18 junio 2012

Nuevos medios para viejos fines: la mercantilización de la naturaleza y la destrucción planetaria



Carlos Rodrigo Zapata C.

Hoy como ayer, en 2012 como en 1992, con o sin grandes cumbres ambientales, continuamos con el mismo desdén y desprecio hacia el medio ambiente, la fuerzas de la naturaleza o la Madre Tierra, como solemos llamarla ahora, aunque con algunas variantes en los medios, mientras que en los fines últimos continuamos enfilando imperturbables hacia las mismas metas: la explotación irracional de todas las fuerzas naturales planetarias.

Mientras que en 1992 se usaban diversos lugares “apartados” del globo como depósitos de toda clase de desechos industriales, químicos y atómicos con tal de posponer la toma de una diversidad de medidas de reconversión industrial que eviten la destrucción planetaria, hoy en el 2012, asistimos a formas más sofisticadas de seguir haciendo lo mismo: los bonos de carbono.

Mientras que hace dos décadas se procuraba hacer desaparecer de la faz de la tierra todos esos residuos y desechos letales, vertiéndolos en cualquier cuerpo de agua o enterrándolos en algún oculto confín terráqueo, hoy se procura conjugar dos extremos: áreas polucionadas y degradadas coexistiendo y conviviendo al lado de otras áreas prístinas y relativamente intocadas, con la finalidad de explotar al máximo sus funciones ambientales, tales como el secuestro del dióxido de carbono.

Si antes sobraban y bastaban algunos “huecos negros” para hacer desaparecer los residuos industriales letales, tales como mares, ríos y lugares relativamente alejados en los países pobres, hoy se requieren grandes pulmones planetarios, sean los bosques o la flora marina, como si ya nos halláramos al borde mismo de una asfixia global y de una insuficiencia generalizada de oxigeno para regenerar la vida. O sea, los medios han variado para la consecución de los mismos fines, pero las consecuencias son aún más nefastas. Veinte años del proceso de Río nos han deparado un presente griego: el cambio climático, como síntesis de todos los procesos de devastación planetaria.

A continuación se reproducen dos artículos. El primero del teólogo ecologista brasilero Leonardo Boff, uno de los pensadores más críticos y destacables de nuestra América, la del Sur. Allí Boff hace un recuento de las medidas que se pretende implantar, usando a la naturaleza -como siempre- como un medio para los fines de la acumulación capitalista. Interesante y digno de destacar, es la referencia que hace Boff a las reflexiones de nuestro compatriota Pablo Solón en torno a la mercantilización de la naturaleza. Vale la pena recordar en este marco la absoluta soledad en la que quedó Bolivia en el encuentro de Cancún del 2010 organizado para renovar el Protocolo de Kyoto que fenece el 2012, este año, cuando el mundo votó contra Bolivia, 189 a 1, todo por poner en evidencia ese sistema de destrucción complaciente que se ha impuesto en el planeta.

El otro artículo es de mi propia autoría, publicado hace 20 años, en 1992, con motivo de la Cumbre de Río de Janeiro de ese año. En esa nota se muestra las interrelaciones entre debacle ecológica, propiedad privada y corrupción, como el nudo gordiano que impide toda transformación profunda, el punto de fusión de todos los intereses coaligados contra la vida en el planeta, capaz de mantener curso imperturbable hacia la destrucción masiva de las bases de vida.

Sería de desear que al fin, luego de dos décadas de desarrollo sostenible y muchos otros discursos, hayamos tomado conciencia del desastre ambiental global al que inexorablemente nos aproximamos. Pero por todas las noticias que se conocen, hoy, 20 años después, este tampoco será el caso, por lo que la humanidad seguirá jugando a la ruleta rusa como su deporte favorito, el ecocidio, como forma de liquidación de todas las formas de vida.

Los viejos medios mantienen su vigencia
  
Olvidaba destacar que los viejos medios mantienen toda su vigencia. Basta ver el horror de lo que acontece en las costas de Somalia, el país más pobre y miserable del planeta, como para comprender la magnitud de la angurria y el desprecio con que los poderosos tratan a los débiles e indefensos. En este mismo blog, recomiendo ver la tragedia de los mal llamados "piratas" somalíes, como para comprender la magnitud del ecocidio que vamos preparando denodadamente desde hace mucho tiempo. Bajo el tìtulo de Algunas causas de la crisis somalí, incluí en agosto de 2011 un artículo en el que se muestran las causas del agravamiento y profundización de dicha crisis, y adivinen donde se encuentran: ¡en el vertido de desechos nucleares en las costas de Somalia y en la pesca indiscriminada por pesqueros europeos en las aguas continentales de ese país hambriento! 
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Economía Verde vs. Economía Solidaria
Leonardo Boff

 
ALAI AMLATINA, 15/06/2012.- El documento cero de la ONU para la Río +20 todavía es rehén del viejo paradigma de la dominación de la naturaleza para extraer de ella los mayores beneficios posibles para los negocios y para el mercado. A través de él y en él el ser humano busca sus medios de vida y subsistencia. La economía verde radicaliza esta tendencia, pues como escribió el diplomático y ecologista boliviano Pablo Solón «ella busca no sólo mercantilizar la madera de la selva sino también su capacidad de absorción de dióxido de carbono». Todo esto puede transformarse en bonos negociables por el mercado y por los bancos. De esta manera el texto se revela definitivamente antropocéntrico, como si todo se destinase al uso exclusivo de los humanos y la Tierra los hubiese creado solo a ellos y no a otros seres vivos que exigen también la sostenibilidad de las condiciones ecológicas para su permanencia en este planeta.

En resumen: \"el futuro que queremos\", lema central del documento de la ONU, no es otra cosa que la prolongación del presente. Éste se presenta amenazador y niega un futuro de esperanza. En un contexto como este, no avanzar es retroceder y cerrar las puertas a lo nuevo.

Hay además un agravante: todo el texto gira en torno a la economía. La pintemos de verde o de marrón, ella guarda siempre su lógica interna que se formula en esta pregunta: ¿cuánto puedo ganar en el menor tiempo, con la menor inversión posible, manteniendo una fuerte competitividad? No seamos ingenuos: el negocio de la economía vigente es el negocio. Ella no propone una nueva relación con la naturaleza sintiéndose parte de ella y responsable de su vitalidad e integridad. Muy al contrario, le hace una guerra total como denuncia el filósofo de la ecología Michel Serres. En esta guerra no tenemos ninguna posibilidad de vencer. Ella ignora nuestros intentos, sigue su curso incluso sin nuestra presencia. Tarea de la inteligencia es descifrar lo que ella nos quiere decir (por los eventos extremos, por los tsunamis, etc), defendernos de los efectos perjudiciales y poner sus energías a nuestro favor. Ella nos ofrece informaciones pero no nos dicta comportamientos. Estos debemos inventarlos nosotros mismos. Solamente serán buenos si están en conformidad con sus ritmos y ciclos.

Como alternativa a esta economía de devastación, si queremos tener futuro, necesitamos oponerle otro paradigma de economía de preservación, conservación y sostenimiento de toda la vida. Necesitamos producir, sí, pero a partir de los bienes y servicios que la naturaleza nos ofrece gratuitamente, respetando el alcance y los límites de cada biorregión, distribuyendo con equidad los frutos alcanzados, pensando en los derechos de las generaciones futuras y en los demás seres de la comunidad de vida. Ella adquiere hoy cuerpo a través de la economía biocentrada, solidaria, agroecológica, familiar y orgánica. En ella cada comunidad busca garantizar su soberanía alimentaria: Produce lo que consume, articulando a productores y consumidores en una verdadera democracia alimentaria.

La Río 92 consagró el concepto antropocéntrico y reduccionista de desarrollo sostenible, elaborado por el informe Brundland de 1987 de la ONU. Se transformó en un dogma profesado por los documentos oficiales, por los estados y empresas sin ser nunca sometido a una crítica seria. Secuestró la sostenibilidad sólo para su campo y así distorsionó las relaciones con la naturaleza. Los desastres que causaba en ella eran vistos como externalidades que no cabía considerar. Pero ocurre que estos se volvieron amenazadores, capaces de destruir las bases fisicoquímicas que sustentan la vida humana y gran parte de la biosfera. Esto no ha sido superado por la economía verde. Esta configura una trampa de los países ricos, especialmente de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) que produjo el texto teórico del PNUMA, Iniciativa de la Economía Verde. Con esto descartan astutamente la discusión sobre la sostenibilidad, la justicia social y psicológica, el calentamiento global, el modelo económico fracasado y el cambio de punto de vista, una mirada distinta sobre el planeta que pueda proyectar un futuro real para la humanidad y para la Tierra.

Junto con la Río +20 sería muy positivo rescatar también la Estocolmo+40. En esta primera conferencia mundial de la ONU realizada del 5 al 15 julio de 1972 en Estocolmo (Suecia) sobre el Ambiente humano, el foco central no era el desarrollo sino el cuidado y la responsabilidad colectiva por todo lo que nos rodea y que está en acelerado proceso de degradación, afectando a todos y especialmente a los países pobres. Era una perspectiva humanística y generosa, que se perdió con la carpeta cerrada del desarrollo sostenible y, ahora, con la economía verde.

- Leonardo Boff es Teólogo/Filósofo, autor de “Sustentabilidade: o que é e o que não é”, Vozes 2012. Fuente: http://servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=492
URL de este artículo: www.alainet.org/active/55664



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Claraboya
DEBACLE ECOLÓGICA,PROPIEDAD PRIVADA Y CORRUPCIÓN

Carlos Rodrigo Zapata C.

Las últimas víctimas de un prolongado proceso civilizatorio basado en la consigna de conquistar la naturaleza ya se encuentran en el patíbulo. Esta vez los afectados no son pueblos, culturas, razas u olvidadas minorías, esta vez son los fundamentos de la vida humana los que nos aprestamos a someter definitivamente. El aire, el agua, los bosques y selvas y las tierras cultivables son las víctimas, condenadas sin tribunal y a punto de ser ejecutadas sin apelación.

“The point of non return” parece haber sido alcanzado, ese umbral más allá del cual la especie humana y las otras especies vivientes tienen poca o ninguna chance más de supervivencia. La devastación de estos recursos a escala mundial no tiene freno ni medida, tampoco parece suficiente la diaria amenaza de la supervivencia planetaria  para emprender acciones a escala mundial para hacer frente a este desastre, ni qué hablar de la capacidad humana de diálogo y concertación para encontrar soluciones.

La a toda luces ilimitada capacidad humana  de liquidación de los fundamentos de su propia vida está estrechamente ligada a la idea que los recursos naturales  son bienes libres por existir en abundancia, idea no revisada hasta el presente.

Ya desde los albores de la civilización humana, todas las generaciones no han hecho otra cosa que procurar sacar el máximo provecho de los recursos naturales sin considerar los daños y perjuicios que puedan causarles a su propia capacidad de regeneración. Importa que el agua utilizada sea pura y cristalina, mas no los residuos y deshechos que contenga una vez  aprovechada; el aire debe ser purificado y en lo posible liberado de todo germen cuando ingresa en un proceso productivo, pero liberado a “su” suerte con todas las emanaciones nocivas y residuos venenosos que haya adquirido en ese proceso, y así sucesivamente con los otros candidatos al patíbulo.

Disputamos la propiedad de los recursos naturales como medio de generación de “riqueza”, pero no nos responsabilizamos por “su” destino como si fuera algo externo a la especie humana, como si la capacidad de regeneración de la naturaleza fuera ilimitada. Por ello no llama la atención que los predios de las grandes fábricas químicas, centrales de energía y otros centros que contribuyen a la devastación de los fundamentos de la vida humana se hallen extremadamente protegidos y resguardados, pero los mares, lagos, ríos, atmósfera y otros lugares del planeta más bien parezcan tierra de nadie, huecos negros donde se acumulan los desechos industriales. Aquí nadie es ni se siente propietario, pues estos huecos negros son funcionales a la propiedad privada.

¿Qué sería de gran parte de esa industria que se pavonea de sus más sofisticados productos si no existieran esos huecos negros? La paradoja de la institución de la propiedad privada que nos plantea la devastación del planeta es simple: para reafirmarla y sustentarla, es necesario al mismo tiempo negarla. Para satisfacer las disposiciones de las autoridades ecológicas en los países más industrializados, las empresas no dudan en intentar despachar sus cargas de residuos letales químicos, atómicos y otros a cualquier lugar “apartado” del globo. Aquí si que no es posible descubrir la idea intensamente difundida por los movimientos ecologistas de que todos nos hallamos en el mismo bote, próximo a naufragar. Los países del Tercer Mundo son otro de esos huecos negros necesarios para la pervivencia de la institución de la propiedad privada.

Todo ese tráfico de cargas ecológicas sólo es posible gracias  a convenios internacionales que dejan las puertas abiertas a estos atentados contra la existencia humana (como el Convenio de Basilea de 1989 contra el tráfico de residuos industriales nocivos, en el que no se aceptó la oposición de los países del Tercer Mundo, que pedían una prohibición expresa de ese tráfico y se impuso la sustentada por los países industrializados de firmar convenios bilaterales, caso por caso, para prohibir dicho tráfico) y a intermediarios vinculados con grandes industrias, empeñados en corromper a autoridades donde sea posible a fin de satisfacer las normas industriales en sus propios países. No pocas industrias deben hacer millonarias inversiones para reconvertir sus plantas industriales y hacerlas compatibles con  el medio ambiente. Un medio de evitar o postergar dichas inversiones consiste en despachar sus desechos industriales a cualquiera de los huecos negros que se han formado en el planeta, muchos de los cuales existen gracias a gigantescas maniobras de corrupción. Los medios para ello vienen justamente del rédito que obtienen estas industrias por posponer sus millonarias inversiones  de reconversión industrial. Esas industrias atentatorias contra la ecología, que requieren de los huecos negros para reafirmar su propiedad, son a su vez centros de la corrupción a escala mundial.

Por ello, la Cumbre ecológica de Río, más que el intento por presentar soluciones de emergencia a una naturaleza en crisis, es y debe ser un profundo examen de conciencia de la cultura y civilización humanas aferradas a los mitos del progreso material y el crecimiento económico.

(*) Publicado en: Periódico Ultima Hora, La Paz, Bolivia, 12 de junio de 1992.