12 diciembre 2017

MUJERES Y CAPITALISMO


Adriana Montenegro Oporto (*)


La mayor parte de lo que conocemos como historia y teoría económica, al tomar como base de su análisis al homo economicus, ignora (aunque podría intentar no hacerlo explícitamente) las particulares condiciones y contribuciones económicas de las mujeres. Cuando éstas son incorporadas al análisis, su incorporación suele hacerse desde una perspectiva estereotipada de la naturaleza de sus relaciones sociales y económicas: Son tratadas como esposas y madres dentro de una familia nuclear considerada una institución armoniosa; como trabajadoras menos productivas que los hombres en el trabajo de mercado y como dependientes económicamente de sus maridos (Carrasco, 2006). Si bien estos son roles tradicionalmente asumidos por las mujeres, no son los únicos, y no podemos ignorar, por ejemplo, la importancia de las grandes masas de trabajadoras textiles que participaron en la Revolución Industrial o la Revolución Rusa, o el papel fundamental que tuvieron las mujeres de los mercados parisinos cuando realizaron sobre Versalles la “marcha por el pan” durante la Revolución Francesa, sólo por mencionar algunos acontecimientos. 
 La marcha sobre Versalles por la escasez del pan.

Proponernos analizar el papel de la mujeres en el desarrollo del capitalismo es una manera de cuestionar el sesgo androcéntrico de la economía que se evidencia por un lado, en su virtual desaparición en toda la historiografía relacionada al tema, y por el otro, en las representaciones teóricas centradas en el mercado, donde se omite la importancia de las actividades no remuneradas o sin valoración mercantil, orientadas fundamentalmente al cuidado y reproducción de la vida humana, y realizadas a lo largo de la historia mayoritariamente por las mujeres.


¿Dónde estábamos nosotras mientras la historia sucedía?

Como sabemos, los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX señalan la transición de la edad moderna a la contemporánea, caracterizada por el desarrollo científico y técnico, y fundamentada sobre tres pilares: el racionalismo, el empirismo y el utilitarismo. Un nuevo mundo, anunciado teóricamente por los filósofos de la Ilustración, fue posible gracias a dos procesos revolucionarios: Por un lado, las revoluciones políticas que derribaron el absolutismo y sentaron un embrión de democracia y la revolución industrial que transformaría los métodos tradicionales de producción en formas de producción masiva (Varela, 2008).

Las revoluciones fueron posibles porque, además de una serie de razones económicas objetivas -malas cosechas, hambrunas, fluctuaciones demográficas y económicas, alza de los precios-, comenzaba una nueva forma de pensar.  Por primera vez en la historia se defienden los principios de igualdad y ciudadanía, cristalizados el 28 de agosto de 1789, cuando se proclama en Francia la Declaración de los Derechos del Hombre, aunque tal como anota Ana De Miguel, cuando escribieron “hombre” no querían decir ser humano o persona, se referían exclusivamente a los varones, puesto que ninguno de esos derechos fue reconocido para las mujeres: “Las mujeres de la Revolución Francesa observaron con estupor cómo el nuevo Estado revolucionario no encontraba contradicción alguna en pregonar a los cuatro vientos la igualdad universal y dejar sin derechos políticos a todas las mujeres”.

Esta situación fue notada por pensadoras como Olimpia de Gouges y Mary Wollstonecraft, pero también por muchas otras mujeres que en aquella época comenzaban a vivir de forma distinta, cuestionando su reclusión obligatoria en la esfera doméstica.  Ellas exigieron el derecho a la educación, al trabajo, al voto, además de la protección de sus intereses dentro del matrimonio y respecto a los hijos. A todas estas mujeres, que integraron lo que se conoce como Primera Ola del Feminismo, les esperaría la muerte por sus vindicaciones, y unos años más tarde, el Código de Napoleón, imitado después por toda Europa, exigiría en su artículo 321 la obediencia de la mujer al marido, quedando consagrada la minoría de edad perpetua de las mujeres en lo civil y económico: “Eran consideradas hijas o madres en poder de sus padres, esposos e incluso hijos.  No tenían derecho a administrar su propiedad, fijar o abandonar su domicilio, ejercer la patria potestad, mantener una profesión o emplearse sin permiso, […] (tampoco podían) rechazar a su padre o marido violentos” (Valcárcel, 2001).

Spinning Jenny - invented in 1764 by James Hargreaves
Sin embargo, cabe señalar que en la heterogeneidad de condiciones entre las mujeres, no todas enfrentaron el mismo tipo de problemas. Mientras las mujeres burguesas eran, mediante estas leyes, confinadas a sus hogares, la situación de las mujeres campesinas era muy diferente: para ellas, quedarse en casa no era una posibilidad, el hambre las expulsaba de sus hogares en busca de trabajo, por muy precario que éste fuera. Dos hitos tecnológicos de la Revolución Industrial son fundamentales para entender la incorporación femenina al campo laboral: La invención de la máquina a vapor, que al intensificar la producción hizo que se requieran mayor número de obreros, convirtiendo a la mujer en un instrumento útil para el trabajo; y la invención de la máquina de hilar llamada “Spinning Jenny”, capaz de montar hasta 80 hilos y que podía ser puesta en marcha por una sola persona. En este contexto de crecimiento industrial, las campesinas pobres se dirigieron a las ciudades para emplearse como obreras desde una tempranísima edad. Sin embargo, a pesar de estar integradas al mercado, no lo estuvieron en igualdad de condiciones, sus salarios fueron siempre menores que los de los trabajadores varones, y estuvieron casi completamente concentradas en la industria textil y la de servicios domésticos, que eran entendidas como prolongaciones de sus típicas labores “naturales”.


La exclusión económica de las mujeres como base fundamental para el despegue del capitalismo

Entendemos que ningún proceso histórico surge de la nada, y que generalmente podemos encontrar justificaciones materiales para los hechos sociales e ideológicos. Por esto cabe preguntarnos de dónde salieron las medidas que excluyeron a las mujeres de la historia y el desarrollo económicos, y por qué las reproducimos. Foucault (1976) analiza los discursos sobre la diferenciación sexual en las sociedades modernas a partir del siglo XVII, donde sitúa el comienzo de las represiones propias de la sociedad burguesa en cuanto a la diferenciación sexual y que se aceleraron en el siglo XVIII con una “explosión discursiva en torno y a propósito del sexo”. Esto sucede debido a que el naciente Estado, en medio del auge industrial, comenzó a entender a la población (fuerza de trabajo) como riqueza, y por lo tanto, se dio a la tarea de “expulsar de la realidad las formas de sexualidad no sometidas a la economía estricta de la reproducción: decir no a las actividades infecundas, proscribir los placeres vecinos, reducir o excluir las prácticas que no tienen la generación como fin”, y para esto utilizaría sus dispositivos institucionales (pedagogía, religión, psiquiatría, etc) y emplearía estrategias discursivas para implantar la noción de la familia nuclear, clasificando ciertas prácticas sexuales como anómalas, controlando la procreación y sexualizando el cuerpo femenino para  “asegurar la población, reproducir la fuerza de trabajo, mantener la forma de las relaciones sociales y en síntesis, montar una sexualidad económicamente útil y políticamente conservadora”. Por lo tanto, la sexualidad, comúnmente pensada como un asunto natural y privado, empezó a construirse culturalmente de acuerdo a los objetivos políticos de la clase dominante.

Pensar la importancia que el disciplinamiento sexual y reproductivo - aspecto ignorado por los economistas e historiadores clásicos – tuvo para el desarrollo del capitalismo, es ya una ruptura considerable en los esquemas del análisis, pues cuando el trabajo se entiende como la principal fuente de riqueza, el control sobre las decisiones de las mujeres adquiere un nuevo significado. Este es un aspecto del capitalismo que ni siquiera Marx pudo reconocer a cabalidad, puesto que la producción se identifica generalmente con la industrialización, con las máquinas y la industria a gran escala, mientras que la procreación y el trabajo doméstico, parecerían ser el opuesto de la actividad industrial.

Federici (2004) analiza el objetivo de reproducción social como fundamental para la creación del discurso de género, pues en el proceso de acumulación originaria del capital, el Estado necesitaba disciplinar a las mujeres para asegurarse de que cumplan su papel reproductor, y además, completar el círculo con la devaluación de su trabajo; en este sentido, el género “se crea” para asegurar la supervivencia y hegemonía de clase, desprendiendo el Estado, con este fin, su aparato institucional cristalizado en la creación de normativas legales como la prohibición de que una mujer viva sola o que realice actividades económicas por su cuenta . Se generó, por otra parte, un amplio debate tanto en el ámbito culto como en el popular acerca de la naturaleza de las virtudes y los vicios femeninos, presentándose la delicadeza, debilidad, dependencia, irracionalidad, etc. como atributos de la feminidad, así como la realización de las labores domésticas y de cuidado como habilidades inherentes a la misma.

La misma autora, una de las intelectuales que más ha trabajado sobre el rol de las mujeres en el proceso de formación capitalista, remarca que sin la degradación del trabajo femenino, la acumulación originaria habría sido imposible: si el capitalista hubiese tenido que pagar en algún momento por el trabajo reproductivo que le permite contar con mano de obra (entiéndase reproductivo en un sentido amplio, que implica no solamente la reproducción biológica sino el cuidado y trabajo que requiere la conservación del capital humano), la plusvalía sería inviable. Una revisión de las condiciones en que se realiza este tipo de trabajo hoy en día, nos permitiría afirmar que la misma observación está aún vigente.



Bibliografía
CARRASCO, Cristina. La economía feminista: Una apuesta por otra economía. Estudios sobre género y economía, María Jesús Vara (coord.), Ed.
Akal, Madrid, 2006.

DE MIGUEL, Ana.  Feminismos, en Amorós, Celia (dir.).  10 palabras claves sobre mujer, Editorial Verbo Divino, Estella, 4ª ed., 2002.
FEDERICI, Silvia. Caliban and the Witch: Women, the Body and Primitive Accumulation. Autonomedia, 2014.
FOUCAULT, Michel. Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber. Siglo veintiuno editores, 1977.
LAURETIS, Teresa de. Technologies of gender: Essays on theory, film and fiction. Indiana University Press, 1987.

VALCÁRCEL, Amelia.  La memoria colectiva y los retos del feminismo. Serie “Mujer y desarrollo” CEPAL/ECLAC. Santiago de Chile, marzo de 2001.

VARELA, Nuria. Feminismo para principiantes. Ediciones B. Barcelona – España, octubre de 2008.


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(*) Adriana Montenegro Oporto es economista y al presente se halla cursando la carrera de sociología. Es militante feminista y se está especializando en temas de género. La Paz.