Carlos Rodrigo Zapata C.
“....viviremos si te cuadra, cual bibosi en motacú” (canción popular cruceña)
No sé en qué momento de la historia surge la idea que la vida misma es la escuela de la vida. Por cierto que lo es, porque es pletórica en enseñanzas, aunque también porque sus enseñanzas suelen pagarse con creces.
Pero, ¿cómo evitar recorrer los mismos caminos, cómo aprovechar las experiencias y aprendizajes de nuestros mayores, cómo hacer para no tener que descubrir la pólvora una y otra vez y no tener siempre que volver a empezar?. ¿Cómo hacer para no pagar con sangre lo ya conocido, lo obvio, lo que de todas maneras requerimos para ganarnos nuestro lugar en la comunidad en que convivimos?
Bibosi en Motacú |
Pero yo sólo quería hablar de la escuela de la vida y quería referirme única y exclusivamente a la escuela misma, a ese recinto en el que solemos pasar muchos años de nuestra infancia y adolescencia, y heme aquí discurriendo sobre el árbol, la enredadera y asuntos afines.
Es que creo que hay una relación íntima entre esos tres puntales: la escuela, el árbol y la enredadera. La escuela debe estar ubicada justo al medio de ambos, debe ser un observatorio devoto de la unión y lucha de esos titanes. Pero, ¿cómo hacerlo, qué significa algo así?. Lo primero de todo es escudriñar cuidadosamente todo lo que representa el árbol en la vida nuestra, y luego hacer lo mismo en el caso de la enredadera. Encontraremos incontables pares de opuestos complementarios que luchan y combaten entre sí, pero que también tienen sus alianzas y uniones. Esa danza concluirá en unos casos en el triunfo de uno sobre el otro, en otros, en una unidad sólida e inconmovible de ambos, y en otras, en formas simbióticas de coexistencia inaudita. La tarea de la escuela consistirá en conocer cómo concluyen esos encuentros en la vida real, si en momentos de paz y armonía o de triunfo o sometimiento.
Algún día quisiera escuchar a algún estudiante que nos cuente el producto de su paso por una escuela así. Creo sinceramente que habría aprendido desde su escuela tanto de la vida, que no habría simbiósis más plena y profunda que la que puede encontrarse en cualquier ámbito de la vida.
La escuela y la vida no son antagónicos, no son entes opuestos y contradictorios. Por el contrario, son la unidad dialéctica más completa y perfecta que podemos conocer. Qué significa ello?. Pues que la expresión más pura de cada uno de dichos momentos es posible alcanzar mediante su complementación mutua, mediante la compenetración más íntima y profunda que podamos conseguir entre ambos. Pues no hay vida que valga vivir si es que no la podemos comprender ampliamente, ni hay escuela útil para algo que no se halle constantemente ligada a la vida misma.
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La escuela de la vida es pues la vida de la escuela, pero de una escuela en la que debemos vivir con los ojos bien abiertos. Es la escuela de la enseñanza y el compromiso, del descubrimiento y el embeleso, del orden y la tolerancia, de la disciplina y el esparcimiento, del respeto y de la excelencia, del amor por la vida y su goce pleno, de la continuidad y el cambio, del derecho de transformación y la preservación escrupulosa de los valores y de las leyes de la naturaleza, del libre albedrío y de la comprensión de sus límites, como la expresión culmine de la experiencia humana. Es la escuela que empieza en la familia y continua en la escuela y atraviesa la sociedad entera y la vida misma a través de todos sus confines y de todos los tiempos.
Es la escuela que la hacemos todos, cada uno contribuyendo con su granito de arena, pero aportando creativa, constructiva y ordenadamente en ese empeño. Es una escuela que se mezcla con la vida, pero no se confunde con ella, pues es un crisol de enseñanza y aprendizaje de las experiencias de nuestros mayores y de nuestra propia observación e inquietud. Es el medio fundamental para elevarnos constantemente en nuestra humanidad, en el sentido más alto y celoso que tengamos de ella. Es el modo de vivir cada vez mejor, sin dar las espaldas a la vida, sino en plena complicidad con ella.