09 octubre 2010

EL RESPETO, BASE DE LA CONVIVENCIA EN UNA SOCIEDAD PLURAL

Por: Carlos-Rodrigo Zapata C. (*)

Una de las demostraciones más fehacientes de la incesante lucha del ser humano por el libre albedrío y la convivencia humana pacífica, se ha expresado en los valores de libertad, igualdad y fraternidad que cristalizaron en la Revolución Francesa.

Dichos valores se hallan en la base de instituciones fundamentales para organizar la convivencia humana, como son la democracia y el derecho, sin las cuales la especie humana probablemente ya habría sucumbido, presa de su belicosidad y sus indecibles contradicciones. Sin ir muy lejos, podemos observar que todo el edificio del derecho –que es a su vez uno de los fundamentos básicos de la convivencia y la civilización humanas- se sustenta particularmente en el valor de la igualdad.

Si no tuviéramos dicho valor en la base misma de su construcción, el derecho se vendría abajo como un castillo de naipes, simplemente porque no podría soportar el peso de las reglas que requerimos para ordenar nuestras relaciones y proteger nuestros derechos. Los derechos a la educación, al trabajo, al pensamiento, a la vida misma, perderían su sentido y razón de ser en un mundo habitado por desiguales, donde nadie tendría la potestad de exigir tales derechos, ni la autoridad para protegerlos y resguardarlos.

No obstante la importancia crucial de la igualdad, observamos pasmados que el mundo se va acostumbrando a convivir con distintas varas o parámetros para medir las mismas cosas, haciéndonos de este modo usuarios, cómplices o víctimas de un cinismo planetario sin parangón en la historia humana. Antes podíamos disculparnos aduciendo ignorar las condiciones de vida o los grados de exclusión prevaleciente en otros pueblos y sociedades en apartados rincones del mundo. Hoy ese argumento ha sido pulverizado por los sistemas de comunicación e información existentes que, aun con sus deficiencias, han puesto en contacto a los seres humanos de todo el planeta en tal medida que ya no podemos alegar desconocimiento de las abismales diferencias y desigualdades existentes que están haciendo añicos la convivencia humana en el planeta.

El asunto es que toda esta ignorancia calculada y premeditada a escala planetaria pone en cuestión severamente el valor de la igualdad entre los seres humanos, al punto que se puede advertir que el derecho va perdiendo espacio a escala local y global en su capacidad de regular conflictos y ordenar la vida en sociedad. De a poco empezamos a descubrir que el fundamento básico del derecho, es decir, la igualdad, está siendo gravemente erosionado, que debe ser reestablecido y que existen otros valores que deben venir en auxilio de la igualdad. Uno de dichos valores es, sin duda, el respeto.

La igualdad requiere urgentemente del apoyo del respeto para continuar sirviendo de cimiento y soporte del edificio del derecho, ese impresionante instrumento que le está permitiendo a la especie humana organizar –no siempre satisfactoriamente- su convivencia.

Pero,¿qué es el respeto, de dónde viene, por qué sería la gran respuesta a esta profunda falla de construcción que descubrimos en los cimientos mismos de una de nuestras más importantes fortalezas? Posiblemente habría que empezar señalando que toda persona, ser vivo y objeto tiene un valor propio, una cualidad intrínseca que nos impulsa a valorarlos.

Ello significa que no somos nosotros quienes les damos valor a todos ellos, sino que más bien nos damos la ocasión de apreciarlos o reconocer su valor. El vocablo respeto viene del latín “respicere” que significa volver a mirar, “mirar más profundamente”. La idea de dar atención apropiada al ser u objeto de interés es central para el respeto y significa tratar de verlo claramente, como es realmente, y no simplemente visto a través del filtro de las propias interpretaciones o temores.

Este es un paso crucial y decisivo para el respeto, pues sólo accedemos a él en la medida que estamos dispuestos a reconocer y ponderar el valor de las personas, seres vivos y objetos de interés. En este marco también podríamos decir que cuanto más aptos somos de reconocer el valor intrínseco de todos ellos, más capaces nos hacemos de apreciarlos, de beneficiarnos con su valor y de aprender a respetarlos. Más aún, la práctica misma del respeto es a su vez un modo de experimentar y conocer el valor intrínseco o el significado de algo. Pero, ¿qué razón nos mueve a “mirar más profundamente”, cuál es la importancia del respeto, de qué manera nos beneficiamos del respeto? “La Enseñanza de la Montaña”, una lección de sabiduría china, quizá pueda ayudarnos a responder a estas peguntas.

LA ENSEÑANZA DE LA MONTAÑA

“En la antigua china, en la cima del Monte Ping se encontraba el templo en donde moraba el gran maestro Hwan, el Ilustrado Mayor. De sus muchos discípulos, sólo uno ha llegado a ser conocido por nosotros, Lao-Li. Por más de veinte años, Lao-Li, estudió y meditó junto al gran maestro Hwan. A pesar de que Lao-Li era uno de los más brillantes y más decididos discípulos, tenía que alcanzar la máxima ilustración. Aún no poseía la sabiduría de la vida.

Lao-Li luchó y se esforzó al máximo durante días y noches, durante meses y aún años, hasta que una mañana, la caída de una flor de cerezo le habló a su corazón. "No puedo luchar más contra mi destino", reflexionó. "Así como esa flor de cerezo, yo debo resignarme a mi suerte". Desde ese momento, Lao-Li decidió abandonar la montaña y renunciar a la posibilidad de alcanzar la máxima ilustración.

Lao-Li fue entonces a buscar a Hwan para comunicarle su decisión. El maestro se hallaba sentado frente a un muro blanco, en profunda meditación. Respetuosamente, Lao-Li, se acerco a él. "Ilustre Maestro", dijo. Pero antes de que pudiera continuar, el maestro habló: "Mañana me uniré a ti y bajaremos de la montaña". No hacía falta decir nada más. El maestro había comprendido.

A la mañana siguiente, antes de partir, el maestro miró hacia al vasto paisaje alrededor de la montaña. "Dime, Lao-Li”, dijo, "¿qué ves?" "Maestro, veo el sol apenas levantándose en el horizonte, las colinas serpenteando por millas enteras y, abrigados abajo en el valle, un lago y un pueblo pequeño". El maestro escuchó la respuesta de Lao-Li. Sonrió y emprendió el descenso de la montaña.

Hora tras hora, mientras el sol recorría el cielo, ellos proseguían su marcha, y sólo se detuvieron cuando llegaron al pie de la montaña. De nuevo Hwan preguntó a Lao-Li qué veía. "Gran maestro, a lo lejos veo los gallos correteando alrededor de los graneros, las vacas adormiladas sobre las praderas que recién retoñan, los ancianos tomando el sol de la tarde y los niños jugueteando en el arroyuelo". El maestro permaneció en silencio y continuaron la marcha hasta llegar a las puertas del pueblo.

Allí el maestro hizo un gesto a Lao-Li y ambos se sentaron a la sombrea de un viejo árbol. ¿Qué aprendiste hoy, Lao-Li? preguntó el maestro. "Tal vez esta sea la última enseñanza que vas a recibir de mí". El silencio fue la única respuesta de Lao-Li. Finalmente luego de un gran silencio, el maestro continuó. "El sendero que lleva a la máxima ilustración es como nuestro viaje bajando de la montaña. Sólo llega a aquellos que se dan cuenta de que lo que uno ve en la cima de la montaña no es igual a lo que uno ve al pie de ella. Sin esta enseñanza, cerramos nuestras mentes a todo lo que no podemos ver desde nuestra posición y así limitamos nuestra capacidad de crecer y de mejorar. Pero con esta sabiduría, Lao-Li, puedes despertar. Esta es la enseñanza que abre nuestra mente y la deja progresar, golpea todos nuestros prejuicios y nos ayuda a respetar aquello que al principio no podemos ver. Nunca olvides esta última lección, Lao-Li: "lo que tú no puedes ver desde el lugar que ocupas en la montaña, puede ser visto desde otra parte de ella".

Cuando el maestro terminó de hablar, Lao-Li miró hacia el horizonte y a medida que el sol se ocultaba frente a él, parecía nacer en su corazón una nueva sabiduría. Lao-Li, volvió su mirada hacia Hwan, pero el Gran Maestro ya no estaba allí. Y así termina esta vieja historia china. Cuentan que Lao-Li regresó a la montaña para continuar viviendo allí. Llegó a ser un extraordinario Ilustrado Mayor”

¿Cuál es la enseñanza magistral de esta historia? Simplemente el hecho que cada ser humano ocupa un lugar específico en la montaña, razón por la que cada uno tiene una visión o perspectiva particular y privilegiada del mundo, de donde surge su valor intrínseco único e irrepetible, pues así como “lo que uno ve en la cima de la montaña no es igual a lo que uno ve al pie de ella”, del mismo modo es distinto y particular lo que uno ve y experimenta desde cada ángulo de la montaña.

FORMAS DE RESPETO

Existen diversas formas de respeto, pero las básicas o más generales son dos: el respeto por deber y el respeto por admiración. En el primer caso se trata del respeto a las leyes, la autoridad, los rituales vigentes. La falta de respeto a este conjunto de normas, reglas o acuerdos básicos, formales e informales, puede poner severamente en cuestión toda forma civilizada de convivencia humana. En el segundo caso se trata del respeto que brindamos a todas aquellas personas que por sus contribuciones se han hecho particularmente dignas de nuestras atenciones y deferencias. También los seres vivos y los objetos son motivo de respeto, sea porque la ley lo dispone, como la protección de la fauna, la flora y los recursos naturales, o por la admiración que nos causa, como los paisajes y muchos bienes arqueológicos, arquitectónicos, artísticos y otros.

VALORES ESENCIALES EN UNA SOCIEDAD PLURAL

La pregunta crucial en este marco es, ¿cuáles son los valores esenciales que deben presidir la convivencia humana pacífica en una sociedad plural, abierta, abigarrada? La filósofa Adela Cortina señala que “una sociedad plural para ser considerada como una sociedad vivible, exige un núcleo mínimo de instituciones y valores compartidos por los asociados, resaltando que la presencia de estos mínimos compartidos, no anula las diferencias, por el contrario, las hacen posible y las potencian”. En este marco, Cortina ha propuesto una ética mínima o “ética ciudadana”, centrada en unos pocos valores, cruciales para la convivencia humana, que comprenden libertad, igualdad, solidaridad, responsabilidad, respeto activo y disponibilidad al diálogo.

RESPETO, VALOR FUNDAMENTAL DE NUESTRO ORDENAMIENTO JURÍDICO-INSTITUCIONAL

Por lo señalado podemos sostener que el respeto funge como valor de valores, como el valor que da sustento y soporte a los demás valores y, por ende, se constituye en la piedra angular de toda construcción social duradera en una sociedad plural. Por ello, sugerimos que la libertad y el respeto sean considerados por la Asamblea Constituyente en Bolivia como los valores fundamentales que nuestro ordenamiento jurídico-institucional debe proteger, defender y garantizar. La opción por el respeto como valor fundamental apunta además a sentar las bases para la convivencia intercultural y lograr el reconocimiento real y efectivo de las diversas culturas presentes en nuestro país.
Publicado originalmente en El Diario (La Paz, Bolivia) el 11/12/2006 y posteriormente en otros medios.