Carlos Rodrigo Zapata C.
Economista, analista en planificación territorial
La Paz, Bolivia
La base material de la vida en el planeta se
reduce a ritmo acelerado. Viejas fuerzas con redobladas energías -tanto en el
centro como en la periferia- se hallan al mando de ese proceso de “destrucción
no creativa”. Se trata de un esfuerzo renovado y sin parangón de explotar,
privatizar y mercantilizar las potencias de la naturaleza.
El problema de fondo se
halla en la raíz misma del capitalismo, así como en todas las formas de sobrevivencia
que utiliza este sistema de estructuración de las relaciones sociales,
incluyendo la conculcación de los derechos humanos y de la naturaleza.
1. Diagnóstico general: la crisis del
capitalismo
El problema básico que
históricamente ha traído consigo el capitalismo a las relaciones sociales se
llama acumulación primitiva, que no se limita a una etapa inicial, primigenia o
primitiva de acumulación, sino que se refiere a los primeros movimientos de
todo proceso de acumulación, incluso de aquellos que precisamente hoy están
empezando. La característica esencial de dicho primer paso en todo proceso de
acumulación radica en todas las formas de apropiación y expropiación que la
mente y los mecanismos capitalistas logran inventar o elucubrar a diario, a fin
de realizar su desbocado afán de acumulación. Un acompañante permanente de
estos procesos de despojo es la violencia, no importa con qué traje o disfraz
se presente, sea legal, ideológico, económico o la tradicional y desembozada
violencia ejercida mediante cuerpos legales o mercenarios de cualquier laya.
En el transcurrir del
desarrollo del capitalismo ha habido intentos y empeños por tratar de darle un
rostro más humano, más social a este sistema, razón por la que se ha
desarrollado una doctrina, un cuerpo de leyes e instituciones que tomen en
cuenta las necesidades más elementales de la población particularmente
requerida por el sistema. El llamado estado de bienestar y la economía social
de mercado son dos ejemplos o manifestaciones de dichos intentos. Por cierto
que la población que no cumple con dichos requerimientos es tratada como
superpoblación excedente o sobrante, o ejército de reserva, que es dejada a
merced de la informalidad o la miseria.
No obstante, la crisis
económica y financiera actual ha puesto al desnudo los límites de estos
intentos de aproximar el modo de producción capitalista y sus reglas de
funcionamiento a las necesidades de la sociedad. La tesis marxista acerca de la
tendencia secular a la caída de la tasa de ganancia se ha hecho visible y
presente como nunca antes, y lo ha hecho de un modo abrupto y masivo, al
estallar la crisis financiera catalizada por las subprimes (activos tóxicos o
fraudulentos) y todos los enjuagues financieros relacionados.
Las masas de capital
desempleado andan a la búsqueda de nuevas oportunidades de realización de su
valor. Una de las más importantes que han encontrado radica en la explotación y
valorización de los recursos naturales y de todas sus funciones ambientales.
Por ello, podemos decir que uno de los ámbitos en los que el capital busca
continuar con su desembocada carrera de acumulación, va centrándose cada vez
más y con renovada energía en la expoliación de estos recursos. Para lograr
este propósito, el capital no se detendrá ante los derechos humanos y los
derechos de la madre tierra. Todo el edificio de derechos que se ha venido
construyendo a nivel internacional –los derechos humanos, sociales, económicos,
ambientales, culturales- y de modo particular después de la segunda guerra
mundial, empieza a ser verdaderamente puesto a prueba, ya que fue construido en
una fase en la que el capital se hallaba confrontado a una competencia entre sistemas
en el marco de la guerra fría, que le obligaba a tener que admitir ciertas
limitaciones a su poder.
En esta nueva etapa, en la
que está haciendo grandes esfuerzos por instaurar una nueva doctrina, una nueva
manera de ver el mundo, ha centrado toda su atención en la llamada “economía
verde” con el fin de justificar su masiva y agresiva intervención en la
explotación de los recursos naturales y la privatización de las funciones
ambientales. Si bien el capitalismo nunca se contuvo cuando se trató de
explotar la naturaleza, ahora la dimensión y el grado de peligrosidad y de
amenaza planetaria que representa un capitalismo angustiado, desbocado,
enfrentado de modo radical a sus propios límites y contradicciones, rebasa toda
experiencia previa.
Por estas consideraciones,
es preciso y elemental que las sociedades se preparen para enfrentar los
embates que ya se hallan en plena operación. Los ejércitos que se han
movilizado para esta hazaña de conquista y sometimiento son incontables y muy
diversos, tantos que puede resultar muy fácil subirse al bote equivocado.
Hasta aquí hemos dedicado
unas reflexiones para describir el problema general. Ahora debemos
concentrarnos en el problema específico, el relacionado con la explotación de
la naturaleza, es decir, de los recursos naturales y las funciones ambientales.
2. Diagnóstico específico: la verdadera
tragedia de los comunes
Aquí el término clave es
bienes comunes. Los bienes comunes son, por empezar, todos aquellos que la
naturaleza nos ha regalado, ha creado o, si se prefiere, ha puesto a
disposición para hacer posible la vida. Sin todos esos ingredientes, como el
aire, el agua, la tierra, la vegetación, los bosques, la biodiversidad, las
funciones ambientales, la vida no sería posible en este planeta, prácticamente
la de ningún ser vivo. Ello significa que todos los seres vivos, incluidos los
humanos, somos aire, agua, tierra, bosque, y a la vez somos el producto de sus
frutos.
¿Por qué enfatizar todo
ello? Simplemente porque si existe alguna forma de aniquilar, de acabar con un
adversario, no consiste simplemente en matarlo, sino en liquidar las bases
mismas de su vida, sus bases de sustentación y perpetuación. Al presente, a las
leyes de funcionamiento clásicas del capitalismo, se han sumado aquellas que
operan en su fase de declive y caída en la que se halla actualmente, las que
amenazan con arrasar con toda forma de vida conocida.
El problema que se avizoró inicialmente en relación a los bienes comunes
fue lo que se dio en llamar la “tragedia de los comunes”, con lo cual se quería
señalar que sin reglas de funcionamiento apropiadas y respetadas por todos, los
bienes comunes –como ser lagos, ríos, praderas de pastoreo, etc.- terminarían
siendo presa de nuestra propia acción depredatoria. Si bien fenómenos de ese
tipo han podido registrarse en todo tiempo y lugar, la verdadera tragedia de
los comunes no radica en la voracidad circunstancial de unos pastores o en la
escaza capacidad de concertar reglas de juego de pescadores en un lago o de
beneficiarios de una fuente de agua. Esos son problemas que la propia acción
colectiva de los pueblos y comunidades del mundo ha ido encarando y resolviendo
paulatinamente, unas veces con mejor fortuna que otras, lo cual ha demostrado a
su vez que el problema de los bienes comunes no se halla allí.
[1]
a) La pobreza como pretexto para la
depredación
Posiblemente una breve
reflexión en torno a la pobreza y la acción depredatoria que suele asociarse a
ella, nos ayude a comprender cabalmente las raíces de la verdadera tragedia de
los comunes. Frecuentemente se supone que los pobres no apoyan programas y
proyectos de preservación ambiental porque su ejecución les limitaría su acceso
a los bienes comunes, lo cual iría en contra de sus intereses, dado que ellos
estarían dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de mitigar o resolver su
pobreza, por lo que los pobres serían los principales depredadores ambientales.
Bien vistas las cosas, son intereses inescrupulosos los que se valen de la
pobreza para sus fines de explotación y expoliación, ya que cuentan usualmente
con medios y recursos que los pobres no están en capacidad de movilizar. Los
mecanismos de cooptación, soborno y muchos otros empleados en estas
circunstancias son archiconocidos. De modo general puede advertirse que son
intereses ajenos a los pobres los que usualmente se hallan en la base o la raíz
de los problemas de depredación y saqueo de la naturaleza.
A partir de ello, podemos
concluir que la verdadera tragedia de los comunes no radica en el uso
depredatorio de recursos comunes por parte de sus directos usuarios, tampoco en
la inefectividad de reglas comunes de manejo de dichos recursos por parte de
sus beneficiarios, sino en la acción de esos intereses inescrupulosos,
mezclados con la lógica de acumulación primitiva, actualmente desbocados por la
crisis terminal del capitalismo, que se involucran en la “gestión” de dichos
bienes.
Es en relación y respecto a
dichos intereses, a dichas fuerzas de destrucción, frente a los cuales los
pueblos y comunidades deben prepararse para defender su patrimonio ecológico,
el patrimonio que verdaderamente interesa preservar en beneficio de todas las
especies vivas.
b) La privatización y la mercantilización
de la naturaleza
Las fuerzas del capitalismo
–ahora con nuevos bríos en el marco de su “economía verde” en el centro y del
extractivismo en la periferia– apuntan a apoderarse de los recursos naturales,
como medio de expropiar las funciones ambientales y todos los acervos y
riquezas relacionados con ellos. Si explotan unos minerales, lo hacen por
acceder a otros, más raros y escasos, menos conocidos, pero muy apreciados. Si
se interesan por unas semillas, es por apoderarse del valor y el esfuerzo de
muchas generaciones, introduciéndoles mutaciones que les permitan cobrar por el
empleo de las mismas. El acceso a los bosques también es por aprovechar las
maderas, pero primordialmente por apoderarse de sus funciones ambientales, su
biodiversidad, el banco genético que se halla allí depositado. La investigación
de nuevos yacimientos y recursos por supuesto que está también a la orden del
día –como es el caso del fracking- todo con tal de maximizar el rendimiento de
sus inversiones.[2]
De ese modo, de a poco, se va produciendo un proceso de empobrecimiento de la
naturaleza y de apropiación y concentración de los recursos de la naturaleza,
en una palabra, se va privatizando la naturaleza, y de paso se van expropiando
sus recursos y sus servicios ambientales.[3]
De este modo, los bienes
comunes pasan a convertirse en bienes privados mediante la implantación de
diversas formas de exclusión. Aquí es donde aparece en su forma más pura el
pensamiento neoliberal y todas las corrientes centradas en el perfeccionamiento
de los derechos propietarios, que se ocupan de discernir qué es de uno y del
otro, ya que sin poder especificar la propiedad, es decir, sin definir y
establecer cercamientos y formas de exclusión diversas, no es posible movilizar
el interés individual, por lo que no se puede atraer inversiones, etc. De este
modo podemos ver como las reglas de funcionamiento del capitalismo se hallan
plenamente operantes en la verdadera tragedia de los comunes.
3. ¿Qué hacer? Mecanismos de defensa de los
bienes comunes
Como nunca antes la
humanidad se halla confrontada con su destino de una manera tan cruel y perversa,
que casi todo lo que haga o deje de hacer puede contribuir a liquidar sus
propias bases de sustentación y ello como aliada de las fuerzas más regresivas
que se han desatado alguna vez sobre la faz del planeta. Por ello, ya no hay
espacio para la sorpresa ni el asombro, mucho menos para los desentendidos. Lo
más complicado y grave del asunto es que el enemigo puede hallarse en nuestras
propias historias y experiencias, en nuestras propias formas de pensar, actuar
y reaccionar, razón por la que al mejor estilo de los movimientos sociales más
avanzados, maduros y consecuentes, debemos empezar por una tarea de
descolonización de nuestras formas de pensar, recurriendo incluso a poner en
cuestión absolutamente todo y sólo aceptarlo cuando todas las premisas y
fundamentos de cada asunto o cuestión hayan sido meticulosamente chequeadas y
aceptadas, al estilo de René Descartes, el racionalista francés y su “moral provisional”.
Esa tarea no es simple ni rápida, pero el tiempo apremia. Necesitamos
respuestas para el corto y mediano plazo. El calentamiento global y su
principal secuela, el cambio climático, nos señalan que nos hallamos en cuenta
regresiva. Como dice Brad Werner,
uno de los científicos más connotados de nuestro tiempo, la catástrofe es casi inevitable, excepto que
surja una fuerza de “resistencia” o “fricción” capaz de confrontar el curso
actualmente ineludible de las cosas. Dicha fuerza de fricción es la
participación ciudadana, sin la cual no es
posible ralentizar la maquina económica que “está escapando a todo control”.[4]
Si todos los elementos
señalados anteriormente son correctos, entonces tenemos un conjunto de premisas
que puede ayudarnos a ordenar nuestra acción temporal, de modo de evitar que la
situación imperante en materia de liquidación de nuestros fundamentos de vida
se agrave y podamos estructurar líneas y estrategias de acción mucho más
meditadas y sistemáticas.
Recapitulemos brevemente y
veamos cuáles son esas premisas:
La naturaleza ha puesto a disposición una
gama de bienes comunes (como aire, el agua, la tierra, la vegetación, los
bosques, la biodiversidad, las funciones ambientales) indispensables para la
vida, por lo que todos los seres vivos, incluidos los humanos, somos aire,
agua, tierra, bosque, y a la vez somos el producto de sus frutos, por lo que
dependemos esencialmente de la forma de gestión de dichos bienes.
La magnitud de la crisis actual del
capitalismo muestra que está dispuesto a recurrir a toda forma de acumulación
que le permita reproducir el capital.
La acumulación primitiva se concentra ahora
con marcado énfasis en la naturaleza, sus recursos y funciones ambientales
mediante el nuevo esquema de la “economía verde” y el extractivismo.
Dicha concentración del capital está
directamente asociada con la apropiación y expropiación de las energías,
activos y potencias que alberga la naturaleza, con su privatización y
mercantilización.
La conclusión de estas
premisas nos indica de modo vehemente que es indispensable la acción colectiva
concertada de los pueblos, que las bases de sustentación de la vida se hallan
comprometidas y que la vida misma en el planeta está en cuestión.
4. Líneas de acción para preservar los bienes
comunes
Todo lo anterior nos debe
inducir a pensar en la gama de respuestas y líneas de acción que se requiere
articular para hacer frente a esta hecatombe.
Lo primero y fundamental
radica en comprender las premisas críticas señaladas y estar de acuerdo con ellas.
De otro modo nuestra aceptación o rechazo sería un acto meramente formal o
mecánico, sin una base de convencimiento propio.
Lo segundo es comprender
que no puede haber intervención en la naturaleza que no sea de muchas maneras
aceptada y apoyada por los seres humanos y sus legítimas organizaciones. Sin
dicha aceptación, no puede ni debe haber intervención alguna. La lógica de esta
línea de acción es muy clara y merece unas advertencias. La primera es que la
voracidad capitalista y sus esquemas de mercantilización de todo lo que tiene
algún valor aprovechable o redituable en el mercado constituyen la esencia del
ataque a las bases de sustento de la vida. Aquí no hay contemplación alguna
toda vez que un objeto cualquier cae bajo la mirada mercantilista. Una segunda
advertencia: la lógica depredadora en la fase actual no es producto únicamente
de determinadas limitaciones técnicas, de las exigencias de una supuesta
competitividad o la connivencia de gobiernos y corporaciones en relación a los
grados de polución o de calentamiento global. En la fase actual es el
capitalismo mismo, sus capacidades de reproducción y perpetuación, las que se
hallan en entredicho, razón por la que la irresponsabilidad y la
mercantilización de todo cuanto pueda arrojar algún valor redituable en el
mercado, han ocupado el primer plano de la escena.
Tercero, es crucial
estudiar y analizar todas las formas de evitar la injerencia, avasallamiento o
intervención de fuerzas foráneas, interesadas en mantener a cualquier costo la
reproducción ampliada del capital. Por foráneo no se quiere decir connacional
de otro país, sino extraño al interés general de las colectividades. Por ello,
parte de la preocupación debe consistir en estar atentos también a los ataques
internos, aquellos que vienen de adentro, pues allí también pueden prepararse
otros escenarios de avasallamiento.
Cuarto, la participación
ciudadana es el elemento esencial que permitirá finalmente dirimir el futuro. [5] O se imponen las fuerzas destructivas y regresivas imperantes en aras
de su propio rescate y de salvar sus propios esquemas de perpetuación, o es la
ciudadanía organizada la que logra preservar las bases de sustentación de la
vida y de este modo actúa como defensor intransigente de todas las formas de
vida aún existentes. La organización de la acción colectiva cooperativa, el
fortalecimiento de todas las organizaciones ciudadanas y movimientos sociales
en defensa de la vida y la naturaleza, y la participación de todas estas formas
organizadas de defensa de la vida en todos los asuntos en que sea necesario,
son apenas algunas de las modalidades en las que hoy más que nunca la
ciudadanía está convocada a actuar en todos los frentes que las circunstancias
así lo demandan.
Quinto, el punto anterior
implica a su vez varias cosas de gran importancia. Es importante reflexionar
continuamente acerca de las vías, formas de organización y contenidos de las
demandas que se emplean en toda acción colectiva, ya que detrás de cada acción
pueden estar no sólo los agentes de todas las formas de apropiación,
expropiación y mercantilización de la naturaleza, sino también puede haber
esquemas profundamente equívocos que nos conduzcan por vías nefastas y
reprochables a poner en bandeja de oro la explotación de las potencias y
funciones de la naturaleza a fuerzas regresivas. Pretender que hay una vía
nacional, nacionalista o progresista, de naturaleza extractivista, de
aprovechamiento de la naturaleza, ya es haber dado mucho más de medio paso para
poner la naturaleza al alcance de las fuerzas regresivas y destructivas,
simplemente porque la ruta extractivista es la ruta de la degradación, de la entrega,
de la pérdida de todo vestigio de soberanía, sea por la vía de la directa
extranjerización de los recursos o de la proliferación de infraestructuras de
todo tipo en condiciones de dependencia estructural de los mercados, derivada
de las funciones de producción empleadas en los centros hegemónicos, ya que la
economía nacional es convertida en un simple resorte de esas formas de
avasallamiento, es puesta a completa disposición de otros intereses, fuerzas y
proyectos de vida.
Sexto, aquí frente a esos esquemas, sólo queda la participación
ciudadana, la consulta ciudadana, que pasan indefectiblemente por un factor
clave y esencial: la manifestación ciudadana, es decir, el deber y la
obligación de los ciudadanos de informase, reflexionar y de expresarse, de dar
a conocer sus puntos de vista y estar prestos a defenderlos y sustentarlos en
cualquier momento. El caso del TIPNIS
muestra de cuerpo entero no sólo la lucha que se libra a escala planetaria,
sino las fuerzas que se han involucrado, las justificaciones que se han
movilizado, los medios y recursos que se emplean, aspectos que nos permiten
asistir a un despliegue relativamente inédito o temprano de las armas y medios
que salen relucir en este conflicto universal por preservar las bases de
sustento de la vida. Pero de algo podemos estar seguros: toda vía de
penetración es una vía de expoliación que se activa desde el mismo momento en
que se inicia dicha penetración, tanto en el plano físico de construcción de
una obra como en los planos ideológico, político, doctrinario, etc. Ello
significa que toda forma de aprovechamiento de las potencias y energías que
posee la naturaleza, debe ser efectuada en el marco del interés colectivo, el
cual sólo puede forjarse en función de la preservación de la naturaleza y del
equilibrio ecológico. Ello exige a su vez una continua y celosa vigilancia de
toda forma de aprovechamiento, lo cual pasa por limitar las intervenciones al
mínimo indispensable e inevitable. En todo caso, la actitud vigilante, como la
han puesto de manifiesto de modo heroico y valeroso los hermanos del TIPNIS, es
un ejemplo sólo comparable a los más emblemáticos que se han registrado en todo
el Orbe, como es el caso de las mujeres que se abrazaban a los árboles para
evitar su derribe o los luchadores durante la guerra del agua.
Séptimo, también es
indispensable implantar una gama de medidas y líneas de acción concretas que
permitan calificar la participación ciudadana, esto es, mejorarla y fortalecerla
consecuentemente, a fin de construir una mecánica fina en lo relativo a la
consecución de las metas y objetivos que se propongan los ciudadanos y sus
organizaciones. Entre esas medidas más especificas, pueden mencionarse las
siguientes.
- Bienes públicos y colectivos. No puede existir una acción colectiva
prometedora que prescinda de instrumentos que faciliten y hagan posible dicha
acción colectiva. Los bienes públicos y colectivos constituyen un medio
importante para la protección de los bienes comunes, ya que permiten
complementar los propios recursos y esfuerzos puestos al servicio de la
protección de los bienes comunes con otros varios y diversos que usualmente no
se hallan al alcance de los participantes. Ejemplos de esta simbiosis son las
escuelas de gestión de bienes comunes (pescadores, pastores, recolectores,
etc.), desarrollo de tecnologías apropiadas, marcos legales coherentes con el
aprovechamiento sostenible de dichos bienes, desarrollo de medios y plataformas
de información y de apoyo al desarrollo de una cultura relacionada con la
protección de los bienes comunes, etc. Todos y cada uno de estos medios o
ingredientes son bienes o servicios públicos o colectivos que facilitan y
contribuyen a hacer posible la gestión cooperativa de los bienes comunes.
- Ordenamiento Territorial. Es indispensable aplicar la Constitución
Política en lo relativo a los planes y políticas de ordenamiento territorial
que deben ser formulados en el marco de una cuidadosa protección de los
recursos naturales y el medio ambiente. Bolivia posee mayormente tierras
relativamente pobres y frágiles, estamos muy lejos de la calidad de las tierras
argentinas. Sólo el 5% del territorio nacional posee buenas tierras, sin
limitaciones significativas, por lo que la gestión de todo el territorio es una
cuestión estratégica, a fin de evitar su degradación y desertificación.
- Prevención de riesgos. De igual modo, es crucial implantar y
consolidar de una vez por todas, una política integral de prevención de riesgos
de desastres, ya que es indispensable para preservar todas las bases de
sustento de la vida y las funciones ambientales derivadas de ellas. Además, es
la mejor política social que se puede aplicar, ya que es sabido que los
desastres afectan casi exclusivamente a la población más pobre de la sociedad y
a los territorios más marginados.
- Modelos de participación ciudadana. Uno de los instrumentos esenciales que poseen las sociedades y las
comunidades es su capacidad de participación, ya que sin ella, muchos poderes
fácticos y no fácticos fácilmente harían lo que les viene en gana con los
recursos naturales. Por ello, es indispensable cuidar y preservar este
instrumento, pues no vaya a ser que su permanente menoscabo y desacreditación
muevan a la desidia y a la indiferencia de la ciudadanía, lo cual puede ser
fatal en las actuales circunstancias. En este marco, es preciso contar con
esquemas y modelos idóneos para cualificar dicha participación, ya que existen
temas y asuntos en los que la toma de decisión puede efectuarse por mayoría
simple o calificada, y otros en los que el criterio técnico debe prevalecer, puesto
que de otra forma se puede afectar o comprometer múltiples esfuerzos. Ejemplos
de ello son el escudo epidemiológico que deja de ser “escudo” si existe la posibilidad
de rechazar la vacunación universal de todos los miembros, o la provisión de
servicios que demandan el concurso colectivo (reforestación, gestión de riesgos,
atención de desastres, etc.), ya que la falta de participación de unos pocos puede
perjudicar el aporte y esfuerzo de muchos.
Las nuevas generaciones ya
están aquí y van tomando conciencia rápidamente de la situación en que las
viejas generaciones les están dejando el planeta. De a poco van construyendo
respuestas de todo tipo, desde aquellas que ven una debacle final inevitable a
todo el desmadre que hemos producido y en el que nos hallamos, hasta aquellas
otras que muestran que no se resignan y dan batalla desde todos los frentes,
pasando por todos esos esfuerzos individuales que les permitan armonizar
proyectos de vida personales con aportes prácticos y concretos que van desde el
cuidado de niños abandonados, hasta el apoyo a pobres despreciados.
La defensa, protección y
gestión colectiva responsable de los bienes comunes es indispensable en el
tiempo actual donde ya no queda espacio para filosofar o polemizar en torno a
la responsabilidad o la culpa colectiva. La indiferencia colectiva es fatal
para el futuro de la vida en el planeta, incluso a corto plazo, ya que la
pérdida de la diversidad ecológica y de muchas funciones ambientales pueden ser
en muchos casos irreversibles, lo cual tiende a debilitar y agravar aún más nuestro
futuro, el de todas las especies vivas de nuestro planeta.
Notas