17 octubre 2010

¿Lucha contra el racismo versus libertad de expresión? La sociedad boliviana exhibe sus limitaciones


Carlos Rodrigo Zapata C. (*)

La promulgación de la Ley de lucha contra el racismo y toda forma de discriminación constituye todo un logro en la sociedad boliviana. El representante del Alto Comisionado de NNUU para los Derechos Humanos en Bolivia ha recordado que dicha ley debía haber sido sancionada en Bolivia hace ya 40 años, desde que Bolivia ratificó la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación Racial. Una omisión muy penosa que ahora al fin queda subsanada.

Es posible que algunos compatriotas no se hayan percatado de la urgente necesidad de esta ley y de toda una gama de instrumentos y formas de lucha contra el racismo, pues nuestra sociedad está trasminada de racismo, enferma de odio a lo que considera distinto, extraño, ajeno, repulsivo para unos y otros.

Cuánto daño causa el racismo y la discriminación, puede apreciarse en una de sus formas de expresión más funestas, como es el empatronamiento en la región del Chaco boliviano, una forma contemporánea de esclavitud. En un estudio sobre Huacareta podemos leer: “Los guaraníes de Chuquisaca no tuvieron otra opción que vivir empatronados en parcelas reducidas o morir. Esta cruel realidad fue manejada como un discurso de las élites dominantes para el dominio total de los guaraníes. Los patrones fueron capaces hasta de borrar la autovaloración cultural de los indígenas guaraníes, introduciendo en su subconsciente, conceptos subvalorativos de sí mismos como flojos, viciosos (alcohólicos, coqueadores), incapaces de sobrevivir sin el patrón“. (Ramiro Guerrero Peñaranda, Huacareta: Tierra Territorio y Libertad, febrero de 2005, extractado de: Comunidades Cautivas: Situación del Pueblo Indígena Guaraní y formas contemporáneas de Esclavitud en el Chaco de Bolivia, Comisión Interamericana de Derechos Humanos. 24 diciembre 2009).

Otro testimonio de un hombre guaraní de la comunidad de Itacuatía, dice: “No nos dejaban asistir a la escuela, nos decían para qué van a ir, tienen que trabajar. Por culpa de los patrones no hemos podido aprender y la educación habría sido muy importante…….Para la construcción de esta escuela yo acarreaba piedras y agua, cuando yo era chiquitito sin embargo no hemos estudiado aquí, no nos dejaban. Por eso no hemos estudiado bien y por eso es que yo digo hay que decir la verdad” (ver, Comunidades Cautivas, op cit)

Con toda seguridad, estos elocuentes testimonios son apenas una muestra de los estragos que han causado el racismo, la discriminación y el desprecio en toda nuestra formación social a través de siglos. Pretender poner en el traspatio estos asuntos o tapar el bosque con un árbol, como metafóricamente ha señalado el Representante del Alto Comisionado, como si se tratara de un asunto de poca monta o de menor importancia y trascendencia que la libertad de expresión, es sin duda un exceso que está confrontando a la sociedad boliviana, cuando menos a determinados círculos de opinión.

No sólo es lamentable que se procure confrontar dos bienes mayores para la sociedad boliviana, como son la lucha contra el racismo y la libertad de expresión, sino que es inadmisible que ello suceda, pues muestra de cuerpo entero cuán ajenos y distantes permanecen unos grupos sociales de otros, cuánto nos desconocemos en nuestros sufrimientos, valores, sueños y avatares diarios, y cuán poco comprendemos la honda huella que ha dejado en nuestra sociedad el racismo y la discriminación.

En ese marco, llama también profundamente la atención que en la Ley promulgada se emplee el término “raza” en los artículos 5 (Definición de Discriminación Racial) y 23 (“Delitos contra la Dignidad del Ser Humano”), convalidando en una ley contra el racismo la existencia misma de razas, cuando se trata a todas luces de un constructo ideológico, creado y propagado para “asignar a algunos grupos un estatus inferior y a otros un estatus superior que les dio acceso al privilegio, al poder y a la riqueza”, tal como lo reconoce la propia ley. Sería bueno que de una vez y para siempre eliminemos de nuestro léxico y, por cierto, de nuestra forma de pensar, la idea de “raza” que sólo ha causado toda clase de divisiones y conflictos sobre la faz de la tierra. Seguramente no ha habido fuerza más abyecta y negativa entre las sociedades y los seres humanos que el racismo y toda su pléyade de formas de manifestación.

Escarbando un tanto en la propia práctica de la ética periodística, hemos encontrado pautas y guías de gran valor, que queremos compartir con usted amigo lector, con la única finalidad de comprender que no hay una sola forma de ver todo este asunto, sino que existen formas de ver más amplias que las que aquí en el debate interno estamos manejando.

Por ejemplo, el periódico Los Ángeles Times de Estados Unidos se negó a publicar las famosas caricaturas sobre el profeta Mahoma que se publicaron por primera vez en un diario danés y dieron la vuelta al mundo, con la siguiente argumentación ética: "El derecho a no ser ofendido tiene preferencia sobre el derecho a no ser amordazado".

En esa misma línea, el Financial Times señaló: "La libertad de expresión (...) es una de nuestras libertades más apreciadas. Pero no es absoluta: no incluye, por ejemplo, el derecho de gritar ¡Fuego! en un teatro abarrotado".

Caricaturas sobre el Profeta Mahoma:
Criterios divergentes en torno a la libertad de expresión y el derecho a no sentirse agredido

Desde The Independent -de ideología de izquierdas- al Daily Telegraph -de derechas-, la prensa británica ha tratado de conciliar lo que el primero denomina "dos derechos rivales", el de la libertad de prensa y el de los musulmanes a no sentirse agredidos. "Colocar un derecho por encima del otro es la marca del fanatismo", escribe The Independent.

"Hay derecho a coger la pluma sin ser censurado. Pero también hay derecho a que las personas que viven en una sociedad pluralista y laica no se sientan excluidas, amenazadas y permanentemente ridiculizadas, como es el caso de numerosos musulmanes", añade.

The Guardian insiste en su edición del viernes en la importancia del "contexto" y señala que los periódicos "no están obligados a publicar documentos ofensivos simplemente porque son controvertidos".

El diario galo Le Figaro también llama la atención sobre los excesos de la libertad de prensa, asegurando que "la autocensura puede ser en algunos casos necesaria" dado que "lo que la ley autoriza, la conciencia a veces prohíbe". "Además, podemos hacer un mal uso de la libertad de prensa", dice.


Otro punto de vista ha sido asumido por Paper Papers que acepta comentarios anónimos, pues “estamos convencidos de que [los comentarios anónimos] enriquecen el blog y aportan lo suyo, a pesar de que a veces –muy pocas– recibamos algún insulto destemplado. Borramos los que insultan a terceros o los que no aportan más que el insulto. Citando a 'Bill Reader' (es un seudónimo) en American Journalism Review, se justifica esta decisión del siguiente modo: “En una época en que la Corte Suprema de los EE.UU. dictaminó que la Primera Enmienda (que protege los derechos a la libertad de religión y a la libertad de expresión respecto de la interferencia del gobierno) no se aplica a los empleados públicos que señalan los errores de sus superiores, y las personas pueden perder sus puestos de trabajo por hacer declaraciones que alguien podría interpretar como "una falta de respeto", personas reales con opiniones serias necesitan del anonimato para ejercer sus derechos democráticos más básicos: a disentir, criticar, defender y controversias debate. Si los periodistas tratan de silenciar a los "odiadores y gritones" prohibiendo comentarios anónimos en línea, también silenciarán a los pobres, los vulnerables y los desposeídos. Esta prohibición representaría una drástica sobre reacción”. (http://paperpapers.blogspot.com/2010/09/porque-aceptamos-los-anonimos.html)

En esta línea, existen otros puntos de vista, como el de Mauro Entrialgo, de El País de Madrid, que sostiene: “borrar barbaridades y comentarios fuera de tono no es censura, sino lógica”. Enrique Dans agrega por su parte: “Mantener la casa limpia y echar a los invitados que no respetan las formas es deber esencial de todo administrador de un foro, sea del tipo que sea, y mucho más si es de naturaleza política” (http://www.enriquedans.com/2007/12/participacion-politica-y-web-20.html).

En esta misma línea, con un enfoque más académico, María Mamani nos dice: “LIBERTAD DE EXPRESION: Exteriorización de lo que se piensa u opina. SE PUEDE LIMITAR. La exteriorización se puede limitar para que no ofenda los derechos de terceros. Tales límites son los derechos de los demás a ser respetados en su honor, intimidad y fama, así como los derechos de la sociedad en su conjunto a que no se divulguen opiniones o pensamientos atentatorios contra el orden público o el orden de convivencia establecido”. (MAMANI, María, "Libertad de pensamiento, de opinión, expresión y de prensa", http://jorgemachicado.blogspot.com/2010/10/lpoep.html).

Luego de esta revisión rápida de algunos de puntos de vista relacionados con la materia, no podemos sino asombrarnos de la “unanimidad” que se pretende respirar en nuestros ámbitos periodísticos, haciendo un uso abusivo del derecho a la libertad de expresión, como si se tratara de un derecho absoluto que no puede ni debe aceptar ni tolerar ninguna restricción o forma de limitar su ejercicio. Más allá de ello, luego de dicha inspección de puntos de vista y enfoques aplicados por los medios en diferentes partes del mundo a temas semejantes, podemos también advertir que no existe un único rasero, que no hay reglas legales ni éticas universales establecidas que nos permitan dirimir nuestro propio debate interno. Más bien lo que se observa es que en función de las circunstancias de cada país y de cada temática, determinadas reglas de comportamiento, tienden a imponerse o generalizarse.

Es nuestro país es lamentable constatar hasta qué extremo se tergiversan las cosas, al punto que pretender sancionar la difusión de opiniones con contenidos racistas y discriminadores, ya es visto por parte del gremio periodístico como conculcación de la libertad de expresión, como si no pudiera ponerse límites a dicha libertad, como si toda expresión pudiera asumirse como opinión y sólo como opinión, sin poder aplicarles el mote de insulto, agravio, ofensa, etc., ni poder hacer otra cosa que cortar todo servicio que posibilite el ejercicio del derecho a la libre expresión de la población.

En aras de la defensa de la libertad de expresión, ¿no sería oportuno, amigos de los medios de comunicación, que tomen como guía algunas de las prácticas y experiencias comentadas en esta nota, como esa de borrar los agravios de quienes usan licenciosamente estos espacios e incluso bloquear su acceso si reiteran en sus intentos denigratorios? ¿No sería ésta acaso una forma más consecuente de defensa de la libertad de expresión, haciendo al mismo tiempo lo indispensable para lograr que convivan y coexistan la indispensable lucha contra el racismo y la insustituible libertad de expresión, en los marcos en los que hoy por hoy son posibles e indispensables en nuestro medio?

¿Cuál es mi conclusión de toda esta reyerta? Si el tema del racismo en nuestra sociedad fuera una nimiedad, un detalle, una cuestión que no pesa en el ánimo y no carcome el alma de los ofendidos y vituperados, pues santo y bueno, las medidas adoptadas y las sanciones estipuladas, por empezar la amenaza de suspensión de la licencia de funcionamiento de los medios, estarían francamente fuera de lugar. Pero en una sociedad que se ve a sí misma como diversa, en la cual la comunicación, la comprensión mutua, el respeto y la valoración del otro deben estar permanentemente en el centro mismo de nuestros intercambios, debates y compromisos, el racismo se ha convertido en una traba inmensa, en un obstáculo que bloquea todos nuestros caminos y hace imposible la convivencia en esa diversidad.

No me cabe duda que ambos bienes son cruciales para nuestro propio desarrollo, pero también que no podemos privilegiar uno de ellos, pues "colocar un derecho por encima del otro es la marca del fanatismo", como cruda, pero acertadamente ha señalado The Independent de Londres. Por ello, el imperativo es la comunicación, es salir al encuentro de los seres humanos de nuestro país, de nuestra historia, tejida de humillaciones, desprecio y exclusiones, aunque también de esfuerzos e intentos por cambiar las cosas en interminables levantamientos, nacionalizaciones y emprendimientos revolucionarios a lo largo de nuestra historia.

Es hora de luchar contra el racismo y toda forma de discriminación, es hora de reivindicar y tomar en cuenta las demandas centenarias de respeto, igualdad y reconocimiento de los pueblos despreciados de nuestra heredad nacional. Por ello mismo, es tiempo de encontrar las formas más aguzadas y perspicaces para hacer que la flor de la libertad de expresión no se vea soterrada por esta emergencia nacional que data de siglos. Encontrar las formas y maneras de hacer posible que ambos bienes mayores, cruciales para nuestra sociedad, puedan convivir plenamente, es la convocatoria de la hora. Todo lo demás o raya en el fanatismo o representa una simple y llana forma de darle la espalda al país. Es tiempo de tomar partido.

(*) Economista, analista político. La Paz, Bolivia.