23 diciembre 2020

FIN DEL MUNDO. UN AJUSTE DE CUENTAS

 

Carlos Rodrigo Zapata C.

 

Resulta paradójica la forma en que nos vamos encaminando al fin del mundo, simplemente porque es angustiante e irónico a la vez. Ahora sí que ya nos quedó claro que la pasión y el apetito han triunfado sobre la racionalidad y el equilibrio. 

 


Posiblemente la explicación sea la misma que se ha dado para comprender las consecuencias de la propia labor depredadora del ser humano: así como la naturaleza no tuvo tiempo de adaptarse a la voracidad intempestiva y destructiva del homo sapiens, del mismo modo todo indica que nosotros tampoco hemos tenido el tiempo suficiente para “adaptarnos” a los cambios que nosotros mismos le hemos impuesto al medio que habitamos, de modo que aún antes de haber descubierto para qué estamos aquí, para qué somos buenos, ya estamos destruyendo nuestro hogar, todo porque aprendimos mal y demasiado tarde las reglas de la razón y apenas habíamos empezado a balbucear las del equilibrio. Es decir, también nosotros sucumbimos sí, el pasado ya es pertinente– víctimas de nuestra indómita capacidad destructiva.

A lo largo de la historia humana no dejamos de percibir esa nuestra energía destructiva, al punto que tuvimos que inventar toda una diversidad de formas de controlarla, limitarla, apaciguarla, pero nada. El castigo, la disciplina, la ley, la moral fueron algunos de los instrumentos a los que recurrimos, todo para no tropezarnos con nosotros mismos, pero nada de eso funcionó. El extremo de la negación de estas formas de controlar nuestros apetitos voraces y toda forma de destrucción lo podemos ver en esa serie de macabros atentados que se han multiplicado en los últimos años, donde el autor del atentado se auto inmola junto con sus víctimas. En la historia humana no habíamos tenido ejemplos más brutales y extremos de destrucción que el genocidio, pero esta forma de autodestrucción además es presentada como gozosa, puesto que los auto inmolados están convencidos que son ansiosamente esperados por su respectivo Señor en algún paraíso.

Si creíamos que el instinto de auto conservación era el medio de  preservación infalible de nuestra integridad física y mental, bueno ahora podemos darle la extrema unción y enterrarlo bajo mil capas, porque tampoco esa había sido nuestra última valla de auto protección.

El hecho es que no tenemos formas de cuidarnos, puesto que nuestra energía resulta demasiado violenta como para defendernos de nosotros mismos. Nos hemos convertido en nuestra principal amenaza, al punto que estas notas deben ser comprendidas como una simple despedida, una más de todas las que se estarán escribiendo en este mundo.

¿Dónde fallamos, por qué fallamos, podíamos haber hecho algo radicalmente diferente o nuestro destino estaba ya sellado desde los inicios de todos los tiempos? ¿Esto es lo que queríamos decir con “destino inevitable”, “destino manifiesto”? ¿Había existido el tal “destino”? Pues parece que sí y como en la tragedia más trágica de cuántas podamos imaginar, tampoco de ésta podíamos librarnos, simplemente porque no teníamos los ingredientes, el ADN, la voluntad, la sabiduría o las agallas para liberarnos de su fatal sino inevitable.

Estas notas que voy desgranando se empiezan a asemejar cada vez más a un testamento, de esos que suelen escribirse cuando uno siente que va a periclitar muy pronto y que es cuando –dicen– toda la vida transcurrida empieza a pasar por nuestra cabeza como una película, como si la máquina antes de apagarse para siempre tuviera el deber de rendir cuentas, pasar revista a lo bueno y lo malo, a los logros y fracasos, a todo aquello que nos dejó alguna huella remarcable que valga la pena incluir en tan sucinto y extremo relato final.

Como sea que sea, tampoco tengo la intención de adelantar ningún reloj, pues siempre cabe la esperanza de encontrar el resquicio ese que nos pueda librar de nuestro destino fatal, aunque ya sabemos que el infierno se define por no existir la esperanza, tal como nos explicó Dante que fue uno de los primeros en ocuparse de descifrar esos avatares. También en esto somos incorregibles, tanto en la ilusión de encontrar esa escapatoria, como en la falta de la labor indispensable para lograrlo o por lo menos para intentar lograrlo, hasta el último hálito de vida.

Y este es otro de los grandes vacíos que han formateado la vida humana y la han llevado al fracaso: la inconsecuencia, la inconsistencia, o sea, la idea sin la obra, la ilusión sin esfuerzo, el cambio oportunista de opinión. ¿Qué es consecuencia? Pues simplemente actuar como se habla y hablar como se piensa, siempre y en todo tiempo y lugar. Todo en línea. La falta de esta directriz, regla, precepto o ley vital ha debilitado todos nuestros esfuerzos, ha puesto en cuestión todas nuestras posibilidades de adquirir los instrumentos requeridos para labrarnos otro destino que siempre, desde el instante que nacimos a este mundo, dependió de este valor: la rectitud, madre de la credibilidad, y ésta de la confianza, de la  certeza de contar con nuestros congéneres en toda circunstancia, especialmente en los momentos más duros e intrincados de la vida.¿Tarde, no, para darse cuenta?, pero qué le vamos a hacer, posiblemente alguna nueva especie que empiece desde el fondo y desde abajo logre descubrir estos  nuestros aprendizajes y comprenda su absoluta necesidad desde el principio.

Me da la impresión que necesitamos ajustar cuentas con todas nuestras referencias, con todas las bases que hemos empleado para convertir nuestro tránsito por la vida en un intento por comprenderla, por tratar de dejar un granito de arena que pueda servir de apoyo a quienes vengan a continuación. Pensar ahora que hasta los esfuerzos más excelsos están a punto de convertirse en simple basura, porque desaparecerá hasta la capacidad de pensarlas, aplicarlas y usarlas, me quita el sueño y no me lo quita, porque al final de cuentas tenemos que admitir que tampoco esa masa universal de saberes y sabidurías que hemos generado nos ha protegido del peligro más grande de todos: de nosotros mismos, la especie más belicosa del mundo, según refería Kant en sus esfuerzos por controlarla e instaurar alguna vez la paz eterna.

Es que no puede ser que, si hicimos bien o relativamente bien, o más bien que mal todas las cosas, el resultado sea tan patético, tan catastrófico, tan inminentemente desastroso. ¿Quiere decir que no supimos comprender las claves de nuestro mundo, en particular el modo y la manera en que teníamos que comportarnos, sobre todo, la forma en que debíamos ponernos a resguardo de nosotros mismos y gobernar o controlar nuestros impulsos, nuestras hormonas, nuestras ínfulas, nuestras ansias y angurrias?

Si sueltas en el mundo un ente que no conoce nada y tampoco tiene reglas para conocer ese mundo, ni para interrelacionarse con él, y tampoco te preocupas por centrar la atención en sus formas de comportamiento, en la química de sus acciones y reacciones, entonces está claro que te puede salir cualquier cosa, aunque siempre será por accidente, es decir, como producto y resultado de una cadena muy larga de hechos, sucesos y circunstancias fortuitas. No puedes esperar que un ser fortuito, producto de accidentes, casualidades y circunstancias de todo tipo, necesariamente salga derecho, es decir, apto para enfrentar y asumir todas las circunstancias y avatares de su vida con sabiduría, hidalguía, equilibrio, ecuanimidad, proyección, etc. Eso solo podría ser producto de una gran casualidad, de una misteriosa casualidad, o de un gran proyecto civilizatorio en el que minuciosa y diligentemente hubiéramos tenido la capacidad de convertir nuestras experiencias en sabiduría y ésta en la base de reformateo de las nuevas generaciones. Y está claro que no hemos tenido semejante casualidad, menos ese proyecto civilizatorio que nos permita plasmar nuestro encuentro con este mundo en nuevos modos de interrelación, respeto entre nosotros y cuidado de nuestro propio hogar.

La historia humana también se ha caracterizado por la destrucción y aniquilación de quienes probablemente podían habernos provisto de modelos más acordes a este mundo, pues los que dominaron en cada tiempo y lugar usualmente fueron los que tenían más poder y apetitos más urgentes a satisfacer de inmediato, sin pensar en el mañana. De ese modo se fueron destruyendo las propias oportunidades de auto salvación. Las opciones se fueron reduciendo continuamente a través de los tiempos con esa lógica que sólo sobrevive el más fuerte, el más violento, el más desbocado.

Uno de los intentos más majestuosos acontecidos en nuestro mundo para cambiar nuestras órdenes de destino fue sin lugar a dudas el arribo de diversos Mesías, de seres únicos, especiales, considerados divinos.

Su arribo está íntimamente ligado al momento que atravesaba cada sociedad. Por lo general se trataba de épocas en las que se desplegaba un gran esfuerzo por controlar la violencia, los desbordes, el materialismo, la incapacidad de aunar esfuerzos, de articular voluntades. Es curioso constatar que todos los Mesías que llegaron a nuestro mundo centraron su atención en aspectos relacionados con la conducta y el comportamiento humano, en unos casos recurriendo a penas y castigos, en otros predicando el amor, la paz, el respeto mutuo, pero en todos los casos centrados en la conducta humana. Eso sucedió entre hace 3000 y 1500 años, según si pensamos en Buda, Jesús o Mahoma.

Posiblemente este dato sea la prueba concluyente que llegamos tarde a todo, pues recién al cabo de decenas de miles de años de existencia del homo sapiens, de que la especie humana logró el mayor desarrollo de la conciencia y por tanto adquirió la capacidad de poner en línea sus acciones con sus requerimientos futuros, recién entonces comprendimos lo crucial y fundamental que era para el futuro de la especie el control de nuestro comportamiento. No obstante, no tuvimos reparo alguno en sacrificar a quien se consideró así mismo el hijo de Dios, en someterlo a un calvario, aun estando convencidos que sólo gracias a Él podríamos acceder al reino de los cielos.

Todo indica que ya estábamos formateados, que la angurria, la envidia y toda una colección de bajas pasiones ya se habían apropiado del alma humana, que los intentos de los Mesías definitivamente no podrían realizarse en este mundo. Por supuesto que eso lo podemos decir hoy día, porque durante siglos se intentó aplicar las recetas que nos trajeron los Mesías.

Posiblemente esos siglos son los mejores de la historia humana, y a la vez los peores, porque daba la impresión que seguir esas enseñanzas nos liberaría de la degradación, la ignominia, nos permitirían asegurar la vida eterna, aquí en la tierra a la especie humana y en el más allá a cada uno de nosotros al lado de nuestro respectivo Señor, pero esos son justamente los años en los que de manera ordenada y disciplinada dimos rienda suelta a nuestra angurria y precipitamos nuestra decadencia.

Ahora estamos en condiciones de decir que el problema no era la falta de educación, modales, valores o sabiduría, sino el haber mantenido en el centro de toda nuestra conducta a la angurria, el apetito sin fin, el ansia irrefrenable de acumulación. Ese fue nuestro pecado mortal: poner toda nuestra herencia humana, nuestra sabiduría, en el altar de la codicia.

Podemos decir que fue un gran pacto, muy práctico y civilizado, pues al mismo tiempo nos dimos las reglas para convivir y las vías para vivir nuestros apetitos de modo ya desenfrenado, sin empacho alguno, descarnada y descaradamente. El orden, la civilización, las normas, sólo fueron el envoltorio para sacar a relucir lo que llevábamos en el fondo, como si todo ello constituyera la verdadera esencia de nuestros seres: la angurria, la codicia, la ambición. Las decenas de milenios que nos tocó vivir al borde de la supervivencia en los inicios de los tiempos, siempre expuestos a toda clase de peligros y en riesgo de muerte, se incrustaron en nuestro ser, en nuestro ADN, y nos llevaron a acrecentar sin límites estos apetitos y deseos. Podríamos decir que gustosos aprendimos a vestirnos de gala para asistir a nuestra propia ejecución.

Para ello ya no tenemos respuesta, simplemente porque el planeta es muy estrecho para semejantes exigencias y lamentablemente tampoco hemos logrado salir de nuestro encierro sideral, por lo que ahora ya solo nos toca pasar al cadalso, el que nosotros meticulosa y laboriosamente nos hemos fabricado, como esos erigidos en los altares de las grandes revoluciones. Fin de la vida humana, fin de todas las ilusiones, sueños, esperanzas.

El universo seguirá inventado innumerables nuevas formas de experimentar con sus materias primas, compuestas de innumerables sustancias, leyes y fuerzas que pululan soberanas por todos sus confines. Debemos confesar que el universo nos hizo el presente más grandioso que especie, ser o ente alguno jamás imaginó posible: dotar de vida y conciencia a unos amasijos de materia. Ello nos abrió nuevos universos, nos llenó de ilusiones, sueños, esperanzas. Debemos decir que es el presente más maravilloso que ser o ente alguno puede haber recibido alguna vez. Pero es tan nuestro que se irá con nosotros.

El experimento no funcionó, simplemente porque son incontables todas las condiciones que eran indispensables satisfacer para que hubiera podido funcionar. Entre los elementos del universo tampoco están incluidas las esperanzas. Aunque pudiéramos disectar a todos los seres humanos, jamás las podríamos encontrar. Esa fue nuestra única creación, la que nos llevamos con nosotros. El universo ya se estará inventando sus propias formas de perpetuarse. 

(22/05/2019)


 

LA CRISIS CLIMÁTICAESTÁ EN EL CENTRO DE LA CATÁSTROFE MUNDIAL, PERO ESTÁ LEJOS DE SER LA ÚNICACAUSA.

https://www.youtube.com/watch?v=6VSE5ubpKhg&feature=youtu.be

 

Versión en PDF de este artículo:

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12 diciembre 2020

“¿Hacia el apocalipsis democrático?” Unos comentarios

 

Carlos Rodrigo Zapata C.

No hay duda que los grandes problemas de este mundo se nos están colando por medio de la democracia, un colador que ya no cuela nada, porque cualquier cosa se nos está metiendo por ese medio al corazón de las sociedades.

Este es un tema que me tiene desvelado desde hace mucho, inquieto y angustiado porque siento, veo y percibo que la democracia, esa gran ilusión para organizar las sociedades de acuerdo a la voluntad de las mayorías, hace aguas por doquier, como si se tratara de la carcasa vieja y oxidada de un barco que aún pretende seguir cruzando mares y océanos, pero ya no controla nada.

Me he permitido una licencia: publicar  mis comentarios espontáneos a un artículo que considero muy revelador del estado en que se encuentran nuestras reflexiones sobre la democracia. He leído con mucho interés y atención un artículo de Ana Palacio, ¿Hacia el apocalipsis democrático?, quien fue Ministra de Relaciones Exteriores de España y es una excelente comentarista de asuntos de interés internacional.

Los publico tal como quedaron al final de mi lectura, con resaltados y todo, porque siento que son muchos más elocuentes que intentar convertir todo ello en un comentario más estructurado. Esa “conversación” que intento con el artículo de Palacio muestra no solo la situación de emergencia en que nos hallamos, sino también los aspectos de los que nos aferramos y los fallos que no tomamos en cuenta.

Vengo preparando una reflexión más formal y reflexionada sobre el mismo asunto, en el que las conclusiones de lo observado y visto por años salen a relucir, pero veo que lo esencial de ella ya está en gran parte adelantado en este “diálogo” –para doña Ana, sin derecho a réplica, por supuesto– al que he sometido ese texto.

Sin una democracia que funcione de verdad estamos perdidos en este mundo. Esa es la urgencia de comprender qué pasa con la democracia y por dónde va. No son buenas noticias.

[Todos los textos en negrita en el artículo de Palacio son de mi autoría y todos los resaltados con color gris son mis notas. Incluyo el link de la publicación original. Gracias por su atención.]

 

 

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¿Hacia el apocalipsis democrático?

 

Aug 31, 2020 Ana Palacio

MADRID – En 1947, dos años después de la aniquilación atómica de Hiroshima y Nagasaki, el Boletín de Científicos Atómicos ideó y presentó al mundo el "Reloj del Apocalipsis" para avivar las conciencias sobre la posibilidad cierta de que la proliferación de armas nucleares condujera a la destrucción catastrófica del planeta. Hoy vale la pena que nos preguntemos si habría que crear un reloj semejante que llamará nuestra atención respecto del peligro de colapso que se cierne sobre la democracia liberal. En ese "Reloj del Apocalipsis Democrático", nos acercamos dramáticamente a la medianoche.

Los individuos actúan de manera racional, en su propio interés, y ello redunda tanto en la prosperidad personal como en la colectiva. Esta premisa fundante de democracia liberal, se ve erosionada en su práctica totalidad durante los últimos años. En particular, el estancamiento generalizado del ingreso y el rápido aumento de la desigualdad, especialmente desde la crisis financiera de 2008, difícilmente son resultados que una mayoría de individuos racionales elegirían.

 

[O sea, las cosas suceden porque las elegimos y además democráticamente, Si no las elegimos, y menos democráticamente, entonces ello solo puede deberse a que nos son impuestas, lo que no suena muy democrático, o porque elegimos mal,  lo cual no es muy racional. Eso significa que el paradigma liberal democrático aún debe sortear dos escollos: la imposición y la irracionalidad. Dado que por definición esos comportamientos no son compatibles con democracia, entonces querría decir que simplemente no nos movemos en ambientes democráticos. También podría ser que le estemos pidiendo peras al olmo de la democracia. O aún peor, sabiduría, saber elegir, y que ello sea el comportamiento mayoritario en cada decisión. Eso parece imposible de cumplir o inimaginable que suceda, como un cuento chino, de esos que seguramente abundan en la enciclopedia de Borges, de cuyo nombre no se podía acordar.

Entonces, ¿dónde estamos? En una quimera absurda que sirve para distraer a incautos, haciéndoles creer que vivimos en un orden ordenado y que no tienen por qué preocuparse, que hasta en las mejores familias, soluciones y paradigmas hay excepciones. Cuento chino al cuadrado.

La democracia no puede funcionar simplemente porque son demasiadas voces para demasiadas opciones y los compromisos brillan por su ausencia o por su incapacidad de tender puentes en medio de esos archipiélagos de demandas y expectativas. ¿Por qué los compromisos son cada vez más difíciles de alcanzar y cumplir? Porque las fuerzas que alienta el cadáver insepulto de la democracia tienen un fin: apoderarse del Estado, y ese tema no puede ser objeto de diálogo y consenso.

¿Pero, dónde quedamos si no hay democracia, si no sirve, si no puede cumplir lo que alguna vez prometió en una asamblea griega? Necesitamos una democracia para el siglo XXI y los venideros. No puede tener trazas asambleistitas, no puede depender de electorados caprichosos, veleidosos, cambiantes, desinformados, apáticos e irresponsables. Simplemente la realidad ha superado a todos y que nadie pretenda decir que está informado, y que nadie se queje si los electores no actúan racionalmente.

De este modo volvemos al principio solo que por el deshecho o la chakanchana, es decir, la ruta que todos quisieran usar por ser más corta, pero que todos evitan por ser mucho más escabrosa. Al retornar por esa vía descubrimos simplemente eso: estamos intentando valernos de una institución que hace más de 2 milenios significaba una ayuda para los griegos del ágora, pero ahora se ha convertido en un grave inconveniente, en un estorbo, porque son justamente las fuerzas más retrogradas, regresivas y antidemocráticas las que más la defienden porque saben que explotada hábilmente pueden sacar todo el provecho que se les antoja: pasar como grandes luchadores por la democracia, cuestionar a quienes no son tan entusiastas luchadores y al final se legitima, porque la legitimidad hoy como ayer depende de la cantidad de adeptos, pero también de la vigencia de las instituciones Y mientras no sea enterrada la democracia seguirá teniendo vigencia y sus defensores tenderán a ganar las partidas. Estamos en el punto más peligroso de la historia. Las instituciones caducas que siguen vigentes –eso ya es un pleonasmo, una contradictio in adyecto, peor que un oxímoron– son la avanzadilla o cabeza de puente más útil para los enemigos del orden en las sociedades.  De  modo que mientras este cadáver insepulto siga circulando por el mundo, se estará dando rienda suelta a los enemigos de las sociedades. Este es el fundamento de las aberraciones que ocurren hoy en día. Los populismos son la mejor expresión del modo en que se están aprovechando de instituciones caducas que siguen rigiendo y gobernando, dizque, el orden establecido. Es la mejor forma de dejar todo en manos de los enemigos de la convivencia pacífica, del progreso, de auscultar nuevas vías y salidas, de priorizar el cambio, de enfrentar los graves problemas, etc. En suma, los cadáveres insepultos son la explicación de tantas distorsiones a ojos vista. ]

 

Además, la menguante confianza en las instituciones ha socavado las condiciones necesarias de cualquier decisión informada. Los medios tradicionales, durante mucho tiempo depositarios de la confianza pública como guardianes de la información— han sido cooptados cuando no arrinconados ignorados por las fuentes de contenidos en línea, cuyo modelo de negocios las orienta a atraer lectores aprovechándose de sus creencias e intereses, a menudo mediante la difusión de información falsa o engañosa.

En este contexto, los líderes políticos que intentan actuar como fuerzas moderadoras suelen perder frente a quienes apelan al tribalismo y al catastrofismo.

 

[No, definitivamente no es ese el asunto. Es tan solo un síntoma, pero ¿de qué? De esas instituciones en decadencia como la misma democracia, instrumento con el que antes se gestionaban las decisiones de unos miles de personas y ahora se pretende que las mismas reglas de antaño nos sigan ayudando a gestionar las nuestras actuales sin reparar en el principio de posibilidad que esto pueda ser así. La caducidad de las instituciones en términos reales y objetivos aún no guarda relación con su vigencia formal y legal, hueco por el que se han metido los sectores que más desprecian el orden y la armonía de relaciones de convivencia. No nos damos cuenta porque seguimos machacando en los viejos pruritos de antaño, porque nadie cuestiona la tal democracia y todos insisten en mantenerla. Pero ya no sopla y es ese quiebre, esa falta de sintonía la que está abriendo baches y grietas que están siendo aprovechadas por las corrientes más nefastas que existen en todas las sociedades, que cada vez se multiplican y proliferan, y se espera que hasta esos rebalses de todo orden pueden a ser adecuadamente gestionados por la democracia, en base a racionalidad y creer que un pueblo tiene lo que elige. Estamos en el siglo 21 y no en el ágora griego.]

Todo esto ha promovido un egoísmo estrecho, de cortas miras—en términos generales contraproducente—que torna casi imposibles los compromisos necesarios para crear coaliciones amplias.

El resultado no es sino una polarización política cada vez más profunda, la pérdida de la confianza en el Estado de Derecho y una decadencia institucional generalizada. La crisis de la COVID-19 ha acelerado estas tendencias. Esto es, la pandemia está teniendo consecuencias devastadoras para la ya menguada y vapuleada reputación de las democracias liberales como bastiones de relativa prosperidad, previsibilidad y seguridad.

Los desafíos son bien conocidos. Sin embargo, hasta las discusiones sobre la degradación de la democracia se han polarizado profundamente. En Estados Unidos, tanto republicanos como demócratas dedicaron gran parte de las convenciones para la nominación de sus candidatos presidenciales a sugerir que sus opositores están decididos a destruir la democracia del país.

De hecho, una retórica cuasi apocalíptica vibra en ambas campañas presidenciales y ambos bandos han travestido al lenguaje de la democracia liberal —la libertad y el Estado de Derecho— en arma arrojadiza para retratar a sus oponentes como una amenaza existencial al modo de vida americano. Esto refleja una tendencia más amplia que vincula la defensa de la democracia con los procesos electorales. Y este enfoque se traduce en una ética de suma cero, que simplemente profundiza las brechas existentes que vienen debilitando la democracia.

Las advertencias ominosas—incluso las que se basan en la realidad—nunca serán suficientes para salvar a la democracia liberal; para ello es necesaria una estrategia de largo plazo que restaure los cimientos del sistema: los resultados de un buen gobierno basado en decisiones racionales e informadas.

 

[y dale que dale con el bastón… claramente no es por ahí. Tenemos que cambiar radicalmente la manera de priorizar urgencias y requerimientos así como elegir a quienes se ocuparán de ello. Requerimos un sistema de registro y seguimiento que permita reunir lo más conveniente de ambos. Los sistemas de información, búsqueda, análisis, big data, etc. se han sofisticado tanto que podemos imaginarnos una utopía digital democrática que nos permita seleccionar de modo fino lo que requerimos  estructuralmente en cada época y lugar, así como a los/las mejores para resolver esos problemas o enfrentar los retos que significan. Dejar todo al voto ciudadano parece ya un cuento de otra época, desfasado de nuestras urgencias y necesidades. El ejemplo más rotundo y categórico que mostrará la completa inutilidad de la democracia a la usanza antigua –con elecciones periódicas, voto, ciudadano, partidos, programas, etc.- será Bolivia, donde se seguirán todos los rituales decorativos al pie de la letra, pero producirán el resultado más adverso a los intereses de los ciudadanos, mejor, a los verdaderos intereses de los ciudadanos.]

 

La educación y la movilización son fundamentales para esa estrategia. Los eventos recientes—desde una amplia disposición para seguir las pautas de salud pública hasta las protestas generalizadas contra el racismo sistémico—sugieren un fermento de toma de conciencia, desazón y voluntad de actuar, pero no habrá cauce constructivo para estas inquietudes mientras no aparezcan líderes políticos que solucionen las fallas sistémicas, comenzando con las que alimentan la desigualdad.

 

[Todo eso suena a pátina vieja que el tiempo pasado ya depositó a raudales. El lenguaje delata la antigüedad de estos razonamientos, los hechos delatan su inoperancia. Jamás habrá líderes que solucionen fallas sistémicas. Eso se soluciona porque hay una acumulación tan feroz de demandas y exigencias que cualquiera que las tome en cuenta podrá resolverlas. Pero, imaginarlas, pergeñarlas, eso no es tarea para ningún titán que además no existen.

 

La clave del éxito—y de la capacidad de recuperación democrática—es promover una mayor conexión entre el gobierno y la sociedad. Eso, a su vez, requiere el entendimiento del concepto de ciudadanía.

Como señaló Giuseppe Mazzini, en su reflexión de construcción del estado italiano en el siglo XIX, la única vía para que la democracia liberal arraigue y florezca es encauzarla en deberes, no solo en derechos. Los ciudadanos deben estar conectados entre sí por una causa mayor. Para Mazzini, quien ayudó a lograr la unificación y la independencia italianas, esa causa era el derecho de la nación a la autodeterminación. El presidente estadounidense Woodrow Wilson se inspiró en esta visión, cuando -tras el horror de la Primera Guerra Mundial- sentó las bases del orden mundial liberal que nos encuadra.

Hoy este planteamiento ha de trascender el nacionalismo, que de hecho, adolece de desviaciones peligrosas: proliferan los políticos en la actualidad que recurren al nacionalismo étnico para dividir a la población. Lo que precisamos es fomentar el sentimiento y el entendimiento de los vínculos de responsabilidad recíproca. Tal es la base para que una sociedad democrática liberal funcione—por no hablar de que florezca—.

En la práctica, este es un enfoque que precisa esfuerzo cotidiano deliberado. Implica construir una comunidad, compromiso con el servicio y rigor en general. No será fácil y ciertamente no se logrará en una elección, ni siquiera la elección presidencial estadounidense de noviembre; pero esa no es excusa para no intentarlo y sucumbir a las fuerzas centrífugas que nos separan.

Es célebre la afirmación de Winston Churchill: la democracia liberal es la peor forma de gobierno, exceptuadas todas las demás. Sí, tal vez no sea perfecta, pero indudablemente vale la pena salvarla. Y el tiempo apremia.

 

Traducción al español por www.Ant-Translation.com

 

 


Ana Palacio

Writing for PS since 2011
111 Commentaries

Ana Palacio, a former minister of foreign affairs of Spain and former senior vice president and general counsel of the World Bank Group, is a visiting lecturer at Georgetown University.
https://www.project-syndicate.org/commentary/collapse-of-liberal-democracy-citizenship-by-ana-palacio-2020-08/spanish?barrier=accesspaylog