11 marzo 2016

LAS DIVISAS, EL ELIXIR SAGRADO DE UNA ECONOMÍA ULTRADEPENDIENTE

Carlos Rodrigo Zapata C.

En el mes de enero 2016, Bolivia exportó por un valor de 511 millones de dólares. Esa cifra es 38% más baja que la del año 2015 y la mitad que la exportación de 2014 que alcanzó a 1013 millones. Si proyectamos mecánicamente este resultado hasta el final de año, podemos decir que las exportaciones se hallarán en torno a los 6000 millones de dólares, lo que significará que durante 2016 habremos dejado de percibir entre 3600 y 6000 millones de dólares. Como ayuda memoria, es oportuno recordar que el año 2015 ya tuvimos una merma en las exportaciones de 4300 millones de dólares.
 
El problema de la caída de las exportaciones no radica únicamente en la magnitud en que ello afectará la tasa de crecimiento. El problema fundamental radica en el hecho que las exportaciones significan divisas, y divisas son como el elixir o la pócima sagrada de cualquier país altamente dependiente de la exportación de materias primas, peor aún si el gobierno de turno es de tipo populista, sujeto a diversos compromisos clientelares.

¿Por qué? Porque las divisas son como el poxipol o las curitas, es decir, una suerte de curalotodo. Y en un país con tantas falencias estructurales, con tantos huecos que tapar aquí y allá en todos los planos de nuestra formación social, no tener divisas es como hacerse el harakiri.

Basta con pensar en la necesidad de financiar las importaciones, de servir la deuda externa y pagarla o en cubrir las remesas al exterior de las utilidades de las transnacionales petroleras que operan en nuestro país, solo pensar en todo ello ya nos da patatús. Pero el tema de las divisas que se obtienen con las exportaciones es mucho más multifacético aún.

Con las divisas se puede financiar buena parte de las inversiones, en particular aquella parte que debe importarse, lo cual para nuestra economía, tan poco prolífica para abastecernos de lo que requerimos, resulta indispensable. Por otra parte, las divisas sirven para contener las demandas de dólares en el mercado interno, pues sin divisas, no hay forma de hacer frente a dicha demanda. Ya sabemos lo que ocurre cuando ello no es posible: los Bancos Centrales recurren a la devaluación de la moneda, lo que significa que nos empobrecemos, que nuestra moneda pierde valor, que podemos comprar menos con la misma cantidad de dinero. Pero las divisas, las sagradas divisas, tienen muchas otras funciones. Nos permiten asegurar una parte al menos de nuestros ahorros, de modo que no todos los ahorros queden en moneda nacional. También nos permiten mantener nuestras reservas, las que caen irremediablemente en el momento en que se reduce la entrada de divisas. Nos permiten viajar, darnos nuestro gustitos, satisfacer una gran diversidad de demandas que en nuestro país no podríamos hacerlo. Como si todo ello fuera poco, las divisas también nos ayudan a reducir las expectativas inflacionarias, ofreciendo bonos a tasas de interés atractivas que eviten un crecimiento desmedido de la oferta monetaria.

Como vemos, las divisas son como una varita mágica que nos ayuda a satisfacer múltiples necesidades y cubrir toda clase de eventualidades que la moneda nacional no permite, porque no es una divisa, es decir, una moneda de fácil aceptación internacional.

Estas son las principales razones por las que la caída de las exportaciones es muy preocupante, ya que muchas de las políticas monetarias, comerciales, de inversión y de regulación de la estabilidad económica y cambiaria del país dependen de ella. Si falla el ingreso de divisas, todo el edificio de la estabilidad macroeconómica puede verse seriamente afectado, por lo que el nivel de crecimiento se vería a la postre también afectado por la caída en las exportaciones, la reducción de divisas disponibles para el país y por no contar con la suficiente pócima milagrosa para hacer frente a tantas y tantas necesidades que el país debe cubrir a diario.

En este marco, resulta muy poco probable que el país se halle en la capacidad de invertir la friolera de 65000 millones de dólares en 4 años, como acaba de anunciar el Gobierno e incluso ha promulgado una Ley para respaldar su decisión, un nivel de inversiones nunca jamás logrado, mucho menos en un periodo tan corto. No es solamente el problema de la capacidad de absorción de dicho inmenso flujo de recursos que resulta inverosímil para nuestra historia económica, sino es el hecho que Bolivia no puede incrementar su deuda mucho más o dejar de contar con divisas para cubrir todas las otras necesidades que se han señalado líneas más arriba.

Lo único que queda claro con semejante programa de inversiones es que el gobierno quiere asegurarse divisas a como dé lugar, así haya que perforar en áreas protegidas o inundar extensas planicies para producir energía hidroeléctrica o endeudarse con países que nos dan todo “casado”: la empresa, los técnicos, los equipos y la ejecución de los proyectos, de modo que al final no veremos ni un centavo de dichos créditos, y nuestra deuda externa habrá crecido en determinados montos, sin poder verificar o controlar adecuadamente dichos montos porque usualmente no es puesta a disposición la información correspondiente para hacerlo, como si se tratara de secretos de estado.

Como podemos apreciar, todo el drama nacional se rige por las divisas, por la forma en que accedemos a ellas, por la forma en que las gastamos o administramos. Si nos ponemos a pensar, los últimos años han sido percibidos por muchos connacionales como años de bonanza, de Jauja, porque nos han llovido los dólares como el maná, porque ello nos ha permitido toda clase de lujitos, hasta comprar alcohol por cientos de millones de dólares, para dar un ejemplo o cientos de miles de vehículos, dicen que 1 millón de vehículos han ingresado al país en la última década!


En suma, las divisas son el ingrediente más importante de nuestra economía, no porque ello necesariamente tenga que ser así, sino por la manera en que se maneja el país desde los mismos orígenes, aunque de modo más acentuado y pronunciado en los últimos años. Para depender menos de las divisas, tenemos que desarrollar una economía mucho más diversificada, que nos permita evitar o reducir las importaciones, gracias al propio producto nacional. Ello requiere y exige una economía muy distinta, empeñada en desarrollar nuestros talentos, capacidades y fortalezas, en lograr una formación de alto nivel y calidad, movilizar y acrecentar nuestras capacidades investigativas, de innovación y desarrollo, y en usar los beneficios que se derivan del extractivismo para invertirlos en desarrollar todo ello.

¡Qué pena que la mejor oportunidad que ha tenido Bolivia en toda su historia se haya empleado en importar vehículos, construir casas y en diversos modos dispendiosos y festinatorios de usar nuestros recursos!

Sin tener un Plan B, sin tener una visión alternativa clara de lo que debemos hacer, sin tener la oportunidad de participar en procesos colectivos de toma de decisiones sobre asuntos que nos afectan a todos, por lo que nos competen a todos, nada de todo ello cambiará sustancialmente. Solo pronunciándose, manifestándose, pueden los ciudadanos y sus organizaciones cambiar el curso de las cosas. De otro modo, incluso lo conseguido en los últimos años, terminará yéndose por el caño, simplemente porque no existen las bases y condiciones que nos permitan reproducir lo alcanzado por nosotros mismos, sin depender tan absolutamente como al presente de los precios internacionales, de las oscilaciones de los mercados, que se han convertido en el termómetro que mide el grado en que el estado es capaz de garantizar el cumplimiento de nuestros derechos.

En efecto, si los precios suben, puede haber platita para ejercer nuestro derechos, si bajan, ya no, por lo que nunca podremos ser ciudadanos plenos, porque con esta economía siempre estaremos al vaivén de los mercados y de sus variaciones y altibajos constantes. 

El único Plan B que puede funcionar, es aquél que se centre en construir un país más autónomo, menos dependiente, menos expuesto a los caprichos del mercado, más auto-centrado en sí mismo, más auto-referido a todas nuestras riquezas, potencialidades y oportunidades.

Ojalá no sea demasiado tarde cuando nos decidamos a ir por esa ruta, ojalá que entonces el país no se halle nuevamente en las fauces de otros poderes y no se hayan generado otras nuevas dependencias.