Carlos Rodrigo Zapata C.
En el mes de enero 2016, Bolivia exportó por un valor de 511 millones de dólares. Esa cifra es 38% más baja que la del año 2015 y la mitad que la exportación de 2014 que alcanzó a 1013 millones. Si proyectamos mecánicamente este resultado hasta el final de año, podemos decir que las exportaciones se hallarán en torno a los 6000 millones de dólares, lo que significará que durante 2016 habremos dejado de percibir entre 3600 y 6000 millones de dólares. Como ayuda memoria, es oportuno recordar que el año 2015 ya tuvimos una merma en las exportaciones de 4300 millones de dólares.
El problema de la caída de las
exportaciones no radica únicamente en la magnitud en que ello afectará
la tasa de crecimiento. El problema fundamental radica en el hecho que
las exportaciones significan divisas, y divisas son como el elixir o la
pócima sagrada de cualquier país altamente dependiente de la exportación
de materias primas, peor aún si el gobierno de turno es de tipo
populista, sujeto a diversos compromisos clientelares.
¿Por qué?
Porque las divisas son como el poxipol o las curitas, es decir, una
suerte de curalotodo. Y en un país con tantas falencias estructurales,
con tantos huecos que tapar aquí y allá en todos los planos de nuestra
formación social, no tener divisas es como hacerse el harakiri.
Basta con pensar en la necesidad de financiar las importaciones, de
servir la deuda externa y pagarla o en cubrir las remesas al exterior de
las utilidades de las transnacionales petroleras que operan en nuestro
país, solo pensar en todo ello ya nos da patatús. Pero el tema de las
divisas que se obtienen con las exportaciones es mucho más multifacético
aún.
Con las divisas se puede financiar buena parte de las
inversiones, en particular aquella parte que debe importarse, lo cual
para nuestra economía, tan poco prolífica para abastecernos de lo que
requerimos, resulta indispensable. Por otra parte, las divisas sirven
para contener las demandas de dólares en el mercado interno, pues sin
divisas, no hay forma de hacer frente a dicha demanda. Ya sabemos lo que
ocurre cuando ello no es posible: los Bancos Centrales recurren a la
devaluación de la moneda, lo que significa que nos empobrecemos, que
nuestra moneda pierde valor, que podemos comprar menos con la misma
cantidad de dinero. Pero las divisas, las sagradas divisas, tienen
muchas otras funciones. Nos permiten asegurar una parte al menos de
nuestros ahorros, de modo que no todos los ahorros queden en moneda
nacional. También nos permiten mantener nuestras reservas, las que caen
irremediablemente en el momento en que se reduce la entrada de divisas.
Nos permiten viajar, darnos nuestro gustitos, satisfacer una gran
diversidad de demandas que en nuestro país no podríamos hacerlo. Como si
todo ello fuera poco, las divisas también nos ayudan a reducir las
expectativas inflacionarias, ofreciendo bonos a tasas de interés
atractivas que eviten un crecimiento desmedido de la oferta monetaria.
Como vemos, las divisas son como una varita mágica que nos ayuda a
satisfacer múltiples necesidades y cubrir toda clase de eventualidades
que la moneda nacional no permite, porque no es una divisa, es decir,
una moneda de fácil aceptación internacional.
Estas son las
principales razones por las que la caída de las exportaciones es muy
preocupante, ya que muchas de las políticas monetarias, comerciales, de
inversión y de regulación de la estabilidad económica y cambiaria del
país dependen de ella. Si falla el ingreso de divisas, todo el edificio
de la estabilidad macroeconómica puede verse seriamente afectado, por lo
que el nivel de crecimiento se vería a la postre también afectado por
la caída en las exportaciones, la reducción de divisas disponibles para
el país y por no contar con la suficiente pócima milagrosa para hacer
frente a tantas y tantas necesidades que el país debe cubrir a diario.
En este marco, resulta muy poco probable que el país se halle en la
capacidad de invertir la friolera de 65000 millones de dólares en 4
años, como acaba de anunciar el Gobierno e incluso ha promulgado una Ley
para respaldar su decisión, un nivel de inversiones nunca jamás
logrado, mucho menos en un periodo tan corto. No es solamente el
problema de la capacidad de absorción de dicho inmenso flujo de recursos
que resulta inverosímil para nuestra historia económica, sino es el
hecho que Bolivia no puede incrementar su deuda mucho más o dejar de
contar con divisas para cubrir todas las otras necesidades que se han
señalado líneas más arriba.
Lo único que queda claro con
semejante programa de inversiones es que el gobierno quiere asegurarse
divisas a como dé lugar, así haya que perforar en áreas protegidas o
inundar extensas planicies para producir energía hidroeléctrica o
endeudarse con países que nos dan todo “casado”: la empresa, los
técnicos, los equipos y la ejecución de los proyectos, de modo que al
final no veremos ni un centavo de dichos créditos, y nuestra deuda
externa habrá crecido en determinados montos, sin poder verificar o
controlar adecuadamente dichos montos porque usualmente no es puesta a
disposición la información correspondiente para hacerlo, como si se
tratara de secretos de estado.
Como podemos apreciar, todo el
drama nacional se rige por las divisas, por la forma en que accedemos a
ellas, por la forma en que las gastamos o administramos. Si nos ponemos a
pensar, los últimos años han sido percibidos por muchos connacionales
como años de bonanza, de Jauja, porque nos han llovido los dólares como
el maná, porque ello nos ha permitido toda clase de lujitos, hasta
comprar alcohol por cientos de millones de dólares, para dar un ejemplo o
cientos de miles de vehículos, dicen que 1 millón de vehículos han
ingresado al país en la última década!
En suma, las divisas son
el ingrediente más importante de nuestra economía, no porque ello
necesariamente tenga que ser así, sino por la manera en que se maneja el
país desde los mismos orígenes, aunque de modo más acentuado y
pronunciado en los últimos años. Para depender menos de las divisas,
tenemos que desarrollar una economía mucho más diversificada, que nos
permita evitar o reducir las importaciones, gracias al propio producto
nacional. Ello requiere y exige una economía muy distinta, empeñada en
desarrollar nuestros talentos, capacidades y fortalezas, en lograr una
formación de alto nivel y calidad, movilizar y acrecentar nuestras
capacidades investigativas, de innovación y desarrollo, y en usar los
beneficios que se derivan del extractivismo para invertirlos en
desarrollar todo ello.
¡Qué pena que la mejor oportunidad que ha
tenido Bolivia en toda su historia se haya empleado en importar
vehículos, construir casas y en diversos modos dispendiosos y
festinatorios de usar nuestros recursos!
Sin tener un Plan B, sin
tener una visión alternativa clara de lo que debemos hacer, sin tener
la oportunidad de participar en procesos colectivos de toma de
decisiones sobre asuntos que nos afectan a todos, por lo que nos
competen a todos, nada de todo ello cambiará sustancialmente. Solo
pronunciándose, manifestándose, pueden los ciudadanos y sus
organizaciones cambiar el curso de las cosas. De otro modo, incluso lo
conseguido en los últimos años, terminará yéndose por el caño,
simplemente porque no existen las bases y condiciones que nos permitan
reproducir lo alcanzado por nosotros mismos, sin depender tan
absolutamente como al presente de los precios internacionales, de las
oscilaciones de los mercados, que se han convertido en el termómetro que
mide el grado en que el estado es capaz de garantizar el cumplimiento
de nuestros derechos.
En efecto, si los precios suben, puede
haber platita para ejercer nuestro derechos, si bajan, ya no, por lo que
nunca podremos ser ciudadanos plenos, porque con esta economía siempre
estaremos al vaivén de los mercados y de sus variaciones y altibajos
constantes.
El único Plan B que puede funcionar, es aquél que
se centre en construir un país más autónomo, menos dependiente, menos
expuesto a los caprichos del mercado, más auto-centrado en sí mismo, más
auto-referido a todas nuestras riquezas, potencialidades y
oportunidades.
Ojalá no sea demasiado tarde cuando nos decidamos a
ir por esa ruta, ojalá que entonces el país no se halle nuevamente en
las fauces de otros poderes y no se hayan generado otras nuevas
dependencias.