, producto de las crecientes migraciones que se fueron dando desde el campo a los villorrios y ciudades emergentes.
Victorian Poorhouse |
En este punto es cuando intervienen las autoridades. Por decretos reales se dispuso particularmente en Inglaterra
múltiples formas de contener y controlar esa fuerza de trabajo ansiosa y urgida
de encontrar medios de vida, en este caso, empleo que le permita ganarse el
sustento mínimo. Las leyes de pobres, las disposiciones que obligaban a aceptar
un trabajo, el que sea, bajo sanciones de todo tipo, la prohibición de mendigar,
las disposiciones contra el vagabundaje, los feroces castigos, las despiadadas
sanciones, incluso el castigo con la muerte a los reincidentes, son algunas de
las disposiciones que se dictaron y aplicaron especialmente en los siglos XVI y
XVII, como ha reseñado Marx en su famoso capítulo sobre la acumulación
originaria.[iv]
De estos modos se procuraba controlar los
desbordes que ya se habían puesto de manifiesto de diversas formas.
Cuánto tiempo más habría soportado la gente desplazada, depauperada y desposeída ese estado de cosas, es muy difícil saber. El hecho es que en este estado de cosas, lograr controlar a la mitad de la fuerza de trabajo que también se hallaba en esa misma situación, resultaba fundamental para evitar que las cosas se desborden. Por ello, el control de las mujeres, mantenerlas recluidas en sus ámbitos domésticos, era una tarea de primera importancia por lo que resultaban cruciales todas las formas que se emplearon para ejercer presión sobre ellas, de devaluar su trabajo, de reducir su ámbito laboral a tareas domesticas y de cuidado, como subraya Montenegro. En este marco, también es oportuno destacar la función clave que jugó la caza de brujas, acción con la que se “trató de destruir el control que las mujeres habían ejercido sobre su función reproductiva y que sirvió para allanar el camino al desarrollo de un régimen patriarcal más opresivo”.[v]
Cuánto tiempo más habría soportado la gente desplazada, depauperada y desposeída ese estado de cosas, es muy difícil saber. El hecho es que en este estado de cosas, lograr controlar a la mitad de la fuerza de trabajo que también se hallaba en esa misma situación, resultaba fundamental para evitar que las cosas se desborden. Por ello, el control de las mujeres, mantenerlas recluidas en sus ámbitos domésticos, era una tarea de primera importancia por lo que resultaban cruciales todas las formas que se emplearon para ejercer presión sobre ellas, de devaluar su trabajo, de reducir su ámbito laboral a tareas domesticas y de cuidado, como subraya Montenegro. En este marco, también es oportuno destacar la función clave que jugó la caza de brujas, acción con la que se “trató de destruir el control que las mujeres habían ejercido sobre su función reproductiva y que sirvió para allanar el camino al desarrollo de un régimen patriarcal más opresivo”.[v]
En este contexto se puede
apreciar la trascendencia estratégica que tuvieron las movidas desplegadas contra las
mujeres para someterlas a determinados ámbitos y mantenerlas vinculadas a
determinadas tareas, puesto que ese mismo tipo de estrategias se usó para
evitar la concentración de desocupados en busca de empleos, como vimos al
referirnos a las medidas aplicadas para mantener “despejados” los mercados de
trabajo.
Ninos-trabajadores-de-una-fabrica-en-la-Inglaterra-victoriana |
Esta estrategia de mantener a las mujeres apartadas del mercado de trabajo y evitar la concentración de los desposeídos en los mercados urabanos, también se empleo en otros casos. Es el caso de las cooperativas de producción que se impulsaron en Europa en el siglo XIX y que fueron consideradas la solución a la “cuestión social”, expresión con la que se trataba el problema de desempleo y depauperación como consecuencia del proceso de separación de los trabajadores de sus condiciones de producción, ahora adicionalmente acentuado por la revolución industrial. Ferdinand Lasalle, uno de los impulsores de la social democracia alemana, planteó la tesis hacia 1860 que la creación de cooperativas de producción era una forma de retiro o repliegue de trabajadores del mercado de trabajo, lo cual permitiría que suban los salarios de los trabajadores en el sector capitalista, aunque también podríamos decir que era una forma de reducir la presión sobre el mercado de trabajo, siempre que se logren conformar dichas cooperativas. Apenas unas tres décadas después de esos planteamientos, el movimiento obrero consideró que las cooperativas de producción habían traicionado sus principios, ya que seguían prolongando la jornada de trabajo en circunstancias en que los trabajadores en empresas capitalistas ya la habían reducido.
Epílogo
Estas notas apuntan a brindar algunos
elementos adicionales al marco de circunstancias en que se produjo el proceso
de sometimiento de la mujer y de reclusión de la misma en el ámbito doméstico
encargada de las tareas de reproducción y cuidado.
Son múltiples las consecuencias que dicha
reclusión ha ocasionado sobre la vida de las mujeres, al punto que cabe
preguntarse como lo hace vigorosamente Montenegro en uno de los subtítulos de su artículo:
“¿Dónde estábamos nosotras mientras la historia sucedía?”.
Hoy en día han empezado a cambiar diversas
condiciones en torno a la mujer, aunque no en la medida ni con la rapidez que debería acontecer.
Todo dependerá, como siempre, de las formas de organización y lucha que asuman
las mujeres y todos quienes pretendemos un mundo más justo y más humano para
todos.
_____________
(*) Economista, especialista en planificación regional. Catedrático de "Desarrollo del Capitalismo", Carrera de Sociología, UMSA.
[i] Ver,
Adriana Montenegro. MUJERES Y CAPITALISMO, http://yapukamani.blogspot.com/2017/12/mujeres-y-capitalismo.html
[ii] Ver K. Marx, El Capital, Tomo I, capítulo
X, La plusvalía relativa: “El total de los medios de vida necesarios está
formado por diversas mercancías, producto de distintas industrias, y el valor
de cada una de estas mercancías no es nunca más que una parte alícuota del
valor de la fuerza de trabajo. Este valor disminuye al disminuir el tiempo de
trabajo necesario para su reproducción, y la disminución total de éste equivale
a la suma de las disminuciones experimentadas por todas aquellas ramas de
producción. Para los efectos de nuestro análisis, este resultado general es
considerado como si fuese resultado inmediato y fin inmediato en cada caso
concreto. Cuando, por ejemplo, un determinado capitalista abarata las camisas
intensificando la capacidad productiva del trabajo, no es necesario que su
intención sea, ni mucho menos, disminuir proporcionalmente el valor de la
fuerza de trabajo y, por tanto, el tiempo de trabajo necesario, pero sólo contribuyendo
de algún modo a este resultado contribuirá a elevar la cuota general de
plusvalía”.
[iii] En el capítulo XII del Tomo I de El
Capital, Marx se refiere a la División del Trabajo y Manufactura.
[iv] Ver:
K. Marx, El Capital, Tomo I, capítulo XXIV LA LLAMADA ACUMULACION ORIGINARIA.
[v] S.
Federeci, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva. Traficantes
de Sueños. p. 26.